Desde la ventana veo a los tres pequeñajos que vienen con sus madres a comprar el pan. ¡Qué gusto da ver niños por las aceras! Por la esquina aparecen dos hermanos con su padre, una con triciclo, el otro caminando con pasitos menudos y vacilantes. ¿Qué sentirán las criaturas después de cuarenta y tantos días de encierro?
No soy la única que disfruto del panorama. Hay otros vecinos que se asoman a sus balcones y contemplan con una media sonrisa los grupitos familiares, disfrutando de la estampa: los niños le dan un brochazo de color y viveza a esta ciudad triste, de espacios deshabitados. Ellos son hoy la evidencia de que algún día todos podremos volver a salir a la calle sin que el miedo al maldito virus nos corte el aliento y nos anquilose las piernas.
A trabajar o de compras todavía no, pero ya nos han dado una fecha probable para salir a dar unas carreras o a pasear en compañía de los nuestros. Si las cifras de incidencia de la enfermada siguen bajando, y hoy lo han hecho, el día 2 de mayo los adultos tendremos la puerta abierta para darnos unas vueltas por el barrio. Oigo comentarios en contra (¿cómo no y cuándo no?), mensajes desalentadores y más consignas de pánico, pero yo tengo intención de aprovechar el permiso y darme una caminata más allá de la manzana donde están las tiendas a las que voy a comprar estas semanas.
A ver si las piernas no me fallan antes de tenerlas quince minutos seguidos en movimiento. 😂😂
1 comentario:
Tranquila, la libertad de caminar no la han olvidado tus piernas.
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