Hubo un tiempo en que la literatura era una asignatura espesa, cargada de datos que había que memorizar: títulos de libros, biografías de los autores, tendencias e influencias de éstos. Los estudiantes debían memorizar ese cúmulo de datos en su cabeza como si se tratara de un listado de minerales y sus propiedades físicas o una ristra de sucesos históricos despojados de cualquier explicación o demostración práctica.
Pero entonces llegaba la lección del Romanticismo y las rimas de Bécquer. Los breves poemas del autor infortunado (se decía que murió joven, que tuvo amores imposibles, se contemplaba su retrato y se admiraban sus facciones agradables) empezaban a sonar en el aula. Los alumnos declamaban las rimas con un afán innegable de evadirse de otros temas de la asignatura menos excitantes, menos relacionados con los sentimientos, con la sensibilidad, con el amor universal que algunos chicos empezaban a sentir en sus propias entrañas.
Becquer se convertía en un aliado de los adolescentes. Sus rimas sonaban en clase, se escribían en los cuadernos, en las tapas de las carpetas, en los diarios personales.
Qué es poesía dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul….
Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas…
No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira…
Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
hoy llega al fondo de mi alma el sol…
Con las rimas se identifican los sentimientos y los estados anímicos propios, con sus leyendas se pasaba miedo y angustia. Todavía quedaban otros poetas por conocer, otros versos llenos de pasión o de sosiego que recitar. Miguel Hernández y Antonio Machado eran futuro. Pero la semilla estaba sembrada en nuestra sensibilidad.
La literatura no era un rollo tan complejo como suponíamos cuando nos aprendíamos las lecciones anteriores, cuando leíamos pasajes de obras que todavía no estábamos capacitados para asimilar.
Por eso, por ese acercamiento a las letras, a la poesía, a los sentimientos, por eso, aunque ahora resulte trasnochado y un tanto cursi, por eso confieso sin ningún reparo que yo soy una auténtica adoradora de Bécquer.