El domingo
15 de marzo no nos creíamos capaces, al menos yo no me lo creía, de estar
encerrados dos semanas enteras en casa sin desquiciarnos. Pero ya llevamos cuarenta
días y aquí estamos, aguantando. A ratos nos desquiciamos, es cierto. Nos
abruman las circunstancias, nos oprimen las paredes, miramos la puerta de
salida con el pulso acelerado. Pero estamos aguantando el confinamiento con
resignación y entereza, aunque haya medidas que no entendemos, que nos parecen
exageradas, aunque no cese la pena por los que enferman o mueren por culpa del maldito virus y nos preocupe hasta la angustia el futuro que le aguarda a nuestra gente joven, a los que han perdido el trabajo o han
cerrado su modesto negocio en estas circunstancias.
Inmersos en
una rutina a la que tratamos de acomodarnos para soportar los inevitables
episodios de desazón y claustrofobia, hablamos ya con los amigos
(imprescindibles las conversaciones vespertinas con esa compañera que comparte
tantos recuerdos y expectativas) de la salida y el desencierro… Los políticos lo
llaman desescalada y la prensa nueva normalidad. Los de a pie asumimos estos
vocablos con precaución y cierta perplejidad.
¿Qué es la
nueva normalidad? ¿Acaso sabemos qué era la normalidad antes del 15 de marz0?
Que ciertos usos y costumbres tengan que cambiar no
nos pilla de sorpresa y lo aceptaremos de buen grado; que no podamos tocarnos y abrazarnos con nuestros allegados nos fastidiará pero
lo aceptaremos también; que se eviten las aglomeraciones en locales cerrados o
espacios públicos lo llevaremos con paciencia y hasta con placidez; que se fomente el trabajo desde casa lo veremos como una ventaja (miremos esas empresas que ya lo practicaban antes, permitiendo la conciliación de parejas con criaturas o mayores dependientes a su cuidado).
Pero hay
noticias en la prensa que causan desagrado. Los bares piden que las terrazas ocupen más espacio en las aceras para que las mesas guarden distancias entre
ellas. ¿Más espacio quieren ocupar? Las aceras madrileñas están tan colonizadas que en
algunos sitios los peatones han de caminar en fila india. No. Esta nueva
normalidad no me gustaría.
En Madrid se rebajarán los impuestos a los locales de juego como si fueran comercios imprescindibles o benévolos. No me refiero a los despachos de lotería o los quioscos de la Once sino a esos lugares tétricos que han proliferado en
los barrios y contra los que los vecinos protestan continuamente. ¿No los iban
a controlar? ¿Por qué se les brindan ayudas económicas si no hacen ningún bien
social? No creo que a la mayoría de los madrileños les guste esta nueva normalidad.
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