lunes, 11 de mayo de 2009

Yasmina Khadra

Conocemos casos de mujeres que han adoptado un pseudónimo masculino para publicar sus libros sin restricciones. Amandine Aurore Lucie Dupin firmaba como George Sand y Cecilia Bölh de Faber se disfrazaba con el nombre de Fernán Caballero. También había mujeres que escribían para sus maridos, como María Lejárraga, cuyas obras de teatro siempre firmó Gregorio Martínez Sierra sin ningún tipo de pudor. Pero hoy voy a referirme a un caso opuesto, al de un hombre que publicó durante varios años sus novelas con un pseudónimo femenino: Yasmina Khadra.

Mohammed Moulessehoul, nacido en el Sáhara argelino en 1955, amaba la literatura desde su adolescencia, pero su padre le empujó hacia la carrera militar y hubo de conformarse con escribir cuando su oficio se lo permitía. Entre 1984 y 1989, Moulessehoul publicó sus primeras novelas utilizando su nombre auténtico. Pero en 1990 decidió esconder su identidad para publicar en francés una novela policiaca: El loco del bisturí. Con un nombre que le tomó prestado a su esposa, Yasmina Khadra podía denunciar la terrible realidad de su país, donde tanto el gobierno como los integristas islámicos estaban causando muchos daños y muchas muertes entre la población.

Las siguientes novelas, también en francés, llamaron la atención de los críticos por su crudeza y sus méritos literarios. De las seis novelas correspondientes a este periodo, acabo de leer “Los corderos del señor”, una novela en la que se narra la desgracia de una aldea argelina en la que se hacen con el poder los fanáticos religiosos. Khadra describe con rasgos precisos y certeros a los vecinos del pueblo, gentes sencillas que han ido prosperando o languideciendo entre las modestas callejuelas, labrando vidas que se parecen bastante a la de las gentes sencillas de otros países de cualquier continente.

La toma de la alcaldía por los seguidores de un jeque fundamentalista origina una sucesión de matanzas entre el paisanaje. Todo el que discrepa, el que critica o no adula a los nuevos mandatarios acaba desapareciendo o con la cabeza cortada. El lector nota la tensión a medida que va adentrándose en la narración, nota desazón, ira, rabia por tantas muertes de inocentes. Supongo que eso es lo que Mohammed Moulessehoul pretendía cuando se ponía delante del papel o de la pantalla del ordenador.

En el año 2001 Yasmina Khadra reveló su verdadera personalidad en un libro titulado precisamente “El escritor”. En sus páginas cuenta su enclaustramiento en una escuela militar siendo un niño todavía, su difícil adolescencia y el motivo por el que acabó convertido en soldado. El mundo se quedó perplejo cuando le vio la cara a quien se suponía que era una mujer corajuda, que escribía de incógnito. Algunos le tacharon de impostor al novelista. Pero Mohammed Moulessehoul ha seguido escribiendo, ahora desde Francia, que es a lo que, desde que era un chiquillo, deseaba consagrarse.

lunes, 27 de abril de 2009

El Club de Lectura

Cinco mujeres se reúnen en casa de una de ellas para hablar sobre el libro que, de común acuerdo, todas han leído a lo largo del mes. Sus vidas son diferentes y sus inquietudes diversas, pero en las sesiones del club de lectura, que son un paréntesis en su vida cotidiana, encuentran alivio a sus problemas, comprensión, ganas de divertirse y burlarse del mundo.

Polly, cuarenta y tantos años está separada y a punto de casarse con Jack, pero su hija Cressida tomará una decisión que influirá en su existencia y la cambiará por completa. Su amiga Susan, cuyo matrimonio con Roger es sólido, está preocupada por su madre, cuyos despistes parecen indicio de un problema serio de salud.

Harriet, de treinta y tantos años, sufre una crisis sentimental desde que ha recibido la invitación para ir a la boda de su primer novio. Su marido, Tim es un hombre correcto, pero ella le considera poco digno de su amor. Al contrario que Nicole, que está enamoradísima de Gavin, a quien perdona todos sus escarceos. Cuando está decidida a tener un cuarto hijo con él, le pilla en la cama con una desconocida.

La quinta mujer, Clare, es una enfermera amargada porque no consigue tener hijos. Su conflicto de pareja le hace desertar del club de lectura a los pocos meses de haberse iniciado.

El libro se titula así, "El Club de Lectura". Lo encontré en el mostrador de libros descatalogados de una librería a la que entro con regularidad con ánimo de ver, más que las novedades, los montones de ejemplares de precio rebajado que no se encuentran en las librerías convencionales. A su autora, Elizabeth Noble, no la había oído mencionar antes.

Me lo llevé porque me atrajo el argumento: un grupo de mujeres agrupándose para comentar una serie de libros cuyos títulos figuraban en el índice de los capítulos. Entre las obras que leen estas mujeres estaban "Expiación", "Rebeca", etc. Las ideas que surgen en las lectoras tienen una relación directa con sus experiencias vitales y la fuerza que surge en cada una de ellas para enfrentarse a las dificultades tal vez también tenga sus raíces en las páginas de los libros que las unen.

Ahora me gustaría encontrar otros dos títulos de esta misma autora. Pero va a ser difícil, porque deben estar también descatalogados.

miércoles, 22 de abril de 2009

La fiesta de los libros

Entrar en la librería sin apremios ni recados, pasearse entre las estanterías, detener ante los mostradores para revisar los títulos que se exhiben, abrir un volumen por una página intermedia y leer despacio un párrafo, un capítulo, para comprobar el estilo del autor y sondear el interés del argumento… Es un hábito de muchos lectores a los que seducen los escaparates de las librerías, la visión de tantos libros de vistosas portadas apilados a lo largo y ancho del establecimiento.

Dicen que el título de la portada puede ser decisivo a la hora de escoger una novela para llevarse a casa. Que si es original o llamativo, el libro tiene muchas posibilidades de captar a uno de esos lectores animosos que entran en la librería sin un objetivo concreto, dispuestos a llevarse a casa lo que les atraiga o les sorprenda. No suele ser este mi caso. No suelo ser de quienes se dejan embaucar por un título más o menos atractivo, porque he comprobado que a veces éste no responde al contenido de la obra, sino que es, más bien, un eslogan, una contraseña publicitaria. Tampoco me fio totalmente de los resúmenes de la contraportada: aunque intentan dar pistas sobre el argumento y proclaman el afán del autor y la eficacia de su empeño, estas reseñas también huelen más a elemento proagandístico que a reseña literaria, eludiendo razonamientos que permitan al posible lector averiguar la técnica narrativa o las estratagemas artísticas del escritor.

A mí me tira más ser de los que se pasan largos ratos en las librerías examinando ejemplares, leyendo fragmentos, consultando índices, buscando libros que nunca se anuncian en los periódicos, las novelas que no han ganado ningún premio, las que no están rubricadas por autores que aparecen en las pantallas de televisión, las obras que no consiguen ser incluidos en los suplementos culturales de los diarios. Y he conseguido ciertos hallazgos. Obras estupendas de las que antes no sabía que existían.

¿Compraríais vosotros un libro sólo por el título o la ilustración de la portada? ¿Sois de los que entrais en la librería sabiendo de antemano lo que vais a comprar? ¿Os gusta rebuscar, husmear entre las páginas, descubrir autores sin fama?



Esta semana los libros salen a la calle para atrapar a sus lectores.
La gran fiesta del libro, que coincide en los calendarios con la fecha del entierro de Cervantes, el 23 de abril de 1616, saca de las estanterías de los comercios y los almacenes miles de volúmenes que son una tentación para quienes transitan por las calles y las plazas.
En Cataluña se celebra en esta fecha a su patrón, Sant Jordi. La jornada se pinta de multitudes que pasean por la ciudad con sus libros y sus rosas en las manos. Es un verdadero canto a la lectura, a la creación literaria, al arte de escribir, al regocijo de leer. En otras ciudades imitamos esa costumbre tan sana y celebramos la fiesta comprando alguno y asistiendo a ciertos actos que se organizan en librerías, entidades culturales y espacios públicos.


sábado, 18 de abril de 2009

Misiones pedagógicas

Imagino la escena en blanco y negro, como la escena de una película antigua y sin efectos especiales: los chiquillos galopan por las callejuelas embarradas del pueblo, vociferando, agitándose sus ropas avejentadas y sus cabellos mal cortados. Han venido los de la ciudad, gritan sin dejar de correr a quienes se asoman a las puertas de las casas. Están en la escuela, con el maestro. Han traído un montón de libros. Y una caja que hace música.

Imagino la conmoción en el pueblo. Hombres y mujeres encaminándose hacia la escuela, apresurados, comentando la noticia y propagándola a sus convecinos. La llegada de los misioneros tal vez les ha sido anunciada con anterioridad por el maestro o el alcalde. Pero, en cualquier caso, la visita de las gentes de la capital es siempre un acontecimiento, una ruptura de la cotidianeidad.

En el local de la escuela, los jóvenes de las Misiones pedagógicas han montado ya su biblioteca ambulante, libros para niños y para mayores que, si alguien se hace responsable de su cuidado y su préstamo, se dejarán después en el pueblo para uso de los paisanos. También han empezado a desembalar los lienzos que reproducen cuadros famosos de pintores españoles de siglos atrás. Durante una semana, las copias estarán colgadas en la escuela o en una sala del consistorio, y algún misionero se ocupará de explicar a los visitantes las características de las obras y algunos datos sobre sus autores.

También habrá sesiones de cine, recitales del Coro, sesiones musicales con el gramófono que tanto impresiona a los niños. Un grupo de actores montarán un tablado de cuatro metros por seis, para representar sobre él piezas breves de teatro, firmadas por Lope de Rueda, Cervantes, Calderón de la Barca, Juan del Encina. Alejandro Casona, asociado a las Misiones, dirigirá alguna obra adaptada por él mismo para el público rural. Para los críos se montará un tabladillo de guiñol, que, a buen seguro, también captará la atención de sus padres y sus abuelos.

Así funcionaban las Misiones Pedagógicas que puso en marcha el primer gobierno de la República tres semanas después de tomar posesión. El seis de mayo de 1931 se firmaba una orden ministerial que decretaba la creación del Patronato que gestionaría estas misiones, cuyo cometido era llevar la cultura a las áreas rurales.

En aquella época las distancias entre las ciudades y los pueblos eran inmensas: distancias físicas porque no había carreteras, ni hilo telefónico, ni luz eléctrica en algunos casos, ni comunicaciones radiofónicas. Y distancias culturales, porque el índice de analfabetismo, las desinformación, la ignorancia de cuánto sucedía en el mundo era tremenda en las poblaciones campesinas españolas.

La idea de crear misiones culturales y pedagógicas, que deambularan por los pueblos de la geografía española con su equipaje de libros, cuadros y enseñanzas, surgió en 1881. Francisco Giner de los Ríos (creador en 1876 de la Institución Libre de Enseñanza) y Manuel Bartolomé de Cossío (alumno de Giner) propusieron al gobierno de turno, presidido por Sagasta, enviar a los pueblos a maestros que ayudaran a mejorar las escuelas rurales. La propuesta fue apoyada años después por Joaquín Costa, partidario también de mejorar la enseñanza en el campo. Y hubo alguna pequeña experiencia de este tipo en las primeras décadas del siglo XX. En 1930, una misión ambulante estuvo en las Hurdes merced a las gestiones de Cossío.

Pero fue el régimen republicano quien promovió, financió y consolidó las Misiones Pedagógicas, al frente de cuyo órgano gestor colocó a Cossío. Durante cuatro o cinco años, los misioneros viajaron a lomos de caballerías hasta aldeas y caseríos recónditos, donde quizás nadie hubiera oído hablar antes de que ellos llegaran de un tal Velázquez o un tal Calderón. Unos seiscientos jóvenes, amantes de la educación y del arte, se enrolaron en estas tareas en las que derrocharon esfuerzos físicos, imaginación y tenacidad.

Hasta que la guerra estalló en la península. Como todo lo que olía a cultura, progreso y formación, las Misiones Pedagógicas fueron condenadas a la desaparición y al olvido. Los misioneros que no murieron durante la contienda, fueron encarcelados o se exiliaron.

(Estos días pasados hablábamos del aniversario de la República. Las Misiones Pedagógicas son una de las realizaciones que me hacen creer que aquel régimen pudo haber sido una palanca de progreso y bienestar para el país. Porque el incremento de la cultura y la formación de los españoles, de todos los españoles, aun de los que habitaban en los rincones más inhóspitos de la geografía hispana, habría incidido en el incremento de la calidad social, económica y política de todo el país. Desgraciadamente, la República y sus afanes intelectuales no sobrevivieron al golpe de estado y la guerra del 36).

martes, 14 de abril de 2009

Setenta y ocho años ya.

He vuelto a leer el artículo que hace un año, en una fecha tan significativa como ésta, propuse como reivindicación del buen hacer de la segunda república. Félix Santos escribió un magnífico artículo que sigue teniendo vigencia doce meses después.
Félix Santos es un periodista de raza, hombre sensato y dado al pensamiento lúcido. Él ha investigado hechos del periodo republicano y ha escrito un libro que se titutla "Marcado por la República: Guerra y Exilio de Francisco Carvajal"


Setenta y siete años (y ocho, ahora) después de la proclamación de la Segunda República en la tarde soleada del 14 de abril de 1931, aquel régimen sigue siendo objeto de controversias. Es sorprendente, para empezar, que se sigan produciendo burdas desfiguraciones de lo que pasó en aquellos años, a pesar de que la historiografía solvente ha puesto las cosas en su sitio, desmintiendo las falsificaciones prodigadas durante cuarenta años por la dictadura franquista. Citemos algunas de las tergiversaciones más gruesas: que la quema de conventos de mayo de 1931 se realizó con el beneplácito del Gobierno republicano; que la "Revolución de Asturias", de octubre de 1934, fue un alzamiento contra el resultado de las elecciones de otoño de 1933; que los comicios que dieron el triunfo al Frente Popular, en febrero de 1936, fueron trucados, o que el asesinato de Calvo-Sotelo decidió a los militares a dar el golpe de Estado.

A pesar de las décadas transcurridas desde la Segunda República y la Guerra Civil, la reacción destemplada y visceral de significados sectores de la actual derecha social, política y eclesiástica contra la Ley de Memoria Histórica, pone de manifiesto que la verdad de lo ocurrido en aquellos años cruciales de la historia de nuestro país no es todavía aceptada ni digerida por un sector de la sociedad española. Éste sigue aferrado a las versiones de la propaganda franquista.


Frente a los intentos de seguir denigrando un periodo que alumbró una de las mayores esperanzas colectivas vividas por el pueblo español, se impone un esfuerzo adicional para que las generaciones jóvenes sepan lo que verdaderamente pasó. La Segunda República fue un serio intento de modernizar y democratizar España. Recibida con alborozo por la población en un ambiente de orden y fiesta, revolucionó la enseñanza y combatió eficazmente el analfabetismo, dando un inédito protagonismo a maestros y docentes; llevó el saber a los rincones más escondidos de la España rural a través de las Misiones Pedagógicas; favoreció el que la vida cultural del país alcanzara niveles de vanguardia; hizo una ambiciosa política de obras públicas; intentó una reforma agraria que terminara con el hambre y las flagrantes injusticias de las zonas latifundistas; llevó a cabo una necesaria reforma militar, e implantó el laicismo, tal vez de manera demasiado radical dadas las circunstancias.


Si quereis leer lo que falta, pinchad aquí.

sábado, 4 de abril de 2009

El teatro de Bartoli

Por esa calle que viene de la Puerta del Sol, bajaba antaño un arroyuelo, que desaguaba en un barranco, me dice el viejo Bartoli cuando me asomo a uno de los balcones del edificio del Teatro Real, que hoy he venido a visitar. El barranco estaba ahí, donde la calle del Arenal se junta con la plaza. Más acá estaban los pilones donde las mujeres lavaban sus ropas. El agua de sus caños no era la del arroyo, sino que procedía del subsuelo de la Plaza Mayor.

Cuando llegué con mi compañía a la plaza de los Caños del Peral, en 1708, la nave de los lavaderos se hallaba en desuso y los munícipes me permitieron instalar bajo sus techos el escenario de mi teatro, continúa narrando Francesco Bartoli, mientras mis ojos sobrevuelan las cabezas de los peatones que a la hora cenital de la mañana transitan por la soleada plazoleta que se ve desde el balcón.
El Corral de Trufaldini funcionó durante treinta años y ligó el destino de este rincón madrileño con el arte escénico en los siglos venideros.Cuando murió Bartoli, el consistorio recuperó el solar de los lavaderos y en él construyó el Teatro de los Caños del Peral (1738), cuyas paredes llegaron al siglo XIX hechas una ruina. Así pues, se procedió al derribo del inmueble para levantar en su lugar, en tiempos de Isabel II, un lujoso teatro de la Ópera. La reina lo estrenó en 1850, asistiendo a una representación de La Favorita, de Gaetano Donizetti.

A pesar de los incendios, las grietas, las inundaciones, las amenazas de derribo y los largos periodos de obras y reformas que ha sufrido, el coliseo está a punto de cumplir los 158 años de existencia.Trescientos años llevamos ya subidos al escenario, me dice Bartoli, el viejo cómico italiano, cuyo espíritu guía a los visitantes por los salones del Teatro esta mañana.

Trescientos años de arte, de música y de cultura, susurra con un acento de orgullo, sin importarle que su nombre sea desconocido por la mayoría de los madrileños que contemplan el edificio y de los melómanos que asisten a los conciertos que en su seno se celebran.

martes, 31 de marzo de 2009

El poeta enamorado

En 1928, once años antes de su exilio y su muerte, de la que se han cumplido en febrero setenta años, Antonio Machado conoció a Guiomar, la mujer a la que dedicaría sus poemas amorosos de madurez. Su nombre real era Pilar Valderrama y, por lo que cuenta Ian Gibson en “Ligero de equipaje” (Aguilar, 2006) la biografía del poeta de la que os hablaba en la entrada anterior, suscitó en el corazón del poeta una intensa pasión, impregnada de nostalgia y frustraciones.

Pilar se presentó un buen día en Segovia, donde Machado ejercía como catedrático de francés, para conocerle y contarle que también ella se dedicaba a la poesía. Don Antonio, que no había vuelto a vivir con otra mujer desde que enviudara de su joven esposa, Leonor Izquierdo, en 1912, se prendó de la visitante y aceptó mantener con ella una relación en la que no cabía el contacto físico. Pilar, que estaba casada y no albergaba intenciones de abandonar a su marido, aceptó el amor del profesor, pero no le consentía ni siquiera un beso fugaz cuando se reunía con él, de manera furtiva y esporádica, en un cafetín del barrio de Cuatro Caminos, en Madrid.

La guerra rompió la relación entre el poeta enamorado y su "musa". Pilar se fue con su familia a Portugal, en donde gobernaba el dictador Salazar, hasta que pudo afincarse en la España dominada por los franquistas, con cuya ideología comulgaba. Antonio, ferviente defensor de la causa republicana, a la que trataba de ayudar con su pluma y su presencia, permaneció en Madrid hasta 1938, cuando las autoridades le conminaron a trasladarse a Valencia, una plaza más segura para sus intelectuales. Al iniciarse el año 39, Machado huyó con los suyos a Barcelona, de donde también tendría que huir pocas fechas después, cuando la ciudad estaba a punto de ser conquistada por los militares sublevados.

Leyendo el libro de Gibson, sospecho que la tal Valderrama no correspondía a la pasión que había suscitado en Machado, que no le amaba con la intensidad que él evidencia en sus versos. Sospecho que ella se le arrimó para promocionarse a sí misma. Y lo consiguió, porque su nombre ha sobrevivido a su existencia. Pero no por los versos que ella componía sino por los que el poeta la dedicó atribuyéndola el nombre de Guiomar.

Al leer la obra de Gibson, he oído la voz enojada del autor, tan austero él en sus comentarios a lo largo del libro, a propósito de un poema de la tal Valderrama: los últimos versos dicen que cuando se muera Antonio, ella le conducirá a la presencia de dios.

¿Quién era Pilar Valderrama para sentirse con derecho a presumir que su misión en el mundo era llevar a Antonio Machado hacia el cielo católico? A la luz de este poema, no es difícil considerar a Machado víctima de sus propias fantasías, de un lamentable autoengaño. Tampoco es difícil llegar a la conclusión de que le había llovido encima la peor de las desgracias: enamorarse de la persona para él menos indicada. (…) ¿Cuándo hubo caso de amor más desventurado, más cruel para quien no lo había buscado?

Valderrama guardó las cartas que le remitía Machado cuando estaba en Segovia y, tiempo después de que él muriese, las sacó a la luz y las dio a conocer, borrando previamente del papel las frases que a ella pudieran comprometerla. En esas cartas, el poeta que tantos versos les ha dado a los amantes para cantar sus sentimientos, mostraba una enorme tristeza: la tristeza de un hombre bueno y generoso, desposeído del cálido abrazo de la mujer a la que ama.

¡Qué aciago el destino con nuestro Machado! ¡Qué injusto!

Las fotos de la casa del poeta en Segovia las he encontrado en Flickr.

sábado, 28 de marzo de 2009

Las ciudades de Machado

Soria, Baeza y Segovia son ciudades asociadas al recuerdo de Antonio Machado. En las aulas de sus institutos, nuestro gran poeta impartió sus lecciones como catedrático de francés allá por las primeras décadas del siglo XX. En todos estos lugares se recuerda al poeta con la veneración que merecen los grandes creadores, y se leen los versos que allí escribiera con el afán de descubrir en ellos los rasgos del paisaje y de su relación con el alma humana que sólo un ser dotado con la sensibilidad y la percepción de un poeta es capaz de definir en una hoja de papel.

También en Madrid habitó el poeta durante algunos años. La familia Machado, que residía en Sevilla, donde Antonio naciera en 1875, se trasladó a la capital cuando al abuelo, Antonio Machado Núñez, se le asignó una plaza de profesor de Zoografía y Fósiles en la Universidad Central. Con el abuelo Antonio y la abuela Cipriana, se vino a Madrid su hijo Antonio Machado Álvarez, que estaba casado con Ana Ruiz y ya tenía varios hijos, a los que querían educar en la Institución Libre de Enseñanza.

El escritor Ian Gibson, en su biografía de Antonio Machado, "Ligero de equipaje" (Aguilar, 2006), refiere las circunstancias que llevaron al poeta a sus diferentes destinos y el lugar donde se alojó al llegar a cada ciudad. En Soria, don Antonio tomó hospedaje en la pensión de Isabel Cuevas, madre de la joven Leonor Izquierdo, de la que el profesor se enamoró y con quien se casó en 1909.

Poco duró le duró el matrimonio al profesor. En 1912 Leonor falleció de tuberculosis. Huyendo de su recuerdo, Machado buscó plaza en el instituto de una ciudad alejada. Y se marchó a Baeza, donde permanecería hasta 1919, año en que se trasladaría a Segovia. Desde allí, a Machado le sería fácil viajar con regularidad a Madrid, donde residía su familia.

Antonio se implicaba en la vida cultural de las ciudades que habitaba, (en Segovia contribuyó a crear la Universidad Popular), visitaba sus parajes naturales y trababa amistades con las gentes del lugar. Pero Machado, hombre solitario desde que perdió a Leonor, echaba en falta el cariño de sus allegados, el calor de un hogar. Además, en Madrid recalaban muchos amigos suyos, escritores y artistas de toda la península que se reunían en torno a la Residencia de Estudiantes, en las tertulias de los cafetines, frente a los escenarios de los teatros.

En 1932, con un gobierno republicano al frente del país, Antonio Machado obtuvo el traslado definitivo a la capital: en el Instituto Calderón de la Barca, el prestigioso poeta dio sus últimas clases antes de que la guerra civil desbaratase la convivencia de los españoles, y enviara al exilio (o a la muerte) a sus creadores e intelectuales más insignes.

Me he acercado a ver el último domicilio de la familia Machado en Madrid, en la calle General Arrando, número 4 (cerca de la plaza de Chamberí). El edificio, de factura poco suntuosa, está adornado con una placa en la puerta que indica que allí vivió el poeta. La colgó la sociedad de autores de España el 15 de octubre de 1985, con ocasión de un homenaje nacional a los tres vates que murieron durante la contienda o a consecuencia de las brutalidades del bando ganador: Federico García Lorca, Miguel Hernández y Antonio Machado.

Han transcurrido más de setenta años desde que don Antonio huyera de la capital, acosada por las tropas fascistas, rumbo a Valencia, donde permanecería hasta enero de 1939. El portal por el que tantas veces saldría el profesor, la calle por la que caminaría, el barrio por el que pasearía no son los mismos de entonces. Pero estoy convencida de que el espíritu del poeta deambula algunas tardes por estos espacios y me gusta figurármelo, con el desaliño que él mismo se atribuía en su autorretrato lírico, compartiendo las aceras con quienes nos detenemos a contemplar la placa que recuerda su presencia y a mirar los balcones del edificio, tratando de adivinar cuál correspondería a su alcoba.

Otro día os cuento algo de la mujer a la que Machado dedicó sus versos de madurez.

domingo, 22 de marzo de 2009

Un bálsamo para la vitalidad

¿Ayuda la escritura a soportar las asperezas de la edad y las coacciones de la enfermedad? La decadencia del organismo, la limitación de las funciones corporales a causa del desgaste físico o de las patologías que aparecen al envejecer, ¿pueden ser un escollo para quienes han hecho de la escritura su oficio o su aficción? Yo daría una respuesta negativa a esta segunda cuestión.

Es cierto que cuanto más relajados y apaciguados están los huesos y los músculos más apetece sentarse a escribir, a inventar historias de ficción, más ágil es la imaginación y más benévola la inspiración. Por el contrario, cuando las rodillas duelen, cuando la cabeza o las vértebras crujen, cuando el estómago se contrae o las manos se anquilosan sobre el teclado, seguir escribiendo puede ser una tortura de la que procura escapar hasta el más apasionado escritor o escribiente.

Sin embargo, cuando se aprende a convivir con las molestias y las limitaciones físicas, cuando se relega el dolor a un plano secundario a fuerza de tesón, coraje y cierta dosis de analgésicos, cuando se consigue crear un ambiente adecuado para que el cuerpo se sienta cómodo y relajado, la escritura puede ser un alivio, un desahogo, un bálsamo, un acicate para vivir, incluso... La literatura es un arma contra el desánimo, contra el decaimiento psíquico, contra la desesperanza. La literatura puede potenciar y alargar la vida, darle luz, color y brillo.

Si no me creeis a mí, creed lo que dice esa gran mujer que es Ana María Matute. Una señora llena de alegría, con una vitalidad contagiosa y una sonrisa espléndida, siempre a punto de florecer en un rostro que desdice las cifras de la edad. Leed sus palabras:

"Si a mí me apasiona la literatura es porque me apasiona la vida. Porque he vivido mucho. Porque me gusta vivir. Soy muy vital. La literatura no es solamente ponerse a escribir, sino todo lo que hay que hacer para en un momento dado ponerte a escribir. Hay que vivir..."

Matute sacó a la luz su último libro, Paraíso inhabitado, con 83 años. Su vitalidad y sus ganas de vivir se contagian a cualquiera que se acerque a conversar con ella. ¿Es la literatura la pócima que ingiere a diario para sobreponerse a los achaques y seguir en activo a una edad en la que otras personas se resignan a meterse en casa y a pasarse las horas del día sentadas en una butaca frente a un televisor encendido?

Se me ocurren otros escritores de avanzada edad cuyas palabras, cuando aparecen en público, emanan una especie de júbilo: Jose Luis Sampedro, Ramiro Pinilla, Francisco Ayala, cuyo cumpleaños hace pocas fechas le puso en los 103 años. ¿Serán las letras, las novelas, el afán literario los que les han inyectado esa pasión por la vida y las fuerzas suficientes para mantenerse en activo cuando ya han sobrepasado la edad de la jubilación?

miércoles, 18 de marzo de 2009

Valencia

A pesar de la crisis parece ser que muchos paisanos afortunados, los que han cogido "puente", se han metido en el coche y se han echado a la carretera. Los madrileños, como casi siempre, han tomado rumbo hacia Levante. Unos buscan el sol del Mediterráneo, otros se han ido a ver las fallas. Esta noche se informaba del éxodo automovilístico en los informativos de todas las cadenas de televisión.

Noticia estrella era también que Valencia está que arde. Arden las tracas y los petardos que estallan en todas las calles y explanadas. Arden los políticos que se reunen en el balcón del ayuntamiento para demostrar lo contentos que están y lo mucho que se apoyan entre ellos. Arden de rabia los pobres periodistas a los que no se permite la entrada en el consistorio para que no se acerquen a las autoridades y nos les pregunten chorradas sobre trajes y correas.


Yo me quedo con unas imágenes de Valencia que tomé hacetres semanas, cuando todavía no había tanto ruido, tanto bullicio y tanto politiqueo en exhibición. La de arriba es la calle que bordea la catedral. La de abajo es una perspectiva de la Ciudad de las Artes.

Y desde aquí doy las gracias a Vicent que fue el mejor guía que un visitante podría desear cuando se traslada a una ciudad que no es la suya.

lunes, 23 de febrero de 2009

Machado

¡Qué tristeza transmiten las fotos del poeta fallecido, arropado con una bandera republicana, en una pensión alejada de su hogar, de sus ciudades, de sus paisanos!

La prensa y los blogs se han llenado estos días con el nombre del poeta porque se cumplen ahora setenta años de su muerte. Esa foto de Machado es un símbolo de la derrota de un pueblo que creyó posible progresar, alcanzar el bienestar y la cultura, el equilibrio social, la gloria incluso. Un pueblo que tuvo que recurrir al silencio o al exilio para sobrevivir, que perdió a sus mejores artistas, a sus intelectuales, a sus escritores, a su gran poeta Antonio Machado.

Estos días estoy leyendo, precisamente, la biografía del poeta que Ian Gibson publicó en 2006: "Ligero de equipaje". Todavía estoy en el año 1930, cuando España empezaba a respirar los aires republicanos que traerían al país un cambio de régimen que muchos hombres y mujeres, entre ellos Machado, deseaban y alentaban. Años en que el poeta sufría de amores por culpa de una mujer que alimentaba su pasión sin permitirle acercarse a ella. Pero de esa historia todavía no conozco los detalles completos. Otro día os lo cuento.

Para exorcizar la tristeza de la foto de Antonio Machado difunto, quiero recordar la que le hizo un artista de la fotografía, llamado Alfonso, en un café de Madrid.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Concierto en el Conservatorio

Os propongo un paseo por las inmediaciones de la calle Atocha y de la glorieta que, aunque su rótulo es Emperador Carlos V, todos llamamos así.

Aquí al lado, entrando por la calle de Santa Isabel, está el Museo Reina Sofía, un magnífico edificio lleno de arte del siglo XX, cuya fachada es fácil de reconocer por las dos torres de cristal por las que ascienden los ascensores hasta sus pisos más altos.

Pero no quiero que nos detengamos hoy aquí, sino que atravesemos esta plazoleta invadida por turistas que acuden a visitar el museo y por vecinos de la barriada, que toman el sol o cuidan de sus niños pequeños. Quiero que acerquemos a un edificio situado en uno de los laterales.

En la puerta principal del caserón, que hace el número 2 de la calle Doctor Mata, vemos el rótulo que lo identifica: Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Este es nuestro destino esta tarde.

El edificio fue diseñado hacia 1769, por Francisco Sabatini arquitecto a quien el rey Carlos III había encargado los planos para un Hospital General que agrupase los distintos dispensarios, sanatorios y clínicas que se extendían por la capital. Del proyecto total, sólo llegaron a levantarse la parte que hoy ocupa el Reina Sofía y este otro inmueble dedicado a la enseñanza musical.

Sus dependencias se desligaron del Hospital General para albergar el Hospital Clínico de San Carlos a mediados del XIX. En sus salas se instruían los alumnos de la Facultad de Medicina, situada en la calle Atocha 106. Hasta que médicos, profesores y aulas se trasladaron a la Ciudad Universitaria, donde están actualmente.

En 1990 se inauguró el edificio como Conservatorio. Sus volúmenes interiores se los reparten cinco aulas grandes, 35 medianas, 27 cabinas de estudio, dos auditorios y varios espacios para servicios pedagógicos y administrativos. El número de alumnos ronda los mil cuatrocientos. Pero no hemos venido hasta aquí para hablar de ellos.

A lo que venimos es a escuchar un concierto organizado en homenaje al compositor navarro Agustín González-Acilu en ocasión de su 80 cumpleaños. A escuchar a Diego Fernández Magdaleno, que toca el piano con una maestría que nos embelesará. Os lo aseguro.

Entremos ya que están a punto de dar las ocho y el concierto va a comenzar.

La foto es de Alejandro Blanco. La he hallado en Flickr

sábado, 10 de enero de 2009

Venecia en la selva

Leía lentamente, juntando las sílabas, murmurándolas a media voz como si las paladeara, y al tener dominada la palabra entera, la repetía de un viaje. Luego hacía lo mismo con la frase completa, y de esa manera se apropiaba de los sentimientos e ideas plasmados en las páginas”.

Antonio José Bolívar Proaño se ha encerrado en su choza de cañas y, a resguardo de los peligros de la selva y, sobre todo, de las molestias que le producen los humanos que habitan en el poblado, vuela hacia ciudades de extravagantes nombres donde suceden las aventuras de las novelas de amor que le trae el dentista un par de veces al año. Es muy viejo Antonio José, lo menos sesenta años. Conoce la selva y a los indígenas, pero de amor y pasiones sabe lo poco que deduce de sus libros.

Luis Sepúlveda ganó en 1988 el premio Tigre Juan, que conceden el Ayuntamiento de Oviedo y el Principado de Asturias, con su obra “Un viejo que leía novelas de amor”. Tenía entonces el escritor, nacido en Chile, 39 años y no eran aún muchos sus lectores en España.
Sepúlveda es un autor comprometido con la conservación del medio ambiente, y dedicó su libro a un indio de la amazonía ecuatorial que le reveló detalles suficientes para describir la vida en el interior de la selva con tal vigor que, cuando el lector se sumerge en las páginas de la novela, siente el olor de la vegetación apretada, el peso de la lluvia en las espaldas, el aliento del miedo a la bicha que persigue a Antonio José.

Pero hay otra dedicatoria en las primeras páginas del libro. O, más bien, una dádiva. Sepúlveda ofrece su obra al brasileño Chico Mendes, el líder de la defensa del Amazonas que era asesinado a la puerta de su casa el 22 de diciembre de 1988.

Chico Mendes no llegó a la edad del viejo que describe Sepúlveda en su relato. Pero, viendo su foto, yo le imagino sentado junto a Antonio José Bolívar en el puesto abandonado de la selva, escuchándole al viejo deletrear, a instancias de los otros expedicionarios, las palabras de las primeras páginas del libro que casi se sabe ya de memoria.

Paul la besó ardorosamente en tanto el gondolero, cómplice de las aventuras de su amigo, simulaba mirar en otra dirección, y la góndola, provista de mullidos cojines, se deslizaba apaciblemente por los canales venecianos”.

domingo, 4 de enero de 2009

Del Soho a Chinatown

Los días de fiesta que nos brinda el final y el principio del año vienen bien para seguir ordenando fotos y colocando documentos en las carpetas del ordenador. Estos días ha aumentado el volumen de las que proceden de Nueva York y he escogido dos para hablaros de un par de barrios de la ciudad.

El primer barrio se llama Soho, que es una contracción de South of Houston. Fuimos a visitarlo sabiendo que era una zona de comercios y talleres instalados en grandes naves, que perdieron décadas atrás las funciones industriales para las que se construyeron.

Configurado a principios del siglo XIX como zona residencial, Soho se convirtió hacia 1860 en un barrio de asentamiento de fábricas y talleres que estuvieron funcionando cerca de cien años. En 1950, debido a las normas de modernización de la industria, los fabricantes buscaron nuevos asentamientos y el barrio estuvo a punto de ser derribado. Entonces acudieron a sus calles los artistas y artesanos, que aprovecharon sus amplios espacios para instalar talleres, galerías de exposiciones, salas de encuentro. Ellos pusieron de moda los lofts, que han sido después emulados en los países europeos.

Actualmente las plantas bajas de los edificios están ocupadas por comercios de diseño, cuyos escaparates respetan las estructuras arquitectónicas de las viejas fábricas del novecientos. Esta es una de esas tiendas del Soho.

La misma mañana que conocimos el Soho fuimos también a Chinatown, un lugar lleno de colorido, donde el día parecía más un domingo que un lunes. Estrechas tiendecitas se abrían a las aceras, con las paredes cubiertas de estantes donde se exhibían relojes, perfumes, bolsos y monederos... todo barato, muy barato. Me contaron que los productos realmente interesantes (falsos relojes que no pueden exponerse) se venden en las trastiendas de estos establecimientos o en sótanos a los que el posible comprador es invitado a entrar por alguno de los serviciales chinoamericanos que atienden el negocio.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Auténtico escritor

Vargas Llosa, de cuya calidad literaria a estas alturas no creo que nadie dude, cruzó con un joven que aspiraba a convertirse en novelista, una serie de cartas que, en 1997, se editaron en forma de libro. Esas cartas, que deberían ser leídas y analizadas por cualquiera que desee dedicarse a la literatura, sea joven o viejo, se referían a diversos aspectos relacionados con la tarea que don Mario lleva muchos y fructíferos años ejerciendo. Uno de los capítulos se refería a los temas de las novelas y a la autenticidad del escritor.

Dice Vagas Llosa que las historias que inventa el novelista tienen las raices en su propia experiencia. “Lo vivido es la fuente que irriga las ficciones. Esto no significa, desde luego, que una novela sea una biografía disimulada”, sino que en el texto, aunque sea de naturaleza fantástica, siempre hay un punto de arranque o una partícula que está ligado a la personalidad y a las viviencias del autor. En la memoria está el combustible que mueve la mano y la imaginación del escritor.

El novelista no elige sus temas, es elegido por ellos. La vida le inflige los temas a través de ciertas experiencias que dejan una marca en su conciencia o subconsciencia, y que luego lo acosan para que se liberte de ellas tornándolas historias”.

A tenor de esta idea básica, se puede identificar a un buen novelista, a un novelista auténtico: éste es el que sigue los imperativos íntimos y escribe lo que tiene que escribir, sin forzarse, sin plegarse a modas o mandatos, el que acepta sus propios demonios y les da salida en sus páginas, el que es fiel, digámoslo así, a su propio yo. Por el contrario, el que escribe sobre asuntos diferentes a los que le pide el cuerpo y el alma, el que “rehuye sus propios demonios y se impone otros temas”, sea porque los suyos le parecen poco interesantes, sea porque ha de responder a una demanda comercial, sea por lo que sea, cometerá seguramente una grave equivocación que devaluará el valor de sus textos. Lo dice Vargas Llosa y lo pienso yo después de leer un libro que se publicó hace unos meses con el cartelito de bestsellers pegado a sus tapas.

Carlos Ruiz Zafón irrumpió en el ámbito de las librerías por mérito propio con un libro que yo he leído dos veces, las dos con verdadero gusto: La sombra del viento. Estoy convencida de que aquella novela, escrita por iniciativa propia, sin presiones ni expectativas comerciales, por un hombre que ya había publicado algunas novelas juveniles, fue fruto de las exigencias íntimas del autor, fruto de un escritor al que se le podría calificar, siguiendo las pautas de don Mario, de auténtico. En cambio, la novela posterior, de la que todos conoceréis el nombre, me ha parecido un sucedáneo de aquella, un intento feroz de perpetuar el éxito de la primera, una emulación de la que le llevó a la gloria años atrás. Y he pensado en ese dicho antiguo de la sabiduría popular: segundas partes nunca fueron buenas.

Estoy convencida de que Ruiz Zafón no hubiera escrito esta novela si no le hubiera desbordado el éxito de la primera. Si no hubiera sentido el aliento de lectores, editores y críticos en el cogote mientras inventaba un nuevo relato de ficción que tenía que ajustarse a ciertas determinaciones, a imposiciones externas. Yo le deseo a este escritor que recupere su libertad para escribir su próxima novela.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Con Auster, en Brooklyn

Los personajes de Paul Auster, un escritor por el que siento especial interés, deambulan por las calles de Manhattan durante el día, hacen sus compras, se encuentran o se pierden, se paran a tomar café... Y luego regresan a Brooklyn atravesando el famoso puente que todos los turistas se empeñan en cruzar cuando visitan la ciudad.

Brooklyn, el distrito más poblado de los cinco que componen Nueva York, está situado en Long Island al sur de Queens. Su conexión con Manhattan, a través del puente construido en 1883, fomentó el asentamiento en sus barrios de muchos neoyorquinos, entre los que se contaban artistas e intelecutales de la talla de Auster.

Brooklyn se convierte se convierte en las novelas de Auster en un espacio mítico donde los pequeños acontecimientos de la vida cotidiana cobran una transcendencia que merece ser transformada en literatura.

A Nueva York me llevé en la maleta un libro de 2003 que no había leído todavía: La noche del oráculo. El protagonista es un novelista de limitada relevancia que acaba de sobrevivir a una enfermedad que le ha tenido largo tiempo hospitalizado y le ha impedido cumplir con su profesión durante unos meses. Syd Orr sale una mañana de casa, se compra un cuaderno portugués de tapas azules en la papelería regentada por un chino servicial, y comienza a escribir una historia que adquiere para el lector tanta importancia como los sucesos que afectan al protagonista de la novela.

A Paul Auster le gusta insertar historias secundarias dentro de la historia principal, rizando el rizo cuando el personaje de la trama paralela se pone, a su vez, a leer un libro que también es inventado por el escritor. Pero esa multiplicación no supone un estorbo para la comprensión del argumento ni para la identificación del lector con el personaje principal.

Syd pasea por el Manhattan trepidante, de tráfico denso y ruido constante, por el que yo pasé hace pocos días. Quizás entra a comprar algo de comida para llevarse a casa a una de esas muchas tiendas de comestibles, como la que se ve en esta foto. Tiendas con aspecto de colmado, que permanecen abiertas hasta altas horas de la noche.

Esta Grocery está situada en la esquina de la calle 107 con la avenida de Manhattan.

Por cierto, el libro no me defraudó. Auster es un maestro.

domingo, 14 de diciembre de 2008

En el metro

Uno de los sitios donde mejor se puede apreciar la diversidad de razas y de tipos que conviven en Nueva York es un andén del metro. O un vagón de la red subterránea.

Al forastero le puede confundir un tanto el plano del metro, del Subway, cuando lo consulta por vez primera. Pero, a pesar de los tirabuzones que hacen las líneas que recorren el subsuelo de Manhattan y llegan hasta los otros distritos que configuran la ciudad, encontrará suficientes pistas y carteles para averiguar cuál es el itinerario que le conviene para ir a tal sitio y en qué estación ha de apearse.

El metro se estrenó en Nueva York en 1904. Las compañías privadas que explotaron las primeras líneas, lo cedieron en 1940 al gobierno municipal. En el presente lo integran 26 líneas y 468 estaciones. Su longitud supera los mil kilómetros. Cada día lo utilizan cerca de cinco millones de personas.


El metro funciona las veinticuatro horas del día y, según opinan quienes lo utilizan, es un servicio efectivo a pesar de que sus instalaciones están muy desgastadas y lucen bastante poco.

Los accesos son estrechos y suelen estar pegados a las paredes o embutidos en los bajos de los edificios del centro de la ciudad. Los túneles están ocupados por las vías de varias líneas, las cuales discurren en paralelo por algunos tramos. Así que mientras esperas tu tren en el andén, ves pasar los trenes de otras líneas al otro lado de las columnas que sustentan la bóveda.

Los trenes tienen un aspecto avejentado, frenan con brusquedad y hacen un ruido trepidante. Pero están limpios, bastante limpios. Como el resto de la ciudad.

Y aquí hago un paréntesis para manifestar mi agrado por la limpieza de Nueva York. Esta es una ciudad limpia, sin colillas ni papeles por el suelo, sin restos caninos, sin basuras desparramadas por las aceras. Desde el primer día me sorprendió la cantidad de gente con escobas que limpian las calles y los establecimientos comerciales. Si se te cae una servilleta en un bar, al instante aparece una persona con su escoba y lo recoge. ¿Es cuestión de educación o es temor a las multas que les ponen a quienes ensucian los espacios públicos? En cualquier caso, me gustaría que tomaran ejemplo los ciudadanos y las autoridades de Madrid. En serio.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Acción de Gracias

El día de Acción de Gracias, el Thanksgiving Day es la gran fiesta que celebran todos los estadounidenses con unanimidad, sin distinción de religiones o de creencias, de razas o de procedencia. La tradición data de 1621, cuando los primeros inmigrantes europeos, que habían viajado el año anterior hasta el continente norteamericano a bordo de un barco llamado Mayflower, decidieron organizar una fiesta para agradecer la recogida de sus primeras cosecha. En el festejo también participaron los nativos, los indios americanos que habían ayudado a los colonos a cultivar las tierras en las que se afincaron. Parece, pues, que la fiesta fue originada por un anhelo de paz, de prosperidad y de buena convivencia

El último jueves de noviembre, día 27 en 2008, las tiendas de Manhattan se cierran a mediodía y los neoyorquinos se reunen con sus familias para cenar el pavo. Algunos se han marchado a las localidades donde habitan sus parientes y otros se han desplazado a Nueva York (se ven los coches descargando niños, maletas y paquetes junto a los portales) para estar con sus allegados.

Es difícil ese día encontrar en el sur de Manhattan un sitio para comer algo a mediodía. El único establecimiento que los turistas encuentran abierto en las inmediaciones de Wall Street, es una pizzería donde nos sirven, un poco a regañadientes, unos trozos de pizza que engullimos sin dejar de observar a los dueños y a sus familiares que, con sus atavíos de gala, (que contrastan con la decoración deslucida del local), están juntando mesas y disponiendo las sillas que no ocupan los forasteros. Cuando estamos acabando la pizza, vemos que una mujer saca de la cocina el pavo, un enorme pavo, de color dorado que trincharán y degustarán en cuanto los forasteros se larguen del establecimiento.
Poco después, en una cafetería muy concurrida, los camareros latinos nos despachan unos cafés advirtiéndonos que van a cerrar en seguida. En el metro, los turistas atisban a una pareja de coreanos maduros que viajan hacia las calles altas de la ciudad portando un enorme recipiente de plástico donde tal vez vaya un pavo o, acaso, otra de las muchas viandas con que se acompaña el plato principal.

Unas horas antes hemos presenciado la cabalgata que organiza los almacenes Macy’s desde 1929. Por la séptima avenida han desfilado carrozas que arrastraban globos enormes, hinchados la víspera con helio, los cuales representaban a personajes infantiles, iconos nacionales, objetos diversos. (En la fotos se ve al Tío Sam). Las dimensiones de los globos eran más llamativas que su belleza o sus cualidades artesanales, pero las caras de los niños neoyorquinos, enrojecidas por el frío, se iluminaban cuando uno de esos monstruos aéreos se acercaba al punto en el que ellos esperaban junto a sus padres y abuelos.

Los turistas cenamos pavo en un restaurante de la calle 113, esquina a Broadway. Nos sirvieron los trozos de carne ya cortados, pero doy fe de que era pavo verdadero. O sea, que no era uno de esos pavos de plástico que usa Bush para hacerse fotos para los periódicos en el día señalado. Antes tomamos sopa de calabaza y de postre, tarta de pecán. Un menú delicioso. Como dice alguien que los conoce, ¿quién os ha contado que los estadounidenses no comen más que hamburguesas y patatas fritas?

martes, 9 de diciembre de 2008

Bordeando Manhattan

Manhattan es uno de los cinco distritos que componen la gran urbe neoyorquina. Los otros son Bronx, Brooklyn, Queens y Staten Island. Manhattan es una larga isla situada en la desembocadura del Río Hudson, al sur del Bronx, el único de los distritos que se halla en el continente, del cual está separada por el Harlem River.
Uno de los itinerarios obligados para el turista es el circuito que hacen los transbordadores que bordean Manhattan por el río. Los barcos se toman en Battery Park. El recorrido dura tres horas y cuesta unos 20 dólares.
Desde la cubierta del barco se aprecia la muralla de rascacielos que cortornean la isla por el sur. Edificios altísimos, que, asomándose a la orilla del río, parecen desafiar la estabilidad del terreno sobre el que se erigieron en las primeras décadas del siglo XX.

A los pocos minutos de abandonar el muelle, la vista ha de girarse hacia la derecha para saludar a The Lady, que con su brazo alzado y sosteniendo la llama que alumbra la libertad, es el principal icono artístico de Nueva York. Ahí está la gran dama francesa, mirando al mar por el que vino hasta esta islita en la que está apostada.

La estatua de la Libertad fue un regalo de Francia a Estados Unidos al cumplirse el centenario de su Declaración de Independencia (4 de julio de 1776). La obra le fue encargada al escultor francés Frederic Auguste Bartholdi quien tomó como modelo, según narra la leyenda, a su propia madre. La estructura interna de la estatua, que alcanzaría una altura de unos 46´5 metros y pesaría más de 220 toneladas, fue diseñada por el ingeniero Gustave Eiffel. Los estadounidenses se encargaron de construir un pedestal adecuado y de hacer el montaje de la Señora, que atravesó el Atlántico fragmentada en 315 piezas.

La Dama ha sido testigo de la transformación de la ciudad a la que presta sus luces, de la llegada masiva de inmigrantes de otros continentes y de su conversión en la megalópolis que hoy recibe al forastero. Ella presenció la tragedia de las Torres Gemelas, que ardieron y sucumbieron un fatídico 11 de septiembre y vio, después, como Nueva York recuperaba la calma y trataba de recuperar su vitalidad y sus costumbres sin cerrarse a las gentes que siguen llegando de otros continentes para estudiar en sus universidades, trabajar en sus oficinas o visitarla durante unos días de ocio.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Película en colores

Capítulo primero: él adoraba Nueva York, la idolatraba de un modo desproporcionado, la sentimentalizaba desmesuradamente. Para él, sin importar la época del año, aquella seguía siendo una ciudad en blanco y negro.
¿Lo recordais? Son palabras de Woody Allen en el inicio de su película "Manhattan" (1979), de la que me encanta esta escena nocturna.

Casi treinta años después de que se estrenara la cinta, yo he visto la ciudad en colores. Algunos días prevalecía el color gris, el de la niebla, pero otros días brillaba un sol que destellaba en el azul del cielo, en el verde de las praderas de Central Park, en las hojas pardas de los árboles, en el amarillo de los techos de los taxis que circulaban por el Village, en los rojos, los rosas y los morados de los tenderetes callejeros de camisetas, gorros y bufandas.

Pero este despliegue de vitalidad y colorido, no me impidió evocar constantemente las películas de Woody Allen mientras paseaba por Nueva York. O las secuencias de algunas series de televisión que se desarrollan en la gran urbe. Era como si esas estampas etéreas, que se nos quedan prendidas en el revés de la retina cuando una historia nos embebe, cobraran de pronto materialidad y volúmenes. Como si me hubiera subido al escenario de un teatro en el que antes había visto representar muchas obras de ficción.

¿Cuántas veces habremos vislumbrado en una pantalla la antena del Empire State Building o la cúpula luminosa del Chrisler Building ? Cientos de veces, miles. Y una mañana de noviembre, diferente a las demás, descubres uno de esos gigantes cuando caminas por la calle 34, o atisbas el otro cuando atraviesas la calle 42.

La tarde en que subimos al piso 86 del Empire, nos acordamos de esa película cursilona, de título intranscendente, en la que Meg Ryan y Tom Hanks se encuentran, por fin, enamorados y felices, en la planta 86 del rascacielos, arropados por una multitud de turistas que han subido a ver la ciudad como si fueran pájaros posados en un alero. Y mientras ascendíamos por corredores vacíos y salones acordonados, contemplamos los carteles de Kin Kong agarrado a la cima del edificio y combatiendo con las avionetas que trataban de abatirlo.

El Empire State Building se construyó bajo los efectos de la gran depresión económica, del año 1929. Los cimientos se iniciaron en enero de 1930 y el edificio se dio por rematado en mayo de 1931. Tiene ciento dos pisos, 381 metros de altura (más 62 de antena), unas 7.500 ventanas y una superficie útil de 654.000 metros cuadrados, según una de las guías que nos llevamos en el equipaje.

El Empire también contribuye al colorido de la ciudad. Por la noche, sus treinta últimos pisos se iluminan de acuerdo a unos patrones relacionados con las fiestas locales y nacionales, los eventos políticos y los triunfos de los equipos de beisbol de Nueva York. Así la vimos la víspera del día de Acción de Gracias. Y así lo vimos desde las tablas del Puente de Brooklyn una gélida mañana, en torno a las 12.00 horas, recortado sobre el cielo gris de Manhattan.


  1. Woody Allen con Diane Keaton.
  2. Tránsito en la calle 42.
  3. Empire State desde la Quinta Avenida.
  4. Manhattan desde el Puente de Brooklyn

miércoles, 3 de diciembre de 2008

El frío intenso

El primer saludo que recibe el turista que llega a Nueva York con el otoño avanzado es el abrazo del frío. Un frío intenso, húmedo y descarado, que se cuela hasta los huesos, sorteando las barreras textiles. Aunque te hayas puesto varias prendas de ropa, guantes, bufanda, gorro, el frío te hace tiritar...

En Nueva York los gorros son en esta época elementos imprescindibles del atuendo cotidiano. En el trayecto del taxi que nos conducía desde el aeropuerto hasta el hotel, me llamó la atención que todos los viandantes que veía por las aceras iban tocados con gorros, costumbre que es inusual en Madrid, a pesar de que algunos días del invierno el frío desciende hasta los cero grados.

En Manhattan los gorros se venden en los puestos callejeros, en los vestíbulos de las tiendas, en los comercios de toda índole. Siempre hay un turista despistado o que ha desoído las predicciones metereológicas, que ha de comprarse con urgencia un gorro de lana. Si se compran dos o tres, el precio se rebaja.

También se usan las gorras de visera con logotipos de cualquier marca o publicidad de productos diversos. Estas que retraté se vendían en un puesto frente al Museo de Historia Natural.


El frío enrojece las orejas, seca los labios, sube los pañuelos y los cuellos de lana hasta la boca y fuerza a hombres y mujeres a usar siempre botas o deportivas. Pocas mujeres con tacones vi por las calles de la ciudad. Y pocas con faldas y medias. ¡Cualquiera se atrevía!

Mirad que abrigaditos iban los niños el día de la cabalgata de Acción de Gracias. Y eso que eran las once de la mañana y lucía el sol.

martes, 2 de diciembre de 2008

La ciudad superlativa

En Nueva York todo es superlativo: la altura de los edificios, la longitud de las avenidas, el censo de residentes (8,5 millones de personas en 2007), la oferta culinaria internacional, las dimensiones de los carteles publicitarios, la intensidad del frío, los espacios comerciales, el verdor de los parques, los mercadillos navideños, los precios de los hoteles y del transporte público….


En Nueva York la multiplicidad se detecta a simple vista: tantas razas, tantas lenguas, tantos atuendos, tantas posibilidades de ocio cada día, tantas manifestaciones culturales, tantos restaurantes, tantos estilos de ropa en los escaparates, tantos olores, tantos sonidos musicales a la intemperie... Las conjeturas de quien llega a la ciudad habiéndose preparado para la experiencia visionando películas, escuchando opiniones de los amigos que antes anduvieron por sus calles, consultando libros y páginas de internet, se quedan cortas cuando se está en Nueva York.


Cuando miras hacia arriba, sin lograr empero que tu mirada alcance el alero de las torres de Manhattan, cuando miras al frente y ves los carteles de los negocios y el gentío que discurre por las avenidas o las calles numeradas, cuando bajas al metro y te confundes con tipos que pululan por sus pasillos helados o con los espectadores de una sesión improvisada de rap, cuando subes al Empire y ves a tus pies las miles de luces de noviembre, a cualquier hora del día o de la noche te das cuenta de que estás en otro mundo, en un continente distinto. Pero también adviertes que no estás en un mundo extraño, de que sería fácil, relativamente fácil, acomodarte a las maneras de una ciudad poblada por gentes procedentes de todos los países del planeta.



He traído muchas fotos y unos pocos apuntes para compartir con vosotros. Poco a poco iré contándoos cosas que he visto y sentido.
Gracias por vuestros mensajes de despedida y por esperar mi regreso.
Espero que estos próximos días me cunda un poco el tiempo para ir pasando por vuestras casas. Por cierto: me he acordado de todos vosotros durante el viaje. Muchas fotos las he hecho con el fin de subirlas al blog.
De esta forma, el viaje se convertirá en una experiencia diferente a cualquier viaje anterior.

Fotos: Panorama del sur de Manhattan desde el río
Mercadillo navideño en Bryant Park
Zona cero en la mañana de un domingo.