jueves, 30 de abril de 2020

Preguntas

¿Puedo celebrar mi cumpleaños?
Escuché esta pregunta ayer en un informativo. No me la he inventado yo.
Pero me puedo inventar alguna para participar en esta curiosidad general y sumarme al panorama de confusión que han generado las directrices de la llamada desescalada.

¿Puedo usar el lavabo si voy a la terraza de un bar? ¿Tengo que usar los guantes para tirar de la cadena?
¿Conviene que me lleve mi propia taza si voy a pedir café o mi copa si voy a tomar cerveza? ¿Y la cucharilla para diluir los azucarillos?
¿Debería usar prendas de manga larga cuando haga calor para evitar que se me contaminen los brazos? ¿Debería evitar las sandalias para que no me caigan gotículas de virus en los pies?

Hay muchas dudas. Lógico y lícito.
Dudas colectivas y dudas individuales que cada cual plantea según sus intereses, sus apetencias y sus circunstancias. Y a todos nos asiste el derecho a preguntar.
Lo que no entiendo es que exijamos a las autoridades competentes una normativa exacta, cuadriculada, milimétrica para abordar situaciones particulares, rebuscadas incluso, para saber qué hacer en cada momento del día y de la noche.
No entiendo que se critique que de la inteligencia y de la responsabilidad de cada uno o una dependa la forma exacta de actuar en circunstancias muy concretas y muy personales.

Vamos, que tú sabrás si puedes celebrar tu cumpleaños, tú sabrás si puedes bajar la basura en pijama o si tienes que abrir el buzón una vez o siete a la semana, tú sabrás si quieres casarte con tu pareja cuanto antes o lo dejas para cuando puedas recibir a 500 invitados.

miércoles, 29 de abril de 2020

Nuestra calle

Eran casi las doce. Me asomé a la ventana y escuché el sonido apagado de la ciudad, un sonido que no llega a ser silencio pero se le asemeja. El mismo pseudosilencio que la primera noche de confinamiento me causó una mezcla de estupor, tristeza y miedo, me producía ayer un sosiego que añoraré, sospecho, cuando las noches se vuelvan a llenar de coches, de ruidos y griterío.

Me asusta un poco pensar que dentro de unas fechas el asfalto de la ciudad se va a cubrir de vehículos humeantes, que ensuciarán esta atmósfera madrileña ahora tan limpia, y que volverán a sobrecargarse las aceras con las terrazas de los bares: si antes ya eran excesivas y ocupaban en demasiados casos mayor espacio físico del que les correspondía, ahora pretenden expandirse. ¿Lo harán a costa de los paseantes?

Ojalá de esta pesadilla salieramos todos, pueblos y ciudades, con alguna lección aprendida. La lección de la solidaridad y la buena vecindad, la primera. Pero también deberíamos aprender lecciones sobre preservación del entorno, la sostenibilidad y habitabilidad de las ciudades, el cuidado de los servicios públicos, el diseño de las viviendas, el freno a la contaminación... ¡Ojalá!

Mientras perdura el encierro recibo una fotografía de mi amiga de infancia.


Díficil reconocer esa calle, siempre tan concurrida, en la imagen. Difícil también imaginar el sonido apagado que llegará hasta tu terraza desde esas aceras tan bulliciosas a todas las horas del día.
Pero sí, es nuestra calle, la de nuestros primeros pasos y la de nuestra amistad. La de los paseos familiares, con niños y con abuelos, la calle por la que íbamos al colegio y al mercado, la que seguimos recorriendo y paseando tantas décadas después.

Esta imagen es, desde otro ángulo, la de los edificios que decoran cientos de escenas, cientos de recuerdos, cientos de anécdotas de nuestras vidas. Hay elementos en el entorno que han desaparecido y otros que subsisten modificados. Pero sigue siendo nuestra calle.

Me gusta verla así, desde esta perspectiva, deshabitada. Pero será una fiesta el día que vuelva a pasar por ella para reencontrarme con las personas que ahora añoro tanto. (Foto: Isabel)

martes, 28 de abril de 2020

¿Los primeros?

¡Qué peleas por ser los primeros en abrir!
Oigo declaraciones de autoridades regionales o locales reclamando ser los primeros en salir de confinamiento. Y me pregunto yo, ¿a qué tanta prisa en abrir los chiringuitos de las playas si no van a llegar de otras comunidades sus clientes habituales? ¿De qué les vale poner en marcha los hoteles si no funcionan los aviones en los que llegarían los turistas de otros países? ¿De qué les vale ser los primeros?

¿Será por ganar votos o será por eso de somoslosmejores que usan algunas de esas autoridades para consolar a sus vecindarios y reforzar los egos colectivos?

Otra pregunta que me surge estos días. Nos dan constantes noticias sobre la pronta apertura de los bares y nos alegra porque nos apetece regresar a la costumbre de tomarnos café y cañas con los amigos. Pero ¿qué pasa con los cines y los teatros? ¿Qué pasa con los museos y las salas de exposiciones? ¿No se consideran tan importantes para la recuperación económica como los restaurantes, los bares y los hoteles?

Maruja Mallo
La cultura también genera riqueza y puestos de trabajo, al margen de los beneficios no tangibles que nos aporta como seres pensantes y sentimentales. ¿Cuántos actores, trabajadores de la industria del cine, de las editoriales, de los museos están esperando que se termine el parón para volver a su puesto de trabajo, si es que su empresa no se ha ido al garete durante la crisis del maldito virus?

 ¡Qué ganas de volver a veros Maruja, María, Ángeles....!
María Blanchard

lunes, 27 de abril de 2020

Flores y responsabilidad

La estampa feliz de los niños que podían salir de casa después de tantas jornadas de encierro se nubló por la tarde, cuando empezaron a multiplicarse en las redes imágenes de concentraciones en los parques abiertos, escenas de críos jugando al fútbol, de adultos sentados en un muro sin guardar las distancias exigidas. Siempre hay que ser cauteloso con las fotos que se envían por whatsapp o se cuelgan en Twitter porque más de una vez nos han colado como actual una imagen de hace dos años o nos han hecho creer que ocurría en España una escena grabada en otro país.

Pero aunque pongamos en duda la veracidad absoluta de estas escenas y sabiendo que generalizar es siempre un error, hay que aceptar algo que no deja de sorprendernos: hubo unas docenas de padres (ellos son los responsables, no sus criaturas) a lo largo y ancho del país que se olvidaron de las normas que hasta ayer posiblemente cumplían a rajatabla. Se arrimaron a otros padres y les consistieron a sus hijos que se arrimaran a otros niños y que compartieran objetos, los balones, por ejemplo, que podían ser vehículos de contaminación.

El malestar del resto de la población es lógico. Si estos comportamientos se repiten durante esta semana, peligra el permiso para que el resto de la población, los mayores, los que no tenemos niños, salgamos a caminar y a pasear a partir del próximo sábado. Si se repiten las malas prácticas y se producen alteraciones en la tendencia a la baja de los contagios y fallecimientos, o si empiezan a llenarse los hospitales de niños y adultos lesionados, igual se prolonga el confinamiento y se retrasa la vuelta a la actividad de los comercios y empresas donde trabajan millones de personas afectadas por los cierres y los ERTEs.

¿Tan difícil le es entender la situación a esos adultos que no supieron o no quisieron controlar a los chavales? ¿No resulta penoso que en estos tiempos de solidaridad, de entendimiento humano haya que recurrir a sanciones para que padres y madres mantengan las normas de prevención establecidas por expertos que saben de epidemias yde contagios bastante más de lo que sabemos los paisanos de a piel?

Fueron minoría los que se olvidaron de que seguimos en riesgo de contagio o los que se saltaron las normas conscientemente. Lo sé. Fueron una minoría.

La mayoría de padres, madres y niños salieron a la calle con la lección bien aprendida. Y disfrutaron de la primavera. Como mis amiguitos M y D, que viven cerca de un campo y tuvieron la suerte de ver y oler las altas hierbas y las flores silvestres que han brotado con las lluvias de esta primavera. Ellos sabían lo que podían y no podían hacer, no sólo porque tienen ya edad de comprender lo que ocurre en su entorno sino también, y sobre todo, porque sus padres les hablan como personitas inteligentes que son y comparten con ellos concienciación, buenos propósitos y responsabilidades.


Esta experiencia es la que hoy cuenta para mí. Es la que ha de prevalecer para que más pronto que tarde podamos salir todos de casa a disfrutar de lo que queda de primavera en las ciudades y en los campos.

domingo, 26 de abril de 2020

Niños y niñas, ¡por fin!

Desde la ventana veo a los tres pequeñajos que vienen con sus madres a comprar el pan. ¡Qué gusto da ver niños por las aceras! Por la esquina aparecen dos hermanos con su padre, una con triciclo, el otro caminando con pasitos menudos y vacilantes. ¿Qué sentirán las criaturas después de cuarenta y tantos días de encierro?

No soy la única que disfruto del panorama. Hay otros vecinos que se asoman a sus balcones y contemplan con una media sonrisa los grupitos familiares, disfrutando de la estampa: los niños le dan un brochazo de color y viveza a esta ciudad triste, de espacios deshabitados. Ellos son hoy la evidencia de que algún día todos podremos volver a salir a la calle sin que el miedo al maldito virus nos corte el aliento y nos anquilose las piernas.

A trabajar o de compras todavía no, pero ya nos han dado una fecha probable para salir a dar unas carreras o a pasear en compañía de los nuestros. Si las cifras de incidencia de la enfermada siguen bajando, y hoy lo han hecho, el día 2 de mayo los adultos tendremos la puerta abierta para darnos unas vueltas por el barrio. Oigo comentarios en contra (¿cómo no y cuándo no?), mensajes desalentadores y más consignas de pánico, pero yo tengo intención de aprovechar el permiso y darme una caminata más allá de la manzana donde están las tiendas a las que voy a comprar estas semanas.

A ver si las piernas no me fallan antes de tenerlas quince minutos seguidos en movimiento. 😂😂

sábado, 25 de abril de 2020

Tierra de fraternidad y claveles

Terra da fraternidade
Grândola, vila morena
Em cada rosto, igualdade
O povo é quem mais ordena

Todavía cantamos esta canción cuando llega el día.
Tierra de fraternidad, el pueblo es quien más ordena.

Comprábamos claveles y los exhibíamos, orgullosos del fin de una dictadura que fue un augurio y un precedente del final de la que persistía en España.
Y cantábamos la canción sin saber aún que Grândola era un municipio del centro de Portugal ni haber escuchado antes de la Revolución de los Claveles el nombre de su autor, José Alfonso.

¡Cuánto deberíamos aprender de los hermanos portugueses!
En este momento de crisis, dolor y encierro, en Portugal se están haciendo las cosas con eficacia y concordia. "Un éxito —si es que se puede hablar de éxito en circunstancias en las que se producen fallecimientos— atribuible no solo a la responsabilidad de los ciudadanos portugueses, sino también a sus instituciones y a su clase política", dice hoy el editorial de El País:

Mi admiración por las gentes y las maneras de este Portugal del siglo XIX.
Y el recuerdo imborrable de sus paisajes, sus castillos y sus pueblos.

viernes, 24 de abril de 2020

Sopesando lo que viene


El domingo 15 de marzo no nos creíamos capaces, al menos yo no me lo creía, de estar encerrados dos semanas enteras en casa sin desquiciarnos. Pero ya llevamos cuarenta días y aquí estamos, aguantando. A ratos nos desquiciamos, es cierto. Nos abruman las circunstancias, nos oprimen las paredes, miramos la puerta de salida con el pulso acelerado. Pero estamos aguantando el confinamiento con resignación y entereza, aunque haya medidas que no entendemos, que nos parecen exageradas, aunque no cese la pena por los que enferman o mueren por culpa del maldito virus y nos  preocupe hasta la angustia el futuro que le aguarda a nuestra gente joven, a los que han perdido el trabajo o han cerrado su modesto negocio en estas circunstancias.

Inmersos en una rutina a la que tratamos de acomodarnos para soportar los inevitables episodios de desazón y claustrofobia, hablamos ya con los amigos (imprescindibles las conversaciones vespertinas con esa compañera que comparte tantos recuerdos y expectativas) de la salida y el desencierro… Los políticos lo llaman desescalada y la prensa nueva normalidad. Los de a pie asumimos estos vocablos con precaución y cierta perplejidad.

¿Qué es la nueva normalidad? ¿Acaso sabemos qué era la normalidad antes del 15 de marz0?
Que ciertos usos y costumbres tengan que cambiar no nos pilla de sorpresa y lo aceptaremos de buen grado; que no podamos tocarnos y abrazarnos con nuestros allegados nos fastidiará pero lo aceptaremos también; que se eviten las aglomeraciones en locales cerrados o espacios públicos lo llevaremos con paciencia y hasta con placidez; que se fomente el trabajo desde casa lo veremos como una ventaja (miremos esas empresas que ya lo practicaban antes, permitiendo la conciliación de parejas con criaturas o mayores dependientes a su cuidado).

Pero hay noticias en la prensa que causan desagrado. Los bares piden que las terrazas ocupen más espacio en las aceras para que las mesas guarden distancias entre ellas. ¿Más espacio quieren ocupar? Las aceras madrileñas están tan colonizadas que en algunos sitios los peatones han de caminar en fila india. No. Esta nueva normalidad no me gustaría.

En Madrid se rebajarán los impuestos a los locales de juego como si fueran comercios imprescindibles o benévolos. No me refiero a los despachos de lotería o los quioscos de la Once sino a esos lugares tétricos que han proliferado en los barrios y contra los que los vecinos protestan continuamente. ¿No los iban a controlar? ¿Por qué se les brindan ayudas económicas si no hacen ningún bien social? No creo que a la mayoría de los madrileños les guste esta nueva normalidad.

jueves, 23 de abril de 2020

Más libros, por nuestra salud

Mi querido amigo Vicent me envía una ilustración para felicitarnos por el Día del Libro. Me prometo a mí misma, una vez más, que tengo que pasar un 23 de abril en Barcelona. O en Valencia.

¡Qué buenos compañeros son los libros! Compañeros leales en circunstancias adversas, en retiros y convalecencias, colegas de viajes, de trayectos y de vacaciones; cómplices en los ratos de soledad y de apartamiento, con sus poderes analgésicos y estimulantes, con su capacidad para hacernos reír, llorar, soñar y olvidar. ¡Cómo enriquecen la vida!

Al comenzar la temporada de encierro casi todos nos propusimos dedicar más tiempo a la lectura. Sacar por fin de la estantería el libro que teníamos pendiente o recuperar alguna obra maestra que leímos años atrás. ¿Lo hemos hecho?

Mis amigas lectoras sí lo hacen. Cada día envían al grupo comentarios de los libros que están leyendo o releyendo, párrafos e ideas que deseamos compartir personalmente cuando podamos regresar a la biblioteca en la que nos reunimos una vez al mes.

En la radio o en las redes encuentro respuestas menos positivas. Hay personas que están tan  atareadas con las actividades  que se consideran propias del confinamientos que no les sobra un rato para la lectura. El trabajo a distancia, las clases de los niños, la hora de gimnasia, los espectáculos on line, la revisión permanente de las noticias en la prensa digital o en la televisión, el horneado del pan o las galletas, la preparación del atuendo para salir a comprar alimentos, esas tareas les dejan sin un par de minutos para abrir un libro. 

Otras sí tenemos tiempo para leer porque hemos renunciado a hacer pan en casa (lo que nos evita también ir de tienda en tienda buscando harina o levadura, productos que escasean en los comercios de Madrid), no nos hemos apuntado a un cursillo de artesanía por ordenador y, sobre todo, hemos reducido el periodo dedicado a la información y el número de medios digitales que consultamos. Porque no, no es saludable tener toda la santa mañana encendida la televisión para escuchar el griterío de los políticos y los tertulianos sempiternos emitiendo opiniones que no se basan ni en su cualificación científica, ni en la multiplicidad de sus fuentes, ni en su ecuanimidad o filantropía.

No es sano leer en la prensa titulares que son mensajes de odio, frases escandalosas de personajillos que jamás han optado a un puesto de trabajo por méritos profesionales o académicos, que siempre se han ganado la paga por su adhesión o su afiliación a un partido con mando en plaza. 
No es higiénico ni para los ojos ni para el alma ver caras crispadas, escuchar bulos e insultos, consignas malévolas que más que a derrotar al adversario, lo que consiguen es azuzar la incertidumbre, el temor, la desazón de la gente de a pie.

Así que en vez de estar pendientes de las declaraciones y pronósticos de tipos y tipas que deben haber leído pocos libros en su vida (algunos, quizás ni los de la carrera de la que ostentan un título), por nuestra salud, es mejor prescindir de tanta noticia y concentrarnos en la lectura, sea una novela, un relato fantástico, un ensayo de historia, un poemario, un comic, un tratado de arte... Lo que sea.

Feliz Día del Libro.... con libros.

miércoles, 22 de abril de 2020

Calleja y Sepúlveda

Las estadísticas son abrumadoras, las cifras de contagiados y fallecidos no han parado de crecer desde el mes de marzo, aunque el ritmo se haya ralentizado en nuestro país. Siguen enfermando y muriendo demasiadas personas. En España y en todo el planeta. Pero las cifras, esos números terribles que manejan algunos voceros como arma política, para las gentes de a pie se concretan en nombres y parentescos concretos. En los nombres exactos de los fallecidos, sean de nuestro entorno, sean de allegados de nuestros amigos.

Lo decía Angels Barceló esta mañana: le ponemos nombre a las estadísticas: la madre de tal, el padre de cual, el amigo del pueblo… O el compañero que estuvo trabajando hasta que el maldito virus le envió a un hospital donde ha estado veinte días peleando por su vida. Ese compañero es José María Calleja, un buen periodista (que los hay, entre tantos buitres carroñeros de la prensa, hay muy buenos periodistas). Calleja era un hombre con fina ironía y gran capacidad crítica, un ser humano que estuvo hasta el último momento alabando a los trabajadores que le estaban atendiendo en su enfermedad, contaba su compañera de tertulias matinales.

El maldito virus se está llevando a muchos hombres y mujeres a quienes no les tocaba marcharse todavía. Algunos tan activos y comprometidos como el periodista Calleja. O como el escritor chileno Luis Sepúlveda, que falleció el día 16 de abril en Asturias, la tierra en la que había asentado su residencia tras escapar de la dictadura de su país, después de mes y medio de ingreso hospitalario.

Tampoco les tocaba irse a muchos de esos abuelos y abuelas de las residencias de todo el país. En Madrid han fallecido, más o menos, porque los datos siempre son dudosos (no sé si por ineptitud o por manipulación) casi 5.300. En Cataluña cerca de 3000. Los juzgados están admitiendo denuncias de los familiares de los fallecidos y de los alcaldes de algunas poblaciones muy afectadas. No son estas las primeras denuncias contra estos establecimientos en los que el negocio, parece colegirse, importa más que el cuidado de esas personas que ya no pueden valerse por sí mismas. Personas que merecerían de la sociedad, autoridades y paisanos, afecto, comprensión, cariño, dedicación, agradecimiento.

Porque a los ancianos, a esos mayores que han tenido una vida sencilla y laboriosa, de sacrificios, de esfuerzos, de mejoras y desatinos, (como la de tantos de nosotros), les debemos lo que somos y lo que tenemos, lo bueno, lo malo y lo regular. La existencia, el crecimiento, el aliento, los avances sociales... Todo
Ellos son ahora lo que nosotros seremos dentro de unos años. ¿Podríamos meternos en su piel por unos instantes?

De Luis Sepúlveda nos queda su voz y sus libros, que lo hacen inmortal.