viernes, 12 de marzo de 2021

Ganas de besos y abrazos

Revuelo en la oficina. Los empleados comentan las últimas noticias: se han cerrado los colegios, los centros culturales, los museos, el congreso. En otros departamentos se están dando órdenes para coger los ordenadores y marcharse a trabajar a casa. Las tareas de la jornada son poco importantes cuando el virus está cancelando actos, clausurando establecimientos, anulando citas, llenando hospitales, circulando por las residencias de mayores... Es jueves, 12 de marzo de 2020.

Un año después recordamos el momento en que el responsable nos comunicó que debíamos marcharnos a casa y encerrarnos hasta nuevo aviso. Pensábamos que la situación de emergencia no se prolongaría más allá de dos semanas. Que el susto pasaría pronto. ¿Quién iba a sospechar que hasta mayo no podríamos salir de casa sino a comprar alimentos o medicinas, sacar al perro o cumplir algún trámite administrativo imprescindible? ¿Y que cuando volviéramos a la calle iríamos con mascarilla, gel en el bolsillo, que no podríamos entrar en las tiendas, en los bares, que no deberíamos visitarnos?

Un año después nos dicen los políticos y los científicos que estamos superando la tercera ola. Nos piden precaución porque en cuanto bajamos la guardia el maldito virus se expande como el aceite. Y nos recuerdan los efectos malignos y mortales de las reuniones y los excesos de las navidades. ¿Estamos abocados a la cuarta ola antes de que la vacuna le sea administrada a un porcentaje significativo de la población española?

Los gobernantes han decidido impedir la movilidad durante la Semana Santa. Están todos de acuerdo. Todos menos los negacionistas, los ultras y las autoridades madrileñas que se mantienen en sus sillones a pesar de que se está intentando disolver la asamblea y convocar elecciones sin haberse cumplido todavía la mitad de la legislatura. Si no estoy equivocada, la inmensa mayoría de ciudadanos de a pie confía más (dentro de la desconfianza que nos genera esta situación y la evidencia de que ni médicos ni científicos conocen a fondo un virus que, para mayor confusión, muta de cuando en cuando y adquiere nuevas características) en las autoridades que nos piden precauciones y estamos dispuestos a seguir pasando más tiempo en casa que en la calle, a no viajar, a no visitar a los amigos o parientes de otras localidades, a no desbordar las terrazas, a no invadir las calles comerciales, a no apelotonarnos delantes de un estadio de fútbol o en un mitin improvisado en cualquier plaza....

Estamos cansados, hartos de guardar distancias. Nos hiere el alma no poder besar ni abrazar a nuestros padres y a nuestros hijos, no tocar a los amigos, no verlos, pero seguimos haciéndolo. Prometiéndonos que cuando ellos y nosotros recibamos la vacuna nos vamos a estrujar hasta hacernos daño.

¡Qué ganas de dar besos y abrazos!  

Foto Público 

lunes, 8 de marzo de 2021

8 de marzo. Mujeres que cuidan

Sabina se sienta a la mesa con la bandeja del desayuno que le ha dejado preparado su hija antes de encerrarse en su habitación a trabajar. Enciende la televisión y empieza a escuchar noticias y comentarios sobre los problemas y las desigualdades de las mujeres en España y en el mundo. 

Hoy es 8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora. ¿Y qué mujer no es trabajadora? ¿Y en qué época de la historia universal la mujer no ha sido trabajadora?

Sabina no ha ido nunca a las manifestaciones feministas (aunque tampoco entiende que se prohiban cuando hay tantas que se permiten, incluso las que congregan a negacionistas sin mascarillas) porque siempre ha creído que las mujeres de generaciones posteriores a la suya se quejaban demasiado. ¡Si ellas hubieran vivido en los años cincuenta, en los sesenta....! Ni una cuenta del banco podía una mujer abrir sin el consentimiento de un varón, fuera su padre o su marido. 

Las mujeres de ahora hacen las cosas por sí mismas y llegan a donde se proponen. Su hija mayor tiene un puesto directivo en una empresa de alimentación y supervisa la tarea de un centenar de trabajadores, muchos de ellos varones. Sin embargo, cuando su hijo sufrió la enfermedad, fue ella la que se pidió una excedencia, porque su marido temía que el dueño de los almacenes le relevaría del cargo de gerente si se cogía un permiso por motivos familiares. Su yerno es un buen padre y a las revisiones periódicas del chico procura ir con su mujer, que es la que no falla nunca.

La menor trabaja para una financiera y, desde que empezó la pandemia, opera desde casa cuatro días a la semana. Así la atiende a ella, que sufre de las piernas y le cuesta cada día más moverse por la casa y cumplir con las tareas elementales. La hija se vino a casa con su recién nacida cuando se separó de su marido, a los tres años escasos de la boda. Para Sabina fue un alivio su presencia cuando se quedó viuda. La compañía de la hija y la nieta fue el mejor bálsamo contra el dolor enorme de perder a su marido. Sabina ayudó a la hija a cuidar de su niña hasta que creció y se marchó a trabajar a Alemania, y la hija le ayuda ahora a ella a soportar la soledad y los efectos perversos de la edad sobre el cuerpo.

Mujeres cuidadoras, mujeres que apenas son visibles, mujeres que consiguen que la sociedad se mantenga en pie. Sin las mujeres ¿dónde estaría el mundo ahora? se pregunta Sabina, pensando en sus hijas, en su nieta, en las vecinas, en las amigas con las que mantiene contacto, en las comerciantes del barrio.

Las mujeres del siglo XXI están en mejores posiciones que las jóvenes y las mayores de hace medio siglo. Las universidades están llenas de chicas estudiantes, los hospitales de médicas, las escuelas de profesoras, los estudios de arquitectas, los laboratorios de científicas.... Pero todavía no hay un equilibrio, le dice su hija menor cuando se habla de feminismo en la televisión. Todavía es noticia que una mujer ocupe la presidencia de un país, todavía se ponen en duda las cualidades de las ministras, todavía se valora más las actrices por su físico que por sus interpretaciones, todavía tenemos que demostrar nuestra valía más que los hombres, argumenta la hija mayor cuando surge el tema.

Sabina escucha lo que le dicen sus hijas, lee los mensajes que le manda a diario su nieta por whatsapp. Se revuelve cuando en la televisión informan de otra mujer asesinada por un marido o un novio celoso, de la desarticulación de una red de explotadores de mujeres en prostíbulos, del incendio de un taller en no se dónde en el que trabajaban docenas de mujeres sin derechos.

Ojalá yo hubiera podido vivir como vosotras, piensa Sabina para sí. Pero todavía queda tarea, reconoce después. Ya lo creo que queda. Y entonces coge su teléfono y reenvía a sus contactos la imagen que le ha enviado su nieta ingeniera desde Alemania.


Dedicado a todas nuestras madres, a nuestras abuelas y a todas las mujeres que nos precedieron y que de una u otra forma han contribuido a mejorar el mundo que nos dejaron.

viernes, 5 de marzo de 2021

Terrazas sí, manifestaciones no

 Me he acercado esta tarde a la tienda cerrada de Carlos Paz, en cuya puerta hay mensajes de sus vecinos, velas y flores de despedida. Ayer nos contaba la pérdida Ángel Alda, el cronista de Olavide, en Somos Chamberí. Apenas he podido detenerme un instante frente al altar vecinal para no obstaculizar el paso de otros peatones

 
Foto: Angel Alda

Las tardes de los viernes es dificilísimo caminar por Madrid. Las sillas y mesas de los bares invaden las aceras, compitiendo con los alcorques de los árboles, los cubos de basura, los escasos bancos públicos y sin respetar los espacios de los viandantes que en algunos tramos han de caminar en fila india. 

La salida masiva de jóvenes y menos jóvenes a tomar cañas al aire libre, actividad muy sana y muy loable, sin duda ninguna, convierte Madrid en un gran parque temático del terraceo. ¡Si hasta los franceses se vienen de excursión para sentarse en una terraza callejera a disfrutar...!

Viendo tal concentración de gente y la falta de medidas de precaución, porque en muchas terrazas no se guardan distancias de seguridad (ni entre los de una misma mesa ni entre estos y los de la mesa de al lado) y la clientela no se coloca la mascarilla entre sorbo y sorbo, viendo este gentío desbordado y desbordante, una se pregunta ¿por qué se prohiben las manifestaciones del 8 de marzo? ¿Acaso estarían las manifestantes más arrimadas que los chicos y chicas de las terrazas? ¿Acaso no llevarían las mascarillas puestas? ¿Acaso no estarían al aire libre?

¿Alguien puede aclararlo? Porque yo no lo entiendo.

Podría entenderlo si no se  permitieran las terrazas a tope, las calles comerciales a tope, el metro por la mañana a tope, los conciertos de ciertos divos....

Y hablando de concentraciones. ¿Se ha pensado esta señora que aparece todos los días en la tele diciendo alguna frase ocurrente  la que se va a montar en las calles de Madrid en semana santa si los residentes no salen y se vienen para acá todos esos visitantes a los que ella invita a "a mover la maltrecha economía" nuestra. No podrán venir visitantes de Toledo o de Ávila, estando cerrados los perímetros de las comunidades colindantes, pero ¡que vengan los franceses, los suecos, los belgas....!

Madrid ya es casi Magaluf.

miércoles, 3 de marzo de 2021

Venimos a la vacuna

En el pequeño vestíbulo del centro de Salud coinciden dos mujeres de edad avanzada: una viene, apoyada en el brazo de su hija, a preguntar cómo va el proceso de vacunación porque sabe que en Madrid están pinchando ya a los mayores de ochenta años y ella los ha superado con creces. La otra viene apoyada en los brazos de otras dos mujeres, una de las cuales le dice “venimos a la vacuna” a la chica que recibe a los pacientes en una mesa improvisada junto a la puerta. A pesar de su evidente deterioro físico, un gesto de alegría parece pintarse en los ojos de la anciana que ya ha sido convocada para la administración de la primera dosis.

 La cita para la vacuna se ha convertido en un evento feliz para los abuelos y sus familiares. Algunos, incluso, inmortalizan con fotografías el momento del pinchazo. ¡Lógico! Los mayores viven con más angustia que ningún otro colectivo de edad la posibilidad de que el maldito virus los atrape, porque saben que ha matado a miles de personas de su edad.

Precisamente ayer se publicaron los datos oficiales: en España han muerto 29.408 hombres y mujeres mayores que vivían en residencias públicas, concertadas y privadas.  ¿Cómo no estar asustados?

La gestión de la crisis en demasiadas residencias españolas, el trato de los abuelos enfermos ha sido tan nefasto que alienta las sospechas de que algunos o muchos de esos fallecidos podrían haberse salvado de haberse actuado de otra manera, de habérseles brindado asistencia médica. “Desde marzo de 2020, se han abierto un total de 441 diligencias penales, de las que en enero de 2021 se encontraban en trámite 209,  La comunidad donde hay más expedientes penales abiertos es Madrid (112), seguida a muy larga distancia por Castilla y León (19), Cataluña (15), Extremadura (12), …” informabaRTVE el 26 de febrero.

La vacunación está dándoles un respiro a los mayores, y eso lo saben las dos mujeres que entran juntas en el centro de salud. Sus hijas y cuidadoras les han comunicado la noticia que les aporta una pizca de esperanza: la vacuna ha rebajado la posibilidad de contagios en las residenciasen un 95%.

Una de las dos abuelas saldrá del centro un rato después con el brazo dolorido y la fecha de la segunda dosis anotada en una tarjeta. La otra saldrá confiada en que la llamarán muy pronto. Y esta misma tarde, casi a la hora de la cena, sonará por fin el teléfono: el jueves por la tarde tiene la primera cita para vacunarse.

 Foto: 20 minutos 

                                                          Foto: 20 minutos

Y un pequeño recuerdo para Carmen Rosa, que falleció el 3 de marzo de 2020 y ha sido considerada la primera anciana muerta por covid 19 en España. Hoy El País cuenta su historia. En la foto de arriba, un equipo de televisión informaba desde la puerta de la residencia donde la mujer vivía. Esa tarde saltó la alarma entre los familiares, que ya no pudieron visitar a sus mayores

lunes, 1 de marzo de 2021

Un año después

Este es el lema con el que marzo despunta. Ante las cámaras y los micrófonos, en los titulares de prensa, los informadores repiten el lema, como si todos se hubieran puesto de acuerdo para solemnizar el aniversario de la irrupción del virus en España.

Hace un año que se detectó el primer caso en Canarias. Hace un año que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia. Hace un año que se cerraron los colegios. Hace un año…. Las noticias son un recuerdo de lo que ocurría en marzo de 2020 y un balance de todas las alteraciones, desventuras, gestas y fracasos registrados en los últimos doce meses.

¿Un año ha transcurrido ya?, nos asombramos cuando pasamos la hoja del calendario. ¿Llevamos ya doce meses de encierro, de mascarillas y gel hidroalcohólico, un año sin abrazos ni besos, sin comidas familiares extensas, sin viajes, sin festejos con los amigos, sin asistir al cine o al teatro? ¿Un año ya contando contagios y fallecidos, trabajadores que se han ido a un Erte o al paro, un año de hospitales saturados, de negocios arruinado, de propósitos fracasados …?

Pues sí. Estamos en “un año después”.

¿Qué hacíamos entonces, al declinar el invierno de 2020? Hacíamos nuestra vida cotidiana, cumplíamos nuestras tareas, desarrollábamos nuestros proyectos, comentábamos con nuestros allegados las noticias procedentes de China, las imágenes impactantes de las calles de Wuhan, completamente vacías. Aquí no llegará ese virus, pensábamos para sosegarnos. Se quedará anclado allá, en la otra cara del planeta, como los virus y coronavirus que lo precedieron.

Sonaban voces de alarma desde enero, pero ninguno de los oráculos patrios, ningún vidente, ninguno de esos profetas que surgieron a posteriori nos avisaban de que nos dirigíamos hacia un desastre de dimensiones universales, un cataclismo parecido a los relatados en las novelas de ciencia ficción o en las películas futuristas que tantísimo dinero invierten en los efectos especiales.

Ni siquiera cuando el virus empezó a campar por la península italiana, tan próxima a la española en el mapa y en la cultura, creímos que íbamos a tener que encerrarnos como hicieron los habitantes de Wuhan en el mes de enero.

Pues sí. Nos encerramos. Hace casi  un año ya.

Nos encerramos y empezamos a vivir de una forma distinta a la que estábamos acostumbrados. Con miedo y precauciones, con restricciones físicas y dificultades económicas, con ausencias emocionales, con dolores cuando el virus nos atrapaba, con pérdidas de gentes a las que todavía no les había llegado su hora….

¡Cuánto nos ha cambiado la vida en un año!, pensamos ahora, cuando se cumple un año de convivencia con el virus. ¡Cuánto hemos cambiado cada uno de nosotros!

¿Y hemos cambiado para mejorar, como nos prometía la propaganda institucional?  La respuesta es complicada. Sin duda, hemos mejorado en algunos aspectos. Hemos aprendido a compartir espacios e intereses con nuestros padres e hijos, con nuestros compañeros de piso, hemos adquirido técnicas para  trabajar a distancia y reunirnos con los amigos, hemos descubierto facultades personales que ignorábamos de nosotros mismos, hemos entablado relaciones con vecinos a los que antes ignorábamos, hemos renunciado a costumbres menos saludables....  

No sé si somos mejores o peores que hace un año, pero lo que sí creo es que compartir experiencias, enseñanzas y hallazgos particulares, contar y escuchar historias de este año singular puede ser un remedio eficaz para paliar los efectos nocivos del virus. Sin olvidar, desde luego, que en estos doce meses también hemos vivido acontecimientos felices: niños que han nacido, parejas que se han hallado, empresas que se han iniciado o se han reinventado, libros que se han publicado, películas que se han rodado, amistades que se han consolidado, conciertos que han congregado a espectadores en las plazas de los barrios, etcétera, etcétera.

Concierto de domingo en la plaza

domingo, 31 de mayo de 2020

Seguimos aplaudiendo

Por aquí seguimos aplaudiendo. Esta tarde, después de la tormenta, han vuelto a sonar en mi trozo de calle los aplausos para los sanitarios.
Se ha asomado la chica que enseña un gran corazón verde con la leyenda "servicios públicos". Se ha asomado la señora del piso de encima, que es casi la más constante. Se ha asomado el músico y su compañera.
No somos muchos. Algunas tardes no somos más que dos. Alguna tarde no he estado yo en casa.
El caso es que seguimos aplaudiendo.

Y mañana iremos al centro de salud que nos corresponde y volveremos a aplaudir a la gente que trabaja en la Sanidad. Les preguntaremos cuándo se abrirán las consultas, aunque me temo que sabrán tan poco como los pacientes. Y eso que estamos en la fase 1.

Para acabar este día de lluvia, viento y aplausos, un poco de Música de Xavier. ¡Preciosa!




lunes, 25 de mayo de 2020

Vengan sin prejuicios que disfrutarán más


Hay cola frente al centro de Salud. La enfermera sale, consulta, vuelve a entrar, volverá a salir en unos minutos con la respuesta. No hay atención primaria en el barrio.
En la plaza, a cien o doscientos metros, se están instalando mesas y sillas para la hora del aperitivo. Frente a uno de los bares, el más madrugador, ya hay tres mesas ocupadas por personas que desayunan.
Podemos tomarnos el café o la cerveza al aire libre pero,¡cuidado!, que no te de una faringitis o te salga un sarpullido que tu médica no pasa consulta. ¡Paradojas de la crisis! O más bien, paradojas de Madrid.

Hoy es noticia esta ciudad y esta comunidad. Al fin pasamos a fase 1. Sin médicos, sin enfermeros pero con terrazas disponibles. Los medios de comunicación se despliegan por las calles para comprobar la emoción de los paisanos. A mí que no me pregunten, que yo me atengo a lo que dicen los sanitarios: teníamos que haber reforzado los centros de salud antes de dar el siguiente paso. Pero ni se han reforzado, ni se han abierto al público siquiera.

Leo  comentarios peyorativos sobre Madrid en Twitter. Ya sé que navegar mucho por esta red menoscaba la salud mental y el ánimo de quien lo hace pero una es débil y cae en la tentación de vez en cuando.

¡Cuánta inquina contra Madrid! Como si Madrid fuera solo el gobierno regional, el gobierno central, los poderosos de la economía y la banca, como si los madrileños no fuéramos ciudadanos normalitos, con penas y alegrías, ventajas e inconvenientes, esfuerzos, compensaciones y complicaciones distintas pero equiparables o paralelas a las de quienes habitan en otros pueblos y ciudades españolas.

Los madrileños no tenemos la culpa de que el virus se haya ensañado en nuestra población. El continuo ir y venir de viajeros, trabajadores, turistas, visitantes nos ha convertido en el centro de la epidemia hispana. Pero miremos un solo dato: en los días en que se contagiaron los miles de enfermos que empezaron a acudir a los hospitales a partir del 12 de marzo, se celebraba en Ifema la gran feria de arte contemporáneo, ARCO, a la que acudieron 93.000 personas de diferentes países. ¿No es posible que más de una dejaran sus virus en Madrid sin ser de Madrid?

Y sobre todo quiero decirles a los detractores, a los que nos acusan de tantos defectos y tanto protagonismo, ¡oigan, que madrileños son muchos paisanos suyos, gentes que se han venido a vivir aquí porque buscaban trabajo, porque quieren estudiar aquí, porque sus padres los trajeron de niños, porque sus hijos los trajeron de viejos, porque les dio la gana mudarse!
Que madrileños no somos solamente los nacidos en Madrid, también lo son los que se empadronan aquí, vengan de donde vengan. Y no les cogemos tirria por venir de otros lugares. 

Sean un poco clarividentes quienes nos denostan. Que seguro que vienen muchas veces a Madrid de compras, de museos, de teatros, de visita a los parientes. Si vienen sin prejuicios contra los madrileños, seguro quedisfrutaran más de su estancia.

Museo Reina Sofía. A disposición de visitantes de toda procedencia.


martes, 19 de mayo de 2020

Madrid no es esa señora que habla por nosotros

Me da pereza escribir. El ambiente es tan confuso, tan crispado que lo que escribiría serían improperios hacia muchos individuos e individuas. Y trato de eludir la rabia y el insulto.
Esta mañana, por ejemplo, escuché a un dirigente que hablaba de "odio a Madrid" por parte del gobierno de la nación. ¿Se puede ser mas imbécil?

Claro, que casi es peor esa otra que define el estilo de vida madrileño hablando de las muchas horas que perdemos en el transporte y que a cambio hemos inventado un estilo de ocio propio. ¡Será cateta! Los madrileños no somos ni mejores ni peores que el resto de los españoles, convivimos con nuestras dificultades, nuestros atascos y nuestras ventajas, que las tenemos, pero nos gusta la juerga, la cultura, el aperitivo, la risa, la amistad, tomar el sol y pasear lo mismito que le gusta a cualquier otro paisano de cualquier pueblo o ciudad española.

Basta ya de demonizarnos o de lanzarnos esos elogios engañosos y sensibleros que nos condenan al desprecio y a la burla del resto del país.

Madrid no es esa señora que habla por todos nosotros, los que no salimos en los programas carroñeros de las mañanas. Sólo tiene un voto de cada cinco. Por su carácter, su trayectoria profesional (?) y su capacidad cerebral desconoce la realidad múltiple de Madrid y no conecta con una enorme mayoría de madrileños.

Lo que nos preocupa, y mucho, es que tenemos los centros de salud cerrados. También los centros de urgencias de los fines de semana. Nos faltan médicos y enfermeros. Se siguen anulando citas médicas programadas para estas fechas a los enfermos crónicos y a los mayores.
¿A qué tanto empeño en abrir los bares si nos falta lo elemental?
¿Por que no abren los parques, las bibliotecas y los museos, que para eso sí tienen permiso?

Por cierto, seguimos aplaudiendo. Foto: El diario

viernes, 15 de mayo de 2020

No estorben el futuro

Esta mañana he saludado por vez primera a ras de calle, manteniendo los dos metros de distancia física, a una de las vecinas con las que he compartido bastantes tardes de aplausos. Aunque llevamos muchos años habitando en edificios enfrentados y vivimos casi a la misma altura, nunca habíamos cruzado un saludo. Hace unos días la mujer contó desde lejos que su marido había estado ingresado tres días en un hospital por una afección que no tenía nada que ver con el maldito virus. Y hoy yo me he detenido en la acera para preguntarle por su salud.

Alguna cosa buena tenía que dejarnos el tiempo largo del encierro: nuestros vecinos ya no nos son unos desconocidos.

Ahora que podemos salir de casa a pasear, a disfrutar del aire (tan limpio todavía) de la primavera urbana, el encierro parece menos agobiantes. Ya no se nos caen las paredes encima. Pero seguimos preocupados por lo que se nos viene encima.

¿Cuántos desempleados volverán al trabajo en los meses venideros? ¿Podrán acabar el curso los escolares? ¿Cómo iniciarán el próximo curso en septiembre? ¿Podrán volver los mayores a reunirse con sus amigos o a asistir a las clases de pintura de su centro cultural sin temor a ser víctimas del maldito virus?¿Sobrevivirán las pequeñas tiendas a los inconvenientes para despachar a sus clientes y pagar sus facturas?¿Seguirán subiendo los precios de los productos que en el campo se pagan, sin embargo, peor que hace unos meses? ¿Se recuperarán los sanitarios enfermos, se reforzarán las plantillas, se nos procurará mejor atención primaria?

Podría seguir haciendo preguntas. Pero creo que nadie podría dar una respuesta exacta puesto que la historia del maldito virus está todavía por desarrollarse.

También creo que si los individuos e individuas empeñados en estorbar el proceso siguen campando a sus anchas, el problema se va a estirar más tiempo que en otros ámbitos semejantes al nuestro. Esta semana a los sempiternos voceros o bocazas políticos y a los tertulianos ignorantes, que no saben sino sembrar miedo y odio, se les han unido un rebaño de tipejos que aprovechan la hora del paseo para manifestarse, hombro con hombro, con sus banderas de aguiluchos y sus palos de golf en algunas plazas de Madrid, haciendo ruido y lanzando consignas que evocan los tiempos de la disolución de la dictadura.

¡Qué poco hemos cambiado! Decían que de esta crisis íbamos a salir siendo mejores personas pero  cuando las televisiones, la prensa, las redes siguen estando llenas de bulos, de insultos, de amenazas y de imágenes agresivas, lo pones en duda.

¡Hermosa ciudad sin coches!

viernes, 8 de mayo de 2020

Parques y bares

Los bares del centro de Madrid están limpiando sus instalaciones, convencidos, acaso, de que en breve volverán a tener clientela.

Las prisas de los bares y restaurantes, de los que hay cientos y cientos en Madrid y que, en efecto, generan muchos puestos de trabajo y suponen un alto porcentaje del movimiento económico de la ciudad (y de muchas otras, eso es cierto), esas prisas ¿son las que empujan a las autoridades regionales a pedir el paso a la fase 1 a pesar del desacuerdo, entre otros, de la directora de Salud Pública, que  dimitió ayer sin  firmar los documentos exigidos para avanzar?

¿Van a abrir los bares antes que los parques de Madrid? Esta tarde se quitarán los precintos de las plazas ajardinadas y algunas zonas verdes, menos mal. Pero quedan 19 espacios clausurados, entre ellos el Retiro, la Casa de Campo, la Dehesa de la Villa... ¿Son más peligrosos que los bares?

¿Seguiremos sin poder entrar dos personas de la misma familia al supermercado mientras en las mesas del bar podremos sentarnos de dos en dos o de tres en tres? ¿Seguiremos haciendo cola delante de la farmacia, de la frutería, de la panadería mientras que la terraza de al lado se llena a la mitad de su capacidad anterior?

¿Nos dejarán sentarnos, por fin, en un banco de la calle o sólo se nos permitirá sentarnos en las terrazas? ¿Y pararnos a charlar con los vecinos guardando las distancias físicas? ¿Y saltarnos lo del kilómetro de distancia para acercarnos a las casas de nuestros familiares y verlos cuando se asoman al balcón?
¡Sin humos, sin ruidos, sin agobios!

miércoles, 6 de mayo de 2020

Abriendo tiendas


Colas ante las ferreterías que han abierto. Hay que reponer los tornillos que se han caído durante estos dos meses, colgar un cuadro o engrasar unas bisagras.

Colas ante las sucursales bancarias. Hay que cobrar la pensión o el paro.

Ante las peluquerías no hay colas porque la cita se pide por teléfono. El local está toda la jornada en actividad pues no son muchos los que se han arriesgado a dejarse cortar el pelo por la madre, el padre o la pareja.

Las papelerías siguen cerradas. Menos mal que bolígrafos no faltan en casa.

En el interior de los bares se nota movimiento. Estarán limpiando los enseres para cuando se les permita abrir. En Madrid, algunos dueños piden sacar barras a la calle. Los vecinos de la zona reaccionan: Ahora que las aceras son nuestras, de los que vamos andando, que no se nos llenen de sillas, mesas y sombrillas. Y mucho menos, de barras volantes.

Muchos mayores se han lanzado ya a la aventura de darse una vuelta a la manzana. Algunos aferrados al brazo de sus cuidadores, pero con gesto de audacia bajo la mascarilla.

La ciudad empieza a cobrar vida. Con muchas precauciones, pero con ganas y coraje.

Los políticos siguen peleándose en las pantallas de los televisores y en las redes. Los ciudadanos, dicen los de cualquier signo, están teniendo un comportamiento ejemplar. Pues sí, eso parece, señores. Así que ¿por qué no los imitan ustedes?

El chico de la raqueta no quiere la nueva normalidad, quiere la antigua. ¡Mira qué gracioso! Todos queremos volver a salir a la calle sin taparnos las narices, abrazar a nuestros hijos, darles besos, ver una peli en un cine, pasar unos días cerca del mar. Esa parte de normalidad sí, la queremos.

Pero no queremos lo nocivo de la antigua normalidad: ciudades contaminadas y estresantes, campos de cultivo abandonados, pueblos sin futuro, turismo de borrachera y abuso, selvas quemadas, ríos desviados o ensuciados,  masificación de costas, mares convertidos en basureros, animales en riesgo de extinción, consumismo enfermizo, etc, etc….
¿Y usted, señor de la raqueta? ¿Esa parte de la antigua normalidad también la quiere?

El suelo de la plaza de la Villa se ha llenado de hierbitas

lunes, 4 de mayo de 2020

No somos los mismos

Día de levantar persinas y concertar citas.
El panorama de las calles de Madrid ha cambiado mucho este lunes. Se nota más tráfico de vehículos particulares, más movimiento en las aceras. Y no es por los paseantes, los deportistas y los abuelos en sus horas de libertad. Es por los muchos establecimientos que han decidido empezar a funcionar.

Las peluquerías, que tanto dieron que hablar al principio de la crisis, vuelven a estar abiertas.
El cliente llama y pide cita en su peluquería de siempre. Hay que cortar el pelo que está muy largo y molesta. Lo de las mechas y los tintes puede esperar o hacerse en casa, pero descargar las melenas es urgente para hombres y mujeres. El peluquero tiene que mirar el papel en el que ha apuntado las citas que ya tiene fijadas. Le cuesta adaptarse al nuevo sistema porque  en este local de barrio las señoras y los señores son casi amigos que se presentan cuando les sobra un rato libre. Y siempre hay hueco para ellos. Ahora no somos los de antes ni nos valen las mismas costumbres, responde el cliente, cuando el peluquero se disculpa por tardar en señalarle una hora.

No somos los de antes, sin duda. Hemos tenido que aprender nuevas fórmulas de comportamiento familiar y social, hemos renunciado a encuentros con las personas queridas con las que no comparatimos hogar, hemos dejado aparte gustos y manías, aficiones, puestos de trabajo incluso. Nos hemos plegado a las normas impuestas por las autoridades sanitarias, científicas y políticas aunque no entendiésemos ni el motivo ni la conveniencia de algunas prohibiciones u obligaciones.
Hemos vivido una primavera extraña, anómala, casi de película de ciencia ficción, y hemos sacado de nosotros mismos fuerzas y recursos que no sabíamos que teníamos para soportarlo casi todo.

Así que ahora, cuando empezamos a salir a la calle a hacer algo más que ir a la tienda de comestibles y a la farmacia, ahora que podemos recuperar actividades tan esenciales como cortarnos el pelo, nos damos cuenta de que no somos las mismas personas que nos encerramos en casa el 16 de marzo.

Y nos surge una duda enorme. ¿Somos mejores después de esta experiencia como asegura la publicidad comercial y la promoción institucional?

domingo, 3 de mayo de 2020

Octavo domingo

Mayo empieza cálido y amable.
Con un primer domingo que se llena de mensajes de elogio a las madres, de flores pintadas y eslóganes similares a los que inventan los centros comerciales para animar a los hijos a comprar objetos para agasajar a las que tanto se merecen.

Pero a las madres los objetos no nos hacen tanta falta (o ninguna) como las llamadas de teléfono, las frases consabidas de felicitación y, desde luego, el sentir el deseo de los hijos de alegrarnos la fecha con su voz y su alegría. Y más en estos tiempos de lejanías y ausencias.

Octavo domingo de confinamiento. Seguimos encerrados pero ya podemos salir a la calle a pasear. Y nos damos cuenta de que no nos asusta salir de casa, de que nos gusta pasear, de que las piernas no nos fallan cuando sobrepasamos las dos manzanas de distancia desde nuestro portal.
Cuando ya estábamos domesticados para permanecer días y días metidos en casa, sin cuestionarnos la situación ni quejarnos de aburrimiento, nos asomamos a la calle y recuperamos de repente el afán de salir a la calle.

Aprovechemos, que ya es la hora.

Domingo, hora de paseo de adultos. Foto de Rosa