Se agradecen
los mensajes positivos que cierran los informativos de la televisión. Las
cifras terribles de la epidemia no cesan, aunque estén oscilando a la baja
desde hace tres o cuatro días. Es acertado, supongo, aportar también las cifras
de quienes se curan y convencer a la gente, sobre todo a los mayores, de que
pillar el maldito virus no implica una condena a muerte irremediable.
Sí, es muy
difícil despejar los miedos de los mayores cuando a estas alturas se siguen
descubriendo casos dramáticos en residencias que se subvencionan con dinero
público y que debieran ser controladas por la autoridad competente. Una de las
últimas noticias es la de una residencia madrileña, de titularidad pública y
gestión privada, donde el ejército ha descubierto miles de mascarillas en un
almacén mientras a los residentes se les privaba de la mínima protección para
evitar el contagio. Escándalo mayúsculo, pero ¿se le retirará a la empresa que
gestiona esa residencia la adjudicación de esta y de las otras 198 que tiene en
todo el país? ¿Se denunciará a los propietarios ante los tribunales por descuidar
a los mayores y atentar contra su vida? ¿Se les inhabilitará para que nunca más
vuelvan a ocuparse de un colectivo que merece toda la dignidad, todo el esmero,
las máximas atenciones físicas y sanitarias en el trato?
(Ojalá las
residencias de mayores dejaran de ser un negocio y se convirtieran en
establecimientos sociales que no han de dar más beneficios que los
imprescindibles para pagar adecuadamente a sus trabajadores y cubrir los gastos
lógicos de su funcionamiento. Ojalá no fueran vetas de oro para empresas y
fondos buitre cuyos objetivos no tienen nada que ver, en modo alguno, con el
deseo o la obligación social de hacerles más llevaderos a los mayores los años
que les quedan por vivir).
Volviendo
atrás. Se agradecen los mensajes positivos que nos envían los medios de comunicación
para restarle peso a la pena que nos carcome cuando conocemos las noticias del
día. Se agradece el interés de aportar un mínimo consuelo, un resquicio de
esperanza, una píldora de entusiasmo que nos calme cuando el miedo, la
claustrofobia y la angustia nos nubla el ánimo.
Pero a veces
el triunfalismo adopta formas excesivamente pueriles. A mí estos mensajes insititucionales o publicitarios de “somos los mejores, somos unos valientes, somos grandes”, o “esto
está chupado, ya no queda nada, vamos a montar una buena cuando salgamos” se me
atragantan como si fueran caramelos descomunales que no me caben en la boca.
Esta es mi
opinión, desde luego, y yo no soy psicóloga ni socióloga. No me parecen muy efectivos los mensajes de aliento
y victoria de futbolistas que hacen ejercicio en los salones de sus viviendas,
de periodistas que difunden bulos y consignas alarmistas en sus programas o de
personajes de medio pelo que aprovechan la ocasión para darnos lecciones de filosofía
vital. Y aun menos las consignas y los eslóganes de las entidades políticas o empresariales que tienen responsabilidad en la gestión y el control de esas residencias que han funcionado tan mal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario