En 1928, once años antes de su exilio y su muerte, de la que se han cumplido en febrero setenta años, Antonio Machado conoció a Guiomar, la mujer a la que dedicaría sus poemas amorosos de madurez. Su nombre real era Pilar Valderrama y, por lo que cuenta Ian Gibson en “Ligero de equipaje” (Aguilar, 2006) la biografía del poeta de la que os hablaba en la entrada anterior, suscitó en el corazón del poeta una intensa pasión, impregnada de nostalgia y frustraciones.
Pilar se presentó un buen día en Segovia, donde Machado ejercía como catedrático de francés, para conocerle y contarle que también ella se dedicaba a la poesía. Don Antonio, que no había vuelto a vivir con otra mujer desde que enviudara de su joven esposa, Leonor Izquierdo, en 1912, se prendó de la visitante y aceptó mantener con ella una relación en la que no cabía el contacto físico. Pilar, que estaba casada y no albergaba intenciones de abandonar a su marido, aceptó el amor del profesor, pero no le consentía ni siquiera un beso fugaz cuando se reunía con él, de manera furtiva y esporádica, en un cafetín del barrio de Cuatro Caminos, en Madrid.
La guerra rompió la relación entre el poeta enamorado y su "musa". Pilar se fue con su familia a Portugal, en donde gobernaba el dictador Salazar, hasta que pudo afincarse en la España dominada por los franquistas, con cuya ideología comulgaba. Antonio, ferviente defensor de la causa republicana, a la que trataba de ayudar con su pluma y su presencia, permaneció en Madrid hasta 1938, cuando las autoridades le conminaron a trasladarse a Valencia, una plaza más segura para sus intelectuales. Al iniciarse el año 39, Machado huyó con los suyos a Barcelona, de donde también tendría que huir pocas fechas después, cuando la ciudad estaba a punto de ser conquistada por los militares sublevados.
Leyendo el libro de Gibson, sospecho que la tal Valderrama no correspondía a la pasión que había suscitado en Machado, que no le amaba con la intensidad que él evidencia en sus versos. Sospecho que ella se le arrimó para promocionarse a sí misma. Y lo consiguió, porque su nombre ha sobrevivido a su existencia. Pero no por los versos que ella componía sino por los que el poeta la dedicó atribuyéndola el nombre de Guiomar.
Al leer la obra de Gibson, he oído la voz enojada del autor, tan austero él en sus comentarios a lo largo del libro, a propósito de un poema de la tal Valderrama: los últimos versos dicen que cuando se muera Antonio, ella le conducirá a la presencia de dios.
¿Quién era Pilar Valderrama para sentirse con derecho a presumir que su misión en el mundo era llevar a Antonio Machado hacia el cielo católico? A la luz de este poema, no es difícil considerar a Machado víctima de sus propias fantasías, de un lamentable autoengaño. Tampoco es difícil llegar a la conclusión de que le había llovido encima la peor de las desgracias: enamorarse de la persona para él menos indicada. (…) ¿Cuándo hubo caso de amor más desventurado, más cruel para quien no lo había buscado?
Valderrama guardó las cartas que le remitía Machado cuando estaba en Segovia y, tiempo después de que él muriese, las sacó a la luz y las dio a conocer, borrando previamente del papel las frases que a ella pudieran comprometerla. En esas cartas, el poeta que tantos versos les ha dado a los amantes para cantar sus sentimientos, mostraba una enorme tristeza: la tristeza de un hombre bueno y generoso, desposeído del cálido abrazo de la mujer a la que ama.
¡Qué aciago el destino con nuestro Machado! ¡Qué injusto!
Las fotos de la casa del poeta en Segovia las he encontrado en Flickr.