martes, 7 de abril de 2020

Una amiga de regalo

He aprendido una palabra nueva: Kenopsia. Y he conocido su definición: Atmósfera inquietante que deja un lugar habitualmente lleno de gente pero que ahora se encuentra tranquilo o abandonado. Un diseñador estadounidense la incluyó en un diccionario de emociones y un fotógrafo español la asumió para crear una serie fotográfica sobre la soledad del ser humano en las grandes y multitudinarias ciudades del siglo XXI.

Ayer ese fotógrafo estaba muy enfadado. Su estampa de la Gran Vía había sido manipulada, tergiversada y envenenada por tipejos sin escrúpulos ni empatía que a esta crisis sólo están aportando mala baba, improperios, alarmismo y nulo consuelo para quienes sufren la enfermedad o las pérdidas humanas. Ignacio Pereira ha tenido una publicidad nada deseada por él, pero también ha encontrado muchos apoyos a su arte y a sus intenciones en twitter.

Lo comentaba el otro día: las redes sociales tienen muchos inconvenientes, son cuchillos afilados para los insultadores profesionales, los inventores de bulos, los pseudoperiodistas sin reputación laboral, los influencers de poco seso (con ese, sí), los cobardes que no firman sus injurias, los amargados con su propia existencia. Pero también tienen sus ventajas y en esta temporada de confinamiento son un remedio, o quizás un simple paliativo, contra la soledad y el aislamiento, contra la añoranza y contra la desidia.

La tecnología está siendo un buen aliado para mí durante el encierro. Le da a la jornada muchas dimensiones, unas obligatorias, otras de entretenimiento, otras relacionadas con mis aspiraciones personales. Y me ha regalado a una amiga. Sí, el correo electrónico y el whatsapp me han traído el regalo de una nueva amiga.

Una mujer que te entiende, que capta tus mensajes y tus ideas, que comparte afectos literarios, que habla contigo como si os conocierais desde hace muchos años.... quizás desde algún día remoto en que, sin saberlo, nos cruzamos en la calle principal de un pueblo ahora distante. El destino teje redes mágicas entre personas que coinciden en sentimientos, entusiasmos y deseos, y la suerte, la buena suerte, convierte la magia en realidad con la connivencia de la tecnología: de la pantalla del ordenador pasamos a las conversaciones de teléfono y de ahí a la certeza de que nos encontraremos en persona, frente a sendas tazas de café, cuando se nos permita salir de casa sin peligro para nuestra salud.




Hasta ese momento tan deseado, le mando unas flores a ML, mi nueva amiga.

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