viernes, 22 de agosto de 2008

Mujeres que leen

De los diecinueve pasajeros del vagón, cuatro entretienen el trayecto leyendo un libro y tres hojean periódicos gratuitos. Curiosamente, todos los libros están en manos de mujeres: dos jóvenes de aspecto estudiantil, una en torno a los treinta y otra de más de cincuenta años, calcula el escritor, observando sus rostros. Las estadísticas no mienten, piensa, recordando las últimas cifras del informe sobre hábitos de lectura entre la población española, que dio a conocer la Federación de Gremios de Editores del país a principios de año.

El 73,6% de las mujeres que tienen entre 25 y 44 años leen con frecuencia, lo cual sólo hacen el 60,4% de los hombres de la misma edad. En el tramo de los 45 a los 54 años, la diferencia se anula, estimándose en 61 % los españoles de ambos sexos que se consideran lectores. Pero cuando se cumplen los 55 años, vuelven a ser las mujeres las más afectas a los libros: el 51,3% de ellas son lectoras asiduas, frente a un 45% de lectores masculinos.

Aquí abajo está la evidencia: las mujeres van leyendo y los hombres dormitando o mirándose las uñas. ¿Qué leerá cada una de ellas? Seguro que esa chavala lleva una novela histórica, y la morenita una obra clásica, poesía quizás, y aquella señora…

El escritor ameniza su viaje especulando sobre los géneros y la temática de los libros que portan las pasajeras del vagón, admirando el gesto de embelesamiento de una, el ceño fruncido de otra, la mueca divertida de la lectora de mayor edad. A una de las jóvenes, el tipo desgalichado que va en el asiento contiguo le arrima mucho la pierna, pero ella no parece detectar ni el contacto físico ni sus persistentes miradas de reojo.

Ojalá cualquiera de ellas empezara a leer en voz alta para que todos los pasajeros escucharan el relato. Sería hermoso que la literatura iluminase a todos los que se desplazan en este vagón del metro por las entrañas oscuras de la ciudad. Las sombras se transformarían en un paisaje nevado, en un lago clavado entre las montañas, en el vestíbulo de un lujoso hotel de principios de siglo veinte…

De repente, una de las lectoras cierra su libro y entorna los párpados, como si estuviera paladeando una frase que acaba de leer o disfrutando en su imaginación de una descripción o de un diálogo. El autor, que no es una firma famosa ni un superventas, suspira conmovido. Ha visto su propio nombre en la portada del volumen que lleva la mujer.

El cuadro de arriba es de Mary Cassat (1844-1926)y el de abajo de Gustave Caillebotte (1848- 1894)

martes, 19 de agosto de 2008

Madrid en maqueta

Hace tiempo que el edificio está en obras. Su fachada principal, con una portada churrigueresca bastante llamativa, está cubierta por lonas gigantescas tras las cuales hay que buscar el portalón de entrada. Estamos en la calle de Fuencarral, a cinco minutos andando de la Gran Vía, junto a la estación de metro de Tribunal, una zona donde abundan los comercios y los bares de copas, pero que no suele ser muy transitada por el turismo estival.

El edificio ante el que nos encontramos fue en sus orígenes un Hospicio, donde eran recogidos niños sin familia y ancianos mendigos. A principios del siglo XX, los indigentes y los huérfanos fueron trasladados a otras instituciones porque el vasto inmueble se había deteriorado casi hasta la ruina. No se derribó porque intervinieron en contra de su desaparición una serie de intelectuales, que consiguieron que se convirtiera en Museo Municipal. Como tal fue inaugurado en 1929 con Manuel Machado, el hermano de Antonio, como director.

Desde que se iniciaron las últimas obras de rehabilitación, que todavía durarán varios años más, el Museo sólo expone una mínima parte de sus fondos en una sala que antaño fuera la capilla del Hospicio. Entre las joyas que se exhiben, hay una maqueta de madera de la ciudad, en la que se puede contemplar cómo era Madrid en las primeras décadas del siglo XIX, después de la guerra de la Independencia.

La fabricó el teniente coronel de Artillería, León Gil de Palacio, quien recibió el encargo en noviembre de 1828 y lo dio por cumplido en el mismo mes de 1830. La maqueta, con unas dimensiones de 5,20 x 3,50 metros, perteneció al patrimonio del Estado hasta que le fue cedida al Museo Municipal.

A través de la cristalera que la protege, observo las tapias que rodeaban la villa en el siglo XIX, con sus puertas y portillos (de las que sólo perduran la de Toledo y la de Alcalá, porque la de San Vicente no es la original); observo las torres de las iglesias y los conventos, que abundaban en Madrid antes de que el proceso de Desamortización de Mendizábal provocara el derribo de algunos. Observo los solares sin urbanizar en torno al Palacio Real, al cuartel de Conde Duque, a las crujías del Palacio del Buen Retiro que sobrevivieron a la guerra con los soldados franceses Distingo la Puerta del Sol, todavía sin la forma elíptica actual, la Plaza Mayor, la depresión de la calle Segovia, sobre la que cuarenta años después se alzaría un viaducto.

Podría pasar horas reconociendo las fachadas de madera de los inmuebles cincelados con esmero y detalle por Gil de Palacio, admirando los que ya no existen y no conozco más que por las crónicas de los historiadores y las estampas de los ilustradores que se guardan en museos como éste.

A veces pienso, como piensan los niños en relación a sus juguetes, que me gustaría disminuirme hasta el tamaño adecuado para pasear por esta ciudad de madera en miniatura y perderme en el laberinto de callejuelas y plazoletas vacías, por las que no ha pasado el tiempo desde hace cerca de dos siglos.

sábado, 16 de agosto de 2008

No es ficción, es Kapuscinski

Lo que pretendía con la entrada de ayer no era hacer a nadie un examen sino compartir con vosotros la maestría de un periodista que, utilizando técnicas de la mejor literatura, consigue hacer de un amplio reportaje histórico un texto de fácil lectura para cualquier lector, aunque éste no conozca con precisión los hechos a los que se refiere el autor.

"El emperador", de Ryszard Kapuscinski es un compendio de testimonios sobre los últimos años del reinado de Haile Selassie, el soberano absolutista y cruel que convirtió Etiopía en una dictadura implacable, permitiendo la injusticia, el hambre y el desastre económico, mientras él y sus colaboradores vivían en la riqueza y el boato. (Tenía más de veinte palacios, siempre listos para recibirle, mientras la hambruna mataba familias enteras en las zonas rurales).

Kapuscinsky entrevistó a varios de aquellos colaboradores, cuando ya el tirano había sido depuesto. Estos individuos habían ejercido una labor en el palacio del soberano, unos como ministros, otros en cargos de rango inferior. Uno de los entrevistados era el responsable de guardar y trasladar los cojines que había que colocar a los pies del emperador cuando éste se sentaba en el trono, porque era de talla baja y le colgaban las piernas. Con las palabras de todos ellos, el periodista polaco ha forjado una especie de fábula que en algún momento, cuando vas pasando las páginas del libro, te da la impresión de ser un relato fantástico, fruto de la invención del escritor. Y te estremeces al pensar que estás enterándote de hechos históricos.

jueves, 7 de agosto de 2008

Los Orígenes de Maaluf

Ayer nos hablaba Marcelo, en La menor idea de su bisabuelo Emilio, que se marchó de Asturias años ha, y se instaló en Argentina, donde hoy habitan sus descendientes. Marcelo me recordó un párrafo de un libro que había terminado de leer unas horas antes: Orígenes, de Amin Maalouf, el escritor nacido en Líbano que conocimos con León, el Africano.

"Todos recorremos los años que nos corresponden y nos vamos luego a dormir a nuestras tumbas. ¿Para qué andar pensando en los que vinieron antes puesto que ya no suponen nada para nosotros? ¿Para qué pensar en los que vendrán detrás de nosotros puesto que para ellos ya no supondremos nada? Pero entonces, si todo va a parar al olvido, ¿por qué construimos y por qué construyeron nuestros antepasados? ¿ Por qué escribimos (...), por qué plantar árboles y por qué engendrar? Si le damos excesiva importancia al instante en que vivimos, dejamos que nos asedie un óceano de muere. Y, a la inversa, al resucitar el tiempo pasado acrecentamos el ámbito de la vida."

En el año 2000, Amin Maalouf decidió enterarse de cómo fue la vida de sus antepasados, centrando su investigación en su abuelo Botros, que vivió entre los siglos XIX y XX en tierras que entonces pertenecían al imperio otomano, y su entorno. En la antigua casa familiar, el escritor había encontrado una maleta llena de cartas antiguas, postales, fotos, documentos con los que empezó a componer un gran puzle, en el que fueron también ingredientes fundamentales sus recuerdos de infancia y los testimonios de parientes vivos.

Botros fue un hombre rebelde, ateo y amante de la cultura y la pedagogía, un adelantado para su época. Su trabajo más meritorio fue la fundación de una Escuela Universal que educaba a los chavales, atendiendo a criterios que resultaron más fructíferos que los que imperaban en las demás escuelas, todas ellas ligadas a una confesión religiosa.

Un hermano suyo, llamado Gebrayel, se había marchado a Cuba a principios del siglo, arrastrando a otros miembros de su familia a la emigración. Maalouf no supo la verdadera peripecia de su tío abuelo en la isla hasta que leyó con atención los viejos papeles que guardaron sus abuelos. Y un buen día se fue al Caribe para descubrir cuánto había de inventado y cuanto de cierto en las leyendas familiares que escuchó de niño.

Aunque no es una novela, el libro se lee con el mismo interés pues Amin Maalouf tiene un don especial para la narrativa. También es interesante el contexto histórico, pues en aquellos primeras décadas del XX el imperio otómano tuvo su decadencia y en el mapa político empezaron a aparecer los países que hoy conforman una parte de Asia y otra de Europa.