¡La vacuna! chilla la mujer que espera en la cola del supermercado. ¡El viernes tengo cita para la vacuna!
Cualquiera diría que le ha tocado un premio a la señora. Los otros clientes la miran sorprendidos, aunque se diría que a más de uno más que sorpresa es un pelín de envidia lo que le asoma a la cara.
¡Por fin la vacuna! ¡Por fin!
¿En qué estará pensando la buena mujer ahora? ¿En los hijos que casi no vienen a visitarla, en la madre a la que no visita ella, en las amigas con las que no va ni al cine ni de paseo desde hace casi un año? Tal vez se esté acordando de ese hotelito tan chulo, cerca de la playa malagueña, a donde se suelen escaparse su marido y ella una semana en septiembre. O en las fiestas del pueblo de sus padres, que quizás tengan que suspenderse este verano por segunda vez.
¿Y a ti no te han citado? Saca el móvil a ver si hay suerte, le dice a su marido, que ya está sacando la compra del carro y situándola en la cinta de la caja.
Así están las cosas por esta comunidad. La gente que nació en la segunda mitad de los años cincuenta vive pendiente del móvil, a la espera de un SMS que le de hora y sitio para vacunarse. Aunque se han visto estos días en la televisión imágenes de filas interminables y se han escuchado testimonios de abuelos y abuelas que han soportado dos y tres horas de cola, la esperanza de que la vacuna ayude a salir del bache (el personal y el colectivo) le imprime a la convocatoria rasgos de buena noticia.
¡Qué lástima que vaya el proceso tan despacio! Hasta finales de abril no
estarán vacunados todos los mayores de 80 años. Pero esta semana llegarán 1.200.000
dosis de Pfizer, cuenta Mariola
Lourido en la Cadena SER, así que a ver si acaban con estos y siguen con
los españolitos de setenta años y pico. Que de salir a la calle, a relacionarse
y divertirse tiene
n tantas ganas como los jovenzuelos.
¡El sábado me voy donde mi madre y le planto un beso en la mejilla! Sin la mascarilla, dice la afortunada mujer, mientras saca el monedero para pagar la compra.
El cajero la escucha y le sonríe, mientras el marido distribuye los comestibles en dos bolsas de tela. Cuando le da el tique de la compra, el chico la despide con un gracias y un enhorabuena.
¿Quién se iba a imaginar hace trece meses que nos iba a alegrar tanto ser citados en un hospital para ponernos una vacuna recién inventada?
Foto de Olmo Calvo. Colas en el Metropolitano |