miércoles, 22 de abril de 2020

Calleja y Sepúlveda

Las estadísticas son abrumadoras, las cifras de contagiados y fallecidos no han parado de crecer desde el mes de marzo, aunque el ritmo se haya ralentizado en nuestro país. Siguen enfermando y muriendo demasiadas personas. En España y en todo el planeta. Pero las cifras, esos números terribles que manejan algunos voceros como arma política, para las gentes de a pie se concretan en nombres y parentescos concretos. En los nombres exactos de los fallecidos, sean de nuestro entorno, sean de allegados de nuestros amigos.

Lo decía Angels Barceló esta mañana: le ponemos nombre a las estadísticas: la madre de tal, el padre de cual, el amigo del pueblo… O el compañero que estuvo trabajando hasta que el maldito virus le envió a un hospital donde ha estado veinte días peleando por su vida. Ese compañero es José María Calleja, un buen periodista (que los hay, entre tantos buitres carroñeros de la prensa, hay muy buenos periodistas). Calleja era un hombre con fina ironía y gran capacidad crítica, un ser humano que estuvo hasta el último momento alabando a los trabajadores que le estaban atendiendo en su enfermedad, contaba su compañera de tertulias matinales.

El maldito virus se está llevando a muchos hombres y mujeres a quienes no les tocaba marcharse todavía. Algunos tan activos y comprometidos como el periodista Calleja. O como el escritor chileno Luis Sepúlveda, que falleció el día 16 de abril en Asturias, la tierra en la que había asentado su residencia tras escapar de la dictadura de su país, después de mes y medio de ingreso hospitalario.

Tampoco les tocaba irse a muchos de esos abuelos y abuelas de las residencias de todo el país. En Madrid han fallecido, más o menos, porque los datos siempre son dudosos (no sé si por ineptitud o por manipulación) casi 5.300. En Cataluña cerca de 3000. Los juzgados están admitiendo denuncias de los familiares de los fallecidos y de los alcaldes de algunas poblaciones muy afectadas. No son estas las primeras denuncias contra estos establecimientos en los que el negocio, parece colegirse, importa más que el cuidado de esas personas que ya no pueden valerse por sí mismas. Personas que merecerían de la sociedad, autoridades y paisanos, afecto, comprensión, cariño, dedicación, agradecimiento.

Porque a los ancianos, a esos mayores que han tenido una vida sencilla y laboriosa, de sacrificios, de esfuerzos, de mejoras y desatinos, (como la de tantos de nosotros), les debemos lo que somos y lo que tenemos, lo bueno, lo malo y lo regular. La existencia, el crecimiento, el aliento, los avances sociales... Todo
Ellos son ahora lo que nosotros seremos dentro de unos años. ¿Podríamos meternos en su piel por unos instantes?

De Luis Sepúlveda nos queda su voz y sus libros, que lo hacen inmortal.  

2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Primero eran noticias lejanas sobre el virus, ahora nos toca poner nombres y rostros a los fallecidos.

El Deme dijo...

Todas las familias de España tendrán a un conocido muerto por esta enfermedad. Eso va a dejar huella, para siempre.