martes, 1 de julio de 2008

Hablar es salud

Hablar, charlar, conversar, platicar, dialogar, departir, hacer tertulia... hay unos cuantos vocablos para referirse a los placenteros momentos que dedicamos a intercambiar noticias, ideas, comentarios, sensaciones, anécdotas, chirigotas con los amigos y los conocidos. ¡Qué bueno es tener gente con la que hablar! Citarse con alguien para charlar es una de las actividades más sanas y beneficiosas en las que podemos emplear nuestros ratos de ocio.

Sí, es una actividad sana. Lo he expresado correctamente. conversar es una actividad grata pero también es saludable. Estoy segura de que mucha gente comparte conmigo esa opinión, pero si alguien lo duda, recurro al libro del que os entresacaba hace unos días ciertas frases referidas a la salud y el buen humor. El libro es "La fuerza del optimismo", del psiquiatra Luis Rojas Marcos.

Dice así el doctor Rojas: " No me canso de resaltar los beneficios emocionales que nos aporta hablar. Gracias a los vínculos que existen entre las palabras y las emociones, hablar no sólo nos permite desahogarnos y liberarnos de las cosas que nos preocupan, sino experimentar los sentimientos placenteros que acompañan a la comunicación entre personas queridas. De hecho, evocar, ordenar y verbalizar nuestros pensamientos en un ambiente acogedor es siempre una actividad gratificante. Por eso, somos muchos, aunque no lo digamos, los hombres y las mujeres que cuando no contamos con interlocutores humanos hablamos al perro, al gato, al pajarito o a la planta que viven en casa. Y no pocos nos sentimos mejor cuando hablamos con nosotros mismos, eso sí, en alto".

Cuando exponemos nuestras penas y nuestras inquietudes a una persona a la que estimamos, soltamos lastre y aligeramos la carga que llevábamos encima. La tristeza, la angustia, la añoranza parecen más livianas cuando la moldeamos en palabras para que nos entienda quien nos escucha. Hasta puede ocurrir que, al departir, nosotros mismos descubramos la fórmula adecuada para sobreponernos al mal trance.

Por eso, en otro capítulo del libro, afirma Rojas Marcos que las desdichas son para compartirlas.

Y si no tenemos un interlocutor, una oreja amiga en la que volcarnos, nos queda la solución que el propio psiquiatra apunta: hablar en voz alta con nuestro otro yo, increparnos o halagarnos, o colocarnos delante de un espejo y decirle con claridad lo que pensamos del hombre o la mujer que nos mira con atención desde el otro lado del azogue.


(Cuadros: La tertulia del Café Pombo, presidida por Ramón Gómez de la Serna, obra de José Gutiérrez Solana y La Tertulia, de Angeles Santos. Ambos cuadros pertenecen al Museo Reina Sofía)

jueves, 26 de junio de 2008

Palabras de Atwood

¡Cuánto me alegro de que a Margaret Atwood le hayan concedido el Premio Príncipe de Asturias! Voy a aprovechar la circunstancia para rescatar unos apuntes tomados al hilo de la lectura de un libro, titulado La maldición de Eva, (Lumen , 2006). El volumen recoge, entre otros trabajos de la escritora, una conferencia que dictó sobre la escritura. Transcribo un fragmento.

"Como personas las mujeres tienen una gran variedad de experiencias de las que aprender. Tienen sus propias experiencias con los hombres, por supuesto, pero también las de sus amigas ya que, dejando de lado el síndrome de la anécdota obscena, las chicas hablan de hombres más que los hombres de mujeres. Las mujeres están dispuestas a hablar con otras de sus miedos y debilidades. Los hombres no están dispuestos a hablar de los suyos con otros hombres dado que el mundo es todavía una selva donde los animales se devoran entre sí”.

Atwood, cerca de cumplir los setenta años y poseedora de una respetada bibliografía, que abarca novelas, ensayos y poesía, no deja de predicar a favor de las mujeres, sin preocuparla que se la tache de feminista radical, de postfeminista o de cualquier otra lindeza de esas que se usan para descalificar a quienes aún pelean por conseguir para las de su género un puesto en la sociedad equiparable al de los hombres, la consideración cultural que se merecen y la protección legal que se les debe como miembros activos de la comunidad. Sus palabras son difíciles de rebatir porque Atwood las avala con una larga experiencia, un prestigio internacional y una dosis de ironía que no les restan dureza ni legitimidad.

No es sensato generalizar. Hay hombres que trabajan por el bien de las mujeres, que las tratan como a sus iguales, que valoran sus criterios. Es verdad. Pero también lo es que, en este mundo nuestro, supuestamente civilizado, ciertos hombres se resisten a escuchar a las mujeres cuando hablan de sentimientos, inquietudes o pesares. Será por prejuicios, será por desinterés, será por que las temen. Pero los hay. Si esos hombres que no escuchan se dedican a la literatura y han de crear un personaje femenino, lo más probable es que no atinen, que generen un espantajo, una parodia de mujer.

Yo he leído libros cuya protagonista no tenía de mujer más que el nombre de pila y la descripción de su atavío. (Y uno de esos libros es un título de impacto universal). También he detectado casos totalmente opuestos: los personajes femeninos de García Márquez o de Muñoz Molina (por citar sólo dos escritores que reverencio) me resultan tan auténticos, tan entrañables y densos que estoy convencida de que estos dos autores-hombres, cuando las mujeres hablan de sus cosas, las escuchan con los oídos, con el cerebro y con el corazón.

¡Enhorabuena, señora Atwood!

martes, 24 de junio de 2008

Lecturas desde la nieve

El pasado sábado, el suplemento cultural Babelia dedicaba dos páginas a la literatura que se hace actualmente en los países del norte de Europa. Transcribo el primer párrafo:

"En la enigmática y aislada Islandia, una de cada diez personas publicará un libro a lo largo de su vida. En una Noruega bañada en oro negro, un novelista puede recibir un sueldo vitalicio. En Suecia, ya en 1900, el proletariado organizó su propia red de bibliotecas, convencido de que la educación era la mejor arma frente al poder. Los finlandeses compran de media diez libros al año; y en Dinamarca editar nunca es una ruina porque el Estado compra ejemplares para todas las bibliotecas públicas. Si además se tiene en cuenta que el analfabetismo desapareció en los cinco países escandinavos hacia 1850, no es de extrañar que su producción literaria sea extensa y de calidad."

Imagino a las gentes que habitan en países donde el frío del invierno es intenso. Las imagino recluyéndose en las casas, en las bibliotecas, en las aulas con un libro. Imagino a niños y adultos devorando páginas de novelas y cuentos que hablan de ellos mismos, de sus relaciones con otros países más cálidos, compartiendo lecturas que encienden la fantasía, la imaginación, el debate, las sensaciones más diversas. Y siento ganas de compartir esas lecturas yo también.

En el artículo al que corresponde esta introducción (lo podéis leer entero pinchando aquí) se citan los nombres de algunos escritores que ya han rebasados sus fronteras y llenan las estanterías de los lectores españoles. Los más renombrados son Jostein Gaarder , el autor de "El mundo de Sofía"(con el que unos aprendieron los rudimentos de la filosofía y otros recordamos las lecciones olvidadas) y, por supuesto, Hening Mankell, el creador del inspector Wallander, del que me declaro una forofa.

Pero también hemos leído en España a Peter Hoeg, el danés que escribió "La señorita Smila y su especial percepción de la nieve", de la que hizo una versión cinematográfica Billi August, y un libro maravilloso titulado "El siglo de los sueños", que narra la historia de una familia a través del tiempo.

Influida por el buen recuerdo de estas lecturas, me he ido esta tarde a la biblioteca y he buscado ejemplares de otros autores que se citan en el texto. Me ha traído conmigo una novela del noruego Kjartan Flogstad y una compilación de relatos de Kjell Askildsen, también noruego.

¿Habéis leído vosotros a estos autores? ¿Tenéis predilección por alguno de ellos?

(Arriba, Heninng Mankell. Debajo, Peter Hoeg)

PD. Aunque no viene de la nieve, sino que vive bajo el sol de Cataluña, os pongo aquí el enlace con un autor que acaba de publicar una novela juenil que se titula "Astralis". Está en su página web.

sábado, 21 de junio de 2008

Los versos de Sofía

Sonaría mejor en la voz de Sofía, que yo escuché una tarde en un rincón lleno de libros del barrio de Malasaña. Sonaría mucho mejor, como sonó en aquel espacio recóndito, donde las letras prevalecían sobre cualquier ruido ajeno. Pero como no tengo la grabación, me limitaré a transcribir los versos que Sofía compuso y recitó.


Me he aficionado a responder
encuestas por teléfono y a escuchar
a los testigos de las cien religiones
de mi barrio. Dejo que me acose
la vecina del cuarto con cosméticos
que sé que no me quitarán las ojeras
y me trago
todos los programas
que hablan de
cómo viven los ricos
cómo mueren los pobres....
Estoy muy ocupada,
por eso no entiendo por qué
ahora, sola en la habitación,
echo tanto de menos tus pies,
húmedos por el sudor compartido,
pisando las baldosas de la cocina.

Sofía Castañón no necesita cosméticos para las ojeras porque tiene veintipocos años y una frescura propia de su edad y de las ilusiones que alientan su camino. Con su libro Ultimas cartas a Kansas, ha obtenido el Premio de Poesía Joven Pablo García Baena, que convocan La bella varsovia y la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba.

Dicen los que saben de esto, que los escritores siempre comienzan su trayectoria trazando versos en su juventud. Quizás ese sea el destino de Sofía.

jueves, 19 de junio de 2008

El optimismo y la salud

El anhelo de curarnos constituye la mitad de nuestra salud, dijo Séneca hace más de dos mil años. La cita está recogida en el libro de Luis Rojas Marcos, “La fuerza del optimismo”, un amplio tratado sobre los sentimientos positivos, la esperanza, la capacidad del ser humano de enfrentarse a los problemas sin caer en el derrotismo, la depresión y la inacción.

Rojas Marcos repasa en los sucesivos capítulos de su obra (que es amena e ilustrativa, a la par) lo que él denomina, a grandes rasgos, la ciencia del optimismo, incidiendo en diversos aspectos de la vida del ser humano: la personalidad, el bagaje genético, el talante, la educación que ha recibido, la salud, el trabajo, el régimen político en el que habita.

Hoy leo el capítulo dedicado a la salud. Dice el psiquiatra Rojas Marcos que la esperanza cura. Que los optimistas, los que piensan que sus dolencias son temporales (por graves que éstas sean) tienen más posibilidades de desarrollar defensas, de alargar su existencia y, por supuesto, de hacer la convivencia más grata a quienes le cuidan o le rodean. Dice que los pesimistas son imprudentes y, además de no curarse, fallecen con más frecuencia por accidentes inesperados. Dice que quienes piensan que el destino del individuo está escrito de antemano, que los que renuncian, llevados por su ánimo derrotista, a luchar por mejorar sus condiciones de vida, tienen más probabilidades de ser víctimas de las enfermedades y de la fatalidad.

Los trances difíciles para el ser humano, como son la pérdida de un familiar o una ruptura conyugal “nos hacen vulnerables a las infecciones, a los trastornos digestivos y a las enfermedades del corazón”. El sistema inmunológico se resiente cuando el alma duele, porque hay emociones negativas que “alteran el funcionamiento de los centros cerebrales que regulan el sistemas hormonal y los órganos más importantes del cuerpo”.

Por el contrario, añade Rojas Marcos, “numerosas investigaciones muestran que situaciones que fomentan la tranquilidad, como el desahogo emocional que produce hablar y compartir con otros problemas y dificultades, fortifican las defensas. Por ejemplo, la participación semanal en grupos terapéuticos de apoyo psicológico está relacionada con una mayor esperanzan y calidad de vida en pacientes que sufren de enfermedades crónicas y algunos tumores malignos”.

Y acabo con otra cita que aporta el autor; es de Susan C.Vaughan, autora de un libro sobre el optimismo que se titula "Medio vacía, medio llena". Dice así: “El optimismo es como una profecía que se cumple por sí misma. Las personas optimistas presagian que alcanzarán lo que desean, perseveran, y la gente responde bien a su entusiasmo. Esta actitud les da ventaja en el campo de la salud, del amor, del trabajo y del juego, lo que a su vez revalida su predicción optimista”.

¿Quereis leer el primer capítulo del libro? Pinchad aquí.

viernes, 13 de junio de 2008

Un mundo no tan feliz

Releer después de varios años un libro que te deleitó, te impresionó y te conmovió la primera vez que te introdujiste entre sus páginas, entraña unos riesgos. Puedes sufrir un hondo desengaño. Tú has cambiado, has adquirido conceptos y experiencias como persona y como adicta al arte de la escritura. También el mundo ha cambiado a tu alrededor: las circunstancias físicas, la ideología política, la tecnología ha evolucionado de una forma tan rápida y contundente que la evocación de lo que ocurría hace quince o veinte años, nos parece un retorno, no al siglo XX, sino al XIX y nos suscita una pregunta tonta. ¿Cómo nos las apañábamos para vivir sin los aparatos y ventajas de los que hoy disponemos?

Así que no es de extrañar que la relectura de “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, te resulte decepcionante. Hoy día imaginar a un reportero de una emisora de radio, tocado con un sombrero de copa de aluminio en el que lleva el receptor y el transmisor telegráfico, induce a la risa. Supongo que en el año 1931, cuando Huxley escribió su obra, no podía sospechar, ni aún utilizando al máximo su evidente capacidad de imaginar y fabular, que algún día los teléfonos perderían los cables que los sujetan al suelo y podrían llevarse de un lado para otro y utilizarse para mandar mensajes de texto, plasmar fotografías y grabar películas.

El propio autor reconocía, quince años después de la primera edición de su obra, que el texto estaba desfasado en asuntos de técnica y avances científicos. “Un mundo feliz no contiene referencia alguna a la fisión nuclear. Y, realmente, es raro que no la contenga; porque las posibilidades de la energía atómica era ya tema de conversaciones populares algunos años antes de que este libro fuera escrito”, escribe Huxley en el prólogo de la reedición, justificandose, sin embargo, porque el tema del libro no era el progreso de la ciencia, el cual se daba por hecho.

Si lo que a Huxley le interesaba era la evolución y prosperidad de la humanidad, si él quería centrarse en el nuevo tipo de relaciones que se establecería entre los hombres y las mujeres, entre los viejos y los jóvenes, entre los dirigentes y los súbditos de la sociedad utópica, también hay ciertas carencias que ya el autor reconoció en su momento. La civilización que describe es un lugar cómodo en el que vivir, con todas las necesidades fisiológicas aseguradas, sin enfermedades ni problemas que causen infelicidad en sus miembros. Las personas cumplen un trabajo para el que han sido “incubadas” y no aspiran a nada que esté fuera de su alcance. No tienen libertad de elección ni de creencias, pero no son conscientes de ello y no se quejan ni se rebelan.

La reserva de los salvajes, por el contrario, es un reducto donde imperan la miseria y la suciedad, la incomodidad y el dolor. No hay término medio entre un ámbito y el otro. “Si ahora tuviera que volver a escribir este libro, ofrecería al Salvaje una tercera alternativa”, escribe Huxley, mencionando la posibilidad de crear un espacio donde se utilizara la técnica con fines benéficos para el ser humano y no para esclavizarlo y condicionarlo.

¿Recordáis el argumento? En una sociedad avanzadísima, donde se gestan los niños para cumplir una misión concreta en la vida, irrumpe un salvaje, un hombre nacido en una reserva india, que ha leído a Shakespeare y cree en Dios y en el amor tradicional. El conflicto se plantea cuando es transportado a la civilización y discrepa con una mujer que le desea, con los dirigentes que privan a la humanidad de pensamientos individuales, con una sociedad que no entiende el dolor ni la desesperación ante la muerte. El salvaje se aísla, pero la población le persigue, le acosa y acaba por inducirle al desastre.

viernes, 6 de junio de 2008

Leyenda negra

Quinientos años han transcurrido sobre las tumbas de Alejandro VI y sus hijos, pero nunca han dejado de mencionarse los nombres de los miembros de la familia Borgia ni de comentarse sus infamias en el arte, en las páginas de los libros y en las tertulias de los plebeyos. La historia, mejor dicho, esa parte de la historia que se basa, no en pruebas y documentos fidedignos, sino en tradiciones, misterios, prejuicios y conveniencias, ha convertido a los Borgia en personajes malditos, que han sido utilizados en obras literarias y pictóricas, en películas y series de televisión… Rodrigo, César, Lucrecia son nombres que la Leyenda Negra mantiene vivos en la memoria de Europa.

Hace unas semanas, a causa de la emisión de una película sobre los Borgia en un canal de televisión, eché mano del libro de Oscar Villarroel para contrarrestar con su lectura la imagen del papa Alejandro, y la de su despiadado hijo, César, quienes en la citada producción parecían, más que nada, dos personajes escapados de "El padrino" y trasladados a una Italia dominada por el señor del Vaticano.

El libro de Villarroel, titulado Los Borgia. Iglesia y poder entre los siglos XV y XVI, (Sílex Ediciones) no se apiada de unos seres que cometieron atrocidades políticas y humanas, pero descarta, por no probados, algunos de los delitos achacados a la saga. Al papa Alejandro VI y a sus vástagos se los acusó de mantener relaciones incestuosas, de envenenar a sus detractores, de asesinar a quienes les estorbaban para cumplir sus proyectos ambiciosos (a César se le imputaba, incluso, la muerte ignominiosa de su hermano Juan, duque de Gandía), de celebrar bacanales en las habitaciones pontificias, de establecer tratos con el mismísimo demonio… Pero la mayoría de tales acusaciones, propaladas hasta la exageración, nunca se han certificado.

Las crónicas de los historiadores que han abordado los hechos ateniéndose a documentos probatorios, desoyendo patrañas y mitos, no han tenido, sin embargo, tanto impacto popular como las falacias de gobernantes, clérigos y legos que han fomentado la Leyenda negra por intereses políticos, artísticos o comerciales.

El estudio de Oscar Villarroel refuta tales falacias con argumentos verosímiles y constatados. Y sin disculpar ni al papa, ni a sus hijos, ni a quienes los adulaban o les servían, explica los motivos y las circunstancias que generaron la Leyenda negra de los Borgia. Sin la cual, dice el autor, el nombre de la familia no habría logrado la inmortalidad que, para los antiguos egipcios, “consistía en gran medida en el recuerdo que se tenía de uno; mientras se siguiese pronunciando el nombre de los faraones éstos seguirían vivos. En este sentido los Borgia tienen una parcela de inmortalidad bien ganada”.

Pero ¿qué habrían opinado ellos, los Borgia, si les hubieran dado a elegir entre la inmortalidad o la posibilidad de descansar en paz en el seno de la historia?

domingo, 25 de mayo de 2008

El árbol de África

En uno de los blogs amigos, el de Vida y sendero, Mari Carmen proponía a sus lectores escribir un texto sobre un árbol. Seguramente, todos tenemos algún recuerdo en el que interviene un árbol. Un jardín, una calle, un parque donde había (o sigue habiendo) un árbol que está ligado a nuestra memoria.
Pero yo quiero hablar de un árbol que no conozco. Encontré este árbol (que en realidad no es uno, sino muchos árboles) en un libro de Ryszard Kapuscinski, titulado “Ebano”.

Cuando llega el mediodía y el cielo se vuelve blanco de tanto calor, en la sombra del árbol se protege todo el mundo: los niños y los adultos y, si en la aldea hay ganado, también las vacas, las ovejas y las cabras. Resulta mejor pasar el calor del mediodía bajo el árbol que dentro de la choza de barro. En la choza no hay sitio y el ambiente es asfixiante, mientras que bajo el árbol hay espacio y esperanza de que sople un poco de viento."

Kapuscinski relata en este libro sus impresiones y sus experiencias en el continente africano, a donde se desplazó en los años sesenta del siglo XX como corresponsal de una agencia de prensa de Polonia, su país natal. Kapuscinski, al que vuelvo aquí a nombrar como maestro de periodistas, anotaba todo lo que veía, advertía y pensaba a lo largo de sus jornadas laborales en aldeas y ciudades de África. Con las notas de esos papeles, que no incluía en sus crónicas diarias, elaboraría años después este magnífico libro que nos convendría leer a todos los europeos.

Sigo con su narración. “El que viaja por los altiplanos de Africa, por la infinitud del Sahel y de la sabana, siempre contempla el mismo y asombroso cuadro que no cesa de repetirse: en las inmensas extensiones de una tierra quemada por el sol y cubierta por la arena, en unas llanuras donde crece una hierba seca y amarillenta, cada cierto tiempo aparece, solitario, un árbol de copa ancha y ramificada. (…) ¿De donde ha salido el árbol en este muerto paisaje lunar? "

Cuenta el periodista que junto a esos árboles solitarios siempre existe una aldea, un montoncito de cabañas cuyos habitantes viven al amparo de su sombra. Por la mañana los niños se reúnen con el maestro para recibir sus clases. Luego vienen los mayores, que se juntan para comer o charlar, para dirimir en asamblea sus conflictos y decidir las medidas con las que ajustar el porvenir de la comunidad. Cae la noche y todavía hay algunas personas bajo el árbol. Unas cuentan leyendas sobre sus antepasados, otras las escuchan y memorizan para contarselas a sus hijos y a sus nietos. Se bebe té, se enciende una hoguera, se escucha revolotear un pájaro entre las ramas. O quizás sea un espíritu señalando a los humanos que es tiempo de recogerse en sus cabañas y descansar hasta el alba. Porque la noche pertenece a los espíritus, que también participan del cobijo del árbol.

El árbol, concluye Kapuscinski, en África es la vida.

viernes, 23 de mayo de 2008

De tristezas y romanos

Él condena tajantemente a todos aquellos y a todas aquellas que, bajo el pretexto que fuere, se sustraen a la comunidad de los humanos, en cuyo seno tenemos el deber de presentar siempre un rostro sereno. La visión de la tristeza, me dice, es contagiosa y no tenemos derecho a trasmitir a otro la que podamos sentir nosotros”.

Este párrafo pertenece a un libro de Pierre Grimal (1912-1996), historiador y profesor de la Sorbona. Grimal escribió unas supuestas memorias de Agripina la Menor, tercera o cuarta esposa del emperador romano Claudio, ese hombre cojo y convulsivo, a quien tanto admiramos en la serie que hizo la BBC en 1976, basándose en una obra del escritor Robert Graves.

Agripina es visitada, cuando ya está apartada de los ámbitos de poder, que ejerce despóticamente su hijo Nerón, por su amigo Séneca. Es él quien emite un juicio condenando a quienes incumplen su obligación de convivir con “rostro sereno”, sin tristezas y malos rollos que podríamos contagiar a los seres que nos rodean. La tristeza es poderosa cuando nos agarra con sus potentes brazos, pero, deduzco de lo que he leído, que es obligación de quien cae en sus redes luchar contra ella, como luchamos contra la enfermedad cuando nos invade el cuerpo.

Continúa la cita. “La tristeza es, como afirman sus amigos los filósofos, un vicio del alma, es contraria a la vida misma. Cuando perdemos a un ser querido es natural que derramemos lágrimas y sollocemos, pero debemos aceptar el hecho de que esa tristeza vaya disminuyendo. Si no, se convierte en una pasión tan peligrosa como el amor, como la ambición y el ansia de dinero”.

Debiéramos tratar de seguir la filosofía de Séneca y aplicarnos pomadas y ungüentos sobre las heridas para no infectar con nuestra tristeza a quienes se topen con nosotros cuando salgamos de nuestra madriguera.

El libro se titula "Memorias de Agripina", de Pierre Grimal. Hay una edición de el País, de 1995.

lunes, 19 de mayo de 2008

Rodin en Madrid

François-Auguste-René Rodin nació en París en el año 1840 y vivió hasta los 77 años dejando un legado escultórico que hoy se agrupa en uno de los museos más bellos de la capital francesa.

El Museo Rodin, situado en 79 Rue de Varenne, en las cercanías de la Torre Eiffel y de las orillas del Sena, es una de las instituciones de las que un viajero no puede prescindir cuando visita París. Esta es una vista desde sus jardines.

Las esculturas más voluminosas del artista se hallan entre árboles y arbustos. El paseo por el jardín, si el tiempo se acompaña de sol, es tan agradable como la visión de las obras del maestro Rodin. El pensador, El beso, Las puertas del infierno, Los burgueses de Calais están en este recinto.


La obra titulada El beso se encuentra estos días en Madrid, formando parte de una exposición organizada por la Fundación Mapfre en su sala de Exposiciones, situada en las inmediaciones de la Castellana. La muestra se titula "El cuerpo desnudo" y consta de dibujos realizados por Rodin y de una veintena de obras escultóricas traídas desde París.

sábado, 10 de mayo de 2008

La reina del Museo

¿Quién es ésta? pregunta el visitante, que se ha detenido frente a la estatua sedente de una mujer de mármol, acoplada junto a una de las escaleras del museo. ¿Es una diosa? ¿Es una reina? Y aquí ¿qué pinta?

Pintar, no pinta nada, porque no hay cuadro que lleve su rúbrica en las salas inmediatas. Pero su emplazamiento en el museo, se lo tiene bien merecido Isabel de Braganza. Era hija del rey portugués Juan VI, y de una infanta española, Carlota Joaquina. Vino a España en 1816 para casarse con Fernando VII, un rey chulo y egoísta, que era hermano de su madre. Ella tenía diecinueve años, su tío el rey tenía treinta y dos. Todavía se apreciaban en Madrid cuando a la ciudad llegó la joven Isabel los efectos de la guerra librada por los españoles contra las tropas de Napoleón.

La pobre reina fracasó en sus intentos de conquistar el amor de su marido, que prefería holgarse con mujeres de menor rango social. Pero logró, sin embargo, convencer al nefasto Fernando para que emprendiera la creación de una gran pinacoteca, cuyo esplendor ella no llegaría a contemplar pues falleció de un mal parto a los dos años de matrimonio.

En uno de los márgenes del paseo del Prado se alzaba el esqueleto de un vasto caserón, proyectado por el arquitecto Juan de Villanueva para sede del Gabinete de Historia Natural, que había creado por Carlos III en 1772. A instancias de su esposa, Fernando VII contrató a Antonio López Aguado, discípulo de Villanueva, para que rehabilitase el edificio y lo acondicionara para dedicarlo a Museo Real de Pinturas y Esculturas.

Como tal se inauguró en 1819, contándose tres salas y 311 obras de arte, muchas de las cuales procedían de las colecciones reales. En 1828 había ya siete salas abiertas, con 755 cuadros. A raíz de la revolución de 1868, la pinacoteca pasó a depender del estado, y cambió su título por el de Museo nacional del Prado. Poco después, se añadieron a sus fondos las tres mil piezas del Museo de la Trinidad, que procedían de los conventos desamortizados por el ministro Mendizábal en 1836.

No ha dejado el Prado de aumentar sus espacios, sus colecciones y su prestigio en sus casi dos siglos de existencia. El último proceso de ampliación, firmado por Rafael Moneo, se terminó en diciembre de 2007 y significó un aumento de su superficie en 22.000 metros cuadrados.

¿Qué diría la reina portuguesa, cuya estancia en Madrid fue tan breve, si pudiera ver las colas de visitantes que se agolpan cada mañana a las puertas de la magnífica pinacoteca que ella alentó?

Se merece esta Isabel el pedestal sobre el que está sentada en el Museo.

jueves, 8 de mayo de 2008

Egido y la independencia

Luciano González Egido es un escritor castellano, que se dio a conocer a los 65 años con una novela que deslumbró a críticos y lectores: "El cuarzo rojo de Salamanca" (Tusquets, 1993) . En ella, el autor, que antes había ejercido como profesor, como colaborador de prensa y como crítico de cine, narraba la entrada de las tropas de Napoleón en la ciudad en la que él nació.


Hoy encuentro en el diario El país un artículo de Egido sobre los fastos del 2 de mayo. Su opinión es muy valiosa por los vastos conocimientos y por la categoría intelectual del autor.

"Cuando estaba preparando mi primera novela, El cuarzo rojo de Salamanca (1993), sobre la francesada en mi ciudad, traté de ilustrarme sobre los entresijos de aquella guerra y se me fue haciendo evidente que los verdaderos héroes de aquella batalla, sin menoscabo de los heroísmos individuales del pueblo, fueron los afrancesados, divididos entre sus ideas liberales y su rechazo de la invasión napoleónica, digamos, entre su pensamiento y su corazón, si es posible aceptar esta separación, por aquello que decía Unamuno de siente la cabeza y piensa el corazón.
Que se lo digan a Goya, que tuvo que sufrir el exilio y encontrar la muerte en Burdeos, muy lejos de España, como consecuencia de la persecución de sus ideas por el rey Fernando VII, heredero de la España castiza, que endiosó la guerra de la Independencia, sacralizándola y colocándola en el altar de sus devociones, que no de la libertad. Goya vio la carga de los mamelucos en la Puerta del Sol desde una ventana de la calle del Arenal y perpetuó aquel gesto en un cuadro inmortal. Después, en su estudio, cambió los retratos de los generales franceses que había pintado por los retratos de los generales españoles, lo que no le sirvió para nada, porque, a fin de cuentas, tuvo que salir del país por piernas antes de que el casticismo nacional lo liquidase".

Egido diferencia en su artículo entre independencia y libertad, pone en cuestión ciertos valores patrioticos (o patrioteros) que se exaltan desde las instituciones y se detiene a analizar el papel que los representantes de la iglesia católica ejercieron en la contienda.

"En los levantamientos populares contra el invasor, tuvieron mucha participación los púlpitos, que excitaban las conciencias de sus feligreses para considerar a los franceses como enviados por el demonio a colonizar la católica España, camuflando así sus intereses como el interés general. Incluso corrió de mano en mano un catecismo, en forma de preguntas y respuestas, en el que, imitando los textos de las sacristías, podían leerse cosas como éstas: "¿Quién eres tú, niño? Español, por la gracia de Dios. ¿Qué son los franceses? Antiguos cristianos convertidos en herejes".

Pero lo mejor es que, si tenéis tres o cuatro minutos, leáis el artículo completo de este gran escritor. Lo encontraréis pinchando aquí.

miércoles, 7 de mayo de 2008

El quinto hijo

Que no había dejado que asesinaran a Ben, se defendía ella indignada, mentalmente, nunca en voz alta. Precisamente por todo lo que defendían ellos (la sociedad a la que ella pertenecía), por todo aquello en lo que creían, ella no había tenido más alternativa que sacar a Ben de aquel lugar. Y precisamente por haberlo hecho y por haber impedido así que le asesinaran, había destruido a su familia

Estoy a pocas páginas del final del libro que he metido en la maleta. Lo escogí cuando preparaba el viaje porque es de volumen reducido, poco pesado, y porque me dejó una huella positiva cuando lo leí hace años. Podía ser un compañero adecuado para las noches de hotel y los ratos vacíos que quedan en los viajes. Pero no recordaba entonces el terror, la desazón, la zozobra que siente el lector en ciertas páginas.

No estoy hablando de una novela de misterio, ni de crímenes. Estoy leyendo “El quinto hijo”, de Doris Lessing, la escritora que recibió el Premio Novel en 2007 y que unos años antes, en 2001, anduvo paseando por España para recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

La historia comienza cuando David y Harriet, dos jóvenes con ideas paralelas, se conocen en una fiesta que les aburre y deciden emprender una vida familiar intensa. Compran una gran casa en las afueras de Londres y se ponen a la tarea de engendrar a los ocho hijos que desean. Las familias de uno y de otra asisten a los constantes embarazos de Harriet con cierto estupor. Pero a los prolíficos progenitores no les amilanan sus opiniones. Nacen los cuatro primeros vástagos en un plazo breve de tiempo. Las cosas marchan como David y Harriet han planeado. Pero cuando ella se queda embarazada por quinta vez, todo se tuerce. Desde que el feto empieza a moverse en el vientre materno, Harriet adivina que algo está saliendo mal.

Tenía la impresión de contemplar a través de él una raza que había llegado a su cima miles y miles de años antes de que la humanidad hubiese llegado a su etapa actual”, escribe Lessing. Ha transcurrido el tiempo, los hijos han crecido y se han refugiado en el hogar de los abuelos o en los internados. David se dedica a trabajar y a ganar dinero. Harriet sigue cuidando a su quinto hijo. ¿Quién es Ben? ¿Un extraterrestre, un primitivo, un animal?

Doris Lessing es una autora prolífica y comprometida con las causas en las que cree. Vivió su infancia y su adolescencia en Rodhesia, a donde sus padres se trasladaron a hacer fortuna. Sus críticas a los regímenes políticos que conoció de cerca le valieron la expulsión del área surafricana durante muchos años. Además es un icono de las reivindicaciones feministas.

También tiene sus detractores. Por ejemplo, el famoso crítico literario Harold Bloom, calificó el trabajo de Lessing de ladrillo y de cuarta categoría.

miércoles, 30 de abril de 2008

Ventanas de Nueva York

Escribo sentado en una silla de hierro en Bryant Park, en la mañana de noviembre que tiene una calidez de primavera regresada, de luz de abril que llega a la ciudad saltándose el invierno. Me siento y abro mi cuaderno por una hoja en blanco, como si me dispusiera a dibujar, como un impresionista que sale del estudio donde los pintores estuvieron confinados cuatrocientos años para pintar del natural, al aire libre”.

Ese hombre de rasgos hispanos que abre su cuaderno para escribir, tiene el vicio de la literatura desde el tiempo de su adolescencia. Ha venido a impartir clases en Nueva York y emplea las horas desocupadas en pasear por la ciudad tomando notas de la gente con la que se cruza, de los altos edificios bajo los que pasa, de los olores de mil cocinas distintas y de mil contenedores de basuras sin recoger, de la música callejera que estalla en las esquinas o en los recovecos de Central Park… Nueva York es un conglomerado de colores y aromas, de tipos y actitudes, de encantos y señuelos.

El escritor apunta con profusión de detalles todas las sensaciones que la ciudad le provoca aunque, como él hará constar cuando redacte definitivamente el libro que contendrá sus experiencias, “escribir es una carrera contra el tiempo en la que uno siempre se queda rezagado y acaba vencido”.

El hombre ha nacido en Úbeda (Jaén), y hace años que sus novelas y relatos son muy apreciados en España. Se llama Antonio Muñoz Molina y tal vez no sepa todavía qué va a hacer con esas notas que se le amontonan en las páginas del cuaderno, las que toma cuando sale a pasear a las calles otoñales o cuando se asoma a las ventanas de Manhattan, que le darán título a su diario de viaje.

Me acuerdo de asomarme paralizado por el vértigo a uno de los ventanales como anchas paredes de cristal en el último piso de una de las Torres Gemelas, que ya no existen, viendo desplegarse a mis pies el bosque ilimitado de las arquitecturas de Manhattan, difuminado hacia el norte más allá del rectángulo exacto de Central Park”, escribe tres años después del macabro derrumbamiento de las torres ante los ojos espeluznados del mundo entero.

Los escritores salen de casa y viajan con sus bolígrafos y sus papeles blancos porque en cualquier esquina, en cualquier umbral, en medio de un jardín, a las sombra de una estatua o a la vista de un individuo que canta en medio de la acera, pueden sentir la apremiante necesidad de escribir y describir lo que ven y lo que sienten. Las musas siempre los encuentran con las armas preparadas y el ánimo dispuesto a la escritura.

A mí lo que más me ha importado es contar la parte de celebración de la vida que tiene lugar en esa ciudad concreta, una ciudad en permanente construcción", decía Muñoz Molina en una entrevista de prensa, cuando se publicó “Ventanas de Manhattan”, en el año 2004.


Termino con otra cita textual: “La ventana daba a la calle, a la altura del piso décimo o undécimo, frente a las ventanas iluminadas y a las cúpulas futuristas del hotel Waldorf Astoria, que brillaban de noche con una fantasmagoría de cine en blanco y negro, como si de un momento a otro pudiera verse a King Kong trepando por sus cresterías de bronce. Apoyando la cara en el cristal se veía muy abajo el tráfico de la avenida, que llegaba a la habitación con un rumor de oleaje lejano.”

sábado, 26 de abril de 2008

Maestro de periodistas

A Kapucinsky se le cita con frecuencia en los medios de comunicación. Es un maestro en el oficio, un hombre que llevaba el periodismo en la sangre y lo practicaba con dignidad. Ante los jóvenes que le admiraban, Kapuscinsky abogaba por un periodismo en el que la denuncia de las situaciones anómalas, maléficas para el ser humano, prevaleciera sobre los intereses empresariales y mercantiles de los medios de comunicación. Un periodismo en el que la verdad no fuera nunca eclipsada ni mediatizada por la propaganda a la que son tan proclives los gobernantes políticos y los potentados de todos los países del orbe.

De Kapuscinsky hay que leer unos cuantos libros en los que el maestro explica las circunstancias, las penurias o los conflictos de los lugares a los que él ha acudido, primero como corresponsal de una agencia polaca y, después, como periodista de renombre internacional. Además, los textos están escritos en un lenguaje tan preciso y tan correcto que subyuga al lector, lo atrapa y lo conmueve.

Leyendo “Ébano”, entras en el corazón de África. Si lo lees con mentalidad abierta, empiezas a entender cómo siente y mira la gente que ha nacido en los países subsaharianos.

Yo quiero aportar aquí una cita de un folleto que recoge la intervención de Kapuscinsky en un taller sobre nuevo periodismo, celebrado en 2002 en Buenos Aires.

“Para producir una página debimos haber leído cien. Ni una menos. Antes de escribir cualquiera de mis libros, leí unos doscientos sobre cada uno de sus temas. En algún sentido, escribir es la menos parte de nuestro trabajo”.

Esta fórmula debía ser adoptada por ciertos escritores actuales, esos individuos que sacan un libro de trescientas o cuatrocientas páginas cada seis meses, sorprendiendo su fertilidad a los lectores que los encuentran en los mostradores de las librerías. ¿Acaso ellos no consultan otros libros antes de escribir los suyos, como recomienda Kapuscinsky?

jueves, 24 de abril de 2008

Palabras de Gelman

Esto dijo Juan Gelman, el poeta laureado, el abuelo que encontró a su nieta muchos años después de que ella naciera. Lo dijo en la Universidad de Alcalá de Henares, donde ayer recibió el Premio Cervantes. Hoy los medios de comunicación nos transmiten, una a una, todas sus palabras:

"Hoy celebro nuevamente a una España empeñada en rescatar su memoria histórica, único camino para construir una conciencia cívica sólida que abra las puertas al futuro. Ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en que los ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto. Esa clase de olvido es imposible. Bien lo sabemos en nuestro Cono Sur. "

"Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero.

"La memoria es memoria si es presente y así como Don Quijote limpiaba sus armas, hay que limpiar el pasado para que entre en su pasado. Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular".

Y sobre la poesía dos apuntes: "Hay millones de espacios sin nombrar y la poesía trabaja y nombra lo que no tiene nombre todavía".

"Marina Tsvetaeva, la gran poeta rusa aniquilada por el estalinismo, recordó alguna vez que el poeta no vive para escribir. Escribe para vivir. "

lunes, 14 de abril de 2008

Más sobre los personajes

"Las memorias de uno están en los personajes que va creando, porque en ellos vas volcando parte de tu biografía, de tus sentimientos, de tus vivencias".

Estas palabras las grabé en casa del escritor Miguel Delibes hace unos años. Recibí de una revista el encargo (suerte la mía) de entrevistar a uno de los literatos que más admiro. Y me fui a Valladolid con una fotógrafa para cumplir la tarea. La entrevista fue larga pero don Miguel contestó con afabilidad y paciencia a todas mis cuestiones, lo cual no ocurre siempre. He hecho entrevistas a personas que me han bostezado, que han respondido con monosílabos a la mayoría de mis preguntas o que se han pasado el rato mirando el reloj. Pero, esas son anécdotas que no vienen a cuento ahora.

La historia (de una novela) es creíble si el personaje es creíble. Un personaje bien tratado, bien construido le obliga al lector a creer todo lo que cuentas de él. Yo he dedicado mucho esfuerzo a construir personaje”, decía Delibes señalando el montón de libros, con su firma en la portada, que colmaban las estanterías.

Yo miraba los volúmenes y los veía a ellos pululando entre los lomos, revoloteando por la habitación: veía al señor Cayo, a Daniel el Mochuelo, a Azarías y Paco el Bajo, a Pacífico Pérez, a Menchu la viuda de Mario…

También estaba Pedro, el protagonista de La sombra del ciprés es alargada, un chaval poseído por un temor obsesivo a la muerte, que suscitó los reproches de los críticos pues no concebían que un niño albergara a tan temprana edad tales pavores. Sin embargo, me contaba Delibes con un pelín de ironía, el personaje era totalmente verosímil porque los miedos de Pedro eran los que él había padecido en su infancia.

¡Qué cantidad de buenas horas de lectura nos ha proporcionado Miguel Delibes! Desde que obtuvo el Premio Nadal en 1948 hasta Los estragos del tiempo, en 1999, ha publicado más de sesenta títulos, algunos de los cuales forman parte de nuestra biografía cultural. ¿Cuál citaría yo? El camino (1950), Las ratas (1962), Viejas historias de Castilla la Vieja, (1964), Cinco horas con Mario (1966), Los santos inocentes (1981) y, por supuesto, El hereje (1999).

Setenta y siete años después

"La Segunda República fue un serio intento de modernizar y democratizar España. Recibida con alborozo por la población en un ambiente de orden y fiesta, revolucionó la enseñanza y combatió eficazmente el analfabetismo, dando un inédito protagonismo a maestros y docentes; llevó el saber a los rincones más escondidos de la España rural a través de las Misiones Pedagógicas; favoreció el que la vida cultural del país alcanzara niveles de vanguardia; hizo una ambiciosa política de obras públicas; intentó una reforma agraria que terminara con el hambre y las flagrantes injusticias de las zonas latifundistas; llevó a cabo una necesaria reforma militar, e implantó el laicismo, tal vez de manera demasiado radical dadas las circunstancias".

Esto lo escribe Félix Santos, periodista de cultura basta y pluma ágil, en el periódico El País de hoy. Merece la pena el artículo completo.

sábado, 12 de abril de 2008

Personajes de novela

Para crear a doña Flora, personaje de su magna novela Octubre, octubre, (Alfaguara, 1983) José Luis Sampedro hubo de recurrir a una artimaña: se compró un audífono estropeado en el Rastro y, durante varias tardes, acudió a una cafetería de San Bernardo donde hacían la tertulia varias mujeres de mediana edad del barrio. Creyendo sordo al parroquiano de la mesa contigua, las buenas señoras comentaban y criticaban a sus anchas, sin bajar la voz ni recatarse. Sampedro sacó de sus conversaciones los hilos suficientes para tejer un personaje que a él, con sus cuarenta años, le caía un poco distante: una mujer de unos sesenta años, que había sido en el pasado cantante y modelo de pintores, y que gozaba de una experiencia vital más dilatada que la del joven catedrático que la inventaría.

"La documentación no se ciñe únicamente a las hemeorectas y las bibliotecas, la vida está en la calle”, dice José Luis Sampedro en su libro Escribir es vivir, ( Plaza y Janés, 2005) del que ya hablé hace tres o cuatro días. El libro se basa en el curso sobre su biografía y su obra, que impartió el escritor en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, en julio de 2003.

Sampedro relata los sucesos que marcaron su afición a las letras y desvela algunas claves de su literatura y de sus métodos para componer los personajes de sus novelas. Asunto éste que a todo lector le habrá intrigado alguna vez. ¿De dónde toma un autor el material para construir un personaje de ficción? ¿Cuánta dosis de realidad hay que utilizar para engendrarlo? ¿Cuánta de imaginación? ¿Hasta qué punto se pueden copiar modelos del entorno?

Muchas veces los escritores han de responder a estas preguntas. Sus respuestas suelen ser diferentes. Unos dicen que reflejan a personas que conocen, cambiándoles el físico o el temperamento. Otros aluden a personajes históricos como fuente de inspiración. Otros aseguran que componen los tipos tomando prestadas características de aquí, de allá o de acullá. Otros, incluso, afirman que han extraído de sí, de sus apetencias y aspiraciones íntimas, el material necesario para forjar una personalidad de papel.

¿Por qué a nosotros, los lectores, unos personajes nos parecen más creíbles, más sólidos, más cercanos que otros? ¿Por qué simpatizamos con unos y a otros los detestamos? ¿Por qué a veces nos fastidia el bueno y nos encandila el malo, el tonto, el secundario?

¿No os ha dado a vosotros ganas alguna vez de dejar un libro, una novela porque no tragabais al personaje principal?

martes, 8 de abril de 2008

En el cuarto de baño

El ruido del agua que fluye de la cisterna ahoga, durante unos instantes, el griterío que llega desde el piso de abajo. No se entienden las palabras que las mujeres profieren, pero el tono de sus voces indica que ya han iniciado una de sus frecuentes discusiones. Natalia comprueba la hora en el reloj plastificado que ha colocado en la repisa donde se apilan las toallas y se alinean los frascos de colonia y los desodorantes: las siete y veinticinco. El horario se cumple con precisión.

Este es el primer párrafo de la novela de una amiga mía, que está buscando un editor. La historia comienza en un cuarto de baño, cuando una de las protagonistas está cumpliendo el ritual higiénico diario, antes de salir hacia su trabajo, en una clínica odontológica. La mujer se lava, se peina y se maquilla mientras escucha los chillidos de las inquilinas del piso inferior, a las que conocerá unas páginas más adelante.

No se utiliza con mucha frecuencia el cuarto de baño como escenario de los avatares que se narran en las novelas, pero lo cierto es que entre sus paredes alicatadas el personaje de ficción (igual que les ocurre a las personas reales) se encuentra a solas consigo mismo durante un plazo de tiempo lo bastante prolongado como para tomar decisiones importantes, reconstruir los sueños nocturnos, reflexionar sobre lo divino y lo humano, programarse las actividades de la jornada, especular sobre sus relaciones familiares o amistosas.

¿Quién no se ha encerrado alguna vez en el baño a llorar o a pegar puñetazos, a leer revistas prohibidas o a parlotear con su alter ego, el que se refleja en el espejo que cuelga sobre el lavabo?
Pueden buscar en vano en las páginas de Walter Sccot sin encontrar ni una sola mención de los cuartos de baño”, decía Margaret Atwood en una conferencia, que está recogida en el libro titulado “La maldición de Eva” (Lumen, 2006). Caso diferente es el de Javier Marías, que alude a esta pieza de la casa en el primer párrafo de su novela “Corazón tan blanco”, (Alfaguara, 1999):

No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola...”

En la novela de la amiga, a la que aludo en el primer párrafo, hay diversos cuartos de baño en donde los personajes entran no sólo para realizar sus necesidades fisiológicas, sino también para esconderse, para refugiarse de los peligros del mundo y de las miradas indiscretas, para marcar una pausa antes de seguir peleando con las adversidades de su existencia, para calmarse los nervios o, incluso, para intentar vomitar porque les arden las vísceras a causa de unas palabras afectuosas que no han conseguido digerir.

En algún sitio he leído que Agatha Christie maquinaba algunas de las escenas de sus novelas de misterio en el cuarto de baño. A mí no me extraña nada.

(He cogido las ilustraciones en internet. No constaba el nombre del autor).

domingo, 6 de abril de 2008

El rastro de Gaugin

Uno de los pintores que influiría en Modigliani durante la estancia del italiano en París (1906-1920) sería Paul Gaugin, que había muerto en 1903 en Atuona, en las Islas Marquesas. El rastro del pintor francés se esparcía por la capital en la que Modigliani creaba sus obras imperecederas, y se reseña ahora en uno de los capítulos de la exposición que organiza en Madrid el Museo Thyssen, lo que me arrastra hasta la estantería donde guardo el libro en el que Mario Vargas Llosa relata los últimos años de la vida de Koke, el nombre que le daban a Paul sus amigos polinesios.

A Gaugin hoy se le considera un genio, un maestro de la plástica, y sobre su memoria llueven los elogios. Pero su vida le fue muy difícil por las críticas personales, la penuria económica y las enfermedades. La sífilis y la lepra le restaron energía, le robaron el bienestar y la visión y, al cabo, acabaron con su vida cuando contaba cincuenta y cinco años.

Sin embargo en la obra de Vargas Llosa, El paraíso en la otra esquina, Gaugin no parece un desdichado. No. Es un hombre que ha conseguido dedicarse a su pasión, la pintura, después de gastar su juventud trabajando, con éxito pecuniario y social pero sin afición, en la Bolsa de París. El amor al arte, cuando se cuela con toda la potencia en la vida de Paul, le lleva a romper con su familia, con su itinerario laboral, con la ciudad en la que ha vivido desde su nacimiento.

Con Vargas Llosa asistimos al hallazgo de la pintura por parte de Gaugin, a sus inicios como artista, al reconocimiento de sus colegas, a su desbordada ilusión por crear, al alejamiento de su mujer y de sus hijos, a los tiempos de miseria y pensiones de mala muerte, a su decisión de escapar de la civilización y a su búsqueda desaforada del mundo salvaje donde él espera hallar su autenticidad como hombre y la apoteosis de su creatividad.


Todos los episodios de esa biografía se van sucediendo en la novela de Vargas Llosa, intercalándose con los dedicados a una segunda protagonista, que en ningún momento conoce al pintor, pese a que él es su nieto: Flora Tristán, la mujer que quiso ser “abanderada de lar evolucion que liberaría a las mujeres de la esclavitud y a los pobres del mundo de la explotación”. Forjando una doble estructura, el escritor vincula a dos personajes de trayectoria vital muy diferente, a los que no sólo liga la sangre sino también, y sobre todo, su negativa a plegarse a las normas de un mundo al que le falta justicia y ecuanimidad.

Gaugin muere en las islas Marquesas y la noticia se transmite con desidia a Francia, donde un día la obra de Paul será reverenciada y loada. Pero el artista muere casi solo, rodeado de gatos salvajes, acaso tranquilo porque va a descansar.

¡Cuántos grandes artistas han llevado una existencia complicadísima, dolorosa, adversa! Pero, me pregunto, si su vida hubiera sido más fácil, más cómoda ¿habrían sido mejores creadores? ¿Más prolíficos? ¿O, acaso se habrían dormido en los laureles?

viernes, 4 de abril de 2008

Modigliani en Madrid

En 1906 el italiano Amedeo Modigliani inicia en París una carrera artística que no sería larga, pero sí fructífera. La capital francesa era en esa época el centro de los movimientos de la vanguardia cultural europea. Allí conoció Modigliani la obra de Picasso, Toulouse-Lautrec, Diego Ribera, Cezanne, Juan Gris, contactó con marchantes, escritores y demás personajes relacionados con la plástica y las letras. Allí desarrolló su genio durante catorce años.

La biografía de Modigliani está llena de avatares y desdichas. Sus problemas económicos, sus enfermedades y sus relaciones personales, a veces conflictivas, no le impidieron encontrar en la pintura y la escultura un estilo propio, que sigue admirando, casi un siglo después, a los que nos acercamos a la exposición de sus retratos, sus desnudos y sus paisajes.

En Madrid tenemos en estos días dos exposiciones que se complementan bajo un lema común: Modigliani y su tiempo.

La primera se ubica en el Museo Thyssen-Bornemisza, en el paseo del Prado número 8 y en ella se exponen los primeros cuadros del autor, desnudos y retratos de su época de apogeo, y obras de otros pintores que coincidieron con él en París.

La segunda exposición se aloja en la Casa de las Alhajas, una pintoresca sala de la Fundación Cajamadrid, ubicada en el número 1 de la Plaza de San Martín (junto a la plaza de las Descalzas). En este espacio se cuelgan también desnudos y retratos de Modigliani, paisajes, dibujos y fotografías del pintor y sus amigos. El acceso a estas instalaciones es gratuito.

Siendo en Madrid la oferta cultural tan amplia en esta primavera que comienza, os aconsejo que si andáis por aquí no os perdáis estas dos importantes muestras que agrupan el magnífico legado de Modigliani. Estarán abiertas hasta el 18 de mayo.

miércoles, 2 de abril de 2008

José Luis y Olga

José Luis Sampedro me acompaña estos días en mis trayectos de autobús o de metro y en los tiempos de espera. En enero salió en edición de bolsillo “Escribir es vivir”, una especie de biografía, elaborada por su mujer, Olga Lucas, a partir de un cursillo que impartió el escritor en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, de Santander, en julio de 2003. El libro cabe en el bolso y pesa poco: un formato ideal para andar con él por la ciudad.

Sampedro relata en sus páginas la vida de un chico que nació en Tánger y se educó en diversos lugares de España, que sacó unas oposiciones y consiguió un trabajo en Aduanas, que estudió una carrera y trabajó en una entidad bancaria, ligando todas esas experiencias a su formación como escritor y a la redacción de sus primeras obras, antes de darse a conocer como el magnífico literato en el que hoy le tenemos. Todos sus avances profesionales, sus éxitos y las alabanzas recibidas se exponen sin altanería ni envanecimiento, lo que demuestra la elevada categoría humana del hombre que narra.

Mientras espero mi turno ante la consulta del médico, que va a darme un pinchazo doloroso en la muñeca, me traslado a Santander para seguir escuchando al maestro. Sampedro está hablando de su experiencia como profesor de Estructura Económica en la Universidad. Y entonces interviene ella, Olga Lucas, la mujer que anota su discurso para trasladarlo después al libro que llegará a los lectores.

Un impulso me lleva a las últimas páginas del volumen, donde encuentro dos epílogos, uno del propio autor, reconociendo el valioso trabajo de su auxiliar de cátedra, su esposa, y otro firmado por ella, por Olga Lucas, en el que revela sus estados de ánimos en los días en que asistía al curso dedicado a la obra de José Luis Sampedro en la Universidad Menéndez Pelayo.

Unas fechas antes de viajar a Santander Olga había sido operada de un cáncer de mama. Cuando empezaron las sesiones, la mujer seguía con los vendajes de la herida. Había pedido el alta anticipada en el hospital para estar en la universidad con el escritor, y eso la obligaba a curarse ella misma y cambiarse los apósitos, faena dura y dolorosa por demás.

“Hacer este viaje en estas condiciones a mucha gente le parece una insensatez. Puede que lo sea, pero gracias a esta insensatez no estoy ahora con mi compañera María llorando nuestra desgracia. Gracias a esta insensatez le estoy demostrando a mi entorno que soy fuerte”.

Esa insensatez de Olga me permite ahora tener este libro entre las manos. Un libro que recomiendo a todos los que amen la lectura, porque reúne calidad y amenidad, corazón e inteligencia, sentimientos y lucha.

Cuando me llama la enfermera para que entre en la consulta, tengo los ojos empañados. He perdido cualquier atisbo de temor por el pinchazo en este rato de espera con Olga y José Luis.