domingo, 31 de mayo de 2020

Seguimos aplaudiendo

Por aquí seguimos aplaudiendo. Esta tarde, después de la tormenta, han vuelto a sonar en mi trozo de calle los aplausos para los sanitarios.
Se ha asomado la chica que enseña un gran corazón verde con la leyenda "servicios públicos". Se ha asomado la señora del piso de encima, que es casi la más constante. Se ha asomado el músico y su compañera.
No somos muchos. Algunas tardes no somos más que dos. Alguna tarde no he estado yo en casa.
El caso es que seguimos aplaudiendo.

Y mañana iremos al centro de salud que nos corresponde y volveremos a aplaudir a la gente que trabaja en la Sanidad. Les preguntaremos cuándo se abrirán las consultas, aunque me temo que sabrán tan poco como los pacientes. Y eso que estamos en la fase 1.

Para acabar este día de lluvia, viento y aplausos, un poco de Música de Xavier. ¡Preciosa!




lunes, 25 de mayo de 2020

Vengan sin prejuicios que disfrutarán más


Hay cola frente al centro de Salud. La enfermera sale, consulta, vuelve a entrar, volverá a salir en unos minutos con la respuesta. No hay atención primaria en el barrio.
En la plaza, a cien o doscientos metros, se están instalando mesas y sillas para la hora del aperitivo. Frente a uno de los bares, el más madrugador, ya hay tres mesas ocupadas por personas que desayunan.
Podemos tomarnos el café o la cerveza al aire libre pero,¡cuidado!, que no te de una faringitis o te salga un sarpullido que tu médica no pasa consulta. ¡Paradojas de la crisis! O más bien, paradojas de Madrid.

Hoy es noticia esta ciudad y esta comunidad. Al fin pasamos a fase 1. Sin médicos, sin enfermeros pero con terrazas disponibles. Los medios de comunicación se despliegan por las calles para comprobar la emoción de los paisanos. A mí que no me pregunten, que yo me atengo a lo que dicen los sanitarios: teníamos que haber reforzado los centros de salud antes de dar el siguiente paso. Pero ni se han reforzado, ni se han abierto al público siquiera.

Leo  comentarios peyorativos sobre Madrid en Twitter. Ya sé que navegar mucho por esta red menoscaba la salud mental y el ánimo de quien lo hace pero una es débil y cae en la tentación de vez en cuando.

¡Cuánta inquina contra Madrid! Como si Madrid fuera solo el gobierno regional, el gobierno central, los poderosos de la economía y la banca, como si los madrileños no fuéramos ciudadanos normalitos, con penas y alegrías, ventajas e inconvenientes, esfuerzos, compensaciones y complicaciones distintas pero equiparables o paralelas a las de quienes habitan en otros pueblos y ciudades españolas.

Los madrileños no tenemos la culpa de que el virus se haya ensañado en nuestra población. El continuo ir y venir de viajeros, trabajadores, turistas, visitantes nos ha convertido en el centro de la epidemia hispana. Pero miremos un solo dato: en los días en que se contagiaron los miles de enfermos que empezaron a acudir a los hospitales a partir del 12 de marzo, se celebraba en Ifema la gran feria de arte contemporáneo, ARCO, a la que acudieron 93.000 personas de diferentes países. ¿No es posible que más de una dejaran sus virus en Madrid sin ser de Madrid?

Y sobre todo quiero decirles a los detractores, a los que nos acusan de tantos defectos y tanto protagonismo, ¡oigan, que madrileños son muchos paisanos suyos, gentes que se han venido a vivir aquí porque buscaban trabajo, porque quieren estudiar aquí, porque sus padres los trajeron de niños, porque sus hijos los trajeron de viejos, porque les dio la gana mudarse!
Que madrileños no somos solamente los nacidos en Madrid, también lo son los que se empadronan aquí, vengan de donde vengan. Y no les cogemos tirria por venir de otros lugares. 

Sean un poco clarividentes quienes nos denostan. Que seguro que vienen muchas veces a Madrid de compras, de museos, de teatros, de visita a los parientes. Si vienen sin prejuicios contra los madrileños, seguro quedisfrutaran más de su estancia.

Museo Reina Sofía. A disposición de visitantes de toda procedencia.


martes, 19 de mayo de 2020

Madrid no es esa señora que habla por nosotros

Me da pereza escribir. El ambiente es tan confuso, tan crispado que lo que escribiría serían improperios hacia muchos individuos e individuas. Y trato de eludir la rabia y el insulto.
Esta mañana, por ejemplo, escuché a un dirigente que hablaba de "odio a Madrid" por parte del gobierno de la nación. ¿Se puede ser mas imbécil?

Claro, que casi es peor esa otra que define el estilo de vida madrileño hablando de las muchas horas que perdemos en el transporte y que a cambio hemos inventado un estilo de ocio propio. ¡Será cateta! Los madrileños no somos ni mejores ni peores que el resto de los españoles, convivimos con nuestras dificultades, nuestros atascos y nuestras ventajas, que las tenemos, pero nos gusta la juerga, la cultura, el aperitivo, la risa, la amistad, tomar el sol y pasear lo mismito que le gusta a cualquier otro paisano de cualquier pueblo o ciudad española.

Basta ya de demonizarnos o de lanzarnos esos elogios engañosos y sensibleros que nos condenan al desprecio y a la burla del resto del país.

Madrid no es esa señora que habla por todos nosotros, los que no salimos en los programas carroñeros de las mañanas. Sólo tiene un voto de cada cinco. Por su carácter, su trayectoria profesional (?) y su capacidad cerebral desconoce la realidad múltiple de Madrid y no conecta con una enorme mayoría de madrileños.

Lo que nos preocupa, y mucho, es que tenemos los centros de salud cerrados. También los centros de urgencias de los fines de semana. Nos faltan médicos y enfermeros. Se siguen anulando citas médicas programadas para estas fechas a los enfermos crónicos y a los mayores.
¿A qué tanto empeño en abrir los bares si nos falta lo elemental?
¿Por que no abren los parques, las bibliotecas y los museos, que para eso sí tienen permiso?

Por cierto, seguimos aplaudiendo. Foto: El diario

viernes, 15 de mayo de 2020

No estorben el futuro

Esta mañana he saludado por vez primera a ras de calle, manteniendo los dos metros de distancia física, a una de las vecinas con las que he compartido bastantes tardes de aplausos. Aunque llevamos muchos años habitando en edificios enfrentados y vivimos casi a la misma altura, nunca habíamos cruzado un saludo. Hace unos días la mujer contó desde lejos que su marido había estado ingresado tres días en un hospital por una afección que no tenía nada que ver con el maldito virus. Y hoy yo me he detenido en la acera para preguntarle por su salud.

Alguna cosa buena tenía que dejarnos el tiempo largo del encierro: nuestros vecinos ya no nos son unos desconocidos.

Ahora que podemos salir de casa a pasear, a disfrutar del aire (tan limpio todavía) de la primavera urbana, el encierro parece menos agobiantes. Ya no se nos caen las paredes encima. Pero seguimos preocupados por lo que se nos viene encima.

¿Cuántos desempleados volverán al trabajo en los meses venideros? ¿Podrán acabar el curso los escolares? ¿Cómo iniciarán el próximo curso en septiembre? ¿Podrán volver los mayores a reunirse con sus amigos o a asistir a las clases de pintura de su centro cultural sin temor a ser víctimas del maldito virus?¿Sobrevivirán las pequeñas tiendas a los inconvenientes para despachar a sus clientes y pagar sus facturas?¿Seguirán subiendo los precios de los productos que en el campo se pagan, sin embargo, peor que hace unos meses? ¿Se recuperarán los sanitarios enfermos, se reforzarán las plantillas, se nos procurará mejor atención primaria?

Podría seguir haciendo preguntas. Pero creo que nadie podría dar una respuesta exacta puesto que la historia del maldito virus está todavía por desarrollarse.

También creo que si los individuos e individuas empeñados en estorbar el proceso siguen campando a sus anchas, el problema se va a estirar más tiempo que en otros ámbitos semejantes al nuestro. Esta semana a los sempiternos voceros o bocazas políticos y a los tertulianos ignorantes, que no saben sino sembrar miedo y odio, se les han unido un rebaño de tipejos que aprovechan la hora del paseo para manifestarse, hombro con hombro, con sus banderas de aguiluchos y sus palos de golf en algunas plazas de Madrid, haciendo ruido y lanzando consignas que evocan los tiempos de la disolución de la dictadura.

¡Qué poco hemos cambiado! Decían que de esta crisis íbamos a salir siendo mejores personas pero  cuando las televisiones, la prensa, las redes siguen estando llenas de bulos, de insultos, de amenazas y de imágenes agresivas, lo pones en duda.

¡Hermosa ciudad sin coches!

viernes, 8 de mayo de 2020

Parques y bares

Los bares del centro de Madrid están limpiando sus instalaciones, convencidos, acaso, de que en breve volverán a tener clientela.

Las prisas de los bares y restaurantes, de los que hay cientos y cientos en Madrid y que, en efecto, generan muchos puestos de trabajo y suponen un alto porcentaje del movimiento económico de la ciudad (y de muchas otras, eso es cierto), esas prisas ¿son las que empujan a las autoridades regionales a pedir el paso a la fase 1 a pesar del desacuerdo, entre otros, de la directora de Salud Pública, que  dimitió ayer sin  firmar los documentos exigidos para avanzar?

¿Van a abrir los bares antes que los parques de Madrid? Esta tarde se quitarán los precintos de las plazas ajardinadas y algunas zonas verdes, menos mal. Pero quedan 19 espacios clausurados, entre ellos el Retiro, la Casa de Campo, la Dehesa de la Villa... ¿Son más peligrosos que los bares?

¿Seguiremos sin poder entrar dos personas de la misma familia al supermercado mientras en las mesas del bar podremos sentarnos de dos en dos o de tres en tres? ¿Seguiremos haciendo cola delante de la farmacia, de la frutería, de la panadería mientras que la terraza de al lado se llena a la mitad de su capacidad anterior?

¿Nos dejarán sentarnos, por fin, en un banco de la calle o sólo se nos permitirá sentarnos en las terrazas? ¿Y pararnos a charlar con los vecinos guardando las distancias físicas? ¿Y saltarnos lo del kilómetro de distancia para acercarnos a las casas de nuestros familiares y verlos cuando se asoman al balcón?
¡Sin humos, sin ruidos, sin agobios!

miércoles, 6 de mayo de 2020

Abriendo tiendas


Colas ante las ferreterías que han abierto. Hay que reponer los tornillos que se han caído durante estos dos meses, colgar un cuadro o engrasar unas bisagras.

Colas ante las sucursales bancarias. Hay que cobrar la pensión o el paro.

Ante las peluquerías no hay colas porque la cita se pide por teléfono. El local está toda la jornada en actividad pues no son muchos los que se han arriesgado a dejarse cortar el pelo por la madre, el padre o la pareja.

Las papelerías siguen cerradas. Menos mal que bolígrafos no faltan en casa.

En el interior de los bares se nota movimiento. Estarán limpiando los enseres para cuando se les permita abrir. En Madrid, algunos dueños piden sacar barras a la calle. Los vecinos de la zona reaccionan: Ahora que las aceras son nuestras, de los que vamos andando, que no se nos llenen de sillas, mesas y sombrillas. Y mucho menos, de barras volantes.

Muchos mayores se han lanzado ya a la aventura de darse una vuelta a la manzana. Algunos aferrados al brazo de sus cuidadores, pero con gesto de audacia bajo la mascarilla.

La ciudad empieza a cobrar vida. Con muchas precauciones, pero con ganas y coraje.

Los políticos siguen peleándose en las pantallas de los televisores y en las redes. Los ciudadanos, dicen los de cualquier signo, están teniendo un comportamiento ejemplar. Pues sí, eso parece, señores. Así que ¿por qué no los imitan ustedes?

El chico de la raqueta no quiere la nueva normalidad, quiere la antigua. ¡Mira qué gracioso! Todos queremos volver a salir a la calle sin taparnos las narices, abrazar a nuestros hijos, darles besos, ver una peli en un cine, pasar unos días cerca del mar. Esa parte de normalidad sí, la queremos.

Pero no queremos lo nocivo de la antigua normalidad: ciudades contaminadas y estresantes, campos de cultivo abandonados, pueblos sin futuro, turismo de borrachera y abuso, selvas quemadas, ríos desviados o ensuciados,  masificación de costas, mares convertidos en basureros, animales en riesgo de extinción, consumismo enfermizo, etc, etc….
¿Y usted, señor de la raqueta? ¿Esa parte de la antigua normalidad también la quiere?

El suelo de la plaza de la Villa se ha llenado de hierbitas

lunes, 4 de mayo de 2020

No somos los mismos

Día de levantar persinas y concertar citas.
El panorama de las calles de Madrid ha cambiado mucho este lunes. Se nota más tráfico de vehículos particulares, más movimiento en las aceras. Y no es por los paseantes, los deportistas y los abuelos en sus horas de libertad. Es por los muchos establecimientos que han decidido empezar a funcionar.

Las peluquerías, que tanto dieron que hablar al principio de la crisis, vuelven a estar abiertas.
El cliente llama y pide cita en su peluquería de siempre. Hay que cortar el pelo que está muy largo y molesta. Lo de las mechas y los tintes puede esperar o hacerse en casa, pero descargar las melenas es urgente para hombres y mujeres. El peluquero tiene que mirar el papel en el que ha apuntado las citas que ya tiene fijadas. Le cuesta adaptarse al nuevo sistema porque  en este local de barrio las señoras y los señores son casi amigos que se presentan cuando les sobra un rato libre. Y siempre hay hueco para ellos. Ahora no somos los de antes ni nos valen las mismas costumbres, responde el cliente, cuando el peluquero se disculpa por tardar en señalarle una hora.

No somos los de antes, sin duda. Hemos tenido que aprender nuevas fórmulas de comportamiento familiar y social, hemos renunciado a encuentros con las personas queridas con las que no comparatimos hogar, hemos dejado aparte gustos y manías, aficiones, puestos de trabajo incluso. Nos hemos plegado a las normas impuestas por las autoridades sanitarias, científicas y políticas aunque no entendiésemos ni el motivo ni la conveniencia de algunas prohibiciones u obligaciones.
Hemos vivido una primavera extraña, anómala, casi de película de ciencia ficción, y hemos sacado de nosotros mismos fuerzas y recursos que no sabíamos que teníamos para soportarlo casi todo.

Así que ahora, cuando empezamos a salir a la calle a hacer algo más que ir a la tienda de comestibles y a la farmacia, ahora que podemos recuperar actividades tan esenciales como cortarnos el pelo, nos damos cuenta de que no somos las mismas personas que nos encerramos en casa el 16 de marzo.

Y nos surge una duda enorme. ¿Somos mejores después de esta experiencia como asegura la publicidad comercial y la promoción institucional?

domingo, 3 de mayo de 2020

Octavo domingo

Mayo empieza cálido y amable.
Con un primer domingo que se llena de mensajes de elogio a las madres, de flores pintadas y eslóganes similares a los que inventan los centros comerciales para animar a los hijos a comprar objetos para agasajar a las que tanto se merecen.

Pero a las madres los objetos no nos hacen tanta falta (o ninguna) como las llamadas de teléfono, las frases consabidas de felicitación y, desde luego, el sentir el deseo de los hijos de alegrarnos la fecha con su voz y su alegría. Y más en estos tiempos de lejanías y ausencias.

Octavo domingo de confinamiento. Seguimos encerrados pero ya podemos salir a la calle a pasear. Y nos damos cuenta de que no nos asusta salir de casa, de que nos gusta pasear, de que las piernas no nos fallan cuando sobrepasamos las dos manzanas de distancia desde nuestro portal.
Cuando ya estábamos domesticados para permanecer días y días metidos en casa, sin cuestionarnos la situación ni quejarnos de aburrimiento, nos asomamos a la calle y recuperamos de repente el afán de salir a la calle.

Aprovechemos, que ya es la hora.

Domingo, hora de paseo de adultos. Foto de Rosa

sábado, 2 de mayo de 2020

A la calle

Madrid era esta mañana una ciudad de peatones. Había mucha gente en la calle, caminando o corriendo primero, con los abuelos después, con los niños a las doce.
¡Cuánto gana esta ciudad sin coches, sin patinetes eléctricos y sin el exceso de mesas y sillas que impiden el paso por las aceras!

Por la tarde el ambiente de las calles era semejante al de un día festivo de los de antes. Pero no estamos de fiesta, aunque algunos se empeñen en montar sus verbenas antes de tiempo.

Los médicos advierten que el virus sigue entre nosotros. A ver si después de tantos días de encierro ahora nos emocionamos, salimos a la calle y pillamos la enfermedad. Y otros cuarenta días de encierro.

Todavía a estas horas hay gente apurando los últimos minutillos de permiso en la Puerta del Sol.
¿Quereis verlo?


De nuevo paseantes en la Puerta del Sol

viernes, 1 de mayo de 2020

Nos vemos ahí afuera

Supongo que ya sabemos todos a qué hora nos corresponde el paseo o la carrera.
Nos guste o no nos guste el horario que nos ha tocado, hoy es día de hacer planes. ¿A dónde iré, en qué dirección, aprovecharé para pasarme por una tienda que me pilla lejos de casa, me acercaré a casa de los parientes y les diré que se asomen al balcón para saludarles?

Los inconvenientes o recelos que podamos tener respecto a nuestra franja horaria, a mí se me diluyen cuando oigo los argumentos a favor de este reparto de personas que están más condicionadas que yo, más limitadas en sus movimientos, por cuestiones laborales, familiares o físicas.

Así que mañana ¡a caminar un kilómetro! A la hora que sea.

Y hoy, la víspera de ese pequeño alivio, un saludo especial a mi amigo Ángel que durante cuarenta días ha relatado el confinamiento desde su balcón de Olavide. ¡Qué buena compañía has sido, Ángel!
Me has hecho pensar y sonreir todas las mañanas del encierro. La conversación se acaba pero hago mías tus últimas palabras.
Mañana nos veremos en las calles.

Nos cruzaremos en una plaza y nos saludaremos desde los dos metros de distancia.
Hay que esperar un poco para sentarnos a tomar el café o el aperitivo en esta plaza entrañable.
Pero sí, ¡nos vemos ahí afuera!

Y aprovecho para tomarte prestada esta foto, que publicaste hace unos días.

jueves, 30 de abril de 2020

Preguntas

¿Puedo celebrar mi cumpleaños?
Escuché esta pregunta ayer en un informativo. No me la he inventado yo.
Pero me puedo inventar alguna para participar en esta curiosidad general y sumarme al panorama de confusión que han generado las directrices de la llamada desescalada.

¿Puedo usar el lavabo si voy a la terraza de un bar? ¿Tengo que usar los guantes para tirar de la cadena?
¿Conviene que me lleve mi propia taza si voy a pedir café o mi copa si voy a tomar cerveza? ¿Y la cucharilla para diluir los azucarillos?
¿Debería usar prendas de manga larga cuando haga calor para evitar que se me contaminen los brazos? ¿Debería evitar las sandalias para que no me caigan gotículas de virus en los pies?

Hay muchas dudas. Lógico y lícito.
Dudas colectivas y dudas individuales que cada cual plantea según sus intereses, sus apetencias y sus circunstancias. Y a todos nos asiste el derecho a preguntar.
Lo que no entiendo es que exijamos a las autoridades competentes una normativa exacta, cuadriculada, milimétrica para abordar situaciones particulares, rebuscadas incluso, para saber qué hacer en cada momento del día y de la noche.
No entiendo que se critique que de la inteligencia y de la responsabilidad de cada uno o una dependa la forma exacta de actuar en circunstancias muy concretas y muy personales.

Vamos, que tú sabrás si puedes celebrar tu cumpleaños, tú sabrás si puedes bajar la basura en pijama o si tienes que abrir el buzón una vez o siete a la semana, tú sabrás si quieres casarte con tu pareja cuanto antes o lo dejas para cuando puedas recibir a 500 invitados.

miércoles, 29 de abril de 2020

Nuestra calle

Eran casi las doce. Me asomé a la ventana y escuché el sonido apagado de la ciudad, un sonido que no llega a ser silencio pero se le asemeja. El mismo pseudosilencio que la primera noche de confinamiento me causó una mezcla de estupor, tristeza y miedo, me producía ayer un sosiego que añoraré, sospecho, cuando las noches se vuelvan a llenar de coches, de ruidos y griterío.

Me asusta un poco pensar que dentro de unas fechas el asfalto de la ciudad se va a cubrir de vehículos humeantes, que ensuciarán esta atmósfera madrileña ahora tan limpia, y que volverán a sobrecargarse las aceras con las terrazas de los bares: si antes ya eran excesivas y ocupaban en demasiados casos mayor espacio físico del que les correspondía, ahora pretenden expandirse. ¿Lo harán a costa de los paseantes?

Ojalá de esta pesadilla salieramos todos, pueblos y ciudades, con alguna lección aprendida. La lección de la solidaridad y la buena vecindad, la primera. Pero también deberíamos aprender lecciones sobre preservación del entorno, la sostenibilidad y habitabilidad de las ciudades, el cuidado de los servicios públicos, el diseño de las viviendas, el freno a la contaminación... ¡Ojalá!

Mientras perdura el encierro recibo una fotografía de mi amiga de infancia.


Díficil reconocer esa calle, siempre tan concurrida, en la imagen. Difícil también imaginar el sonido apagado que llegará hasta tu terraza desde esas aceras tan bulliciosas a todas las horas del día.
Pero sí, es nuestra calle, la de nuestros primeros pasos y la de nuestra amistad. La de los paseos familiares, con niños y con abuelos, la calle por la que íbamos al colegio y al mercado, la que seguimos recorriendo y paseando tantas décadas después.

Esta imagen es, desde otro ángulo, la de los edificios que decoran cientos de escenas, cientos de recuerdos, cientos de anécdotas de nuestras vidas. Hay elementos en el entorno que han desaparecido y otros que subsisten modificados. Pero sigue siendo nuestra calle.

Me gusta verla así, desde esta perspectiva, deshabitada. Pero será una fiesta el día que vuelva a pasar por ella para reencontrarme con las personas que ahora añoro tanto. (Foto: Isabel)

martes, 28 de abril de 2020

¿Los primeros?

¡Qué peleas por ser los primeros en abrir!
Oigo declaraciones de autoridades regionales o locales reclamando ser los primeros en salir de confinamiento. Y me pregunto yo, ¿a qué tanta prisa en abrir los chiringuitos de las playas si no van a llegar de otras comunidades sus clientes habituales? ¿De qué les vale poner en marcha los hoteles si no funcionan los aviones en los que llegarían los turistas de otros países? ¿De qué les vale ser los primeros?

¿Será por ganar votos o será por eso de somoslosmejores que usan algunas de esas autoridades para consolar a sus vecindarios y reforzar los egos colectivos?

Otra pregunta que me surge estos días. Nos dan constantes noticias sobre la pronta apertura de los bares y nos alegra porque nos apetece regresar a la costumbre de tomarnos café y cañas con los amigos. Pero ¿qué pasa con los cines y los teatros? ¿Qué pasa con los museos y las salas de exposiciones? ¿No se consideran tan importantes para la recuperación económica como los restaurantes, los bares y los hoteles?

Maruja Mallo
La cultura también genera riqueza y puestos de trabajo, al margen de los beneficios no tangibles que nos aporta como seres pensantes y sentimentales. ¿Cuántos actores, trabajadores de la industria del cine, de las editoriales, de los museos están esperando que se termine el parón para volver a su puesto de trabajo, si es que su empresa no se ha ido al garete durante la crisis del maldito virus?

 ¡Qué ganas de volver a veros Maruja, María, Ángeles....!
María Blanchard

lunes, 27 de abril de 2020

Flores y responsabilidad

La estampa feliz de los niños que podían salir de casa después de tantas jornadas de encierro se nubló por la tarde, cuando empezaron a multiplicarse en las redes imágenes de concentraciones en los parques abiertos, escenas de críos jugando al fútbol, de adultos sentados en un muro sin guardar las distancias exigidas. Siempre hay que ser cauteloso con las fotos que se envían por whatsapp o se cuelgan en Twitter porque más de una vez nos han colado como actual una imagen de hace dos años o nos han hecho creer que ocurría en España una escena grabada en otro país.

Pero aunque pongamos en duda la veracidad absoluta de estas escenas y sabiendo que generalizar es siempre un error, hay que aceptar algo que no deja de sorprendernos: hubo unas docenas de padres (ellos son los responsables, no sus criaturas) a lo largo y ancho del país que se olvidaron de las normas que hasta ayer posiblemente cumplían a rajatabla. Se arrimaron a otros padres y les consistieron a sus hijos que se arrimaran a otros niños y que compartieran objetos, los balones, por ejemplo, que podían ser vehículos de contaminación.

El malestar del resto de la población es lógico. Si estos comportamientos se repiten durante esta semana, peligra el permiso para que el resto de la población, los mayores, los que no tenemos niños, salgamos a caminar y a pasear a partir del próximo sábado. Si se repiten las malas prácticas y se producen alteraciones en la tendencia a la baja de los contagios y fallecimientos, o si empiezan a llenarse los hospitales de niños y adultos lesionados, igual se prolonga el confinamiento y se retrasa la vuelta a la actividad de los comercios y empresas donde trabajan millones de personas afectadas por los cierres y los ERTEs.

¿Tan difícil le es entender la situación a esos adultos que no supieron o no quisieron controlar a los chavales? ¿No resulta penoso que en estos tiempos de solidaridad, de entendimiento humano haya que recurrir a sanciones para que padres y madres mantengan las normas de prevención establecidas por expertos que saben de epidemias yde contagios bastante más de lo que sabemos los paisanos de a piel?

Fueron minoría los que se olvidaron de que seguimos en riesgo de contagio o los que se saltaron las normas conscientemente. Lo sé. Fueron una minoría.

La mayoría de padres, madres y niños salieron a la calle con la lección bien aprendida. Y disfrutaron de la primavera. Como mis amiguitos M y D, que viven cerca de un campo y tuvieron la suerte de ver y oler las altas hierbas y las flores silvestres que han brotado con las lluvias de esta primavera. Ellos sabían lo que podían y no podían hacer, no sólo porque tienen ya edad de comprender lo que ocurre en su entorno sino también, y sobre todo, porque sus padres les hablan como personitas inteligentes que son y comparten con ellos concienciación, buenos propósitos y responsabilidades.


Esta experiencia es la que hoy cuenta para mí. Es la que ha de prevalecer para que más pronto que tarde podamos salir todos de casa a disfrutar de lo que queda de primavera en las ciudades y en los campos.

domingo, 26 de abril de 2020

Niños y niñas, ¡por fin!

Desde la ventana veo a los tres pequeñajos que vienen con sus madres a comprar el pan. ¡Qué gusto da ver niños por las aceras! Por la esquina aparecen dos hermanos con su padre, una con triciclo, el otro caminando con pasitos menudos y vacilantes. ¿Qué sentirán las criaturas después de cuarenta y tantos días de encierro?

No soy la única que disfruto del panorama. Hay otros vecinos que se asoman a sus balcones y contemplan con una media sonrisa los grupitos familiares, disfrutando de la estampa: los niños le dan un brochazo de color y viveza a esta ciudad triste, de espacios deshabitados. Ellos son hoy la evidencia de que algún día todos podremos volver a salir a la calle sin que el miedo al maldito virus nos corte el aliento y nos anquilose las piernas.

A trabajar o de compras todavía no, pero ya nos han dado una fecha probable para salir a dar unas carreras o a pasear en compañía de los nuestros. Si las cifras de incidencia de la enfermada siguen bajando, y hoy lo han hecho, el día 2 de mayo los adultos tendremos la puerta abierta para darnos unas vueltas por el barrio. Oigo comentarios en contra (¿cómo no y cuándo no?), mensajes desalentadores y más consignas de pánico, pero yo tengo intención de aprovechar el permiso y darme una caminata más allá de la manzana donde están las tiendas a las que voy a comprar estas semanas.

A ver si las piernas no me fallan antes de tenerlas quince minutos seguidos en movimiento. 😂😂

sábado, 25 de abril de 2020

Tierra de fraternidad y claveles

Terra da fraternidade
Grândola, vila morena
Em cada rosto, igualdade
O povo é quem mais ordena

Todavía cantamos esta canción cuando llega el día.
Tierra de fraternidad, el pueblo es quien más ordena.

Comprábamos claveles y los exhibíamos, orgullosos del fin de una dictadura que fue un augurio y un precedente del final de la que persistía en España.
Y cantábamos la canción sin saber aún que Grândola era un municipio del centro de Portugal ni haber escuchado antes de la Revolución de los Claveles el nombre de su autor, José Alfonso.

¡Cuánto deberíamos aprender de los hermanos portugueses!
En este momento de crisis, dolor y encierro, en Portugal se están haciendo las cosas con eficacia y concordia. "Un éxito —si es que se puede hablar de éxito en circunstancias en las que se producen fallecimientos— atribuible no solo a la responsabilidad de los ciudadanos portugueses, sino también a sus instituciones y a su clase política", dice hoy el editorial de El País:

Mi admiración por las gentes y las maneras de este Portugal del siglo XIX.
Y el recuerdo imborrable de sus paisajes, sus castillos y sus pueblos.

viernes, 24 de abril de 2020

Sopesando lo que viene


El domingo 15 de marzo no nos creíamos capaces, al menos yo no me lo creía, de estar encerrados dos semanas enteras en casa sin desquiciarnos. Pero ya llevamos cuarenta días y aquí estamos, aguantando. A ratos nos desquiciamos, es cierto. Nos abruman las circunstancias, nos oprimen las paredes, miramos la puerta de salida con el pulso acelerado. Pero estamos aguantando el confinamiento con resignación y entereza, aunque haya medidas que no entendemos, que nos parecen exageradas, aunque no cese la pena por los que enferman o mueren por culpa del maldito virus y nos  preocupe hasta la angustia el futuro que le aguarda a nuestra gente joven, a los que han perdido el trabajo o han cerrado su modesto negocio en estas circunstancias.

Inmersos en una rutina a la que tratamos de acomodarnos para soportar los inevitables episodios de desazón y claustrofobia, hablamos ya con los amigos (imprescindibles las conversaciones vespertinas con esa compañera que comparte tantos recuerdos y expectativas) de la salida y el desencierro… Los políticos lo llaman desescalada y la prensa nueva normalidad. Los de a pie asumimos estos vocablos con precaución y cierta perplejidad.

¿Qué es la nueva normalidad? ¿Acaso sabemos qué era la normalidad antes del 15 de marz0?
Que ciertos usos y costumbres tengan que cambiar no nos pilla de sorpresa y lo aceptaremos de buen grado; que no podamos tocarnos y abrazarnos con nuestros allegados nos fastidiará pero lo aceptaremos también; que se eviten las aglomeraciones en locales cerrados o espacios públicos lo llevaremos con paciencia y hasta con placidez; que se fomente el trabajo desde casa lo veremos como una ventaja (miremos esas empresas que ya lo practicaban antes, permitiendo la conciliación de parejas con criaturas o mayores dependientes a su cuidado).

Pero hay noticias en la prensa que causan desagrado. Los bares piden que las terrazas ocupen más espacio en las aceras para que las mesas guarden distancias entre ellas. ¿Más espacio quieren ocupar? Las aceras madrileñas están tan colonizadas que en algunos sitios los peatones han de caminar en fila india. No. Esta nueva normalidad no me gustaría.

En Madrid se rebajarán los impuestos a los locales de juego como si fueran comercios imprescindibles o benévolos. No me refiero a los despachos de lotería o los quioscos de la Once sino a esos lugares tétricos que han proliferado en los barrios y contra los que los vecinos protestan continuamente. ¿No los iban a controlar? ¿Por qué se les brindan ayudas económicas si no hacen ningún bien social? No creo que a la mayoría de los madrileños les guste esta nueva normalidad.