Para crear a doña Flora, personaje de su magna novela Octubre, octubre, (Alfaguara, 1983) José Luis Sampedro hubo de recurrir a una artimaña: se compró un audífono estropeado en el Rastro y, durante varias tardes, acudió a una cafetería de San Bernardo donde hacían la tertulia varias mujeres de mediana edad del barrio. Creyendo sordo al parroquiano de la mesa contigua, las buenas señoras comentaban y criticaban a sus anchas, sin bajar la voz ni recatarse. Sampedro sacó de sus conversaciones los hilos suficientes para tejer un personaje que a él, con sus cuarenta años, le caía un poco distante: una mujer de unos sesenta años, que había sido en el pasado cantante y modelo de pintores, y que gozaba de una experiencia vital más dilatada que la del joven catedrático que la inventaría.
"La documentación no se ciñe únicamente a las hemeorectas y las bibliotecas, la vida está en la calle”, dice José Luis Sampedro en su libro Escribir es vivir, ( Plaza y Janés, 2005) del que ya hablé hace tres o cuatro días. El libro se basa en el curso sobre su biografía y su obra, que impartió el escritor en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, en julio de 2003.
Sampedro relata los sucesos que marcaron su afición a las letras y desvela algunas claves de su literatura y de sus métodos para componer los personajes de sus novelas. Asunto éste que a todo lector le habrá intrigado alguna vez. ¿De dónde toma un autor el material para construir un personaje de ficción? ¿Cuánta dosis de realidad hay que utilizar para engendrarlo? ¿Cuánta de imaginación? ¿Hasta qué punto se pueden copiar modelos del entorno?
Muchas veces los escritores han de responder a estas preguntas. Sus respuestas suelen ser diferentes. Unos dicen que reflejan a personas que conocen, cambiándoles el físico o el temperamento. Otros aluden a personajes históricos como fuente de inspiración. Otros aseguran que componen los tipos tomando prestadas características de aquí, de allá o de acullá. Otros, incluso, afirman que han extraído de sí, de sus apetencias y aspiraciones íntimas, el material necesario para forjar una personalidad de papel.
¿Por qué a nosotros, los lectores, unos personajes nos parecen más creíbles, más sólidos, más cercanos que otros? ¿Por qué simpatizamos con unos y a otros los detestamos? ¿Por qué a veces nos fastidia el bueno y nos encandila el malo, el tonto, el secundario?
¿No os ha dado a vosotros ganas alguna vez de dejar un libro, una novela porque no tragabais al personaje principal?
5 comentarios:
Creo que en ocasiones depende de la habilidad del escritor que nos parezcan más o menos creíbles. Balzac en eso me chifla. Y recuerdo la Thérèse Raquin de Emile Zola, por ejemplo, nunca llegó a convencerme y eso que lo leí varias veces. Juraría que son nuestras emociones las que nos hacen reaccionar ante unos u otros, sobre todo si podemos identificarnos con ellas. Si, es verdad que a veces nos encandila el malo o el secundario, puede ser tambien por lo de la identificación en mi caso, o porque está especialmente bien definido. En el cine me pasa un poco lo mismo. Abandonaría una novela por un personaje irritante si no está lo suficientemente bien definido, si lo está por mucho que me irrite sigo, a ver que pasa. Estupendo post como de costumbre. Un beso.
¿Un personaje bien definido es el que arrastra muchos datos sobre su caracter y sus pensamientos? Porque a mí me abruman las descripciones prolijas de los personajes; me gustan más (y llego a identificarme mejor) los que se definen por sus actos, por sus diálogos, por sus reacciones.
Te confieso, María, que yo aborrezco a ciertos personajes que se consideran estereotipos de la literatura universal, pero que a mí me resultan inverosímiles y frágiles.
Gracias por tus palabras.
Hay personajes que enamoran y personajes que resultan detestables, sin que se sepa muy bien por qué, aunque sospecho que tiene que ver con lo claro que vea el autor al propio personaje. Quiero decir, hay personajes que no son verdad, y seguramente no lo son porque el autor nunca se los creyó del todo.
Yo detesto a Madame Bobary porque nome creo que sea una mujer: es un hombre disfrazado de mujer. Como mujer no me la creo. He leído dos veces el libro y no me trago el personaje. Mis amigos intelectuales me miran con mala cara cuando se lo digo.
Tampoco soporto a la Lolita de Nabokov, aunque a esa sí que me la creo.
Hace mucho tiempo leí Rosas en la nieve de un autor centro-europeo cuyo nombre no recuerdo en este momento . En el libro, iba describiendo su biografía, detestaba su niñez y juventud porque decía que había estado marcado por las mujeres que le habían rodeado... él no me gustaba como trataba a su gineceo... sin embargo su manera de hacer prosa me cautivó....A pesar de todo, sigo creyendo que, un personaje nos caé bien o mal...pero el autor, es él que nos lleva con su bien o mal hacer a terminar o no el libro.Un abrazo y volveré a tu balcón.Angela
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