Imagino los nervios de esos críos que ya llevan cerca de cuarenta días metidos en casa. ¡Qué ganas de que llegue el próximo lunes! ¡Qué ganas de comprobar lo que ha pasado por ahí abajo mientras ellos estaban encerrados entre cuatro paredes y el maldito virus se paseaba por las calles y plazoletas de su barrio! ¡Qué ganas de ver a los amigos!
Pero por muy grandes que sean esas ganas, las criaturas, que están muy concienciadas respecto a la situación de peligro que vive el planeta entero, saben que ni van a encontrarse con sus amigos, ni van a ir al parque a montar en los columpios ni van a poder separarse del padre o de la madre cuando salgan de paseo.
La presencia de niños borrará la pátina de tristeza y desolación que pinta las calles madrileñas desde que saltaron las alarmas. Una ciudad sin presencia infantil es un escenario lúgubre, es como una estampa sin futuro.
Pero ¿y qué pasa con los mayores? A los de cierta edad las puertas no se les/nos van a abrir hasta más adelante. Incluso en algún artículo se apuntaba que convendría dejar a los abuelos en casa hasta finales de año. ¡Qué locura! ¡Encerrados sin caminar, sin ir al parque, sin ir a la compra, sin tomar el sol, sin ver a los amigos! Eso sí que puede acabar con la salud, la física y la psicológica, de cualquiera.
Por otra parte, si los mayores no pueden salir de casa ¿quién irá a buscar a los niños a los colegios cuando se reabran las aulas? ¿Quién les dará la merienda? ¿Quién irá a las visitas culturales por las calles, a las exposiciones, al cine, al teatro cuando se reanuden?
Mi amigo Ángel hace unos días decía que sin los viejos roqueros el país está perdido. O echado a perder, las dos cosas me valen.
Y hablando de gentes de edad, sopesemos con Serrat el día de hoy, 20 de abril.
1 comentario:
Un pueblo sin niños jugando en sus calles es un pueblo muerto.
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