viernes, 14 de marzo de 2008

Tumbas sin nombres

Corre el año 37 y en Getxo la guerra ha concluido ya. Los franquistas hacen limpieza entre la población. Una noche seis falangistas y un soplón se llevan a un maestro y a su hijo mayor. A uno de los falangistas se le clava en las entrañas la mirada de odio del hijo pequeño. Al día siguiente del asesinato, el falangista, de nombre Rogelio, descubre que los cuerpos del maestro y su hijo han sido enterrados en el mismo lugar donde murieron.

A partir de ahí Rogelio se convierte en el guardián de la tumba, sobre la que planta un palitroque que el hijo pequeño del maestro le trae una noche. Crece la higuera, crece el niño, y Rogelio sigue pegado a la tumba, convertido en una especie de ermitaño al que unos adoran y otros aborrecen. Sus amigos, los otros falangistas, han prosperado con la dictadura pero su poder no es suficiente para desligar a Rogelio del lugar al que se ha vinculado para custodiar los huesos de sus víctimas.

Miles de tumbas esperan en las cunetas a ser abiertas, dice Ramiro Pinilla, el autor de “La higuera” (Tusquets Editores, 2006), como un abanderado de la “memoria histórica” que todavía, setenta años después del conflicto bélico, suscita tantos resquemores en España.

Nadie ha podido impedir, sin embargo, que se hayan encontrado y abierto tumbas, que no estaban señaladas, en campos y carreteras del país donde yacían restos de personas que desaparecieron cuando las tropas franquistas se adueñaran con las armas de sus pueblos y sus aldeas. Nadie ha podido impedir tampoco, el empeño de los hijos y, sobre todo, de los nietos en identificar los restos humanos que han ido apareciendo entre las tierras removidas.

Nadie puede impedir que recordemos a quienes murieron sin juicio, sin culpa y sin razón, y fueron condenados a un olvido que, como el maestro que yace bajo la higuera de Pinilla, no ha conseguido diluir la memoria de su existencia.

(A Antonio, que tanto recuerdo dejó en quienes no alcanzaron a conocerle)

3 comentarios:

Laksmi dijo...

Todos merecen una sepultura digna... que angustia para sus familias.
En fin.... espero que poco a poco esas familias puedan encontar lo que deseen.

Franziska dijo...

¡Cuánta sangre inocente derramada!Y lo peor es cuando se llega a la conclusión de ¿cuántos tuvieron que morir para que otros salvaran su patrimonio, sus privilegios, en suma su nivel de vida?

No sacrificaron su vida para lograr un mundo mejor: eso le habría dado un sentido a su muerte. Después estuvimos durante cuarenta años oyendo, por activa y por pasiva, que habían salvado a la Patria de las garras del deshonor y del desastre moral. Se apoyaban en hechos. Algunos eramos inocentes y les creíamos.

Anónimo dijo...

Son los de la misma ralea que ahora dicen que lo de Irak volverían a hacerlo sin que les temblara la mano y que los iraquíes están mejor porque ahora pueden votar.

Si no estás de acuerdo con mis comentarios, puedess borrarlos. Lo puedo comprender y no me enfadaría.

Saludos cordiales.