sábado, 4 de abril de 2020

En la tienda

En la droguería de la plaza los productos están esta mañana bien colocados en los estantes y no hay más que dos cajas sin desembalar en un rincón. Al dueño de la tienda se le nota hoy más tranquilo que hace un par de semanas, cuando el estado de alarma empezó a desbaratar sus rutinas laborales y sus formas cotidianas de atender a su parroquia.

Después de tres semanas de confinamiento del vecindario, de compras rápidas y esporádicas de clientes enfundados en guantes y mascarillas o bufandas, el comerciante parece haberse ajustado a estos tiempos confusos y atiende a los compradores con la afabilidad que le es propia, con esmero. Nos cuenta que ahora el negocio es un lío porque los proveedores no sirven con la asiduidad y la puntualidad que antes, porque tiene que aprovechar los ratos sin clientes para colocar la mercancía y porque le falta la ayuda de su mujer, que está encerrada en casa con su hija. Con que uno de la familia arriesgue la salud es suficiente, comenta sin aspereza.

En el barrio hay varios establecimientos cerrados: la reprografía, las peluquerías, las tiendas de regalos, las librerías, la floristería, la agencia de viajes, la autoescuela, el gimnasio, la óptica, los bares. Algunos son negocios tan pequeños que quizás no consigan remontar las consecuencias del  parón económico, cuyo fin todavía nos queda lejos. Otros son negocios familiares, por lo que habrá casas en las que estas semanas no entre ningún ingreso.


En las tiendas que están abiertas, las panaderías, el quiosco de prensa, los dos supermercados, las fruterías, las farmacias, los hombres y mujeres que atienden a los compradores tienen una actitud amable y positiva, a veces, incluso, con un matiz de complicidad. Quizás esta sea su actitud habitual pero en estos momentos de desastre y de trastorno casi es sorprendente que mantengan la serenidad.

Los compradores también se comportan con mesura, como si estuviéramos cumpliendo un trámite complicado en el que es imprescindible la buena disposición de cada uno.

Compro en la droguería un champú que no necesito y un paquete de detergente más grande del que me llevaría en otras circunstancias. Ya que el hombre está trabajando y arriesgándose, al menos que no le fallen las ventas.

Y me voy dándole las gracias con énfasis. Porque no sería bastante el simple gracias que le daría en tiempos de normalidad.

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