jueves, 26 de marzo de 2020

Profetas a posteriori

Detesto los mensajes, los vídeos, las fotos que recibimos estos días, por whatspp, en los telediarios, en la prensa, advirtiéndonos de que la situación es muchísimo peor de lo que sabemos o creemos saber y quejándose de lo mal que se está gestionando la crisis. Detesto a tantos augures a posteriori, que no cesan de recordarnos que esto se veía venir y que se debían haber tomado medidas restrictivas de antemano.

El día que la comunidad de Madrid decretó el cierre de colegios e institutos, lunes 9 de marzo por la tarde, hubo muchas voces en contra de la medida, dudando de su conveniencia y sus efectos. Parecía alarmismo innecesario. El día que el gobierno central recomendó el cierre de todos los centros escolares de España, jueves 12 de marzo, hubo voces discrepantes incluyendo las de algunos de políticos con peso regional.

Ese jueves, primer día sin clases en Madrid, los parques estaban llenos de familias con niños y las terrazas de turistas y residentes tomando el fresco y una cerveza con aperitivo.
Al día siguiente, los madrileños fueron conminados a quedarse en casas con sus criaturas. Pero de poblaciones costeras nos llegaban imágenes de playas, terrazas y calles llenas de gente, cuando en Valencia ya tenían también numerosos afectados por el virus.

Si estos comportamientos, que no denotan perversión sino inconsciencia e ignorancia, se daban en momentos en que la pandemia ya estaba extendiéndose peligrosamente por todo el país, ¿qué habría ocurrido si el viernes 6 o el 7 de marzo se hubieran suspendido manifestaciones, encuentros políticos, miles de partidos de fútbol y baloncesto, miles de misas, miles de espectáculos de teatro, sesiones de cine, conciertos, compras en centros comerciales?

¿Habrían aplaudido las medidas cautelares, tan estrictas, los que ahora dicen lo que se tenía que haber hecho entonces habida cuenta de que ciertos profetas a posteriori fueron protagonistas de actos multitudinarios, con enfermos evidentes asistiendo a la convocatoria?

También detesto a todos esos individuos e individuas que aprovechan el dolor de todo un país para hacer campañas de propaganda política. Dejen de lanzar mensajes para atemorizar y revolver a la población, que bastante tenemos con esperar noticias de nuestros allegados, unos encerrados en casa sin quebranto de salud física, otros ingresados en hospitales, otros pendientes de un familiar enfermo, todos afectados psicológicamente por la tempestad vírica.

Dejen de intentar promocionarse en estos momentos tan excepcionales. Sólo queremos gente que trabaje para aportar soluciones, gente que trabaje por la convivencia, sólo queremos mensajes de aliento, de energía, de entendimiento, queremos gente que inspire confianza en que, se haya hecho mal lo que se haya hecho mal, saldremos de esta.

Luego ya habrá tiempo de hablar de los errores que han cometido los gobernantes de todos los ámbitos y de las últimas décadas: los gobernantes actuales y los que los precedieron en los despachos nacionales, autonómicos, municipales o institucionales.

miércoles, 25 de marzo de 2020

El muchacho de la panadería

Todas las mañanas levanta la persiana de la panadería y recibe al primer cliente del día. Antes de que todo esto ocurriera, el muchacho empezaba a trabajar a las 6:30. Todavía reinaba la oscuridad cuando sonaba en la calle el ruido de la persiana y el motor del camión que le traía las cajas de los ingredientes.

Ahora no abre hasta las 8:30. Y cierra a mediodía porque su madre, que se encargaba del negocio cuando él terminaba su turno, no sale de casa. Y porque la clientela ha disminuido.


Todas las mañanas compruebo que la panadería está abriendo, que aparecen frente a su pequeña cristalera las bandejas de croissants y de madalenas, que van desapareciendo poco a poco, a medida que los vecinos van entrando en el pequeño local. De uno en uno, por supuesto.

Hoy, antes de iniciar las tareas habituales, el trabajo a distancia que procuramos cumplir con eficacia y esmero, a pesar de que whatsapp hace difícil el entendimiento, he decidido bajar a comprar un par de esos bollitos que contemplo todas las mañanas desde mi ventana.
Me apetecía sentir su sabor dulce y su textura esponjosa. Pero también me apetecía decirle al muchacho de la panadería que es un consuelo verle cada día haciendo lo mismo que hacía antes de que la tempestad vírica derrumbase nuestra vida cotidiana.
Que él es una especie de símbolo de que la vida no se nos ha roto del todo.

A la postre, sólo me ha salido una frase después de pagar mi compra. Gracias por estar aquí.










(Las fotos son de facebook)

martes, 24 de marzo de 2020

Escapar

 Hay días más difíciles que otros. Días en que el encierro hace mella en ti, que llevas tantas horas metida entre paredes.
No es sólo la prohibición de salir de casa, las ganas de darte un paseo o una caminata como cualquier tarde normal de primavera. Es también el miedo, el pánico que te ataca cuando notas un escozor en la garganta y un cierto decaimiento matinal. ¿Será el virus?

Te convences de que no es más que una faringitis. O ni siquiera eso, una irritación de la garganta por haberte asomado tantas veces a la ventana sin bufanda, a pesar de que las temperaturas han bajado estos últimos días.

Pero después escuchas las noticias y el pánico se convierte en un dolor profundo, en una tristeza sin límites, en la terrible sensación de que en cualquier momento vas a cometer una fechoría para romper esta rutina excesiva.

Entonces vuelves al ordenador y revisas los mensajes llegados ayer. Son tantos que algunos los leíste por encima o, si eran vídeos, se quedaron sin abrir.
Entre ellos hay uno de Maite, una de mis queridas amigas lectoras, que me llena de luz, de vida, de pasión.... La Pedriza con música de Zaz.
¡Qué ganas de escapar!

Saldremos de esta, dicen los niños.
Volveremos a vernos, dicen las amigas.
Creo que voy a pasar el resto de la tarde escuchando a Zaz.



Fotos de Maite B.

lunes, 23 de marzo de 2020

La vida interrumpida

Son las once y seguimos en casa. A estas horas deberíamos estar paseando por el centro de la ciudad, visitando un edificio notable o una exposición recién inaugurada, escuchando una conferencia o una lección de historia, tomando un café con los compañeros después de una reunión de los socios.
A estas deberíamos estar en la calle, pero el mundo se ha detenido, de repente, y nuestra vida cotidiana se ha interrumpido.

Llueve lentamente sobre Madrid. Es una lluvia que limpia la atmósfera, que ahora ya no es tan turbia y pestilente como suele, que empapa las calzadas y las aceras desiertas, que arrastra el polvo de los coches estacionados en el mismo sitio desde hace más de diez días.
La lluvia amortigua los intensos deseos de salir de casa que a veces nos hacen temer que no seremos capaces de aguantar otras tres semanas confinados.



Te imagino consultando la agenda, doliéndote por una cita que has tenido que aplazar, una actividad que se ha anulado. Acordándote de tus compañeros de la Asociación, ese montón de hombres y mujeres jubilados que se han unido a ti para poner en marcha un proyecto que está dando muy buenos frutos. No hay más que ver cómo acudimos a las charlas, a las tertulias, a las visitas y viajes que organiza la Asociación. Y ver, ante todo, las buenas relaciones que se están forjando entre personas que antes de acudir a estas actividades quizás ni se conocían.

Los jubilados son gente con iniciativa, con creatividad, con muchas ganas de disfrutar de la vida, de aprender lo que antes no se pudo conocer, de relacionarse, de compartir vivencias, de hablar de lo que saben, de lo que dudan, de lo que sospechan, de lo que gozan.

El recuerdo de esos compañeros, que ahora son sobre todo amigos, te acompaña esta mañana, mientras bajas al jardín aprovechando una pausa de lluvia. Las plantas han reverdecido con la humedad y huele a verde, a flores.

La vida se ha interrumpido pero sólo por unos días. Estamos esperando a que escampe, que la primavera avance, para reencontrarnos fuera.

(Foto: Charo)

domingo, 22 de marzo de 2020

Las amigas lectoras

Mañana teníamos nuestra cita semanal en la sala que nos prestan en la biblioteca pública. Teníamos que hablar de un libro, el octavo o noveno que leemos al unísono desde que nos constituímos como club de lectura, un año hace este mes de marzo.
Anulamos la convocatoria cuando nos dimos cuenta del calibre de la pandemia y de la imposibilidad de movernos de casa.

Pero ahora hablamos por whatsapp. Charo configuró un grupo en el que hasta ahora hablábamos sobre todo de citas, confirmábamos fechas, horas y lugares cuando en la biblioteca no estaba disponible nuestra sala, nos asegurábamos del título del libro que nos tocaba para el próximo mes, nos referíamos a alguna lectura que nos estaba gustando especialmente.
Ahora hemos ampliado el temario.

Nos mandamos mensajes de aliento, textos preciosos de nuestros autores admirados, canciones inmortales, enlaces a webs que contienen cuentos universales o que nos permiten visitar los museos mas importantes del mundo, vídeos de poetas declamando, fotos de nuestras plantas domésticas, de los rincones donde cada una guarda sus apuntes y los libros pendientes de leer, de los árboles que vemos desde la ventana.
Estamos unidas, apoyándonos, confortándonos, riendo a veces, quejándonos otras. Pero estamos unidas.

Cuando volvamos a salir a la calle nuestra amistad, que en algunos casos se remonta a un año atrás, será más fuerte, más profunda y más sólida.
Los libros seguirán enganchándonos, nuestra pasión por la lectura nos llevará un lunes al mes a reunirnos en la biblioteca. Pero en estos días estamos aprendiendo a quererenos más como amigas.

Con mi cariño para Ana, Araceli, Carmina, Charo, Josefina, Maite, María Jesús, Nati, Nieves, Pilar, Rosa.





 Las plantas de Araceli



      El guindal que ve Josefina



 El rosal de María Jesús

Una semana de encierro

Siete días encerrados. Llevamos una semana de confinamiento. Dos o tres días antes ya salíamos con miedo a la calle, sospechando la que se nos venía encima.

El último día que nos vimos, antes de que nos mandaran a casa, comentábamos nuestra preocupación por nuestras madres, por las personas mayores con las que convivimos a diario, o de vez en cuando, personas a las que besamos, tocamos, lavamos, untamos crema hidratante en las piernas, ponemos colirio en los ojos.....

Nos mandamos mensajes con frecuencia, nos preguntamos por las madres. Nuestros padres se fueron ya hace algún tiempo, antes de que la pandemia nos arrollara y nos encerrara en casa.
Seguimos un poco preocupadas. Estamos pendientes de una tosecilla, de un gesto de dolor, que igual no es más que un calambre o una mala postura, de un suspiro más largo de lo habitual.

Ellas están con nosotras, podemos hablar, comentar, discrepar incluso, reírnos a veces. Pero hay muchos mayores que están encerrados en residencias, aislados, con virus o sin virus, pero sin poder ver a sus hijos o a sus nietos, sin poder contarles que están asustados o que no, que no están asustados porque, por su larga vida y sus experiencias, están curados de espanto.


Hoy es domingo y apetece salir a dar una vuelta por el barrio, acercarse a comprar el pan y unos pasteles para endulzar la jornada. Pero tendremos que conformarnos con asomarnos a la terraza y contemplar las calles y los jardines desde arriba, esperando que las nubes se retiren y asome por entre sus bordes el sol de la primavera.
¡Qué suerte tenemos de tener esta terraza! ¡Qué suerte de poder pasar el domingo en casa!

(Foto: Nuria)

sábado, 21 de marzo de 2020

Vivas nos queremos



La violencia machista se cobra una nueva víctima, una mujer de 35 años asesinada en un pueblo de Castellón delante de sus hijos.
Y van diecisiete asesinadas en tres meses.

En Sevilla hay otra mujer hospitalizada. Su compañero intentó cortarle el cuello cuando ella le anunció que le iba a abandonar.

Obsesionados con el coronavirus, repletos los medios de comunicación y las redes de noticias sobre la enfermedad, el confinamiento, la crisis económica, estábamos olvidando que hay otros problemas en nuestro país que ni se atenúan ni se resuelven con el encierro. Pero la cruda realidad nos ha saltado a la cara.

El País ha hablado con la hija de un tipo violento que tiene amedrentadas a las tres mujeres de su casa. ¿Cuántas niñas, jóvenes, mayores y ancianas están sufriendo unas circunstancias semejantes?


Hoy no saldrá nadie a las puertas de los edificios institucionales para reclamar que cese esta pandemia que mata a miles de mujeres en todos los países del mundo. Pero desde nuestros balcones y nuestras ventanas, podemos seguir gritando contra la violencia machista.

Stop violencia de género. Ni una menos. Vivas nos queremos.



viernes, 20 de marzo de 2020

Noche de viernes

La noche del viernes es puro jolgorio en las calles de Madrid. Los vecinos suelen quejarse de los ruidos de los que deambulan de madrugada de bar en bar, de esquina en esquina, riéndose y vociferando.

Pero esta noche de viernes lo que suena en los barrios es el silencio. El inmenso silencio que solo quiebra el rumor de un coche con luces azules, atravesando el asfalto, o el del autobús que corre, con uno o dos pasajeros, con ninguno acaso, hacia su última parada antes de regresar a la cochera.

En mi calle todos los bares, que son muchos, tienen la persiana echada. Sólo hay luz y movimiento en un negocio que, curiosamente, se ha inaugurado esta semana: un establecimiento de comidas elaboradas. Frente a la puerta dos muchachos con bicicleta, con una caja colgada en la espalda, esperan turno para recoger un pedido. No hablan, no hacen ruido, solo esperan.

Pienso que mi amigo Ángel estará contemplando la noche en su plaza, nuestra plaza de Olavide, precintada, deslucida, congelada en un silencio frío e inhóspito que estremece a quien se asoma a uno de sus balcones. Le saludo desde mi ventana, porque de momento no es posible ir a tomar un café o un aperitivo a una de las terrazas de la explanada.

Ángel es el cronista de la plaza por méritos propios y aclamación popular. Y en calidad de tal, cada día escribe sobre ella, sobre el barrio, sobre la ciudad y sus habitantes, en un informativo digital del barrio.
¿Qué nos contará mañana?

Te tomo prestada una foto, Ángel.


Foto: Somos Chamberí

Primera mañana de primavera

Despierta la mañana del viernes en los patios de vecindad. Suenan voces cotidianas, música de transistores, rumor de enseres de cocina, crujido de ventanas que se abren y se cierran. Alguien canturrea una melodía indescifrable.

Las noticias de primera hora siguen siendo estremecedoras. Los hospitales de Madrid están en situación crítica. Debemos quedarnos en casa, se nos insiste desde los medios de comunicación.

Y entonces, cuando la angustia empieza a taponarnos el pecho, el móvil suena, avisando de la entrada de un mensaje. 
Es una de las amigas lectoras. No manda ni un meme, ni un vídeo alarmista, ni un enlace para visitar una página de ejercicios físicos. Manda un párrafo de un libro que todas hemos leído más de una vez.
Gracias, Nati, y gracias a las amigas del grupo, por este soplo de aliento en una mañana grisácea, la que inaugura nuestra primavera.


Cuando José Arcadio Buendía se dio cuenta de que la peste había invadido el pueblo, reunió a los jefes de familia para explicarles lo que sabía de la enfermedad del insomnio, y se acordaron medidas para impedir que el flagelo se propagara a otras poblaciones de la ciénaga. Fue así como les quitaron a los chivos las campanitas que los árabes cambiaban por guacamayas, y se pusieron a la entrada del pueblo a disposición de quienes desatendían los consejos y súplicas de los centinelas e insistían en visitar la población. Todos los forasteros que por aquel tiempo recorrían las calles de Macondo tenían que hacer sonar su campanita para que los enfermos supieran que estaban sanos. No se les permitía comer ni beber nada durante su estancia, pues no había duda de que la enfermedad sólo se transmitía por la boca, y todas las cosas de comer y de beber estaban contaminadas por el insomnio. En esa forma se mantuvo la peste circunscrita al perímetro de la población. Tan eficaz fue la cuarentena, que llegó el día en que la situación de emergencia se tuvo por cosa natural, y se organizó la vida de tal modo que el trabajo recobró su ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir. 

Gabriel García Márquez. Cien años de soledad. 


jueves, 19 de marzo de 2020

Día de los padres

"De madrugada, sin anuncio y sin más público que los efectivos de bomberos y policía, el fuego consumía parte de la falla municipal a excepción de la figura de la meditadora, con mascarilla incluida, que ha recibido el indulto por unos meses", contaba el martes el diario Expansión.

No hubo muchos fotógrafos ni cronistas ante esta falla, pero alguna imagen nos llega desde la plaza del Ayuntamiento.


Hoy Valencia debería estar llena de gentes, adultos y niños, abuelos y turistas, disfrutando de su gran fiesta, del arte de sus falleros, de sus músicas y sus tapas, de sus relaciones. Pero están los valencianos metidos en casa, los que viven en su tierra y los que planeaban viajar allí para pasar estos días con la familia.

Y eso es más triste aún: los padres que hoy no comerán con sus hijos y los hijos que hoy tendrán que felicitar a sus padres por teléfono o por videoconferencia. Sin embargo, todos, o casi todos, pensarán que son afortunados porque les ha tocado vivir la experiencia terrible del miedo y del encierro por el coronavirus en una época en la que las tecnologías nos permiten seguir hablando con nuestros amigos y familiares y nos permiten, y esto sí que es un lujo, ver a nuestros interlocutores a través de una pantalla.

Si esto hubiera ocurrido veinte años atrás...

No hay que decaer, no hay que deprimirse, no hay que dejarse vencer por el miedo. Eso decía el doctor Escudero en el vídeo que os enlacé ayer. Pero hay que tener mucha fuerza para superar el dolor y el espanto cuando te llegan noticias de que alguien ha perdido hoy a su padre. El coronavirus, sí. Otra vez. Y precisamente este día en el que todos recordamos a nuestros padres, incluso quienes lo perdimos hace años ya.

Quizá sea un desatino lo que predican los creyentes religiosos o los que creen en presencias anímicas, pero no sería mala idea hablar hoy un ratito con nuestros padres ausentes; no necesitamos ni el teléfono ni el ordenador que están usando a estas horas los hijos que tienen en otra casa o en otra localidad a los suyos.

(Foto: Las provincias)

miércoles, 18 de marzo de 2020

Noticias de la mañana

La primera noticia que escuchas esta mañana en la radio: la pandemia se prolongará durante varios meses, quizás hasta julio, vaticina un experto.
Sube el nivel de miedo. 

Luego escuchas la terrible noticia de que han fallecido 18 ancianos en una residencia y que sus responsables andan a la greña con los políticos de la Comunidad.
Sube el nivel de pena.

La noticia tonta, la casi cómica, es la de un hombre y una mujer que han sido rescatados en un monte nevado, ateridos de frío porque salieron de casa el sábado, con temperaturas de primavera, y les pilló la nevada del domingo a la intemperie. Estaban huyendo del virus, de sus efectos, del ambiente enrarecido de su localidad, y estuvieron a punto de perder la vida en la montaña. 
No dan ganas de reír sino de llorar. 
¿A qué niveles de pánico estamos llegando como para arriesgar la vida antes de que nos alcance el coronavirus?

Pero a estas horas Lydia me manda un mensaje de un doctor del que he oído hablar maravillas, lo escucho y la boca se me llena de saliva. 


Escuchadle, por favor.

martes, 17 de marzo de 2020

Un paseíto corto

El día ha amanecido con lluvia. Y con un ese frío que, en otras circunstancias, nos haría alegrarnos de no tener que salir de casa. Quizás sea más fácil así aguantar el encierro.
Cuando deje de llover saldremos a dar un paseo. Un paseito corto, como el de ayer. No podemos ir al parque, tenemos que conformarnos con dar una vuelta a la manzana. Pero no te preocupes. Esto no durará eternamente, solo durará unos días. Cuántos todavía no se saben. O no nos lo han dicho.





Te imagino frente al ventanal desde el que me mandas esta foto, mirando esa calle de siempre, tan silenciosa y vacía como tantísimas calles de España. Las campanillas del whatspp suenan constantemente en el teléfono. Tus parientes y amigos no dejan de enviarte señales de consuelo, bromas, pensamientos que compartir. A veces su insistencia resulta pesada, a veces molesta. Pero la mayoría de los mensajes son señales de cariño, la prueba de que te echan de menos, de que están deseando volver a salir por las mañanas a tomarse un café contigo o a darse un paseito por las inmediaciones del Prado.

Parece que ha parado. Vamos a aprovechar, venga, vamos a la calle.
Me imagino a Cloe disfrutando de estas vacaciones inesperadas, tan feliz de pasar estos días tantas horas contigo. Aunque sea metidas en casa, sin poder salir a correr por el parque.

Todo va a salir bien. Lo dicen todos los niños. Los italianos antes, los españoles ahora.
Todo va a salir bien.

 (Foto: Teresa M)

lunes, 16 de marzo de 2020

La plaza vacía


¿Dónde habrán guardado las mesas y las sillas que habitualmente invaden los costados de la plaza? ¿Dónde estarán los abuelos que se sientan en esos sillones de parque mientras los nietos se rebozan en la tierra? ¿Dónde se habrán metido los chavales que se reúnen alrededor de esos sillones en las horas de madrugada de los viernes y los sábados?

Nos quejamos de sus ruidos y de sus voces pero hoy, viendo la plaza vacía, tan abandonada, desearíamos que vinieran todos, los niños, los abuelos, los chavales alborotadores, desearíamos que se llenaran de gente las terrazas deshechas, que se moviera una moto de esas que duermen aparcadas frente a la fachada del Conde Duque, que pasara el microbús eléctrico, que gritara una mujer el nombre de una vecina... Pero no se va a producir el milagro.

La plaza seguirá vacía durante unos cuantos días. Silenciosa y solitaria.

Pero aun vacía es hermosa. Y sus árboles, los que vemos desde la ventana, nos sorprenderán cada día con una hoja más, con una rama más espesa, con el pronóstico de que antes o después nos va a alcanzar la primavera.
Será el momento de bajar a la plaza, sentarse en una terraza y brindar por la vida, la amistad y la energía que nos ha mantenido unidos.


(Foto: Rosa Aurora)


domingo, 15 de marzo de 2020

En los balcones

Tiempo de miedo y tristeza, de separaciones sin olvido, de actividades truncadas, de proyectos rotos. Tiempo de encierro.

Nos hemos metido en casa para que el virus, que circula por las calles que recorremos a diario, que viaja en los autobuses que cogemos, en el metro, que se mete en las tiendas y los portales, en las oficinas, en los bares, en los cines, en los teatros, en todas partes, no nos pille de repente y nos desbarate el cuerpo.

En la calle hace sol, la primavera se adelanta unas fechas, pero sólo se nos permite verla desde la ventana. O desde el balcón. O desde una terracita, los más afortunados. No tan afortunados, empero, como los que tienen un patio o un jardín donde disfrutar del buen clima y del aire, que estos días es en las ciudades y su entorno menos oscuro que lo era hace cinco días.

Aquí estamos, pasando estos días de encierro con paciencia y confianza en que lo superemos con las menores pérdidas posibles. Sobre todo, pérdidas de personas, aunque también nos preocupa, y mucho, la gente que va a perder el trabajo o el negocio, que va a perder, al menos de momento, su futuro.


Volvemos a asomarnos a los balcones. Tomamos el sol, miramos la calle, leemos un libro, hablamos por teléfono.

Y a las ocho hemos quedado para brindar un aplauso a las personas de la sanidad pública que están curándonos y atendiéndonos.
Quedamos, pues, a las ocho en los balcones.

PD. Laura, gracias por recordar a Cecilia.

martes, 2 de agosto de 2011

Bécquer, la semilla

Hubo un tiempo en que la literatura era una asignatura espesa, cargada de datos que había que memorizar: títulos de libros, biografías de los autores, tendencias e influencias de éstos. Los estudiantes debían memorizar ese cúmulo de datos en su cabeza como si se tratara de un listado de minerales y sus propiedades físicas o una ristra de sucesos históricos despojados de cualquier explicación o demostración práctica. 

Pero entonces llegaba la lección del Romanticismo y las rimas de Bécquer. Los breves poemas del autor infortunado (se decía que murió joven, que tuvo amores imposibles, se contemplaba su retrato y se admiraban sus facciones agradables) empezaban a sonar en el aula. Los alumnos declamaban las rimas con un afán innegable de evadirse de otros temas de la asignatura menos excitantes, menos relacionados con los sentimientos, con la sensibilidad, con el amor universal que algunos chicos empezaban a sentir en sus propias entrañas.

Becquer se convertía en un aliado de los adolescentes. Sus rimas sonaban en clase, se escribían en los cuadernos, en las tapas de las carpetas, en los diarios personales. 

Qué es poesía dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul….

Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas…

No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira…

Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
hoy llega al fondo de mi alma el sol…

Con las rimas se identifican los sentimientos y los estados anímicos propios, con sus leyendas se pasaba miedo y angustia. Todavía quedaban otros poetas por conocer, otros versos llenos de pasión o de sosiego que recitar. Miguel Hernández y Antonio Machado eran futuro. Pero la semilla estaba sembrada en nuestra sensibilidad. 

La literatura no era un rollo tan complejo como suponíamos cuando nos aprendíamos las lecciones anteriores, cuando leíamos pasajes de obras que todavía no estábamos capacitados para asimilar.
Por eso, por ese acercamiento a las letras, a la poesía, a los sentimientos, por eso, aunque ahora resulte trasnochado y un tanto cursi, por eso confieso sin ningún reparo que yo soy una auténtica adoradora de Bécquer.


sábado, 30 de abril de 2011

La abadía de los crímenes

Un rey mujeriego y ambicioso, una reina doliente y resignada, una monja perspicaz, una abadesa poderosa, un convento maldito donde la muerte golpea a las jóvenes novicias. Con estos ingredientes y un lenguaje certero e impecable, Antonio Gómez Rufo nos invita a viajar a las tierras catalanas del siglo XIII, donde se alza la magnífica abadía de San Benito. El rey llega con su cortejo y sus tropas, que acampan en las inmediaciones, para averiguar el autor y los motivos que han llevado a la muerte, en extrañas circunstancias, a varias monjas de poca edad. 
Al rey le asiste Constanza, una monja venida de otro convento, famosa por haber resuelto antes algún caso misterioso en su comarca. Con muchos silencios a su alrededor, con sus proyectos bélicos en la cabeza (Jaime está planificando la conquista de Mallorca e, incluso, de los territorios musulmanes de Valencia y Murcia) y la preocupación por las negociaciones entabladas con los nobles catalanes, que le han sugerido la batalla por las islas, con un amor incipiente por una joven dama de la reina (que acabaría siendo su segunda esposa), el rey se empeña en resolver el misterio cuánto antes. 
Lo consigue gracias a sor Constanza, que tiene habilidades científicas y una capacidad prodigiosa para deducir la verdad con las pocas pistas que encuentra en la abadía.

Este libro, "La abadía de los crímenes" es el que andaba buscando el pasado domingo. Me hice con él tres días después. El miércoles, 27 de abril, se celebró en Madrid La noche de los libros, y muchos autores se pasaron por librerías y comercios para firmar sus obras. Así que compré el libro con una firma de Antonio Gómez Rufo y una dedicatoria para mi madre. 
Este libro sí me parece un buen regalo para una madre.
Porque es ameno, porque es interesante y porque Gómez Rufo es uno de esos autores, mejor dicho, de esas personas del género masculino, que valoran a la mujer como ser humano con capacidad intelectual. Se percibe en sus obras y en sus entrevistas.


jueves, 14 de abril de 2011

República

El diario Público ha publicado hoy un cuadernillo con la República como protagonista y como asunto histórico. En su página web, además, ha incluido vídeos y audios con los artículos de la constitución que el parlamento surgido de las urnas en 1931 elaboró y aprobó.


Aquí están los artículos: pinchad y los escuchareis.

Y un vídeo sobre el 14 de abril al que también nos permite llegar Público.



Nota posterior: Una frase de Manuel Vicent, que escribe hoy un artículo de prensa:  
La República supuso en la historia de España una corriente de aire puro de renovación basada en la inteligencia, en la libertad, en la cultura y en la justicia social, que terminó en un baño de sangre.

domingo, 3 de abril de 2011

La realidad ¿es arte?

"Bajan las escaleras con lentitud, pulsando en cada piso el botón de la luz para no quedarse a oscuras". Esta frase, tan sencilla en apariencia, detuvo mi lectura. Apenas empezaba a familiarizarme con los personajes y los ambientes de Viene la noche", el tercer libro de la trilogía de Óscar Esquivias. Me vi bajando las escaleras de mi casa y pulsando el interruptor en cada rellano para evitar que se me fuera la luz en mitad de un tramo de escaleras. Un gesto tan cotidiano, tan ínfimo se había convertido ante mis ojos en materia literaria. 

Desde este momento estaba ya rendida a la novela. Que siguió sorprendiéndome cuando, siguiendo la lectura, empezaron a desfilar por sus páginas calles por las que he caminado, bares que conocía, ambientes que he contemplado más de una vez. Reconocer los sitios me hizo volver a ellos para recordarlos (y retratarlos) y me suscitó una cuestión, una duda sobre el arte realista o el realismo en el arte.

El intento de reflejar en un cuadro, en un escenario o en una novela, una serie de hechos, situaciones y ambientes inspirados en la vida real, que el autor conoce de primera mano, ¿es un aliciente para el lector o es un lastre, una disminución de la calidad de la obra? 

He leído artículos y reseñas de profesores y autores que opinan que el arte debe escapar de los límites y las limitaciones de la realidad, a fin de adquirir un rasgo más sublime, más universal. El arte, dicen, deber ser un tanto abstracto o ambiguo para no ser una mera fotografía de la realidad, sin valor cultural elogiable.

Durante un tiempo los prebostes de la cultura oficial despreciaron la pintura de Antonio López porque era demasiado realista. Sin embargo, contemplando un cuadro de López, observando su Gran Vía o sus tejados de Madrid desde la perspectiva de Vallecas, ¿quién se atrevería a compararlos o a confundirlos con una fotografía o un paisaje calcado?

En el caso de la literatura, cuando un escritor de ficción introduce en su novela datos tomados de la realidad física en la que se mueven sus personajes, (caso de la novela de Óscar Esquivias), no está, en mi particular opinión, elaborando un reportaje ni un documental, sino convirtiendo la vida real en materia literaria, tan válida y encomiable como cualquier argumento que procediera exclusivamente de su imaginación. Siempre que sea un buen escritor, claro está. Siempre que tenga talento y capacidad de fabulación, siempre que no se conforme con escribir lo que ve o lo que oye sin pasarlo antes por el tamiz de su estilo y de su talento. 

No obstante, detecto en algunas novelas, que suceden en tiempo presente en una ciudad auténtica, un cierto afán por eludir datos que servirían al lector para reconocer el lugar. ¿Acaso si el escritor aporta esos datos le restaría universalidad e interés a la novela? ¿Acaso perdería valor a ojos de un lector de Badajoz o de Santander si en sus páginas se mencionara el paseo de Recoletos o la pastelería La Mallorquina?


Por la calle de la izquierda, camino del bar, viene Benjamín caminando desde su calle.
Yo no soy profesional de la crítica ni de la enseñanza, pero creo que Viene la noche, una novela basada en una realidad viva, es una obra de arte, un retrato literario acertadísimo, ameno y elocuente de la ciudad en la que habitan sus personajes, una ciudad que se reconoce, que se menciona con nombres y apellidos. Porque los sentimientos, los desencuentros, los miedos, las ansias, las rencillas de quienes transitan por sus páginas podrían ser, cambiando de colores y tamaños, los de millones de personas de cualquier ciudad del planeta.

viernes, 25 de marzo de 2011

Viene la noche. Sitios reales. (2)

El bar La Pampa existe. El bar donde Benjamín se reúne con sus amigos es un local de muchos años, situado en una esquina muy concurrida, entre la calle Francos Rodríguez y la de Villaamil. Pasé por allí el domingo para asegurarme de que no lo habían derribado, pues en esta zona de Madrid los establecimientos comerciales y de hostelería cambian con excesiva frecuencia, como si se quedaran obsoletos en pocos meses. Pero aquí estaba, con su cartel de siempre, añejo y un tanto descolorido. Para que otros lectores de Esquivias conozcan el lugar, para que se ambienten, hice esta foto que dejo aquí.


Siguiendo la ruta que hace Benjamín cuando pasea de noche con su hijo Jaime,  tomé alguna foto de la calle Bravo Murillo, en dirección a Cuatro Caminos. 

Esta es la calle a la altura de la estación de Estrecho, que es a la que utiliza Benjamín cuando viene de su casa.


Y esta es una imagen de la calle a la altura del metro de Alvarado. A la izquierda, se entreve la fachada de la iglesia de San Antonio, a dónde Benjamín asiste con Teresa a misa. 
 

Y, por último, una imagen rápida de la Biblioteca Pública en la que Benjamín toma libros prestados. La imagen está escorada porque tuve la mala suerte de ir a hacer la foto una mañana en que la calle estaba cortada por los bomberos porque una caldera estaba echando demasiado humo. 
No se ven con claridad las escaleras donde se congregan los poetas que han hecho amistad con Benjamín. Lo que sí se ve es que hay tres pisos: el del mostrador de préstamo de libros es el primero.


Me pregunto si es enriquecedor o es un lastre para una novela empeñarse en retratar de manera tan fiel un barrio, unas calles, unos bares, unas formas de vida, prodigando detalles, como hace Esquivias. 
A mí me ha ayudado a mirar con otros ojos, más receptivos quizás, un barrio del que conozco algunas historias y por el que he paseado unas cuantas veces. 

domingo, 20 de marzo de 2011

Viene la noche. Tetuán, el barrio. (1)

Me apeo en la estación de Estrecho y miro a la gente que transita por el andén. Busco a Benjamín, el padre de Jaime, el marido de Teresa, el suegro de Sara. No veo a nadie de su edad a mi alrededor. Subo dos tramos de escaleras y salgo a la calle Bravo Murillo, a la altura de Francos Rodríguez. Sigo buscando a Benjamín. 
Ahora sí veo hombres mayores en las aceras. Ancianos que se mezclan con mujeres apresuradas, que cargan bolsas y tiran de la mano de criaturas jaleosas, y con docenas de chicos y chicas que han salido a divertirse y se agolpan ahora en los cruces de las calles y ante los escaparates de los comercios. Los rasgos de los jóvenes indican su condición de inmigrantes o, acaso, de hijos de inmigrantes venidos del norte de África o de un país del continente americano. Los viejos, en cambio, tienen cara de ser de aquí, de Madrid, o de Toledo, o de Almería, o de Burgos, como es el caso de Benjamín. A él, acostumbrado a sus vecinas dominicanas, le sigue, no obstante, sorprendiendo el aspecto de Bravo Murillo: desde hace unos años las aceras son un mosaico de ojos, pieles y cabellos diferentes, un conglomerado de razas y culturas, una especie de “naciones unidas” en miniatura.

¿Conocerá Benjamín la historia de esta calle, que dista alrededor de 500 metros de la de Wad Ras, en la que él habita?

Bravo Murillo debe su nombre al ministro de Isabel II que emprendió la tarea de traer agua potable a la ciudad desde un río que discurre por el norte de la provincia. A principios del siglo XIX esta vía era la carretera de Francia. Por ella  circulaban los viajeros que iban hacia el norte de la península y hacia los países europeos. O hacia los pueblos de Fuencarral o de Colmenar Viejo.

En 1860 las tropas del general O´Donnell, que venían de Marruecos, donde habían obtenido una victoria sonada sobre los nativos sublevados en Tetuán, levantaron sus tiendas junto a la carretera, en terrenos que pertenecían al consistorio de Chamartín de la Rosa. Al asentamiento se le dio entonces el pomposo nombre de Tetuán de Las Victorias. En años sucesivos el entorno se llenó de merenderos, tenderetes, casitas humildes, talleres de reparación, chatarrerías…. Hasta una plaza de toros se construyó en las inmediaciones.

En los márgenes de la carretera se  abrieron callejas, donde se avecindaron familias trabajadoras de pocos recursos. En 1929 recibieron con alborozo el metro, cuando la línea 1, Cuatro Caminos-Sol, se extendió hasta Tetuán. Sobre todo los que trabajaban en el centro de la capital. En 1948 la barriada se escindió del municipio de Chamartín de la Rosa y fue anexionada al de Madrid, lo que multiplicó su población, sus inmuebles y sus negocios.

En el margen occidental de Bravo Murillo quedan todavía caserones antiguos, de traza modesta y calidad dudosa, aunque también se han levantado cientos de edificios modernos cuyos precios no son ya tan asequibles para los bolsillos menos pudientes. En la vertiente oriental, las viviendas menos ostentosas conviven con los inmuebles de lujo y las torres de oficinas de alto nivel, ubicadas la mayoría en la zona conocida como AZCA.

Quizás Benjamín ya no transite por estas calles. Al fin y al cabo, los hechos que narra el libro que leemos, Viene la noche, de Oscar Esquivias, se remontan a las navidades del año 2006. Además, todavía ando por la página 200 de la novela, cuando la amante de Benjamín, Clarita, se ha ido a vivir a la costa con su hija. Igual Benjamín también se ha mudado de barrio. Igual ha sufrido un síncope a causa de su mal talante. Igual Teresa se ha cansado de hacerle las cenas y le ha puesto de patitas en la calle. Todo puede ser.
Bravo Murillo, dirección Tetuán. En la orilla derecha se ve la torre de la iglesia de San Antonio, a la que acude Benjamín con Teresa.
Leo este libro gracias a Pedro Ojeda Escudero y su propuesta de lectura colectiva, un experimento interesante. Sobre todo porque me ha permitido descubrir al autor y una novela como ésta.