domingo, 29 de marzo de 2020

Cambiando relojes

Mientras ajusto los relojes a la hora de la temporada veraniega, pienso en cómo puede afectar el cambio a la situación cotidiana en la que estamos inmersos desde hace quince días. (Dos semanas justas, cumplimos hoy).

Este año hemos mantenido menos debate sobre cuánto nos gusta o desagrada el desplazamiento de las horas de sol, si nos molesta levantarnos otra vez de noche o si nos encanta que se retrase el ocaso para disfrutar de tardes más largas en la calle o en el campo. En estas condiciones de encierro, las ventajas e inconvenientes se diluyen en un estado general de preocupación por asuntos más dolorosos.

Nos llegan noticia estos días de grandes morgues instaladas en espacios deportivos, de familias que no pueden acompañar a sus mayores en sus últimas horas, de mayores que permanecen aislados en  hospitales o residencias sin ver a sus hijos ni tener la esperanza de verlos antes de marcharse. Si la pérdida de un padre o una madre es siempre difícil de aceptar, sea cual sea la edad que hayan alcanzado, la imposibilidad de despedirlos hace que el proceso se convierta en una tragedia, en un episodio atroz que los hijos no olvidarán jamás, pienso yo, que no soy afecta a los velatorios ni a los espectáculos funerarios.

El teléfono vibra con el primer mensaje de la mañana. Las primeras noticias de la jornada acerca de los amigos y conocidos que están enfermos o que tienen a un familiar luchando contra el maldito virus.

Pienso entonces en el amigo que soporta la enfermedad en su casa, tirado en la cama, sin ganas de nada, pero soportando con coraje los síntomas del virus que en el octavo o noveno día, me ha contado, evolucionará de algún modo: aflojando sus efectos malignos o aumentándolos. ¡Ojalá que sea la primera opción!



¡Ojalá siga teniendo fuerzas y ánimo para asomarse de vez en cuando a la ventana, aunque el paisaje sea limitado, y para cruzar algunos mensajes de whastspp!

Mientras espero que el día sea benévolo con el amigo, sigo cambiando la hora de los relojes y me doy cuenta de que esta tarde, cuando salgamos a aplaudir a los balcones será de día y nos veremos las caras los vecinos. La mayoría no nos conocemos pero después de esto me gustaría saludarles en la calle sin tener que guardar los dos metros de distancia.

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