Este sábado santo las calles de Madrid recuerdan estampas añejas de la ciudad: escasos transeuntes en las aceras, pocos vehículos, autobuses vacíos, muchos comercios cerrados, colas de clientes callados ante las puertas de los que venden alimentación... Hay diferencias con el Madrid de hace cincuenta años, porque hoy las iglesias también están cerradas y esta tarde no saldrán sus imágenes en procesión.
Y hay otra diferencia notable. Aunque estamos en tiempo de duelo, tiempo de mucho dolor porque el maldito virus está destrozando muchas vidas aquí, en todo el país, en todo el planeta, ahora nadie nos va a regañar si reímos y bromeamos en nuestro encierro, si chillamos o cantamos a voz en grito. Nadie ahora nos puede obligar al silencio religioso del pasado, nadie tiene derecho a reconvenirnos si aliviamos las molestias del aislamiento, la pena y la desazón con melodías que estimulan nuestros sentimientos positivos con su arte, su ritmo y sus mensajes de esperanza.
No nos hemos ido de vacaciones al pueblo familiar o a la playa, no acudimos a las terrazas del barrio, no sacamos a los pequeños al parque, no visitamos a nuestros parientes para comer torrijas con ellos. Pero tenemos música, podemos escuchar música y podemos cantar sin que ninguna normativa legal o social nos lo impida.
La música pinta de colores el día grisáceo, ensancha las habitaciones en las que estamos confinados, aviva los recuerdos de momentos de alegría y entusiarmo, augura que después de los nubarrones del presente hay un futuro que será soleado.
Lo dice Bruce Springsteen. "Estoy esperando, esperando en un día soleado, voy a perseguir las nubes, estoy esperando un día soleado".
1 comentario:
Después de la tormenta, saldrá un sol reluciente, ya verás.
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