El cine americano les dio facciones y modales a los detectives y policías de las novelas negras que se leían en las primeras décadas del siglo XX. En la memoria colectiva de lectores y espectadores, el rostro de Humphrey Bogart está asociado a la figura de Sam Spade, el detective privado que protagoniza "El halcón maltés”. uno de los clásicos del género. Dasshiel Hammett escribió la novela, que se publicó en 1930. Y John Huston dirigió la película basada en su trama, en 1941.
Sancho Bordaberri, sin embargo, no tiene esa referencia física cuando en 1944 decide investigar la tragedia que ocurrió en Guetxo diez años antes: Leonardo Altube fue encadenado a una roca junto a su hermano gemelo, Eusebio, y murió ahogado cuando subió la marea. La intervención de algunos vecinos salvó a su hermano del mismo final. Sancho, que regenta la librería del pueblo, es el protagonista de la novela “Sólo un muerto más”, (Tusquets, 2009), firmada por el escritor Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923).
Apasionado del género negro, Sancho ha leído todas las novelas que se acumulan en una sección especial de su librería y ha intentado seguir los pasos de los autores que las escribieron. Su carrera literaria, empero, ha fracasado antes de iniciarse: las editoriales han rechazado, una tras otra, las dieciséis novelas que el hombre les ha enviado con el afán de verlas publicadas. Sancho no se rinde. Si no puede emular a los autores de las novelas policíacas, se convertirá en uno de los personajes que pululan por sus páginas. Así surge Samuel Esparta, la versión local de Sam Spade.
Como tres siglos antes un hidalgo de la Mancha, Sancho actúa según las pautas de comportamiento aprendidas de sus héroes literarios. El detective de Guetxo se mete en la piel de esos individuos osados y tenaces, intuitivos y arriesgados que crearon los clásicos del género. Y bajo su atenta mirada va descubriendo el misterio que durante diez años ha quitado el sueño a sus paisanos.
Sancho es un personaje simpático para el lector. Su lealtad a esos tipos hieráticos y aparentemente duros, en los que se inspira cuando duda o se atemoriza, provocan una mezcla de ternura y de admiración, en la que también caben la complicidad y el buen humor.
Me pregunto, sin embargo, cómo habría actuado Sancho si sus ídolos no hubieran sido los personajes de Dashiell Hammet, de Raymond Chandler o de Erle Stanley Gardner, sino los que nacieron en las últimas décadas del siglo XX, los que ahora llenan las estanterías de los aficionados a la novela negra. Me refiero a Adam Dalgliesh, el policía inglés de P. D. James, que cultiva la poesía y se deja guiar por su sensibilidad artística; a Kurt Wallander, el detective sueco de Henning Mankell, un tipo solitario y nostálgico, que mira siempre al cielo para evaluar el clima de la jornada. Me refiero también a Kostas Jaritos, creación del griego Petros Makaris; a Guido Brunetti, el policía que corretea por Venecia con Donna Leon; a Petra Delicado, la inspectora de Barcelona inventada por Alicia Jiménez Barlett; a Harry Bosch, el hombre de Michael Connelly en Los Ángeles; incluso a Charlie Parker, a quien John Connolly le dado un nombre que suena a música de jazz.
A los detectives de papel actuales no les encajan las facciones de Bogart. Yo me los figuro menos rígidos y más vitalistas que los que inspiran las aventuras de Sancho, porque en su talante y en su comportamiento influyen notablemente el miedo y los amores, las responsabilidades familiares, las enfermedades, las manías, las aficiones, la tecnología moderna. Son seres que vacilan, que tropiezan, se equivocan, se obsesionan, se enfadan…
Todo es cuestión de gustos, claro está. Y la proliferación de investigadores en la literatura propicia que cada lector se implique en las aventuras de aquel con el que mejor se identifique. O el que más le conmueva. Si bien hay que tener cuidado para no meterse por ellos en jaleos, como le ocurre al librero de Guetxo.
En las fotos, Bogart con la estatuilla del Halcón Maltés y, abajo, Kenneth Branagh, en el papel de inspector Wallander, en una serie realizada por la BBC.
Sancho Bordaberri, sin embargo, no tiene esa referencia física cuando en 1944 decide investigar la tragedia que ocurrió en Guetxo diez años antes: Leonardo Altube fue encadenado a una roca junto a su hermano gemelo, Eusebio, y murió ahogado cuando subió la marea. La intervención de algunos vecinos salvó a su hermano del mismo final. Sancho, que regenta la librería del pueblo, es el protagonista de la novela “Sólo un muerto más”, (Tusquets, 2009), firmada por el escritor Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923).
Apasionado del género negro, Sancho ha leído todas las novelas que se acumulan en una sección especial de su librería y ha intentado seguir los pasos de los autores que las escribieron. Su carrera literaria, empero, ha fracasado antes de iniciarse: las editoriales han rechazado, una tras otra, las dieciséis novelas que el hombre les ha enviado con el afán de verlas publicadas. Sancho no se rinde. Si no puede emular a los autores de las novelas policíacas, se convertirá en uno de los personajes que pululan por sus páginas. Así surge Samuel Esparta, la versión local de Sam Spade.
Como tres siglos antes un hidalgo de la Mancha, Sancho actúa según las pautas de comportamiento aprendidas de sus héroes literarios. El detective de Guetxo se mete en la piel de esos individuos osados y tenaces, intuitivos y arriesgados que crearon los clásicos del género. Y bajo su atenta mirada va descubriendo el misterio que durante diez años ha quitado el sueño a sus paisanos.
Sancho es un personaje simpático para el lector. Su lealtad a esos tipos hieráticos y aparentemente duros, en los que se inspira cuando duda o se atemoriza, provocan una mezcla de ternura y de admiración, en la que también caben la complicidad y el buen humor.
Me pregunto, sin embargo, cómo habría actuado Sancho si sus ídolos no hubieran sido los personajes de Dashiell Hammet, de Raymond Chandler o de Erle Stanley Gardner, sino los que nacieron en las últimas décadas del siglo XX, los que ahora llenan las estanterías de los aficionados a la novela negra. Me refiero a Adam Dalgliesh, el policía inglés de P. D. James, que cultiva la poesía y se deja guiar por su sensibilidad artística; a Kurt Wallander, el detective sueco de Henning Mankell, un tipo solitario y nostálgico, que mira siempre al cielo para evaluar el clima de la jornada. Me refiero también a Kostas Jaritos, creación del griego Petros Makaris; a Guido Brunetti, el policía que corretea por Venecia con Donna Leon; a Petra Delicado, la inspectora de Barcelona inventada por Alicia Jiménez Barlett; a Harry Bosch, el hombre de Michael Connelly en Los Ángeles; incluso a Charlie Parker, a quien John Connolly le dado un nombre que suena a música de jazz.
A los detectives de papel actuales no les encajan las facciones de Bogart. Yo me los figuro menos rígidos y más vitalistas que los que inspiran las aventuras de Sancho, porque en su talante y en su comportamiento influyen notablemente el miedo y los amores, las responsabilidades familiares, las enfermedades, las manías, las aficiones, la tecnología moderna. Son seres que vacilan, que tropiezan, se equivocan, se obsesionan, se enfadan…
Todo es cuestión de gustos, claro está. Y la proliferación de investigadores en la literatura propicia que cada lector se implique en las aventuras de aquel con el que mejor se identifique. O el que más le conmueva. Si bien hay que tener cuidado para no meterse por ellos en jaleos, como le ocurre al librero de Guetxo.
En las fotos, Bogart con la estatuilla del Halcón Maltés y, abajo, Kenneth Branagh, en el papel de inspector Wallander, en una serie realizada por la BBC.