viernes, 24 de diciembre de 2010

Periodista Gabilondo

En este mundo actual de los medios de comunicación hay individuos de todas las clases y las calañas, desde los depredadores que acosan y sacrifican a los seres humanos que se les ponen a tiro para extraer lo que ellos consideran una noticia o una "exclusiva", hasta los jóvenes con ilusiones todavía intactas, que se pasan diez o doce horas trabajando en todo lo que les mandan por un sueldo que apenas roza el salario mínimo interprofesional, para provecho de las empresas y de otros periodistas "lumbreras" que se llevan la pasta, la fama y las prebendas.

Hay en esta profesión gente íntegra, que lucha contra los intereses de su medio procurando contar la verdad sin tendenciosidad, sin cortapisas y sin conseguirlo todas las veces, hay gente mediocre que se conforma con ir haciendo lo que se le pide y cómo se le pide con tal de ganarse un sueldo que necesita para sobrevivir, hay profesionales decepcionados, los hay ambiciosos y rastreros, los hay utópicos, los hay malignos, los hay pelotas, los hay valientes...

Y también los hay especiales. Periodistas que tienen un don para la comunicación, que poseen inteligencia suficiente para cumplir su papel con eficacia, para congeniar con su audiencia, aportándole datos sobre lo que desea saber y obligándola a reflexionar, para extraer la sustancia de la información que trata, para lograr la confidencia de su interlocutor en una entrevista, para darle un tinte de dignidad y servicio público a la profesión que ejerce.

Sí, estoy hablando de Iñaki Gabilondo. Uno de los mejores y más válidos representantes del periodismo actual en España.

Ayer terminó su programa en CNN+ clamando por la solidaridad y la resistencia a la resignación y a la anestesia colectiva, y agradeciendo a cuantos hicieron posible el funcionamiento de un medio de comunicación condenado a cerrarse.

Su último invitado fue el juez Baltasar Garzón que reclamaba la independencia del sistema judicial.

El poder político y económico relegará a los rincones a quienes pronuncien o busquen una verdad que pueda perjudicar a quienes lo detentan. Pero la verdad seguirá existiendo y, antes o después, alguien la sacará a la luz. Se llame Gabilondo, se llame Garzón o se llame Gumersindo.




miércoles, 8 de diciembre de 2010

John Lennon

Cuando nos apostamos frente al edificio que hace la esquina entre la 72 street y Central Park West me di cuenta de que los más jóvenes no habían nacido todavía cuando en aquella acera, frente a la puerta del edificio, fue asesinado John Lennon, un líder musical al que todos, jóvenes y mayores, admiramos por igual. Porque han pasado ya treinta años de aquella tragedia. Parece que fue ayer cuando un loco con pistola se cargó al creador, pero han pasado treinta años.

Pienso ahora, al ritmo de una de mis canciones preferidas, que si Lennon hubiera sobrevivido al embate del loco y de sus balas, serían muchas más, docenas quizás, las composiciones musicales que habría inventado para regocijo de quienes disfrutamos con sus obras. Pienso que el loco, además de segar una vida, lo cual nunca tiene excusa, acrecentó su fechoría privándonos de esas músicas que nunca llegaron a salir de la cabeza o del corazón de John.

Un delito equiparable a quienes asesinaron a García Lorca o a Miguel Hernández, impidiéndoles materializar una gran parte de la obra que habrían realizado si aquellos salvajes no hubieran torcido su destino con su implacable afán de acallar voces contrarias a su ideología.

Nos queda el consuelo de los versos y de la música. Y nos lo aplicamos como bálsamo contra la indignación.

martes, 30 de noviembre de 2010

Mujeres esclavas

Griet empieza a trabajar como criada en casa de una familia católica y acomodada de Delft, la ciudad en la que vive. Griet procede de la parte protestante, y se ve forzada a servir porque su padre ha perdido el trabajo y la familia no tiene medios para subsistir. La casa a la que ha sido destinada requiere grandes esfuerzos por parte de las criadas, Griet y otra mujer que se ocupa de enseñarle sus tareas: lavar la ropa, comprar en el mercado, cuidar a los niños... En la casa vive un matrimonio, una suegra y seis o siete niños pequeños.

La mujer no congenia con Griet pero el hombre, que es un pintor famoso, aprecia en ella cualidades en relación con el manejo de las pinturas y los colores. Así que le pide que, después de sus faenas domésticas, le ayude a mezclar las materias primas. Griet adora al pintor y se presta a doblar su actividad laboral, aunque no pierde su recato hasta que éste le pide que pose para él con unas perlas que pertenecen a su mujer.

La situación de la mujer en la sociedad europea del siglo XVII, las fórmulas de comportamiento exigidas a las jóvenes protestantes (la religión siempre imponiendo sumisión y sacrificios a las mujeres), la esclavitud de las chicas pobres en las casas de los pudientes, subyacen tras la anécdota de esta novela, "La joven de la perla", de Tracy Chevalier, cuyo argumento nos presenta al pintor Vermeer encandilado por los encantos de una pobrecita fregona a la que él explota y utiliza sin ayudarla, a cambio, a salir de su miseria.

¡Pobres chicas todas esas que, a lo largo de muchos siglos, tuvieron que renunciar a su formación, al desarrollo de sus talentos innatos, a sus esperanzas de disfrutar de la existencia, a su alegría, a su salud, a sus ratos de diversión para dedicarse a trabajar, a ganar un salario para mantener a su familia!

Cuando se habla de la incorporación de la mujer al trabajo, y se cita el siglo XX como el momento en el que cambia las labores domésticas por la actividad laboral remunerada, se comete una injusticia con las mujeres que siglos atrás arrastraron vagones en las minas, labraron los campos y recogieron las cosechas o trabajaron en hogares ajenos, como hizo Griet, dejándose la piel, el corazón y la salud a cambio de un salario exiguo que apenas les permitía sobrevivir. Y mucho menos disfrutar de la vida o cultivar sus dotes artísticas o sus capacidades sociales.

El recuerdo de esas mujeres que tanto trabajaron en un mundo en el que ellas no contaban para casi nada, es lo que me queda de la lectura de esta novela.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Los libros no son enemigos de los libros

Los grandes almacenes de libros están en declive. Las pequeñas librerías, en cambio, las que sobrevivieron a la apertura de las tiendas de varios pisos, se mantienen e, incluso, recuperan su clientela y sus adeptos. Esto leo en un artículo que hoy publica El País, en el que se mencionan los libros de papel y los libros digitales.

No son éstos, los libros para leer en soporte digital, enemigos de los libros de papel porque los que ya gozamos de las ventajas de un aparatito de lectura no hemos abandonado los volúmenes con hojas y letra impresa, sino que compatibilizamos el uso de uno y de otros. Cuando sales de viaje, cuando te trasladas en autobús o tren hasta tu centro de trabajo, cuando quieres leer una obra de cientos de páginas, el soporte digital es idóneo: pesa poco, abulta poco, se transporta en un bolso o en un maletín, se adapta a cualquier situación... Poseer un libro electrónico no te priva de pasarte por la biblioteca de cuando en cuando a buscar un libro determinado, ni de acudir a la librería a comprarte una novela que quieres tener en tu estantería porque supones que la releerás en el futuro o se la vas a prestar a tus amigos o a tus familiares.

Por eso y porque el soporte digital no está demasiado extendido entre la gente de la calle (teniéndose en cuenta, además, que los lectores asiduos no significan un porcentaje muy amplio de la población), considero que los e-books no suponen un peligro para los ejemplares impresos. Otra cosa distinta es que las megalibrerías tengan que cerrar porque no hacen un negocio tan lucrativo como hace unos años. Ese declive es fácil de entender.

Los aficionados al libro siempre han (hemos) preferido las librerías de más reducidas dimensiones donde hay uno o dos libreros que son capaces de darte un consejo cuando dudas sobre una obra o dialogar unos minutos contigo sobre un autor de tu gusto. Esas librerías, amenazadas por los macroalmacenes, según cuenta el artículo referido, no están amenazadas por las nuevas tecnologías. Mucho menos, creo yo, si esas librerías se apuntaran al comercio de e-books, instalando en sus locales los dispositivos necesarios para vender obras en formato digital o, incluso, para imprimir un ejemplar de la obra requerida por el comprador. (Los dispositivos existen, como se ve en esta noticia del año pasado).

"Resulta, finalmente, que la ficticia Fox Books, y las grandes superficies a las que representa en la película Tienes un e-mail, no acabaron con el mundo occidental tal y como se lo conoce. Es cierto, cerraron muchas pequeñas librerías. Pero en los años recientes han abierto muchos nuevos comercios, para cubrir el hueco que están creando las grandes superficies que cierran ya a un ritmo imparable. Por ejemplo, desde hace un año, Washington alberga dos nuevas librerías de segunda mano, Kulturas, regentadas por el matrimonio conformado por Andrew McDonald e Irene Coray."

No sé si esas librerías, las de segunda mano, las que ofrecen libros descatalogados y libros baratos, han notado una bajada de sus compras pero sí he detectado que en la Cuesta de Moyano, donde hay varias casetas de libros viejos que funcionan todo el año, en la Feria del Libro Antiguo, que se celebra en mayo en el paseo de Recoletos, y en las librerías de segunda mano de Madrid, siempre hay gente viendo los libros, revolviendo en las pilas y en los estantes, buscando algo o esperando una sorpresa, un libro que no encontraría en los grandes comercios del sector, donde las novedades ocupan mostradores y almacenes, donde hay cientos de ejemplares de un novelista de moda, por mala calidad que tengan sus textos, y no puedes comprarte "La tía Tula", de Unamuno o una obra de un autor que no fue publicitado en los medios de comunicación.

Si os gustan los libros, no dejeis de ver el artículo en cuestión.

domingo, 29 de agosto de 2010

Memoria de Clara Campoamor

Clara Campoamor preside una plazoleta del centro de Madrid, frente a la fachada del Centro Cultural Conde Duque. Cuando se inauguró el busto de bronce, en el año 2006, las autoridades competentes y los medios de comunicación afines hicieron hincapié en la paradoja de que Campoamor, siendo militante de un partido con visos derechistas, el Radical de Alejandro Lerroux (que fue aliado de la CEDA de Gil-Robles en el gobierno del bienio derechista de la República, entre 1933 y 1935) lograse para las mujeres españolas el derecho al voto que le negaban un montón de diputados republicanos, entre ellos la socialista Victoria Kent.

En una época de tremendo analfabetismo, cuando la mitad de las mujeres españolas no sabían ni leer ni escribir, las figuras femeninas eran simples excepciones en el panorama social y cultural. Las poquísimas mujeres que habían estudiado y que se esforzaban en sus labores creativas (la pintora Maruja Mallo, por ejemplo) tenían que aguantar que se les colgasen todos los sambenitos posibles para desacreditarlas. Las gentes de “orden” las tachaban de locas o extravagantes, de feas o de contrahechas, de descocadas o de indecentes, de cualquier cosa que minase su prestigio y sus posibilidades de prosperar.

El sufragio de la mujer suscitó una encendida polémica en las Cortes Constituyentes de la República. Clara Campoamor, licenciada en Derecho, fue la mayor defensora de un derecho del que carecía la mitad de la población española adulta. A los argumentos de sus oponentes, que alegaban que las mujeres usarían sus votos para robustecer a los partidos de derechas y a las facciones antirrepublicanas porque acatarían sin cuestionarlos los mandatos de sus confesores, Campoamor contestaba pidiendo instrucción para ellas. Si se les permitía educarse, ellas podrían decidir por sí mismas, sin aceptar manipulaciones ni consejos de sus padres, sus maridos o sus asesores religiosos.

También reclamaba la diputada Campoamor el divorcio, el reconocimiento legal de los hijos habidos fuera del matrimonio, la igualdad de sexos, la protección de la infancia y de la maternidad… En fin, toda una colección de derechos que se merecían, no sólo las mujeres, sino todos los ciudadanos españoles de entonces. Derechos que los gobiernos republicanos tratarían de incorporar a su legislación, con mayor o menor éxito.

En su libro “El voto femenino y yo. Mi pecado mortal”, Campoamor narra su aventura parlamentaria, sus enfrentamientos políticos y las impresiones que en ella suscitaban los debates.

“Aislada de todos mis correligionarios y mis afines en ideas de la Cámara, combatida con animosidad por todos (…) sostenida solo por la minoría socialista, que a más de votar defendió la concesión, y por algunas personalidades aisladas, sufrí arañazos y heridas en el trance, pero logré ver triunfante mi ideal. Todo lo doy por bien sufrido”, escribe a cuenta de la votación que concluyó con la aceptación legislativa del voto de las mujeres.

En el listado de quienes votaron a favor de sus tesis, incluido en su libro, consuela ver que figuran los nombres de Alcalá Zamora (primer presidente de la República), Fernando de los Ríos, Companys, Largo Caballero, Giner de los Ríos, Negrín e, incluso, Gil-Robles.

En 1935, cuando el Partido Radical gobernaba el país con la CEDA de Gil Robles, Campoamor, que había sido responsable de Beneficencia, abandonó a Lerroux, exponiéndole en una carta, recogida en el libro, los motivos de su decisión.

“Yo, señor Lerroux me adscribí al Partido radical a base de su programa republicano, liberal, laico y demócrata, transformador de todo el atraso legal y social español, por cuya realización se lograse la tan ansiada justicia social. Y no he cambiado una línea, no me he desprendido de esos anhelos, de esos ideales que me acompañaron toda mi vida y a los que no pienso abandonar precisamente en los instantes en que tengo más personalidad para laborar por ellos y se logró el régimen que es su instrumento. (….) No fui nunca un elemento de derecha ni aun de centro derecha en el partido. Cuando me designó usted para la Dirección General de Beneficiencia, desarrollé en ella (…) un plan liberal, radical y justo que respondía en absoluto al espíritu y letra del partido, plan que, si es cierto, mereció su aprobación y aliento, después no obtuvo la más leve defensa ante la piqueta demoledora de la CEDA, que en un gobierno de coalición ha podido deshacer o mixtificar todo lo que sus colaboradores representan, a paciencia y evangélica resignación de estos”.

Campoamor consideraba que su partido se había rebajado a ser “un triste colaborador de esas derechas, republicanas de rotulación”, que contravenían la tarea política a la que ella se dedicaba. Y ¡cuánta razón tenía! Porque el partido de Gil Robles se sumó al año siguiente al levantamiento militar franquista, que atentó y destruyó el régimen legal republicano, votado por los españoles en unas elecciones democráticas. (Si bien su pecado, el de Gil Robles y los suyos, fue castigado con el desprecio por parte de los vencedores de la guerra civil). Clara Campoamor se marchó de España cuando estalló la contienda. En 1938 se instaló en Argentina. Y nunca regresó a su país, si bien lo intentó en algún momento, antes de fallecer en 1972.

Pero estoy segura de que muchas mujeres, cuando nos acercamos a las urnas, pensamos, aunque sólo sea un segundo, en aquella diputada que empeñó sus fuerzas y su talento en conseguir para nosotras un derecho que se nos hurtaba en función de ideas estúpidas e insensatas sobre la diferencia de géneros.

Si hay una vida posterior a la vida real, como decía Jorge Manrique, si hay vida mientras haya memoria de los logros de una persona, Clara Campoamor sigue viva en España. Al menos para quienes sabemos lo que la debemos a ella, lo que le deben las mujeres y le debe todo el país.

Y si quereis saber más de Clara, encontrareis más datos en la wiki o en este sitio.

domingo, 1 de agosto de 2010

En África con ‘la que narra’

“Muy pronto los nativos comenzaron a respetarla y acudían a ella con frecuencia cuando necesitaban ayuda o un buen consejo. Las ancianas la llamaban Jerie, que en kikuyu significa ‘la que escucha’ y se admiraban de ver, por primera vez, como un blanco cogía en brazos a un niño africano”.

Tiempo después, ‘la que escucha’ se convierte en ‘la que narra’. Sus primeros relatos surgen de su boca, en la inmensidad de la sabana, para deleitar al hombre que ama. Luego, cuando ya envejece en un país tocado por el frío, la narradora vuelca sus historias en hojas de papel para legárselas a lectores que todavía no habían nacido cuando ella empuñaba la pluma.

Os invito a emprender un viaje al África de principios del siglo XX con Karen Blixen, la baronesa que cultivaba café y escuchaba a los kikuyus (cuyos rasgos confundiremos siempre con los de la actriz Meryl Streep, protagonias de la película de Sydney Pollack, Memorias de Africa), y con otras mujeres valerosas, cuyos nombres, como el de tantas aventureras que consagraron su existencia a la ciencia o al arte, a los oficios y lances en los que desde antiguo han prevalecido los nombres masculinos, apenas había oído mencionar antes. La guía de la expedición es Cristina Morató, quien ha esculpido con letras de tinta los nombres de esas mujeres en el libro que titula “Las reinas de Africa”. Podréis conocer a Mary Livingston, esposa del muy famoso explorador David Livingston; a Delia Akeley, que cobraba piezas para el Museo de Historia natural de Nueva York; a Mary Kingsley, que recorrió la costa oeste estudiando sus formas de vida; a Florence Baker, que llegó con su marido Samuel hasta las fuentes del Nilo; a Mary Slessor, misionera, a Beryl Markham, aviadora, a Osa Jonson, cineasta, a las españolas Isabel y Juana, que siguieron a sus maridos hasta el continente negro, a Alexine Tine, que viajaba con un ajuar de lujo.

Tuvieron todas ellas la suerte de encontrar paisajes todavía no devastados por la mano del hombre blanco, por su ambición y sus perversas gestiones al frente de los países que cayeron en su poder. Y supieron apreciar a sus gentes y sus formas de vida naturales, aunque a veces fueran víctimas de la hostilidad y el temor de los aborígenes. Y aún más de los propios colonos, como se lee en el libro de Cristina.


La comunidad blanca que habitaba en Kenia nunca simpatizó con su esnob y presuntuosa vecina de las tierras altas. Karen Blixen les parecía una mujer excéntrica que se tomaba demasiadas libertades con sus sirvientes. Cuando se enteraron de que pretendía fundar una escuela para los kikuyus pusieron el grito en el cielo. Aquellos colonos apenas tenían contacto con los trabajadores africanos, a los que trataban como esclavos o en un tono paternalista, como si fueran niños.”

sábado, 19 de junio de 2010

Adiós, Saramago

“No basta con que el escritor se comprometa sólo con su texto pues a menudo esto constituye una artimaña para eludir de otro modo la realidad circundante. Debe comprometerse con su palabra en su tiempo y, por extensión, con lo real del mundo en que se halla inmerso”.


Recupero estas palabras de Saramago ahora que se marcha. Él era un escritor comprometido, un hombre que denunciaba la injusticia del mundo que le tocó, las contradicciones de la sociedad supuestamente civilizada, el abuso de los fuertes sobre los débiles. Era un escritor capaz de definir en sus personajes las debilidades del ser humano, sus angustias internas y sus facultades para superar las derrotas sentimentales y físicas infligidas unas veces por su entorno, otras por sus propias carencias, por sus errores y sus ofuscaciones.

Descubrí a Saramago con "Memorial del convento" y "El evangelio según Jesucristo". Fui leyendo, a partir de entonces, todos los libros que él firmaba. He sentido miedo, vértigo, angustia, ternura, coraje, compasión, rabia con sus personajes. He logrado, mejor dicho, Saramago ha logrado que me metiera en su piel y en su corazón.

Es triste despedirse de una persona tan notable, de un escritor admirable. Pero sus libros seguirán estando con nosotros, esperándonos en una estantería cuando nos apetezca recordarlos, releerlos, o recomendárselos a nuestros hijos y a nuestros nietos.

Adiós, maestro. Adiós, Saramago

sábado, 1 de mayo de 2010

Los hombres malos de Connolly

"Gabriel sabía que la gran mayoría de los hombres no eran asesinos natos. (...) Se sabe, de hecho, que a lo largo de la historia muchos hombres en combate han demostrado un claro rechazo a matar, y algunos incluso se han negado a hacerlo cuando peligraba su propia vida o la vida de sus compañeros. Se calcula que durante la segunda guerra mundial no más del quince por ciento de todos los fusileros norteamericanos en combate dispararon realmente sus armas contra el enemigo"

En una comisaría, Gabriel contempla a un chaval de quince años que ha matado a un hombre. Gabriel es líder de una banda de asesinos a sueldo y especula con la posibilidad de que el muchacho se convierte en uno de sus sicarios tras someterlo a un entrenamiento adecuado.

"Un soldado instruido de forma debida y condicionado era un arma en sí mismo. En ese proceso, lógicamente, se perdía algo bueno, quizás incluso la mejor parte del ser humano en cuestión: era la comprensión de que no existimos sólo como entidades independientes, sino que somos parte de un todo colectivo y cada muerte es una merma para ese todo y, por extensión, para nosotros mismos".

El libro del que extraigo estos dos párrafos se titula "Los hombres de la guadaña" y lo firma John Connolly. No hay que confundir a este autor, irlandés de 43 años, con Michael Connelly, estadounidense de 53 años, aunque coinciden no sólo en la similitud en el apellido y en la práctica del género negro, sino también en que ambos han estudiado y ejercido el periodismo. Sin embargo sus obras difieren en tratamiento y estilo, en la catadura de los personajes, en sus conceptos sobre la conciencia y la moralidad de los asesinos.

Connolly dibuja perfiles escabrosos: los protagonistas de los crímenes que se cometen son seres malignos, no porque hayan sido condicionados por las circunstancias, por una infancia dolorosa o un trauma reciente, al asesinato y a la tortura, sino porque llevan en los genes la capacidad de inflingir daño y segar vidas sin que su estabilidad emocional se altere.

En las primeras novelas de Connolly, la acción discurre con la precipitación de una película, las escenas sangrientas son escabrosas y repugnantes, las agresiones y las muertes son múltiples, y el poder de los asesinos resulta excesivo tanto por la capacidad de éstos overse de un lado a otro a velocidad de vértigo, como por su talento para hallar a sus víctimas y sacrificarlas sin que nada o nadie interfiera en la tragedia.

El protagonista de las novelas de Connolly es Charlie Parker, un policía que ahora actúa como detective privado, y que arrastra consigo el enorme trauma de haber visto muertas de una forma terrible a su mujer y a su hijita de tres años. El crimen se comete en las primeras páginas de "Todo lo que muere". Parker, hijo de un policía que perdió la cabeza, mató a dos chicos y se suicidó en su casa, trata de vivir sobreponiéndose a la pérdida de su familia con el objetivo fundamental de encontrar al asesino que se conoce como El Viajante.

"Los hombres de la guadaña" es la penúltima novela que se ha publicado de Connolly en castellano. En sus páginas, Parker adopta un papel secundario, dejando el protagonismo a su amigo Louis, el chico negro de la cárcel al que Gabriel quiere adiestrar para convertirlo en una máquina de matar. Louis y su amante, Angel, han ayudado a Parker en algunos casos y ahora son ellos los que necesitan su apoyo.

Con Louis de protagonista, Connolly reflexiona sobre la maldad y la capacidad de asesinar del ser humano y, de paso, nos hace reflexionar a los lectores.

¿Somos como somos porque nacemos predeterminados o son las circunstancias las que condicionan nuestro comportamiento, nuestras virtudes y nuestros vicios? ¿Nacemos bondadosos o perversos, tolerantes o intransiguentes, pacíficos o revoltosos? ¿O nos va moldeando el carácter y las inclinaciones el ambiente, la educación, la familia, el entorno social, los traumas que padecemos, la influencia de los amigos?

Los genes determinan nuestros rasgos físicos, de eso no hay duda. Pero ¿determinan también nuestras tendencias psiquicas y sociales? Psicólogos y sociólogos debatirían muchas horas sobre estos temas. Cualquier persona podría aportar ejemplos cercanos, casos prácticos con los que ilustrar su propia teoría. Unos dirán que nacemos con unas cualidades y carentes de otras, otros aportarán una frase lapidaria sobre la fuerza del destino, más potente que la voluntad humana. Y otros apostarán por una combinación entre la genética y las circunstancias, o sea, que nacemos con las semillas de ciertos talentos, destrezas y comportamientos que pueden florecer si las cultivamos o desaparecer si nada o nadie provoca su desarrollo.

Para quienes quieran saber más de autor y novelas, os recomiendo La Bitacora del Tigre, el blog de un profesor de Navarra que se lee con gusto y facilidad.

lunes, 12 de abril de 2010

Las viudas, en libro

Es sabido (y aceptado), que el cine y la literatura son géneros con normas narrativas muy diferentes, que hacer una película no es calcar una novela sobre una pantalla y que hay que permitirle al cine licencias y modificaciones en función de una mejor comprensión de la trama e, incluso, de una mayor impacto de la historia en los espectadores. Supongo que en eso estamos de acuerdo casi todos. Pero yo me pregunto por qué se introducen en ciertas películas variaciones que no alcanzo a justificar. Me explicaré.

Fui a ver "Las viudas de los jueves" a poco de estrenarse. Es una historia coral, emplazada en una urbanización de cierto postín en la Argentina de finales del siglo XX. La crisis económica que se cierne sobre el país va minando la estabilidad de algunas familias, que no se resignan a perder la vida bullanguera y ostentosa que llevaban hasta ahora. Entre cenas, festejos y competiciones deportivas va pasando el tiempo y transformando comportamientos. Una mañana aparecen tres hombres muertos en una piscina, lo que conmociona a una comunidad que se creía sólida y protegida frente a los problemas del exterior.

Después de la sesión de cine, con buen sabor de boca todavía, busqué el libro de Claudia Piñeiro en el que Marcelo Piñeyro se basó para hacer su película. Y me llevé varias sorpresas, unas comprensibles y otras incomprensibles para mí.

Comprendo que en la película se hayan reducidos los muchos personajes de la novela se hayan reducido a cuatro parejas y a sus hijos; comprendo que en ellos se hayan concentrado caracteres, anécdotas y sucesos que en la obra de papel están distribuidos entre varias. familias. Comprendo que haya variado el número y la personalidad de los hijos, que se incremente el protagonismo de unos y se obvie pasajes relativos a otros componentes del vecindario.

Pero no entiendo por qué en la película se sustituye el problema de la niña adoptada, en liza permanente con su madre falsa, y se cae en el tópico de la adolescente provocativa y rebelde sin causa; por qué se introducen una violación y una atracción lésbica que no aparecen en la novela y se elude, en cambio, un dato que es clave para entender el final de la historia, que es más contundente en el libro que en la película.

¿Se trata de responder a los gustos de los espectadores, que son más morbosos y más exigentes que los lectores de libro? ¿Se trata de no obviar ninguno de los ingredientes que se creen imprescindibles para que una película sea taquillera?

Tampoco entendí nunca por qué David Trueba convirtió al protagonista de Soldados de Salamina, un trasunto del propio Javier Cercas, en mujer (salvo que fuera para adjudicarle a Ariadna Gil, su pareja, el papel principal de la obra).

De todos modos os digo que la película merece la pena. Aquí os dejo unas secuencias para que veáis de qué va la historia. ¡Ah! Los actores y las actrices estupendos.


domingo, 28 de marzo de 2010

Escribir, una terapia

"Cuando la soledad se conjugue con el malestar y la desesperación o la claustrofobia amenacen con desestabilizar tu ánimo, echa mano al libro que yace sobre tu mesilla. O coge un folio y una pluma y escribe. Ponte a escribir en un cuaderno, en una libreta, en el reverso de una fotocopia. Olvídate, mientras escribes, de que tienes un cuerpo que duele".

Este párrafo es de un libro que casi nadie ha leído. Quien se da a sí misma tales consejos es una mujer que convalece de una operación que la obliga a estar encerrada y quieta en una habitación de un hospital. La mujer coge un montoncito de folios, que se ha llevado al hospital en su maletín, coge un bolígrafo y empieza a inventar una historia que tiene relación con su propia situación de convaleciente. Poco a poco, el dolor se disipa o, al menos, se olvida.

Frida Khalo pintaba hermosos cuadros a pesar de los espantosos dolores que padeció durante toda su vida, a causa de un accidente de tranvía que le destrozó los huesos y las vísceras. Pero, ¿no estaría combatiendo sus dolores con los pinceles?

Escribir es una buena terapia para esos momentos en que el cuerpo no responde a los deseos de expansión de la mente, a las ganas de divertirse, de correr, de bailar. También lo es pintar, componer una canción o diseñar una torre. Pero, mientras otras actividades creativas requieren un instrumental complejo y voluminoso, para escribir no se necesita más que un trozo de papel y un lapicero, cosas que caben perfectamente en un bolso o en el bolsillo de una chaqueta. Un equipaje fácil de llevar a cualquier lugar y de emplear en cualquier circunstancia.

"No encontraba mi lápiz (lo poco que queda de él) y he estado muchos días sin poder escribir nada. (...) Pero hoy cuando lo he encontrado debajo de un montón de leña, he tenido la sensación de que recobraba el don de la palabra”, dice Eulalio, el joven padre que está atrapado por el invierno y el terror a los vencedores de la guerra en una braña, en lo alto de la montaña, con un recién nacido y un cuaderno en el que anota su dolor y su desesperanza.

Eulalio es el protagonista del segundo cuento que integra el libro de Alberto Méndez Los girasoles ciegos. (Anagrama, 2006). Eulalio no sabe que está escribiendo para que otras personas se enteren de su desgraciado final y el de su hijo. Simplemente escribe porque se desahoga, porque las palabras que escribe le ayudan a soportar el dolor que le asfixia. Y él no es más que un chico de 18 años que apenas asistió a la escuela.

sábado, 13 de marzo de 2010

Delibes para siempre

De todos las palabras suscitadas por la muerte de Miguel Delibes, me quedo con las suyas. Con las que él mismo escribió hace unos pocos años.

Es cierto que Delibes era un escritor admirado y estimado por todo tipo de gente, fueran lectores empedernidos o personas de cultura básica, fueran de una u otra ideología o procedencia geográfica, fuera o no fuera el castellano su lengua materna. Pero de todos los artículos que han aparecido en la prensa y de todas las opiniones que han volcado sobre él, a mí el que más me ha conmovido ha sido el que sirvió como prólogo para una edición de sus obras completas. Su despedida de la literatura.

Delibes reconoce que el cáncer le ha dejado tan mermado que ya no podrá escribir otra obra. Su vida literaria está acabada, dice con su verbo escueto, contundente, con esa forma de expresarse que recuerda el vigor y la sencillez de sus mejores novelas.


Pero ha sido una vida larga y fructífera. Desde que le concedieran el Premio Nadal por "La sombra del ciprés es alargada", en 1948, la prosa de Delibes no ha dejado de florecer en novelas, cuentos, artículos, ensayos, y él se congratula por ello.

No le dieron el Nobel a don Miguel, aunque sus libros contribuyeron a engrandecer la cultura hispana más que los de otros autores con más grande fama y mayor acopio de galardones. Tampoco le concedieron premios millonarios porque él no se prestó al juego del engaño a los lectores. Ni se le vio prodigándose en televisiones y fiestas, polemizando y vendiéndose a la popularidad y al cotilleo, ámbitos que suelen estar reñidos con la calidad literaria y la entrega generosa a la literatura. Pero Delibes se ha ganado el universal respeto de las gentes de su tiempo y un puesto encumbrado en la historia de la cultura del siglo XX.

Hoy se han vendido muchos libros de don Miguel en las librerías españolas. Hoy han revivido Azarías, Daniel el Mochuelo, En realidad, no me extraña, porque lo que me está apeteciendo ahora mismo es buscar "El hereje" y trasladarme al Valladolid recreado por Delibes con su enorme magia literaria.

Delibes siempre estará vivo.

lunes, 1 de marzo de 2010

El chino de Henning Mankell

A Henning Mankell la literatura lo relaciona con Kurt Wallander, un detective serio y sensible, inteligente e intuitivo, que investiga crímenes inexplicables en los paisajes helados de Suecia. Wallender es un mito para quienes somos aficionados al género negro. Con él hemos “investigado” en Asesinos sin rostro, Los perros de Riga, La leona Blanca, El hombre sonriente, La falsa Pista, La Quinta mujer, etcétera.

Pero Henning Mankell, el escritor sueco que se dio a conocer en España hace ya varios años y que nos enseñó a los lectores las peculiaridades de la sociedad de su país antes de que llegara hasta nosotros el boom de los Milenium, abandona algunas veces a su detective principal e inventa otros personajes para sus obras. Es el caso del libro titulado “El Chino”, una novela en la que, sin dejar de lado el enigma policíaco pero usando maneras y estructuras distintas a las de sus obras más conocidas, Mankell nos ofrece datos fidedignos e ideas generales sobre la gran nación china, su evolución, sus rémoras políticas y el futuro hacia el que avanza.

En un pueblito aislado de Suecia se comete un terrible crimen: los diecinueve habitantes del pueblo son asesinados de forma salvaje durante una noche de enero. La policía acude al lugar de los asesinatos y comienza a indagar. Entre tanto, Birgitta Raslin, una jueza de una ciudad apartada se entera de la noticia y acude al pueblo porque entre los muertos se hallan los padres adoptivos de su madre. En sus particulares pesquisas, descubre cosas que a la policía le pasan desapercibidas.

De pronto la acción se traslada a otro continente, a otro siglo. Mediados del XIX: Entre los chinos que construyen el ferrocarril en la costa oeste de los Estados Unidos hay unos hermanos, que han sido secuestrados en su país cuando buscaban trabajo. Como otros muchos paisanos traídos a la fuerza hasta América, sufren, trabajan y malviven, haciendo un trabajo que supone un peligro constante para sus vidas. Negros, indios, irlandeses, americanos participan también en las tareas, pero el mayor riesgo lo asumen los chinos. Uno de los hermanos, San, conseguirá sobrevivir y regresar a China, donde escribirá sus memorias para que sus sucesores sepan de su experiencia.

Regresamos a la actualidad. La jueza sueca está de baja médica y emprende viaje a China con una amiga. En esta parte del libro, son importantes los diálogos de las dos mujeres y de los personajes que van apareciendo, pues con ellos se filosofa sobre la situación del país en la actualidad, vísperas de unos Juegos Olímpicos, y de lo que fue en los tiempos de Mao. Las dos amigas eran en su juventud admiradoras de la revolución china y están sorprendidas de la evolución del país. El enigma del asesinato es en estas páginas una mera referencia que, sin embargo, el lector no ha de perder de vista para poder sacar sus propias conclusiones.

En la última parte se resolverá el misterio de una forma un tanto distinta a lo que suele ser habitual en el género: no habrá explicaciones del criminal, ni de los policías que llevan el caso. El lector tendrá que ir intuyendo y adivinando a medida que los personajes lo hagan. Así averiguará quién mató a los habitantes del pequeño pueblo sueco y cuáles eran sus razones.

Mi opinión es que Mankell ha querido volcar en esta obra sus conocimientos de Asia y de Africa (él vive parte del año en Maputo, Mozambique, donde gestiona un teatro con fines culturales y humanitarios), sus pareceres y sus elucubraciones personales. Quizás esto suponga un peso adicional a la lectura de quienes acuden a Mankell en su calidad de autor policíaco. Pero es una excelente novela, tan bien trazada y redactada como todas las obras del autor. Y un pretexto para explorar después algún capítulo de la historia de China en los últimos siglos.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Cuadros salvados

Durante el mes de noviembre de 1936, las tropas de Franco asediaron Madrid, la capital de la República, por tierra y por aire. Mientras los militares sublevados disparaban sobre la ciudad desde las afueras (el frente estaba en la Ciudad Universitaria, muy cerca de las calles en las que los vecinos trataban de seguir viviendo), los aviones enemigos recorrían el cielo descargando sobre la población sus bombas mortíferas. No era su propósito asustar, sino destruir, a juzgar por las fotos que entonces se hicieron. Destruir edificios, destruir vidas, destruir símbolos, destruir cultura.

El día 16 de noviembre, entre las siete y las ocho de la tarde, varias bombas incendiarias, de procedencia alemana, cayeron en los tejados y en terrenos inmediatos al Museo del Prado, causando daños en el caserón de Villanueva. El bombardeo aceleró las tareas de evacuación de las obras de arte, que había comenzado seis días antes. Artistas e intelectuales españoles y extranjeros apoyaban al gobierno republicano en su empresa de salvar el patrimonio que guardaba la ciudad.


Descolgados de las paredes desde el verano y embalados en cajones de madera semejantes a los de la foto 1, el día 10 de noviembre salieron hacia Valencia los primeros cuadros del Prado. En fechas sucesivas se empaquetarían lienzos, esculturas y joyas de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, los de la Biblioteca nacional, los de los Museos Sorolla, Cerralbo, Lázaro Galdiano, etcétera.


Una exposición titulada "Arte salvado" recuerda estos días en el Paseo del Prado la aventura de los cuadros del museo en aquellos tiempos trágicos de guerra y horror. En paneles colgados de cajas que simbolizan las que se utilizaron hace más de setenta años para evacuar los cuadros, se narra la historia de aquella aventura, tal como se aprecia en la Foto 2.

Las obras de arte se guardaron en Valencia, donde se había establecido el gobierno legítimo de España. Luego se trasladaron al Ampurdán, desde donde pasaron a Francia en febrero de 1939, en las últimas semanas de la guerra civil. Un Comité Internacional creado para salvar el arte español hizo que llegara a Ginebra un cargamento de casi 1.900 cajas, de las que se hizo cargo la Sociedad de Naciones.

Los cuadros de Goya, Rubens, El Greco, Tiziano, Velázquez, volverían a España en septiembre de 1939 merced a la intervención del Comité Internacional, en el que se integraban directivos de muchos museos europeos. A ellos se dedica esta muestra al aire libre, que estará en el bulevar del Prado hasta el mes de marzo próximo.

Para saber más sobre esta historia, aquí dejo un enlace

Nota posterior: Las tareas de evacuación de las grandes obras albergadas en los museos madrileños fueron encargadas a la Junta del Tesoro Artístico, creada en julio de 1936. En este organismo se integraron profesionales de diversos ámbitos e ideologías, empeñados todos ellos en la tarea de preservar el patrimonio. Para presidir la Junta fue designado el subdirector del Museo Español de Arte Moderno, Timoteo Pérez Rubio. El pintor, nacido en Oliva de la Frontera, (Badajoz), hubo de exiliarse en 1939, como las obras que protegió con su trabajo y su esmero. Y como su esposa, la escritora Rosa Chacel.
De Pérez Rubio hay fotos en la exposición del paseo del Prado. Su memoria no se ha perdido, porque nuestra cultura y nuestra riqueza se sustenta en las acciones de hombres como él.

lunes, 18 de enero de 2010

Historias de Madrid

Sí, hay muchas historias en Madrid, muchas historias de gentes, de edificios, de bares y tabernas, de rincones que esperan, solapadas entre el gentío y el bullicio de las calles y las plazas de esta ciudad trepidante, a que venga un periodista con curiosidad y afanes literarios y sea capaz de descubrirlas y plasmarlas en las hojas de un periódico o una revista. Muchas de esas historias son tan efímeras como el papel que las contiene, pero hay otras historias, redactadas con la solidez de un profesional de la comunicación y la sensibilidad de un poeta urbano, que merecen sobrevivir al tiempo, fijarse en la memoria de sus lectores y conservarse, cosidas en las páginas de un libro, en la mejor estantería de la casa de quienes aman el arte de la escritura.

Este es el caso de un libro del que el jueves, el día 21 de enero, se hablará en la sala cultural de Fnac, en la plaza de Callao. El libro se llama así, Historias de Madrid, y su autor es Rodolfo Serrano, a quien algunos conoceréis por su blog. Confieso que sólo he leído algunas de esas historias cuando se publicaron en la prensa, que no he leído la totalidad, pero puedo asegurar donde haga falta que Rodolfo es de los que escriben artículos que llegan al corazón del lector porque él pone el corazón en sus palabras.


A Rodolfo le debo estar en estas latitudes, él fue el que me convenció para meterme en el berenjenal de inventar un blog (hace ahora dos años casi exactos). La experiencia ha sido singular y fructífera, y a él siempre le agradeceré que me animara. Hoy me reconvenido porque últimamente estoy un poco vaga con las letras.

Intentaré enmendarme, Rodolfo.

domingo, 3 de enero de 2010

Los cuentos de O´Henry

Jonshy y Sue son dos jóvenes pintoras que viven en un pequeño piso de Greenwich Village. Estamos en Nueva York a principios del siglo XX. Una epidemia de neumonía se filtra por las ventanas de los apartamentos baratos y se apodera de los cuerpos más débiles, de los organismos sin defensas, de los más expuestos al hambre y al frío. Jonshy contrae la enfermedad y se deja llevar hacia la muerte.

Las recetas del médico quedan sin efecto a causa de la pasividad de la joven pintora. Sue trata de animarla, pero no tiene éxito. Jonshy mira por la ventana y anuncia que morirá cuando caiga la última hoja de la enredadera que cubre la pared del edificio que se ve desde su lecho. Sue, alarmada, le confía su pena al viejo Beherman, su vecino del piso de abajo, un pintor borrachín y fracasado, que todavía no ha conseguido plasmar en un lienzo su obra maestra, la que le redimirá de la pobreza y el anonimato.

Sue consigue que Jonshy duerma unas horas y que sus ojos se desprendan de la enredadera. Cuando despierta, todavía queda una hoja sobre la pared del edificio cercano. Pasan las horas, y la hoja no se desprende. Jonshy empieza a recobrar fuerzas. Acepta tomar una sopa, peinarse, incorporarse sobre su lecho.

El viejo Beherman, mientras tanto, es trasladado a un hospital donde muere en dos días. En su casa se hallan sus instrumentos de pintor y una escalera que ha usado recientemente. La hoja de la enredadera sigue colgando, inmóvil, sobre la pared vecina. Sue comprende que la hoja que no ha caído no es real. Es la obra maestra del viejo pintor que ha fallecido para darle a Sue la vida.

Este cuento, bello y entrañable, está firmado por un autor que firma O´Henry. Encontré el libro "Cuentos de Nueva York" en la biblioteca pública a la que acudo de cuando en cuando, en unas repisas dedicadas a relato breve. Indagué sobre el autor y me enteré de que en realidad se llamaba William Sydney Porter. Nació en Carolina del norte en 1862 y su vida estuvo llena de avatares que, tal vez, influyeron en la esencia de su obra.

Si os apetece, encontrareis más cuentos en esta página.

Fotos LIFE.
Wall Street en
1886, por George B. Brainerd
Union Square en 1889, por Wallace G. Levison