Capítulo primero: él adoraba Nueva York, la idolatraba de un modo desproporcionado, la sentimentalizaba desmesuradamente. Para él, sin importar la época del año, aquella seguía siendo una ciudad en blanco y negro.
¿Lo recordais? Son palabras de Woody Allen en el inicio de su película "Manhattan" (1979), de la que me encanta esta escena nocturna.
Casi treinta años después de que se estrenara la cinta, yo he visto la ciudad en colores. Algunos días prevalecía el color gris, el de la niebla, pero otros días brillaba un sol que destellaba en el azul del cielo, en el verde de las praderas de Central Park, en las hojas pardas de los árboles, en el amarillo de los techos de los taxis que circulaban por el Village, en los rojos, los rosas y los morados de los tenderetes callejeros de camisetas, gorros y bufandas.

Pero este despliegue de vitalidad y colorido, no me impidió evocar constantemente las películas de Woody Allen mientras paseaba por Nueva York. O las secuencias de algunas series de televisión que se desarrollan en la gran urbe. Era como si esas estampas etéreas, que se nos quedan prendidas en el revés de la retina cuando una historia nos embebe, cobraran de pronto materialidad y volúmenes. Como si me hubiera subido al escenario de un teatro en el que antes había visto representar muchas obras de ficción.
¿Cuántas veces habremos vislumbrado en una pantalla la antena del Empire State Building o la cúpula luminosa del Chrisler Building ? Cientos de veces, miles. Y una mañana de noviembre, diferente a las demás, descubres uno de esos gigantes cuando caminas por la calle 34, o atisbas el otro cuando atraviesas la calle 42.
La tarde en que subimos al piso 86 del Empire, nos acordamos de esa película cursilona, de título intranscendente, en la que Meg Ryan y Tom Hanks se encuentran, por fin, enamorados y felices, en la planta 86 del rascacielos, arropados por una multitud de turistas que han subido a ver la ciudad como si fueran pájaros posados en un alero. Y mientras ascendíamos por corredores vacíos y salones acordonados, contemplamos los carteles de Kin Kong agarrado a la cima del edificio y combatiendo con las avionetas que trataban de abatirlo.
El
Empire State Building se construyó bajo los efectos de la gran depresión económica, del año 1929. Los cimientos se iniciaron en enero de 1930 y el edificio se dio por rematado en mayo de 1931. Tiene ciento dos pisos, 381 metros de altura (más 62 de antena), unas 7.500 ventanas y una superficie útil de 654.000 metros cuadrados, según una de las guías que nos llevamos en el equipaje.
El Empire también contribuye al colorido de la ciudad. Por la noche, sus treinta últimos pisos se iluminan de acuerdo a unos patrones relacionados con las fiestas locales y nacionales, los eventos políticos y los triunfos de los equipos de beisbol de Nueva York. Así la vimos la víspera del día de Acción de Gracias.

Y así lo vimos desde las tablas del Puente de Brooklyn una gélida mañana, en torno a las 12.00 horas, recortado sobre el cielo gris de Manhattan.

- Woody Allen con Diane Keaton.
- Tránsito en la calle 42.
- Empire State desde la Quinta Avenida.
- Manhattan desde el Puente de Brooklyn