Siempre
noto
una pequeña bruma al despuntar la mañana. Un pinchazo de inquietud. Es
el primer recuerdo, tras la noche, de los amigos y
conocidos que están padeciendo el virus. Es tambien el deseo de recibir
de ellos noticias cuanto antes, noticias que hablen de mejoría de su
salud o, cuando menos, de
una estabilidad dentro del mal.
El
número de personas que me preocupan ahora ha ido
creciendo a medida que enviaba mis mensajes de whastsapp, pues en estos
días he adquirido el compromiso conmigo misma de contactar con
familiares y
amigos de los que no he sabido nada desde antes del confinamiento. Que
me respondan los afectados desde la habitación de su casa o desde su
cama de hospital es señal de que están doblegando al maldito virus,
porque no están con respiración artificial.
Estoy
muy
agradecida a quien inventara esta red de comunicación instantánea que me
permite hablar con mis gentes con tanta facilidad. Estén donde estén en
estos
momentos. Yo soy de las que nunca me
quejo de las redes sociales y, mucho menos, de las que nos permiten la
comunicación personal. A veces la relación se basa en vídeos que no nos
interesan, en
chistes que no nos hacen gracia o en enlaces de artículos que nos
encorajinan cuando los leemos. Pero la posibilidad de preguntar a una
prima, a un hijo, a
una querida amiga: ¿cómo estás y cómo está tu familia? y obtener al cabo
de un
minuto o de una hora una respuesta de su parte, es tan gratificante que
supera con creces
las molestias que puedan causar ciertos mensajes vacíos, insolentes o
inoportunos.
Lo mismo diría de otras redes. En twitter, por ejemplo, se cuecen inquinas, campañas malévolas, insultos, bulos, desprecios, ataques despiadados, bravuconadas… Amparados en el anonimato, una cantidad importante de individuos/as vociferan e injurian con unas maneras que, me atrevo a creer, no se atreverían a adoptar si estuvieran en presencia del usuario o del personaje al que se dirigen sus invectivas. Hay que ser más listo que estos insultadores profesionales y no caer en sus tuits. O aplicar ese dicho tradicional de que que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. La afluencia de bots, de bocazas o de calumniadores no nos puede impedir disfrutar de asuntos que nos interesan: artículos que nos ilustran, opiniones que nos iluminan, fotos que nos conmueven, vídeos que nos alegran, chistes que sí nos hacen gracia.
Abominar de las redes no es la solución. Lo idóneo es usarlas, sin despistarnos con cantos de sirenas venenosas, para nuestras relaciones personales, para encontrar gente que comparte nuestras aficiones, para saciar nuestra curiosidad, para entretener nuestro ocio, para avisar de nuestros eventos o publicar nuestros trabajos. ¿Os imaginais que solos y tristes estaríamos en este periodo de confinamiento si no tuviéramos los mensajes de whatsapp de los amigos, si no pudiéramos contactar por videoconferencia con la gente a la que queremos, si no nos pudiéramos mandar fotos por correo electrónico, relatos, carteles, propuestas? ¿Si no pudiéramos ver una obra de teatro, un concierto, una clase de gimnasia en el ordenador o la tablet?Lo mismo diría de otras redes. En twitter, por ejemplo, se cuecen inquinas, campañas malévolas, insultos, bulos, desprecios, ataques despiadados, bravuconadas… Amparados en el anonimato, una cantidad importante de individuos/as vociferan e injurian con unas maneras que, me atrevo a creer, no se atreverían a adoptar si estuvieran en presencia del usuario o del personaje al que se dirigen sus invectivas. Hay que ser más listo que estos insultadores profesionales y no caer en sus tuits. O aplicar ese dicho tradicional de que que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. La afluencia de bots, de bocazas o de calumniadores no nos puede impedir disfrutar de asuntos que nos interesan: artículos que nos ilustran, opiniones que nos iluminan, fotos que nos conmueven, vídeos que nos alegran, chistes que sí nos hacen gracia.
Hoy está rulando por las redes la canción que tantas veces y en tantas circunstancias hemos cantado los que ya cumplimos una edad. Un vídeo que ha sido posible y es compartido merced a las nuevas tecnologías. Yo se lo dedico a la amiga querida que está ingresada en el Hospital La Paz.
Resiste, amiga. Sin decaer nunca.
Resiste.
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