Tiempo de miedo y tristeza, de separaciones sin olvido, de actividades truncadas, de proyectos rotos. Tiempo de encierro.
Nos hemos metido en casa para que el virus, que circula por las calles que recorremos a diario, que viaja en los autobuses que cogemos, en el metro, que se mete en las tiendas y los portales, en las oficinas, en los bares, en los cines, en los teatros, en todas partes, no nos pille de repente y nos desbarate el cuerpo.
En la calle hace sol, la primavera se adelanta unas fechas, pero sólo se nos permite verla desde la ventana. O desde el balcón. O desde una terracita, los más afortunados. No tan afortunados, empero, como los que tienen un patio o un jardín donde disfrutar del buen clima y del aire, que estos días es en las ciudades y su entorno menos oscuro que lo era hace cinco días.
Aquí estamos, pasando estos días de encierro con paciencia y confianza en que lo superemos con las menores pérdidas posibles. Sobre todo, pérdidas de personas, aunque también nos preocupa, y mucho, la gente que va a perder el trabajo o el negocio, que va a perder, al menos de momento, su futuro.
Volvemos a asomarnos a los balcones. Tomamos el sol, miramos la calle, leemos un libro, hablamos por teléfono.
Y a las ocho hemos quedado para brindar un aplauso a las personas de la sanidad pública que están curándonos y atendiéndonos.
Quedamos, pues, a las ocho en los balcones.
PD. Laura, gracias por recordar a Cecilia.
1 comentario:
Un beso virtual
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