sábado, 20 de diciembre de 2008

Auténtico escritor

Vargas Llosa, de cuya calidad literaria a estas alturas no creo que nadie dude, cruzó con un joven que aspiraba a convertirse en novelista, una serie de cartas que, en 1997, se editaron en forma de libro. Esas cartas, que deberían ser leídas y analizadas por cualquiera que desee dedicarse a la literatura, sea joven o viejo, se referían a diversos aspectos relacionados con la tarea que don Mario lleva muchos y fructíferos años ejerciendo. Uno de los capítulos se refería a los temas de las novelas y a la autenticidad del escritor.

Dice Vagas Llosa que las historias que inventa el novelista tienen las raices en su propia experiencia. “Lo vivido es la fuente que irriga las ficciones. Esto no significa, desde luego, que una novela sea una biografía disimulada”, sino que en el texto, aunque sea de naturaleza fantástica, siempre hay un punto de arranque o una partícula que está ligado a la personalidad y a las viviencias del autor. En la memoria está el combustible que mueve la mano y la imaginación del escritor.

El novelista no elige sus temas, es elegido por ellos. La vida le inflige los temas a través de ciertas experiencias que dejan una marca en su conciencia o subconsciencia, y que luego lo acosan para que se liberte de ellas tornándolas historias”.

A tenor de esta idea básica, se puede identificar a un buen novelista, a un novelista auténtico: éste es el que sigue los imperativos íntimos y escribe lo que tiene que escribir, sin forzarse, sin plegarse a modas o mandatos, el que acepta sus propios demonios y les da salida en sus páginas, el que es fiel, digámoslo así, a su propio yo. Por el contrario, el que escribe sobre asuntos diferentes a los que le pide el cuerpo y el alma, el que “rehuye sus propios demonios y se impone otros temas”, sea porque los suyos le parecen poco interesantes, sea porque ha de responder a una demanda comercial, sea por lo que sea, cometerá seguramente una grave equivocación que devaluará el valor de sus textos. Lo dice Vargas Llosa y lo pienso yo después de leer un libro que se publicó hace unos meses con el cartelito de bestsellers pegado a sus tapas.

Carlos Ruiz Zafón irrumpió en el ámbito de las librerías por mérito propio con un libro que yo he leído dos veces, las dos con verdadero gusto: La sombra del viento. Estoy convencida de que aquella novela, escrita por iniciativa propia, sin presiones ni expectativas comerciales, por un hombre que ya había publicado algunas novelas juveniles, fue fruto de las exigencias íntimas del autor, fruto de un escritor al que se le podría calificar, siguiendo las pautas de don Mario, de auténtico. En cambio, la novela posterior, de la que todos conoceréis el nombre, me ha parecido un sucedáneo de aquella, un intento feroz de perpetuar el éxito de la primera, una emulación de la que le llevó a la gloria años atrás. Y he pensado en ese dicho antiguo de la sabiduría popular: segundas partes nunca fueron buenas.

Estoy convencida de que Ruiz Zafón no hubiera escrito esta novela si no le hubiera desbordado el éxito de la primera. Si no hubiera sentido el aliento de lectores, editores y críticos en el cogote mientras inventaba un nuevo relato de ficción que tenía que ajustarse a ciertas determinaciones, a imposiciones externas. Yo le deseo a este escritor que recupere su libertad para escribir su próxima novela.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Con Auster, en Brooklyn

Los personajes de Paul Auster, un escritor por el que siento especial interés, deambulan por las calles de Manhattan durante el día, hacen sus compras, se encuentran o se pierden, se paran a tomar café... Y luego regresan a Brooklyn atravesando el famoso puente que todos los turistas se empeñan en cruzar cuando visitan la ciudad.

Brooklyn, el distrito más poblado de los cinco que componen Nueva York, está situado en Long Island al sur de Queens. Su conexión con Manhattan, a través del puente construido en 1883, fomentó el asentamiento en sus barrios de muchos neoyorquinos, entre los que se contaban artistas e intelecutales de la talla de Auster.

Brooklyn se convierte se convierte en las novelas de Auster en un espacio mítico donde los pequeños acontecimientos de la vida cotidiana cobran una transcendencia que merece ser transformada en literatura.

A Nueva York me llevé en la maleta un libro de 2003 que no había leído todavía: La noche del oráculo. El protagonista es un novelista de limitada relevancia que acaba de sobrevivir a una enfermedad que le ha tenido largo tiempo hospitalizado y le ha impedido cumplir con su profesión durante unos meses. Syd Orr sale una mañana de casa, se compra un cuaderno portugués de tapas azules en la papelería regentada por un chino servicial, y comienza a escribir una historia que adquiere para el lector tanta importancia como los sucesos que afectan al protagonista de la novela.

A Paul Auster le gusta insertar historias secundarias dentro de la historia principal, rizando el rizo cuando el personaje de la trama paralela se pone, a su vez, a leer un libro que también es inventado por el escritor. Pero esa multiplicación no supone un estorbo para la comprensión del argumento ni para la identificación del lector con el personaje principal.

Syd pasea por el Manhattan trepidante, de tráfico denso y ruido constante, por el que yo pasé hace pocos días. Quizás entra a comprar algo de comida para llevarse a casa a una de esas muchas tiendas de comestibles, como la que se ve en esta foto. Tiendas con aspecto de colmado, que permanecen abiertas hasta altas horas de la noche.

Esta Grocery está situada en la esquina de la calle 107 con la avenida de Manhattan.

Por cierto, el libro no me defraudó. Auster es un maestro.

domingo, 14 de diciembre de 2008

En el metro

Uno de los sitios donde mejor se puede apreciar la diversidad de razas y de tipos que conviven en Nueva York es un andén del metro. O un vagón de la red subterránea.

Al forastero le puede confundir un tanto el plano del metro, del Subway, cuando lo consulta por vez primera. Pero, a pesar de los tirabuzones que hacen las líneas que recorren el subsuelo de Manhattan y llegan hasta los otros distritos que configuran la ciudad, encontrará suficientes pistas y carteles para averiguar cuál es el itinerario que le conviene para ir a tal sitio y en qué estación ha de apearse.

El metro se estrenó en Nueva York en 1904. Las compañías privadas que explotaron las primeras líneas, lo cedieron en 1940 al gobierno municipal. En el presente lo integran 26 líneas y 468 estaciones. Su longitud supera los mil kilómetros. Cada día lo utilizan cerca de cinco millones de personas.


El metro funciona las veinticuatro horas del día y, según opinan quienes lo utilizan, es un servicio efectivo a pesar de que sus instalaciones están muy desgastadas y lucen bastante poco.

Los accesos son estrechos y suelen estar pegados a las paredes o embutidos en los bajos de los edificios del centro de la ciudad. Los túneles están ocupados por las vías de varias líneas, las cuales discurren en paralelo por algunos tramos. Así que mientras esperas tu tren en el andén, ves pasar los trenes de otras líneas al otro lado de las columnas que sustentan la bóveda.

Los trenes tienen un aspecto avejentado, frenan con brusquedad y hacen un ruido trepidante. Pero están limpios, bastante limpios. Como el resto de la ciudad.

Y aquí hago un paréntesis para manifestar mi agrado por la limpieza de Nueva York. Esta es una ciudad limpia, sin colillas ni papeles por el suelo, sin restos caninos, sin basuras desparramadas por las aceras. Desde el primer día me sorprendió la cantidad de gente con escobas que limpian las calles y los establecimientos comerciales. Si se te cae una servilleta en un bar, al instante aparece una persona con su escoba y lo recoge. ¿Es cuestión de educación o es temor a las multas que les ponen a quienes ensucian los espacios públicos? En cualquier caso, me gustaría que tomaran ejemplo los ciudadanos y las autoridades de Madrid. En serio.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Acción de Gracias

El día de Acción de Gracias, el Thanksgiving Day es la gran fiesta que celebran todos los estadounidenses con unanimidad, sin distinción de religiones o de creencias, de razas o de procedencia. La tradición data de 1621, cuando los primeros inmigrantes europeos, que habían viajado el año anterior hasta el continente norteamericano a bordo de un barco llamado Mayflower, decidieron organizar una fiesta para agradecer la recogida de sus primeras cosecha. En el festejo también participaron los nativos, los indios americanos que habían ayudado a los colonos a cultivar las tierras en las que se afincaron. Parece, pues, que la fiesta fue originada por un anhelo de paz, de prosperidad y de buena convivencia

El último jueves de noviembre, día 27 en 2008, las tiendas de Manhattan se cierran a mediodía y los neoyorquinos se reunen con sus familias para cenar el pavo. Algunos se han marchado a las localidades donde habitan sus parientes y otros se han desplazado a Nueva York (se ven los coches descargando niños, maletas y paquetes junto a los portales) para estar con sus allegados.

Es difícil ese día encontrar en el sur de Manhattan un sitio para comer algo a mediodía. El único establecimiento que los turistas encuentran abierto en las inmediaciones de Wall Street, es una pizzería donde nos sirven, un poco a regañadientes, unos trozos de pizza que engullimos sin dejar de observar a los dueños y a sus familiares que, con sus atavíos de gala, (que contrastan con la decoración deslucida del local), están juntando mesas y disponiendo las sillas que no ocupan los forasteros. Cuando estamos acabando la pizza, vemos que una mujer saca de la cocina el pavo, un enorme pavo, de color dorado que trincharán y degustarán en cuanto los forasteros se larguen del establecimiento.
Poco después, en una cafetería muy concurrida, los camareros latinos nos despachan unos cafés advirtiéndonos que van a cerrar en seguida. En el metro, los turistas atisban a una pareja de coreanos maduros que viajan hacia las calles altas de la ciudad portando un enorme recipiente de plástico donde tal vez vaya un pavo o, acaso, otra de las muchas viandas con que se acompaña el plato principal.

Unas horas antes hemos presenciado la cabalgata que organiza los almacenes Macy’s desde 1929. Por la séptima avenida han desfilado carrozas que arrastraban globos enormes, hinchados la víspera con helio, los cuales representaban a personajes infantiles, iconos nacionales, objetos diversos. (En la fotos se ve al Tío Sam). Las dimensiones de los globos eran más llamativas que su belleza o sus cualidades artesanales, pero las caras de los niños neoyorquinos, enrojecidas por el frío, se iluminaban cuando uno de esos monstruos aéreos se acercaba al punto en el que ellos esperaban junto a sus padres y abuelos.

Los turistas cenamos pavo en un restaurante de la calle 113, esquina a Broadway. Nos sirvieron los trozos de carne ya cortados, pero doy fe de que era pavo verdadero. O sea, que no era uno de esos pavos de plástico que usa Bush para hacerse fotos para los periódicos en el día señalado. Antes tomamos sopa de calabaza y de postre, tarta de pecán. Un menú delicioso. Como dice alguien que los conoce, ¿quién os ha contado que los estadounidenses no comen más que hamburguesas y patatas fritas?

martes, 9 de diciembre de 2008

Bordeando Manhattan

Manhattan es uno de los cinco distritos que componen la gran urbe neoyorquina. Los otros son Bronx, Brooklyn, Queens y Staten Island. Manhattan es una larga isla situada en la desembocadura del Río Hudson, al sur del Bronx, el único de los distritos que se halla en el continente, del cual está separada por el Harlem River.
Uno de los itinerarios obligados para el turista es el circuito que hacen los transbordadores que bordean Manhattan por el río. Los barcos se toman en Battery Park. El recorrido dura tres horas y cuesta unos 20 dólares.
Desde la cubierta del barco se aprecia la muralla de rascacielos que cortornean la isla por el sur. Edificios altísimos, que, asomándose a la orilla del río, parecen desafiar la estabilidad del terreno sobre el que se erigieron en las primeras décadas del siglo XX.

A los pocos minutos de abandonar el muelle, la vista ha de girarse hacia la derecha para saludar a The Lady, que con su brazo alzado y sosteniendo la llama que alumbra la libertad, es el principal icono artístico de Nueva York. Ahí está la gran dama francesa, mirando al mar por el que vino hasta esta islita en la que está apostada.

La estatua de la Libertad fue un regalo de Francia a Estados Unidos al cumplirse el centenario de su Declaración de Independencia (4 de julio de 1776). La obra le fue encargada al escultor francés Frederic Auguste Bartholdi quien tomó como modelo, según narra la leyenda, a su propia madre. La estructura interna de la estatua, que alcanzaría una altura de unos 46´5 metros y pesaría más de 220 toneladas, fue diseñada por el ingeniero Gustave Eiffel. Los estadounidenses se encargaron de construir un pedestal adecuado y de hacer el montaje de la Señora, que atravesó el Atlántico fragmentada en 315 piezas.

La Dama ha sido testigo de la transformación de la ciudad a la que presta sus luces, de la llegada masiva de inmigrantes de otros continentes y de su conversión en la megalópolis que hoy recibe al forastero. Ella presenció la tragedia de las Torres Gemelas, que ardieron y sucumbieron un fatídico 11 de septiembre y vio, después, como Nueva York recuperaba la calma y trataba de recuperar su vitalidad y sus costumbres sin cerrarse a las gentes que siguen llegando de otros continentes para estudiar en sus universidades, trabajar en sus oficinas o visitarla durante unos días de ocio.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Película en colores

Capítulo primero: él adoraba Nueva York, la idolatraba de un modo desproporcionado, la sentimentalizaba desmesuradamente. Para él, sin importar la época del año, aquella seguía siendo una ciudad en blanco y negro.
¿Lo recordais? Son palabras de Woody Allen en el inicio de su película "Manhattan" (1979), de la que me encanta esta escena nocturna.

Casi treinta años después de que se estrenara la cinta, yo he visto la ciudad en colores. Algunos días prevalecía el color gris, el de la niebla, pero otros días brillaba un sol que destellaba en el azul del cielo, en el verde de las praderas de Central Park, en las hojas pardas de los árboles, en el amarillo de los techos de los taxis que circulaban por el Village, en los rojos, los rosas y los morados de los tenderetes callejeros de camisetas, gorros y bufandas.

Pero este despliegue de vitalidad y colorido, no me impidió evocar constantemente las películas de Woody Allen mientras paseaba por Nueva York. O las secuencias de algunas series de televisión que se desarrollan en la gran urbe. Era como si esas estampas etéreas, que se nos quedan prendidas en el revés de la retina cuando una historia nos embebe, cobraran de pronto materialidad y volúmenes. Como si me hubiera subido al escenario de un teatro en el que antes había visto representar muchas obras de ficción.

¿Cuántas veces habremos vislumbrado en una pantalla la antena del Empire State Building o la cúpula luminosa del Chrisler Building ? Cientos de veces, miles. Y una mañana de noviembre, diferente a las demás, descubres uno de esos gigantes cuando caminas por la calle 34, o atisbas el otro cuando atraviesas la calle 42.

La tarde en que subimos al piso 86 del Empire, nos acordamos de esa película cursilona, de título intranscendente, en la que Meg Ryan y Tom Hanks se encuentran, por fin, enamorados y felices, en la planta 86 del rascacielos, arropados por una multitud de turistas que han subido a ver la ciudad como si fueran pájaros posados en un alero. Y mientras ascendíamos por corredores vacíos y salones acordonados, contemplamos los carteles de Kin Kong agarrado a la cima del edificio y combatiendo con las avionetas que trataban de abatirlo.

El Empire State Building se construyó bajo los efectos de la gran depresión económica, del año 1929. Los cimientos se iniciaron en enero de 1930 y el edificio se dio por rematado en mayo de 1931. Tiene ciento dos pisos, 381 metros de altura (más 62 de antena), unas 7.500 ventanas y una superficie útil de 654.000 metros cuadrados, según una de las guías que nos llevamos en el equipaje.

El Empire también contribuye al colorido de la ciudad. Por la noche, sus treinta últimos pisos se iluminan de acuerdo a unos patrones relacionados con las fiestas locales y nacionales, los eventos políticos y los triunfos de los equipos de beisbol de Nueva York. Así la vimos la víspera del día de Acción de Gracias. Y así lo vimos desde las tablas del Puente de Brooklyn una gélida mañana, en torno a las 12.00 horas, recortado sobre el cielo gris de Manhattan.


  1. Woody Allen con Diane Keaton.
  2. Tránsito en la calle 42.
  3. Empire State desde la Quinta Avenida.
  4. Manhattan desde el Puente de Brooklyn

miércoles, 3 de diciembre de 2008

El frío intenso

El primer saludo que recibe el turista que llega a Nueva York con el otoño avanzado es el abrazo del frío. Un frío intenso, húmedo y descarado, que se cuela hasta los huesos, sorteando las barreras textiles. Aunque te hayas puesto varias prendas de ropa, guantes, bufanda, gorro, el frío te hace tiritar...

En Nueva York los gorros son en esta época elementos imprescindibles del atuendo cotidiano. En el trayecto del taxi que nos conducía desde el aeropuerto hasta el hotel, me llamó la atención que todos los viandantes que veía por las aceras iban tocados con gorros, costumbre que es inusual en Madrid, a pesar de que algunos días del invierno el frío desciende hasta los cero grados.

En Manhattan los gorros se venden en los puestos callejeros, en los vestíbulos de las tiendas, en los comercios de toda índole. Siempre hay un turista despistado o que ha desoído las predicciones metereológicas, que ha de comprarse con urgencia un gorro de lana. Si se compran dos o tres, el precio se rebaja.

También se usan las gorras de visera con logotipos de cualquier marca o publicidad de productos diversos. Estas que retraté se vendían en un puesto frente al Museo de Historia Natural.


El frío enrojece las orejas, seca los labios, sube los pañuelos y los cuellos de lana hasta la boca y fuerza a hombres y mujeres a usar siempre botas o deportivas. Pocas mujeres con tacones vi por las calles de la ciudad. Y pocas con faldas y medias. ¡Cualquiera se atrevía!

Mirad que abrigaditos iban los niños el día de la cabalgata de Acción de Gracias. Y eso que eran las once de la mañana y lucía el sol.

martes, 2 de diciembre de 2008

La ciudad superlativa

En Nueva York todo es superlativo: la altura de los edificios, la longitud de las avenidas, el censo de residentes (8,5 millones de personas en 2007), la oferta culinaria internacional, las dimensiones de los carteles publicitarios, la intensidad del frío, los espacios comerciales, el verdor de los parques, los mercadillos navideños, los precios de los hoteles y del transporte público….


En Nueva York la multiplicidad se detecta a simple vista: tantas razas, tantas lenguas, tantos atuendos, tantas posibilidades de ocio cada día, tantas manifestaciones culturales, tantos restaurantes, tantos estilos de ropa en los escaparates, tantos olores, tantos sonidos musicales a la intemperie... Las conjeturas de quien llega a la ciudad habiéndose preparado para la experiencia visionando películas, escuchando opiniones de los amigos que antes anduvieron por sus calles, consultando libros y páginas de internet, se quedan cortas cuando se está en Nueva York.


Cuando miras hacia arriba, sin lograr empero que tu mirada alcance el alero de las torres de Manhattan, cuando miras al frente y ves los carteles de los negocios y el gentío que discurre por las avenidas o las calles numeradas, cuando bajas al metro y te confundes con tipos que pululan por sus pasillos helados o con los espectadores de una sesión improvisada de rap, cuando subes al Empire y ves a tus pies las miles de luces de noviembre, a cualquier hora del día o de la noche te das cuenta de que estás en otro mundo, en un continente distinto. Pero también adviertes que no estás en un mundo extraño, de que sería fácil, relativamente fácil, acomodarte a las maneras de una ciudad poblada por gentes procedentes de todos los países del planeta.



He traído muchas fotos y unos pocos apuntes para compartir con vosotros. Poco a poco iré contándoos cosas que he visto y sentido.
Gracias por vuestros mensajes de despedida y por esperar mi regreso.
Espero que estos próximos días me cunda un poco el tiempo para ir pasando por vuestras casas. Por cierto: me he acordado de todos vosotros durante el viaje. Muchas fotos las he hecho con el fin de subirlas al blog.
De esta forma, el viaje se convertirá en una experiencia diferente a cualquier viaje anterior.

Fotos: Panorama del sur de Manhattan desde el río
Mercadillo navideño en Bryant Park
Zona cero en la mañana de un domingo.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Más cerca de Nueva York

En Nueva York las casas se calientan con vapor, que circula por cañerías. Por eso se ve en las películas un humillo que sale del pavimento. La ciudad de Nueva York está asentada sobre un suelo de roca, con alta concentración de mica, que es ideal para el anclaje de edificios. Las torres más altas se ubican en las parcelas donde la roca es más superficial.

Me he enterado de esto en un libro que se titula “A cien millas de Manhattan”. Me lo regalaron cuando anuncié el viaje a Nueva York y, a primera vista, me sorprendió su autor: Guillermo Fesser, uno de los dos componentes de Gomaespuma.

Guillermo se fue en el año 2002 a Estados Unidos, el país de su mujer. Se afincó en el estado de Nueva York, a cierta distancia de la capital. Su propósito era elaborar un guión de cine, pero lo relegó cuando empezó a relacionarse con la gente, con el entorno, a tomar notas de lo que veía y escuchaba. Al regresar a España, plasmó en un libro su notable experiencia: todo lo que había aprendido de un país que no se parece ni al de las películas del oeste ni es exactamente igual que el que asoma a los telediarios cuando hay una tragedia.

Con un estilo propio de quien está acostumbrado a narrar oralmente, Fesser transmite al lector su pasión por un mundo distinto al nuestro, y consigue que se perciba a los “americanos” como la gente tan estupenda que realmente debe ser.

Gomaespuma no es sólo una fórmula de humor, es también un proyecto social, un afán cultural que yo he descubierto siguiéndole el rastro a Guillermo Fesser.

Me encantó que me regalaran este libro que, reconozco mi error, a mí nunca se me hubiera ocurrido comprarme. Ha sido un gustazo leerlo.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Hoy dice el periódico...

Siempre he apreciado el poder de las palabras. Siempre he admirado a quien sabe utilizar las palabras, combinarlas y trenzarlas para transmitir ideas, emociones y afectos. Por eso adoro los libros, las cartas, las tertulias, las confidencias… y desde hace once meses, adoro el mundo de los blogs. El increíble mundo de los blogs.

Me maravilla el poder de las palabras que, rompiendo los moldes de comunicación y diálogo tradicionales, atraviesan el espacio arrastrando consigo un sinfín de teorías y de anécdotas, de ternura y sentimientos. Me maravilla la cantidad de vida y calidez que irradia la pantalla de mi ordenador cuando abro ciertas páginas del blogger.com que me he acostumbrado a leer y a disfrutar casi a diario. Como la de Rafa. ¿Sabéis de quién os hablo? Rafa es ese chico asturiano que tiene una hija que acaba de cumplir siete años, Laura, y una mujer para la que siempre tiene elogios y gratitudes. Ese guaje que tiene la costumbre generosa de dedicarle su entrada de los miércoles a quienes visitamos su blog.

Rafa, hoy te toca a ti leer lo que pienso de ti.


A Rafa lo conocí en la primavera, si no recuerdo mal, porque me llamó la atención su cabecera: Hoy dice el periódico. Me gustó lo que leí y regresé otros días a su casa. Rafa posee la capacidad admirable de escribir todos los días una entrada antes de que amanezca, incluidos los sábados y los domingos. ¡Qué tesón y qué ingenio! Me asombra su asiduidad y la claridad de su pensamiento a esas horas en que la mayoría todavía estamos remoloneando entre las sábanas.

A estas alturas del año, a Rafa ya lo considero un amigo aunque no le haya visto más que en unas fotos de pequeño formato y no haya oído nunca su voz. Le considero tan amigo que los domingos, aunque no soy futbolera, procuro enterarme de qué ha hecho el Sporting para saber si Rafa se ha llevado una alegría. Y cuando dice el meteorólogo de turno que va a llover en Gijón, me dan ganas de mandarle un aviso a Rafa para que coja el paraguas antes de salir de casa.

Creo que no soy la única a la que se le han saltado las lágrimas cuando Rafa escribió sobre mis escritos blogueros. Fueron sus palabras un regalo hermoso para mí, una constatación de que el poder de las palabras rebasa los límites de la distancia y la frialdad de la pantalla de un ordenador cuando el que escribe es capaz de poner en marcha, simultáneamente, la cabeza, los dedos y el corazón.

Hoy dice el periódico, Rafa, que es miércoles de noviembre. Lo que no dice el periódico (y si no lo dice, ya nos encargaremos otros de decirlo) es que eres un tipo estupendo.

Como no atino a poner un vídeo, te pongo un enlace para que veas la canción que te dedico.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Bailarinas, retratos y pinturas

Este otoño se ha inaugurado en el paseo de Recoletos una nueva sala de exposiciones de la Fundación Mapfre. Y se ha estrenado con tres muestras muy interesantes, cada una de ellas ocupando una planta del señorial edificio.

En la planta de calle hay una serie de obras de Edgar Degas, el pintor impresionista a quien se identifica fácilmente por sus cuadros de bailarinas. Esta exposición está llena de mujeres danzando: oleos, pasteles, dibujos y, sobre todo, esculturas que sorprenden por la belleza de las posturas de las bailarinas. (Te gustaría, Miriam)

Muchas de estas obras proceden de París, del Museo d´Orsay. Otras han venido de Brasil, del Museo de Arte de Sao Paulo. La exposición se titula Degas: El proceso de la creación.

En la planta primera, hay una interesante exposicón de pintura titulada Entre dos siglos, España 1900, que contiene obras firmadas por los grandes artistas que todos admiramos.: Dalí, Solana, Miró, Romero de Torres, Sorolla, Vázquez Diaz, Zuloaga... Para embelesarse un buen rato con esta exhibición variopinta de las vanguardias.

Y en la planta sótano se ha montado una peculiar exposición de fotografía: a lo largo de las paredes cuelgan 33 obras del norteamericano, Nicholas Nixon, que pertenecen a una serie de retratos en los que, a lo largo de más de treinta años, el autor plasmó a las mismas cuatro mujeres, su esposa y sus tres cuñadas. Cada año, las hermanas Brown posaban para Nixon mudando de postura, de peinado y de atuendo, pero siempre mirando al objetivo y ajustándose a un orden establecido desde la primera foto.

El resultado es asombroso porque, al contemplarlo, te das cuenta de qué manera incide el paso del tiempo en el rostro de los seres humanos. No sólo porque ves envejecer a cuatro mujeres de rasgos semejantes, sino porque los efectos de la edad son diferentes para cada una de ellas.

Si estais lejos, podeis echar un vistazo al Museo Virtual.

jueves, 30 de octubre de 2008

Masticando letras

En otras ocasiones, cuando me siento especialmente proscrito y estrambótico, estoy convencido de que el culpable es el quijote. Oigan esto." En resolución, él se enfrascó tanto en su lectua, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio... (...)

El que recita este párrafo de la obra de Cervantes es un animalillo del que unos huirían, como si fuera un monstruo carnívoro, y al que otros perseguirían armados con una escoba recia para destruirlo. Se llama Firmin. Es una rata que ha nacido en el sótano de una primorosa librería de Boston, regentada por un hombre que ama los libros tanto como los ama el bicho que cuenta su historia. Firmin descubre al poco de nacer que le gustan los libros a rabiar: empieza comiéndoselos, masticándolos y destrozándolos. Pero después, cuando aprende a descifrar las palabras que sustenta el papel que mastica, se apasiona por las historias que narran.

Firmin es una auténtica rata de biblioteca. Un devorador de literatura. Un tipo feo, cabezón y, como él mismo indica, un especimen raro y enloquecido.
"Contemple usted al Caballero de la Triste Figura: vanidoso, testarudo, apayasado, ingenuo hasta la ceguera, idealista hasta incurrir en los grotesco... Locual viene a ser como describirme a mí en pocas palabras. La verdad es que nunca he estado bien de la cabeza. Lo que pasa es que yo no ataco molinos de ivento. Hago algo peor: sueño con atacar molinos de viento, estoy deseando atacar molinos de viento y a veces imagino que he atacado molinos de viento".

Por lo que dice la prensa, Firmin se convirtió en un fenómeno editorial a los pocos meses de salir a la calle, sorprendiendo a quienes lo habían puesto en el mercado. Puede ser porque se trata de un texto original, porque no le falta ironía ni delicadeza o, simplemente, porque es una alabanza de los buenos libros que cualquier lector puede hallar en una vieja librería de barrio y, en general, a la literatura de todos los tiempos.

A mí no me molesta que Firmin "devorase" un ejemplar del Quijote, ese libro que Pedro Ojeda Escudero nos anima a devorar los jueves desde su blog para después comentarlo con quienes le seguimos.
La foto está tomada de Internet. Busqué en Boston y me salió esta librería.

viernes, 24 de octubre de 2008

Día de Bibliotecas

El 24 de octubre es el día de las Bibliotecas. No sé quién ha decidido que sea así ni en qué ámbitos se celebra, pero me parece una buena fecha para ensalzar esos lugares magníficos, donde se acumulan libros, cientos de libros, miles de libros al alcance de la mano de los lectores.

De jovencilla me apunté a una biblioteca pública porque mis ganas de leer superaban las posibilidades de lectura que tenía en mi casa y superaban, por supuesto, el dinero que disponía para comprar libros. De mayor, seguí acudiendo a otra biblioteca donde podía elegir títulos poco conocidos, descatalogados algunos, otros recientes, donde podía examinar una novela antes de llevármela conmigo e, incluso, devolverla sin compromiso si al llegar a la página 6o (o a la 30) y la trama no me encandilaba.

En esta biblioteca he tomado prestado muchos libros que he utilizado para consultar y averiguar datos que me requerían ciertos trabajos o estudios. Algunos libros me han resultado tan interesantes que, luego, he acudido a una librería a comprar un ejemplar para tenerlo en mi casa.

En la biblioteca he hallado también un montón de cuentos para mis hijos, tebeos, novelas de aventuras... Ir a la biblioteca era divertido para los niños y un gozo para su madre. La bibliotecaria les aconsejaba lecturas según lo que a ellos les apetecía en cada ocasión, les ofrecía títulos recién llegados, los conducía a las enciclopedias para que buscaran asuntos relacionados con sus deberes escolares o rebuscaba entre las hileras de comics si les veía perezosos para las letras.

Así que hoy me sumo al día de las Bibliotecas recordando a esta mujer que ayudó a mis hijos, y a tantos niños como ellos, a disfrutar del placer de la literatura y de la amistad de los libros, que les acompañará de por vida.
(Fachadas de las Bibliotecas públicas de dos pueblos de Madrid).

domingo, 19 de octubre de 2008

Diecinueve de octubre

Escuchó la noticia en uno de los pasillos del hospital. Un hombre le decía a otro que Manuel Vázquez Montalbán había muerto en el aeropuerto de Bankog a causa de un fallo cardiaco. Recordó los libros que le habían conmovido más: Galíndez, esa novela tremenda y dramática sobre el político vasco que fue torturado por los sicarios del dictador dominicano Rafael Trujillo. Y aquella otra, O César o nada, sobre la saga de los Borgia. Recordó también los muchos libros del autor desaparecido que había en las estanterías del hombre que, en una habitación cercana, aguardaba su último momento a consecuencia, también, de un infarto irreversible.
Los paralelismos del azar, pensó entonces. Era un 19 de octubre, un domingo como éste de hoy. Era un día de lluvias torrenciales, un domingo de lágrimas y despedidas.
Pero los libros que uno escribió y que otro leyó guardan su memoria todavía.

viernes, 10 de octubre de 2008

Inspector Jaritos

A Jaritos lo conocí el verano pasado. Había oído hablar de él y cuando lo encontré en la biblioteca del pueblo en el que me hallaba durante unas semanas, asentado en la estantería de la letra M, me lo llevé a casa sin dudarlo. Quería enterarme de cómo trabajaba, cuál eran sus capacidades para el oficio, cómo se comportaba ante el crimen y el enigma. A mí me resultan muy interesantes las pesquisas policiales, el deambular de los investigadores por los recovecos de sus ciudades, entrando en casas de adinerados ciudadanos o en covachas donde se cobijan los menos afortunados. De esas correrías, el lector de género negro extrae un montón de datos y curiosidades sobre la sociedad y el país donde se desarrolla la trama.

Kostas Jaristos es un policía griego de mediana edad, experimentado y socarrón a veces, susceptible y picajoso otras veces, que resuelve sus casos de homicidios en una Atenas llena de coches, de ruidos, de personajes extravagantes y presurosos. Jaristos tiene una mujer con la que discrepa en muchos temas pero con la que comparte la pasión por Katerina, su hija recién licenciada en Derecho.

Katerina es secuestrada en un barco que viaja por el Mediterráneo, rumbo a Creta, lo que conmociona a su padre que, sin embargo, no deja de trabajar en un caso que ha surgido en la capital griega: varios actores de publicidad han sido asesinados por alguien que se define como el “accionista mayoritario”, cuya intención es derribar algunos de los puntales en los que se asienta la sociedad de consumo. No digo más del argumento.

A Jaristos lo ha inventado Petros Markaris, un escritor griego nacido en Estambul en 1937. El joven Markaris estudió Economía, se especializó en cultura alemana y en traducciones de Bertolt Brecht y acabó metido de lleno en la novela policíaca. Él lo cuenta mejor en esta entrevista, realizada en Gijón durante la celebración de su Semana negra. Os transcribo un fragmento.

"Solo tengo un método para escribir: no sé nada y no quiero saber nada sobre la historia. Empiezo con una imagen, necesito tener esa imagen. Después de visionar esa imagen, me pongo a escribir sobre esa primera impresión y no sé lo que va a ocurrir. Sigo los pasos de mi personaje, intentando describir lo que le ocurre. Descubro los acontecimientos a medida que los descubre mi policía-protagonista. "

O sea, que este escritor es de los que se sientan delante del teclador del ordenador, y se pone a escribir sin planificarlo. Y las historias salen. Y son buenas, creo yo.

Si queréis conocer las novelas que están traducidas al castellano, aquí las veréis.

martes, 7 de octubre de 2008

Sin zapato de cristal

Las niñas ya no quieren ser princesas, dice Sabina en una de sus más famosas canciones. Y las princesas no quieren esperar al príncipe azul que las romperá el hechizo de su letargo indefinido o las rescatará de las garras de las madrastras perversas. Cenicienta y Blancanieves son personajes de un siglo que está superado.

Estoy de acuerdo con Sabina y con los ponentes de la Sociedad Europea de Cuentos de Hadas, que hace unos días se reunieron en un congreso en Berlín para hablar y debatir sobre el concepto de "final feliz". O sea, eso de que "fueron felices y comieron perdices", que tantas veces hemos escuchado recitar cuando nos han contado un cuento.

Mirad lo que escribía Nuria Vicedo, corresponsal de la agencia Efe en Berlín de aquella reunión. "De haber vivido en el siglo XXI, la Bella Durmiente y Blancanieves ya se habrían divorciado. Pasaron gran parte de su cuento de hadas sumidas en un sueño profundo y, tras despertar al calor del primer beso de amor, se casaron con un completo desconocido, algo que solo termina bien en la literatura". .

Tampoco los príncipes salvadores son prototipos de amor verdadero. El germanista Wilhelm Solm critica la manía de éstos de enamorarse de princesitas de las que no conocen más que sus datos genealógicos y las fronteras del reino que heredarán cuando su padre, el rey, fallezca. ¿Se puede sustentar un amor verdadero en datos tan livianos y materialistas?

Transcribo otro párrafo de la crónica enviada por Nuria Vicedo desde el congreso de cuentistas:

"La leyenda del zapato de cristal, el hada madrina y la calabaza convertida en carroza, que sigue encandilando corazones en todo el mundo, es un reflejo de los sueños de muchas niñas que anhelan ser salvadas por un príncipe para no tener que abrirse camino en la vida por sí mismas, para Solms".

Me acuerdo de una profesora de mi colegio que tachaba de amorales (no inmorales, sino exentos de moralidad) los cuentos de hadas tradicionales. El mensaje que os transmiten, nos decía, es que si sois pasivas, buenecitas y complacientes alcanzareis la felicidad. Que vuestro futuro depende de un príncipe valiente y hermoso que os hará reinas.... de su hogar, ironizaba la profe. Yo me escandalizaba entonces, pero jamás he olvidado sus palabras.
Pero las cosas van cambiando. La mayoría de las mujeres ya no esperan a un príncipe azul que les resuelva sus conflictos y les endulce la existencia, sino que son ellas, por sí mismas, las que pelean para labrarse su destino a su manera. Se han olvidado de la imagen estereotipada de la princesa bobalicona que admiraban de niñas, y no anhelan tropezarse en su camino con un galán empingorotado y soberbio, sino con un hombre con el que compartir esfuerzos, deseos y futuro.
El zapato de Cenicienta se ha quedado sin dueña.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Irene Nemirovski asesinada

"El 13 de julio los gendarmes franceses llaman a la puerta de los Nemirovski. Van a detener a Irene. Es internada el 16 de julio en el campo de concentración de Pithiviers, en el Loiret. Al día siguiente la deportan a Auschwitz en el convoy número 6. (...) Es asesinada el 17 de agosto de 1942". (Suite francesa, prólogo)

Tenía 39 años y atrás dejaba un marido, dos niñas pequeñas y las dos quintas partes de una obra sin rematar. Irene Nemirovski era una escritora respetada en Francia, país en el que su familia se había instalado en 1919, pocas semanas después de salir de Ucrania (donde Irene había nacido), huyendo de las amenazas de los nuevos dirigentes comunistas.

Los Nemirovski tenían dinero y apreciaban la cultura, por lo que Irene recibió una esmerada educación. Su primera novela, David Golder, editada en 1929, le abrió las puertas del mundillo literario francés y le aportó un renombre que no le serviría, empero, para obtener la nacionalidad del país ni la salvaría de las leyes serviles que el gobierno colaboracionista de Vichy dictaría en 1940 contra los "ciudadanos extranjeros de raza judía".

Irene y su marido, Michel Epstein, se habían refugiado con sus dos hijas en casa de una leal amiga en la región de Borgoña, lejos de París. Allí, con su estrella amarilla prendida en la ropa, Irene había iniciado la redacción de una gran obra que narraría la situación que se estaba viviendo en Francia, tanto en el campo como en la ciudad. La obra tendría cinco partes que sumarían en total un millar de páginas y en ella se reflejarían los conflictos sentimentales, económicos y sociales de las gentes corrientes del que ella consideraba como su país. Pero Irene no pudo escribir más que las dos primeras partes.

Cuando Irene fue detenida, su marido hizo muchas gestiones para encontrarla, apelando a las autoridades francesas y a su condición de bautizados en una iglesia cristiana. En octubre de 1942, Michael Epstein fue también detenido y asesinado. Sus hijas, sin embargo, fueron salvadas por la amiga que las tutelaba. En la maleta que llevaron en su huida, la tutora metió fotos, documentos de la familia y las últimas páginas que la madre había redactado con letra minúscula para ahorrar papel y tinta.

Elisabeth y Denise Epstein crecieron guardando el manuscrito de su madre. Tuvieron que pasar muchos años antes de que se atrevieran a leerlo y mecanografiarlo. Suite francesa permaneció inédita cerca de sesenta años. Cuando se publicó en Francia, en 2004, resultó un éxito tal que en seguida cruzó fronteras y ganó premios y lectores en otros países y otras lenguas. En España obtuvo en 2005 el premio del Gremio de Libreros a la mejor obra del año por su "belleza narrativa y la mirada imparcial en la descripción de la vida cotidiana de la Francia ocupada por las tropas alemanas".

sábado, 6 de septiembre de 2008

Un tipo sincero

Leo con atraso los suplementos que se editan el domingo con los periódicos. Ayer o antes de ayer leí una entrevista con uno de los autores de libros más vendidos en la actualidad. Transcribo:

"La alta literatura exige dedicar mucho tiempo a indagar en las profundidades del espíritu humano, sondeando el carácter de la gente, prestando atención a las relaciones humanas. El argumento no es tan importante. Sí es importante conseguir transmitir un sentimiento del espacio local, del entorno, del paisaje. Yo sé que lo que yo hago no es literatura."

Se llama John Grishan y se dio a conocer con La tapadera, una novela convertida en película de éxito, a la que siguió otro bombazo comercial, El informe pelícano. No se las voy a aconsejar a nadie, ni éstas ni obras posteriores. Porque aunque, sin duda, este señor tiene su mérito y sus seguidores, no son libros imprescindibles salvo para los devoradores de bestsellers. Y estos, ya loas habrán devorado hace tiempo.

Lo que me llama la atención al leer el artículo es la sinceridad del señor Grishan. Vamos, que no va de sabio, ni de inteligente, ni de salvador de lectores, ni nada de eso. Simplemente es un "entretenedor" y así lo hace constar.

"Para mí, el elemento esencial de la ficción es el argumento. Mi objetivo es conseguir que el lector se sienta impelido a pasar las páginas a toda velocidad. Si quiero lograr eso, no me puedo permitir el lujo de distraerlo. Tengo que mantenerlo en vilo, y la única manera de hacerlo es utilizando las armas del suspense. No hay más. Si me pongo a intentar entender las complejidades del alma humana, los defectos de carácter de la gente y cosas de ese tipo, el lector se distrae, y eso es un lujo que no me puedo permitir. Por supuesto que he leído literatura en el sentido clásico. Todos tenemos esa clase de libros en la biblioteca de casa. Me obligaron a leerlos en la escuela, y le confieso que no me gustaron demasiado. No entendía por qué decían que eran tan buenos."

Alabo su sinceridad y su clarividencia. Y me muero de curiosidad por saber qué libros clásicos tiene este señor en la biblioteca de casa. ¿Tendrá la Odisea? ¿Tendrá el Quijote? ¿Se os ocurre un libro que pudiera yo mandarle para ver si cambia de opinión respecto a los clásicos?

lunes, 1 de septiembre de 2008

El pintor de Flandes

"Pronto se perdió por el tejido enmarañado que eran las calles de Madrid, donde una callejuela cortaba a la otra sin que se pudiera apreciar más orden que el que las particularidades del terreno o el capricho hubieran dictado. La gente se cruzaba en su camino mirándolo de reojo".

El joven extranjero que pasea por la villa es Paul, un pintor flamenco que ha venido a Madrid en 1622, segundo año del reinado de Felipe IV, quien ha cedido las riendas del gobierno del imperio a Gaspar de Guzman, Conde de Olivares. Paul es un personaje creado por Rosa Ribas para fabular un suceso que conmocionó a los madrileños en esa segunda década del siglo de Oro: el asesinato en la calle Mayor de Madrid de don Juan de Tassis, conde de Villamediana.

Al conde se le achacaban amores con la reina Isabel de Borbón, hija del rey francés Enrique IV y primera esposa de Felipe IV. También se le acusaba en los mentideros de la villa (los lugares donde gobernantes, conspiradores y demás potentados propalaban rumores y noticias que les convenía que el pueblo supiera) de querer sustituir al poderoso Oliveros en sus oficios de ministro. Villamediana tenía fama de mujeriego y jugador, de poeta sin trabas y vividor.

Con estos mimbres Rosa Ribas ha creado una novela, El pintor de Flandes, que resulta muy grata de leer por su buen estilo, su cuidado léxico y su forma de engranar lo real con lo ficticio, los recuerdos del protagonista con su presente de exiliado en una isla innominada del océano.

Pero si la trama es interesante, también lo es la descripción del ambiente y de las costumbres de los cortesanos y paisanos de aquellos tiempos tan loados por lo muy fructífero que resultaron para el arte hispano..

“Los domingos también se ruaba. En días fríos en carrozas cubiertas; en verano las carrozas de la nobleza iban casi todas descubiertas, excepto las de aquellos que querían mirar sin ser vistos. (…) Todo Madrid parecía concentrarse en ese ir y venir por la calle Mayor en otoño y en invierno o por el Prado de San Jerónimo cuando el tiempo era más suave. El conde se engalanaba con un cuidado extremo desde la cabeza hasta las botas aunque estas últimas no fuera a verlas nadie durante la rúa”.

Una advertencia antes de terminar: la autora cambia el orden cronológico de algunos acontecimientos y recrea situaciones que no se produjeron. Pero no hay que olvidar que este libro es una novela. Inspirada en personajes que existieron en la realidad histórica española, pero una obra de ficción.

viernes, 22 de agosto de 2008

Mujeres que leen

De los diecinueve pasajeros del vagón, cuatro entretienen el trayecto leyendo un libro y tres hojean periódicos gratuitos. Curiosamente, todos los libros están en manos de mujeres: dos jóvenes de aspecto estudiantil, una en torno a los treinta y otra de más de cincuenta años, calcula el escritor, observando sus rostros. Las estadísticas no mienten, piensa, recordando las últimas cifras del informe sobre hábitos de lectura entre la población española, que dio a conocer la Federación de Gremios de Editores del país a principios de año.

El 73,6% de las mujeres que tienen entre 25 y 44 años leen con frecuencia, lo cual sólo hacen el 60,4% de los hombres de la misma edad. En el tramo de los 45 a los 54 años, la diferencia se anula, estimándose en 61 % los españoles de ambos sexos que se consideran lectores. Pero cuando se cumplen los 55 años, vuelven a ser las mujeres las más afectas a los libros: el 51,3% de ellas son lectoras asiduas, frente a un 45% de lectores masculinos.

Aquí abajo está la evidencia: las mujeres van leyendo y los hombres dormitando o mirándose las uñas. ¿Qué leerá cada una de ellas? Seguro que esa chavala lleva una novela histórica, y la morenita una obra clásica, poesía quizás, y aquella señora…

El escritor ameniza su viaje especulando sobre los géneros y la temática de los libros que portan las pasajeras del vagón, admirando el gesto de embelesamiento de una, el ceño fruncido de otra, la mueca divertida de la lectora de mayor edad. A una de las jóvenes, el tipo desgalichado que va en el asiento contiguo le arrima mucho la pierna, pero ella no parece detectar ni el contacto físico ni sus persistentes miradas de reojo.

Ojalá cualquiera de ellas empezara a leer en voz alta para que todos los pasajeros escucharan el relato. Sería hermoso que la literatura iluminase a todos los que se desplazan en este vagón del metro por las entrañas oscuras de la ciudad. Las sombras se transformarían en un paisaje nevado, en un lago clavado entre las montañas, en el vestíbulo de un lujoso hotel de principios de siglo veinte…

De repente, una de las lectoras cierra su libro y entorna los párpados, como si estuviera paladeando una frase que acaba de leer o disfrutando en su imaginación de una descripción o de un diálogo. El autor, que no es una firma famosa ni un superventas, suspira conmovido. Ha visto su propio nombre en la portada del volumen que lleva la mujer.

El cuadro de arriba es de Mary Cassat (1844-1926)y el de abajo de Gustave Caillebotte (1848- 1894)

martes, 19 de agosto de 2008

Madrid en maqueta

Hace tiempo que el edificio está en obras. Su fachada principal, con una portada churrigueresca bastante llamativa, está cubierta por lonas gigantescas tras las cuales hay que buscar el portalón de entrada. Estamos en la calle de Fuencarral, a cinco minutos andando de la Gran Vía, junto a la estación de metro de Tribunal, una zona donde abundan los comercios y los bares de copas, pero que no suele ser muy transitada por el turismo estival.

El edificio ante el que nos encontramos fue en sus orígenes un Hospicio, donde eran recogidos niños sin familia y ancianos mendigos. A principios del siglo XX, los indigentes y los huérfanos fueron trasladados a otras instituciones porque el vasto inmueble se había deteriorado casi hasta la ruina. No se derribó porque intervinieron en contra de su desaparición una serie de intelectuales, que consiguieron que se convirtiera en Museo Municipal. Como tal fue inaugurado en 1929 con Manuel Machado, el hermano de Antonio, como director.

Desde que se iniciaron las últimas obras de rehabilitación, que todavía durarán varios años más, el Museo sólo expone una mínima parte de sus fondos en una sala que antaño fuera la capilla del Hospicio. Entre las joyas que se exhiben, hay una maqueta de madera de la ciudad, en la que se puede contemplar cómo era Madrid en las primeras décadas del siglo XIX, después de la guerra de la Independencia.

La fabricó el teniente coronel de Artillería, León Gil de Palacio, quien recibió el encargo en noviembre de 1828 y lo dio por cumplido en el mismo mes de 1830. La maqueta, con unas dimensiones de 5,20 x 3,50 metros, perteneció al patrimonio del Estado hasta que le fue cedida al Museo Municipal.

A través de la cristalera que la protege, observo las tapias que rodeaban la villa en el siglo XIX, con sus puertas y portillos (de las que sólo perduran la de Toledo y la de Alcalá, porque la de San Vicente no es la original); observo las torres de las iglesias y los conventos, que abundaban en Madrid antes de que el proceso de Desamortización de Mendizábal provocara el derribo de algunos. Observo los solares sin urbanizar en torno al Palacio Real, al cuartel de Conde Duque, a las crujías del Palacio del Buen Retiro que sobrevivieron a la guerra con los soldados franceses Distingo la Puerta del Sol, todavía sin la forma elíptica actual, la Plaza Mayor, la depresión de la calle Segovia, sobre la que cuarenta años después se alzaría un viaducto.

Podría pasar horas reconociendo las fachadas de madera de los inmuebles cincelados con esmero y detalle por Gil de Palacio, admirando los que ya no existen y no conozco más que por las crónicas de los historiadores y las estampas de los ilustradores que se guardan en museos como éste.

A veces pienso, como piensan los niños en relación a sus juguetes, que me gustaría disminuirme hasta el tamaño adecuado para pasear por esta ciudad de madera en miniatura y perderme en el laberinto de callejuelas y plazoletas vacías, por las que no ha pasado el tiempo desde hace cerca de dos siglos.

sábado, 16 de agosto de 2008

No es ficción, es Kapuscinski

Lo que pretendía con la entrada de ayer no era hacer a nadie un examen sino compartir con vosotros la maestría de un periodista que, utilizando técnicas de la mejor literatura, consigue hacer de un amplio reportaje histórico un texto de fácil lectura para cualquier lector, aunque éste no conozca con precisión los hechos a los que se refiere el autor.

"El emperador", de Ryszard Kapuscinski es un compendio de testimonios sobre los últimos años del reinado de Haile Selassie, el soberano absolutista y cruel que convirtió Etiopía en una dictadura implacable, permitiendo la injusticia, el hambre y el desastre económico, mientras él y sus colaboradores vivían en la riqueza y el boato. (Tenía más de veinte palacios, siempre listos para recibirle, mientras la hambruna mataba familias enteras en las zonas rurales).

Kapuscinsky entrevistó a varios de aquellos colaboradores, cuando ya el tirano había sido depuesto. Estos individuos habían ejercido una labor en el palacio del soberano, unos como ministros, otros en cargos de rango inferior. Uno de los entrevistados era el responsable de guardar y trasladar los cojines que había que colocar a los pies del emperador cuando éste se sentaba en el trono, porque era de talla baja y le colgaban las piernas. Con las palabras de todos ellos, el periodista polaco ha forjado una especie de fábula que en algún momento, cuando vas pasando las páginas del libro, te da la impresión de ser un relato fantástico, fruto de la invención del escritor. Y te estremeces al pensar que estás enterándote de hechos históricos.

jueves, 7 de agosto de 2008

Los Orígenes de Maaluf

Ayer nos hablaba Marcelo, en La menor idea de su bisabuelo Emilio, que se marchó de Asturias años ha, y se instaló en Argentina, donde hoy habitan sus descendientes. Marcelo me recordó un párrafo de un libro que había terminado de leer unas horas antes: Orígenes, de Amin Maalouf, el escritor nacido en Líbano que conocimos con León, el Africano.

"Todos recorremos los años que nos corresponden y nos vamos luego a dormir a nuestras tumbas. ¿Para qué andar pensando en los que vinieron antes puesto que ya no suponen nada para nosotros? ¿Para qué pensar en los que vendrán detrás de nosotros puesto que para ellos ya no supondremos nada? Pero entonces, si todo va a parar al olvido, ¿por qué construimos y por qué construyeron nuestros antepasados? ¿ Por qué escribimos (...), por qué plantar árboles y por qué engendrar? Si le damos excesiva importancia al instante en que vivimos, dejamos que nos asedie un óceano de muere. Y, a la inversa, al resucitar el tiempo pasado acrecentamos el ámbito de la vida."

En el año 2000, Amin Maalouf decidió enterarse de cómo fue la vida de sus antepasados, centrando su investigación en su abuelo Botros, que vivió entre los siglos XIX y XX en tierras que entonces pertenecían al imperio otomano, y su entorno. En la antigua casa familiar, el escritor había encontrado una maleta llena de cartas antiguas, postales, fotos, documentos con los que empezó a componer un gran puzle, en el que fueron también ingredientes fundamentales sus recuerdos de infancia y los testimonios de parientes vivos.

Botros fue un hombre rebelde, ateo y amante de la cultura y la pedagogía, un adelantado para su época. Su trabajo más meritorio fue la fundación de una Escuela Universal que educaba a los chavales, atendiendo a criterios que resultaron más fructíferos que los que imperaban en las demás escuelas, todas ellas ligadas a una confesión religiosa.

Un hermano suyo, llamado Gebrayel, se había marchado a Cuba a principios del siglo, arrastrando a otros miembros de su familia a la emigración. Maalouf no supo la verdadera peripecia de su tío abuelo en la isla hasta que leyó con atención los viejos papeles que guardaron sus abuelos. Y un buen día se fue al Caribe para descubrir cuánto había de inventado y cuanto de cierto en las leyendas familiares que escuchó de niño.

Aunque no es una novela, el libro se lee con el mismo interés pues Amin Maalouf tiene un don especial para la narrativa. También es interesante el contexto histórico, pues en aquellos primeras décadas del XX el imperio otómano tuvo su decadencia y en el mapa político empezaron a aparecer los países que hoy conforman una parte de Asia y otra de Europa.

sábado, 26 de julio de 2008

Las mujeres mineras

Josey Aimes abandona a su marido, que la golpea, y regresa con sus dos hijos, a Minnesota, al hogar de sus padres, donde es recibida con recelo. Josey tuvo a su primer hijo con 16 años y nunca confesó de quien lo había engendrado. Josey se coloca en una peluquería, y ahí la encuentra una vieja amiga, Glory, que trabaja como camionera en la mina en la que están empleados la mayoría de los hombres del pueblo. La mina ha tenido que aceptar que algunas mujeres se incorporen a su plantilla. Josey ganaría en la mina seis veces más que en la peluquería, podría comprarse una casa propia, mantener a sus dos hijos...

La experiencia es más complicada de lo que pueda soportar una mujer corajuda, como es ella. Los compañeros consideran que las mujeres ocupan puestos que no les corresponden y aprovechan cualquier situación para vejarlas y acosarlas. Josey reacciona ante esta situación, sin que ninguna de las otras mujeres la respalde, no sólo por temor a perder su empleo, sino también porque ellas mismas, atenazadas por unos principios rancios y demoledores, consideran que están donde no debieran.

La película, cuyo título original es North Country, lleva en castellano un título que me confundió. "En tierra de hombres". Según reza un letrero inicial, está basada en hechos reales, en la verdadera lucha de las mujeres estadounidenses por conseguir una equiparación de derechos laborales con los varones, la lucha por la supervivencia, el respeto social y la independencia económica.

No entiendo por qué una mujer tan guapa se mete en estos líos, por qué no buscas otra salida. le dice en una escena el abogado a Josie. ¿Un hombre que me mantenga? pregunta Josie. No aspiro a eso, agrega la mujer.

Aunque el guión es ficticio, me conmueve pensar que hubo mujeres que tuvieron que pelear de manera similar a la de las protagonistas de como las protagonistas de esta película, mujeres que padecieron discriminación, tratos vejatorios y conflictos familiares a causa de su incorporación al trabajo; que se enfrentaron a la sociedad, a los convencionalismos, a las leyes y a sus propias familias, demostrando una capacidad de aguante y un valor que ni ellas mismas sabían que poseían.

Ayer vi esta película, esperándome, a tenor del título que se le ha dado en castellano, una aventura de vaqueros a las que no soy en exceso aficionada. Y me sorprendió, me indignó y me emocionó la historia de Josie, a quien pone una cara, hermosa y cargada de sentimientos, esa actriz magnífica que es Charlize Theron.

miércoles, 23 de julio de 2008

Los superventas

Estaba llegando ya a la página 500 del libro cuando me tropecé con una entrada antigua de Anab en La puerta deshecha, reflexionando sobre los que se nos anuncian como best sellers, ese género literario que aglutina novelas abultadas, de temática variada (histórica, fantástica, trágica, misteriosa), llenas de personajes heroicos y de acontecimientos desmesurados, que se venden como rosquillas en los grandes almacenes y en las librerías, sobre todo cuando llevan la firma de uno de los autores ya reputados en esta especialidad.

Dice Anab que no hay que negarse en principio a "quemarse" las manos con un novelón de esta categoría, que, desdeñando prejuicios, hay que leerlos para forjarse una opinión propia al respecto. Y yo apoyo su tesis. No es que me proponga animar a nadie a que se engulla un mamotreto de esta índole, pero sí que voy a declarar, sin pudor ninguno, que he leído ciertos títulos famosísimos por curiosidad y por hacerme una idea de cuáles son los ingredientes que los convierten en superventas.

Los llamados Best sellers suelen ser novelas de lectura fácil, o sea, que el lector no necesita emplear muchos recursos intelectuales para asimilar el argumento, para entender el comportamiento de los personajes, para degustar el lenguaje (que suele ser simple y básico) o los giros sintácticos. Todo está muy bien explicado para no crearle al usuario dudas sobre quiénes son los buenos, quiénes son los malos y cómo piensa cada uno de ellos. Sólo hay que dejar que los ojos se deslicen por los renglones y pasar las páginas. No hay que echarle al asunto ni emotividad, ni destrezas mentales, ni demasiada imaginación.

Son libros que, como dirían los detractores del arte comprometido, de las obras espesas y complicadas, no te obligan a "pensar", no te hacen sufrir. Son novelas que te entretienen y te ayudan a evadirte de la realidad ambiental. No se precisa mucha experiencia en la lectura para engullir sus cientos de páginas, al igual que te zampas un platillo de aceitunas o una bolsa de patatas fritas.
Pero a algunos lectores no nos basta con que un libro nos ayude a matar el tiempo; también queremos que nos aporte algo: que nos sorprenda, que nos emocione, que nos enseñe, que nos revuelva los sesos, que nos obligue a coger un diccionario, que nos haga recapacitar, que nos provoque un lamento o una sonrisa, que nos soliviante, que nos cautive...

"...tildar a una obra de «superventas» sólo implica un gran nivel de ventas y difusión, y no necesariamente una calidad excelente o un rigor académico impecable", dice la Wikipedia cuando buscas la definición de bestseller. Un comentario que es válido para muchas de las novelas que se venden a millones en la actualidad, pero no lo es para el libro más vendido de la literatura española, el best seller de la lengua castellana. Ese que cuenta las andanzas del caballero Alonso de Quijano.

jueves, 17 de julio de 2008

Poemas de Rodolfo

Me resulta difícil escoger uno entre todos los poemas, para compartirlo con quienes no lo tenéis a mano. El libro se titula Al oeste hay apaches y su autor es Rodolfo Serrano, cuyo blog visitais algunos de vosotros. Rodolfo es un periodista de calibre superior pero también es narrador y es poeta. Y un gran tipo.

El martes Rodolfo presentó el libro, rodeado de amigos que se llevaron sus versos en los bolsillos. Aunque es difícil escoger, voy a transcribir un poema, Lección de historia, que a mí me suena como campanas tocando al atardecer de un día nublado de estío .


De todas las historias, y si puedo, he de elegir la nuestra.
La que nunca saldrá en los calendarios ni en los libros escritos.
La que tú y yo dejamos pintada en las paredes y en las sábanas.
Aquella que no tiene hazañas que contar más allá de nosotros.

De todas las más bellas epopeyas, prefiero la marcada
en tus labios benditos, la heroica odisea de una noche contigo.
El cansancio sin sudor de los dioses en cualquier madrugada,
la conquista sin sangre de aquella fortaleza que llamaba tu cuerpo.

De todas las historias, me quedo con tu nombre,
Aunque nadie lo sepa, aunque ya no sea mío.