jueves, 26 de junio de 2008

Palabras de Atwood

¡Cuánto me alegro de que a Margaret Atwood le hayan concedido el Premio Príncipe de Asturias! Voy a aprovechar la circunstancia para rescatar unos apuntes tomados al hilo de la lectura de un libro, titulado La maldición de Eva, (Lumen , 2006). El volumen recoge, entre otros trabajos de la escritora, una conferencia que dictó sobre la escritura. Transcribo un fragmento.

"Como personas las mujeres tienen una gran variedad de experiencias de las que aprender. Tienen sus propias experiencias con los hombres, por supuesto, pero también las de sus amigas ya que, dejando de lado el síndrome de la anécdota obscena, las chicas hablan de hombres más que los hombres de mujeres. Las mujeres están dispuestas a hablar con otras de sus miedos y debilidades. Los hombres no están dispuestos a hablar de los suyos con otros hombres dado que el mundo es todavía una selva donde los animales se devoran entre sí”.

Atwood, cerca de cumplir los setenta años y poseedora de una respetada bibliografía, que abarca novelas, ensayos y poesía, no deja de predicar a favor de las mujeres, sin preocuparla que se la tache de feminista radical, de postfeminista o de cualquier otra lindeza de esas que se usan para descalificar a quienes aún pelean por conseguir para las de su género un puesto en la sociedad equiparable al de los hombres, la consideración cultural que se merecen y la protección legal que se les debe como miembros activos de la comunidad. Sus palabras son difíciles de rebatir porque Atwood las avala con una larga experiencia, un prestigio internacional y una dosis de ironía que no les restan dureza ni legitimidad.

No es sensato generalizar. Hay hombres que trabajan por el bien de las mujeres, que las tratan como a sus iguales, que valoran sus criterios. Es verdad. Pero también lo es que, en este mundo nuestro, supuestamente civilizado, ciertos hombres se resisten a escuchar a las mujeres cuando hablan de sentimientos, inquietudes o pesares. Será por prejuicios, será por desinterés, será por que las temen. Pero los hay. Si esos hombres que no escuchan se dedican a la literatura y han de crear un personaje femenino, lo más probable es que no atinen, que generen un espantajo, una parodia de mujer.

Yo he leído libros cuya protagonista no tenía de mujer más que el nombre de pila y la descripción de su atavío. (Y uno de esos libros es un título de impacto universal). También he detectado casos totalmente opuestos: los personajes femeninos de García Márquez o de Muñoz Molina (por citar sólo dos escritores que reverencio) me resultan tan auténticos, tan entrañables y densos que estoy convencida de que estos dos autores-hombres, cuando las mujeres hablan de sus cosas, las escuchan con los oídos, con el cerebro y con el corazón.

¡Enhorabuena, señora Atwood!

martes, 24 de junio de 2008

Lecturas desde la nieve

El pasado sábado, el suplemento cultural Babelia dedicaba dos páginas a la literatura que se hace actualmente en los países del norte de Europa. Transcribo el primer párrafo:

"En la enigmática y aislada Islandia, una de cada diez personas publicará un libro a lo largo de su vida. En una Noruega bañada en oro negro, un novelista puede recibir un sueldo vitalicio. En Suecia, ya en 1900, el proletariado organizó su propia red de bibliotecas, convencido de que la educación era la mejor arma frente al poder. Los finlandeses compran de media diez libros al año; y en Dinamarca editar nunca es una ruina porque el Estado compra ejemplares para todas las bibliotecas públicas. Si además se tiene en cuenta que el analfabetismo desapareció en los cinco países escandinavos hacia 1850, no es de extrañar que su producción literaria sea extensa y de calidad."

Imagino a las gentes que habitan en países donde el frío del invierno es intenso. Las imagino recluyéndose en las casas, en las bibliotecas, en las aulas con un libro. Imagino a niños y adultos devorando páginas de novelas y cuentos que hablan de ellos mismos, de sus relaciones con otros países más cálidos, compartiendo lecturas que encienden la fantasía, la imaginación, el debate, las sensaciones más diversas. Y siento ganas de compartir esas lecturas yo también.

En el artículo al que corresponde esta introducción (lo podéis leer entero pinchando aquí) se citan los nombres de algunos escritores que ya han rebasados sus fronteras y llenan las estanterías de los lectores españoles. Los más renombrados son Jostein Gaarder , el autor de "El mundo de Sofía"(con el que unos aprendieron los rudimentos de la filosofía y otros recordamos las lecciones olvidadas) y, por supuesto, Hening Mankell, el creador del inspector Wallander, del que me declaro una forofa.

Pero también hemos leído en España a Peter Hoeg, el danés que escribió "La señorita Smila y su especial percepción de la nieve", de la que hizo una versión cinematográfica Billi August, y un libro maravilloso titulado "El siglo de los sueños", que narra la historia de una familia a través del tiempo.

Influida por el buen recuerdo de estas lecturas, me he ido esta tarde a la biblioteca y he buscado ejemplares de otros autores que se citan en el texto. Me ha traído conmigo una novela del noruego Kjartan Flogstad y una compilación de relatos de Kjell Askildsen, también noruego.

¿Habéis leído vosotros a estos autores? ¿Tenéis predilección por alguno de ellos?

(Arriba, Heninng Mankell. Debajo, Peter Hoeg)

PD. Aunque no viene de la nieve, sino que vive bajo el sol de Cataluña, os pongo aquí el enlace con un autor que acaba de publicar una novela juenil que se titula "Astralis". Está en su página web.

sábado, 21 de junio de 2008

Los versos de Sofía

Sonaría mejor en la voz de Sofía, que yo escuché una tarde en un rincón lleno de libros del barrio de Malasaña. Sonaría mucho mejor, como sonó en aquel espacio recóndito, donde las letras prevalecían sobre cualquier ruido ajeno. Pero como no tengo la grabación, me limitaré a transcribir los versos que Sofía compuso y recitó.


Me he aficionado a responder
encuestas por teléfono y a escuchar
a los testigos de las cien religiones
de mi barrio. Dejo que me acose
la vecina del cuarto con cosméticos
que sé que no me quitarán las ojeras
y me trago
todos los programas
que hablan de
cómo viven los ricos
cómo mueren los pobres....
Estoy muy ocupada,
por eso no entiendo por qué
ahora, sola en la habitación,
echo tanto de menos tus pies,
húmedos por el sudor compartido,
pisando las baldosas de la cocina.

Sofía Castañón no necesita cosméticos para las ojeras porque tiene veintipocos años y una frescura propia de su edad y de las ilusiones que alientan su camino. Con su libro Ultimas cartas a Kansas, ha obtenido el Premio de Poesía Joven Pablo García Baena, que convocan La bella varsovia y la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba.

Dicen los que saben de esto, que los escritores siempre comienzan su trayectoria trazando versos en su juventud. Quizás ese sea el destino de Sofía.

jueves, 19 de junio de 2008

El optimismo y la salud

El anhelo de curarnos constituye la mitad de nuestra salud, dijo Séneca hace más de dos mil años. La cita está recogida en el libro de Luis Rojas Marcos, “La fuerza del optimismo”, un amplio tratado sobre los sentimientos positivos, la esperanza, la capacidad del ser humano de enfrentarse a los problemas sin caer en el derrotismo, la depresión y la inacción.

Rojas Marcos repasa en los sucesivos capítulos de su obra (que es amena e ilustrativa, a la par) lo que él denomina, a grandes rasgos, la ciencia del optimismo, incidiendo en diversos aspectos de la vida del ser humano: la personalidad, el bagaje genético, el talante, la educación que ha recibido, la salud, el trabajo, el régimen político en el que habita.

Hoy leo el capítulo dedicado a la salud. Dice el psiquiatra Rojas Marcos que la esperanza cura. Que los optimistas, los que piensan que sus dolencias son temporales (por graves que éstas sean) tienen más posibilidades de desarrollar defensas, de alargar su existencia y, por supuesto, de hacer la convivencia más grata a quienes le cuidan o le rodean. Dice que los pesimistas son imprudentes y, además de no curarse, fallecen con más frecuencia por accidentes inesperados. Dice que quienes piensan que el destino del individuo está escrito de antemano, que los que renuncian, llevados por su ánimo derrotista, a luchar por mejorar sus condiciones de vida, tienen más probabilidades de ser víctimas de las enfermedades y de la fatalidad.

Los trances difíciles para el ser humano, como son la pérdida de un familiar o una ruptura conyugal “nos hacen vulnerables a las infecciones, a los trastornos digestivos y a las enfermedades del corazón”. El sistema inmunológico se resiente cuando el alma duele, porque hay emociones negativas que “alteran el funcionamiento de los centros cerebrales que regulan el sistemas hormonal y los órganos más importantes del cuerpo”.

Por el contrario, añade Rojas Marcos, “numerosas investigaciones muestran que situaciones que fomentan la tranquilidad, como el desahogo emocional que produce hablar y compartir con otros problemas y dificultades, fortifican las defensas. Por ejemplo, la participación semanal en grupos terapéuticos de apoyo psicológico está relacionada con una mayor esperanzan y calidad de vida en pacientes que sufren de enfermedades crónicas y algunos tumores malignos”.

Y acabo con otra cita que aporta el autor; es de Susan C.Vaughan, autora de un libro sobre el optimismo que se titula "Medio vacía, medio llena". Dice así: “El optimismo es como una profecía que se cumple por sí misma. Las personas optimistas presagian que alcanzarán lo que desean, perseveran, y la gente responde bien a su entusiasmo. Esta actitud les da ventaja en el campo de la salud, del amor, del trabajo y del juego, lo que a su vez revalida su predicción optimista”.

¿Quereis leer el primer capítulo del libro? Pinchad aquí.

viernes, 13 de junio de 2008

Un mundo no tan feliz

Releer después de varios años un libro que te deleitó, te impresionó y te conmovió la primera vez que te introdujiste entre sus páginas, entraña unos riesgos. Puedes sufrir un hondo desengaño. Tú has cambiado, has adquirido conceptos y experiencias como persona y como adicta al arte de la escritura. También el mundo ha cambiado a tu alrededor: las circunstancias físicas, la ideología política, la tecnología ha evolucionado de una forma tan rápida y contundente que la evocación de lo que ocurría hace quince o veinte años, nos parece un retorno, no al siglo XX, sino al XIX y nos suscita una pregunta tonta. ¿Cómo nos las apañábamos para vivir sin los aparatos y ventajas de los que hoy disponemos?

Así que no es de extrañar que la relectura de “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, te resulte decepcionante. Hoy día imaginar a un reportero de una emisora de radio, tocado con un sombrero de copa de aluminio en el que lleva el receptor y el transmisor telegráfico, induce a la risa. Supongo que en el año 1931, cuando Huxley escribió su obra, no podía sospechar, ni aún utilizando al máximo su evidente capacidad de imaginar y fabular, que algún día los teléfonos perderían los cables que los sujetan al suelo y podrían llevarse de un lado para otro y utilizarse para mandar mensajes de texto, plasmar fotografías y grabar películas.

El propio autor reconocía, quince años después de la primera edición de su obra, que el texto estaba desfasado en asuntos de técnica y avances científicos. “Un mundo feliz no contiene referencia alguna a la fisión nuclear. Y, realmente, es raro que no la contenga; porque las posibilidades de la energía atómica era ya tema de conversaciones populares algunos años antes de que este libro fuera escrito”, escribe Huxley en el prólogo de la reedición, justificandose, sin embargo, porque el tema del libro no era el progreso de la ciencia, el cual se daba por hecho.

Si lo que a Huxley le interesaba era la evolución y prosperidad de la humanidad, si él quería centrarse en el nuevo tipo de relaciones que se establecería entre los hombres y las mujeres, entre los viejos y los jóvenes, entre los dirigentes y los súbditos de la sociedad utópica, también hay ciertas carencias que ya el autor reconoció en su momento. La civilización que describe es un lugar cómodo en el que vivir, con todas las necesidades fisiológicas aseguradas, sin enfermedades ni problemas que causen infelicidad en sus miembros. Las personas cumplen un trabajo para el que han sido “incubadas” y no aspiran a nada que esté fuera de su alcance. No tienen libertad de elección ni de creencias, pero no son conscientes de ello y no se quejan ni se rebelan.

La reserva de los salvajes, por el contrario, es un reducto donde imperan la miseria y la suciedad, la incomodidad y el dolor. No hay término medio entre un ámbito y el otro. “Si ahora tuviera que volver a escribir este libro, ofrecería al Salvaje una tercera alternativa”, escribe Huxley, mencionando la posibilidad de crear un espacio donde se utilizara la técnica con fines benéficos para el ser humano y no para esclavizarlo y condicionarlo.

¿Recordáis el argumento? En una sociedad avanzadísima, donde se gestan los niños para cumplir una misión concreta en la vida, irrumpe un salvaje, un hombre nacido en una reserva india, que ha leído a Shakespeare y cree en Dios y en el amor tradicional. El conflicto se plantea cuando es transportado a la civilización y discrepa con una mujer que le desea, con los dirigentes que privan a la humanidad de pensamientos individuales, con una sociedad que no entiende el dolor ni la desesperación ante la muerte. El salvaje se aísla, pero la población le persigue, le acosa y acaba por inducirle al desastre.

viernes, 6 de junio de 2008

Leyenda negra

Quinientos años han transcurrido sobre las tumbas de Alejandro VI y sus hijos, pero nunca han dejado de mencionarse los nombres de los miembros de la familia Borgia ni de comentarse sus infamias en el arte, en las páginas de los libros y en las tertulias de los plebeyos. La historia, mejor dicho, esa parte de la historia que se basa, no en pruebas y documentos fidedignos, sino en tradiciones, misterios, prejuicios y conveniencias, ha convertido a los Borgia en personajes malditos, que han sido utilizados en obras literarias y pictóricas, en películas y series de televisión… Rodrigo, César, Lucrecia son nombres que la Leyenda Negra mantiene vivos en la memoria de Europa.

Hace unas semanas, a causa de la emisión de una película sobre los Borgia en un canal de televisión, eché mano del libro de Oscar Villarroel para contrarrestar con su lectura la imagen del papa Alejandro, y la de su despiadado hijo, César, quienes en la citada producción parecían, más que nada, dos personajes escapados de "El padrino" y trasladados a una Italia dominada por el señor del Vaticano.

El libro de Villarroel, titulado Los Borgia. Iglesia y poder entre los siglos XV y XVI, (Sílex Ediciones) no se apiada de unos seres que cometieron atrocidades políticas y humanas, pero descarta, por no probados, algunos de los delitos achacados a la saga. Al papa Alejandro VI y a sus vástagos se los acusó de mantener relaciones incestuosas, de envenenar a sus detractores, de asesinar a quienes les estorbaban para cumplir sus proyectos ambiciosos (a César se le imputaba, incluso, la muerte ignominiosa de su hermano Juan, duque de Gandía), de celebrar bacanales en las habitaciones pontificias, de establecer tratos con el mismísimo demonio… Pero la mayoría de tales acusaciones, propaladas hasta la exageración, nunca se han certificado.

Las crónicas de los historiadores que han abordado los hechos ateniéndose a documentos probatorios, desoyendo patrañas y mitos, no han tenido, sin embargo, tanto impacto popular como las falacias de gobernantes, clérigos y legos que han fomentado la Leyenda negra por intereses políticos, artísticos o comerciales.

El estudio de Oscar Villarroel refuta tales falacias con argumentos verosímiles y constatados. Y sin disculpar ni al papa, ni a sus hijos, ni a quienes los adulaban o les servían, explica los motivos y las circunstancias que generaron la Leyenda negra de los Borgia. Sin la cual, dice el autor, el nombre de la familia no habría logrado la inmortalidad que, para los antiguos egipcios, “consistía en gran medida en el recuerdo que se tenía de uno; mientras se siguiese pronunciando el nombre de los faraones éstos seguirían vivos. En este sentido los Borgia tienen una parcela de inmortalidad bien ganada”.

Pero ¿qué habrían opinado ellos, los Borgia, si les hubieran dado a elegir entre la inmortalidad o la posibilidad de descansar en paz en el seno de la historia?