Es estimulante el reto: te proponen un tema, unas circunstancias y tú, impelido por tu pasión por el relato, por la invención de historias, inventas unos personajes, una trama... y escribes. Imaginas un niño, un árbol gigantesco, un verano distinto.....
En el refugio de Manu cabemos solo dos. Cuando es mi turno, Fani se
queda en el patio jugando con su colección de cochecitos y camiones.
Cuando es el turno de Fani, yo me subo al cuarto y me pongo a leer
tebeos. Para que nadie note que estoy enfadado.....
Hace tiempo que no leo nada sobre la supuesta muerte de la novela. ¡Con la
de páginas de periódicos y libros que se han llenado con el tema! Bueno, igual
es que yo ando despistada. Las páginas de prensa dedicadas a novedades
literarias me atraen poco, lo confieso. No solo porque muchas críticas tienen
un estilo grandilocuente y resabiado que me confunde sino también, y sobre
todo, porque demasiadas veces me suenan más a propaganda de la empresa a la que
pertenece el medio (y el libro comentado) que a divulgación de interés para los
posibles lectores.
El caso es que, cuando se anuncia la publicación de una nueva novela, sea
de un autor de fama, sea de un autor desconocido, recuerdo las elucubraciones
de quienes tantas veces han vaticinado la muerte de la novela y el patinazo de Jules Verne,
que en 1902 escribía estas líneas.
No creo que en
cincuenta o cien años se sigan publicando novelas, desde luego no en forma de
libros. Serán completamente suplantadas por los diarios…. La novela se hará
innecesaria, sus servicio y el interés que merecen ya están a la baja.La gente
irá atesorando y ordenando sus periódicos en lugar de compilaciones de historia
Verne era un
visionario que predijo avances tecnológicos increíbles en su época, un
precursor de los viajes a la luna y las estancias de seres humanos en el fondo
del mar. Pero como profeta literario no acertó. Más de ciento veinte años
después, la novela sigue existiendo mientras que los periódicos sobreviven a
fuerza de subvenciones y de adaptaciones al formato digital, porque han perdido a miles,
millones de lectores en papel. Y han perdido credibilidad, puesto que se les nota a menudo que son instrumentos de propaganda ideológica más que de información
veraz y objetiva
Henry Matisse. Mujer leyendo (fragmento)
La novela, en cambio, sigue viva, muy viva. Sigue
llenando páginas de libros y estantes de librerías, atrapando lectores,
suscitando curiosidad y adhesiones, llenando espacios de ocio, inventado
fórmulas de narración acordes con los tiempos, adaptándose a los formatos
digitales que se utilizan en los dispositivos electrónicos. La novela ha
sobrevivido al interés que suscitaban los periódicos en la época de Verne y ha
sobrevivido al nacimiento y expansión del cine, de la radio, de internet, al
uso desmedido de los móviles, los ordenadores, las redes sociales y las
plataformas audiovisuales.
No solo ha sobrevivido sino que se ha valido de esos
avances para prosperar, diversificarse, multiplicarse, llegar a más gente y en
más lugares.
Entras en la librería de segunda mano y finges que te
interesan los títulos de narrativa ordenados alfabéticamente por el apellido de los autores. Pero en realidad lo que te interesa son los estantes que exhiben ejemplares recién llegados junto a las cristaleras que dan a la calle, de manera que atraigan la atención de los
viandantes que pasan por la acera. Ahí está tu novela, tu nombre, el
título que elegiste para las 280 páginas que enviaste a la editorial. Alguien
la ha traído a esta tienda para deshacerse de ella. ¿Quién habrá sido? ¿La habrá leído antes
de traerla? ¿Le habrá disgustado el tema, los personajes?
Una sensación de desagrado te empuja hacia los estantes del escaparate
para cerciorarte de que el libro está ahí. Sí, está. Coges el libro y finges ahora ser una compradora que lo ve por vez primera. El ejemplar se encuentra en buen estado, así
que quizás ni siquiera haya sido leído hasta el final. No hay dedicatoria en la
página inicial, por lo que no es posible identificar a quien lo ha desalojado
de su casa.
El muchacho que atiende a la clientela se acerca por si
necesitas un consejo o una aclaración. ¿Te lo llevas? Tiene buena pinta, te
dice con una media sonrisa. Su buena disposición te anima a confesarle el
motivo de haberlo cogido. Esta soy yo, respondes señalando el nombre de la
autora con el dedo.
El muchacho sonríe condescendiente. Piensa un instante y recuerda quién ha traído el libro, en una caja
con otros muchos. Pero no te lo revela. Confidencialidad, arguye con
gesto simpático.
No, no estoy enfadada porque alguien me haya expulsado de su
casa y me haya condenado a una tienda de libros de segunda mano. No lo estoy
porque esto es un hogar pasajero, el puente hacia otro lugar donde quizás haya
un lector o una lectora que disfrutará con el relato como no ha disfrutado su
anterior poseedor. No estoy molesta de tropezarme aquí con el libro porque va a tener una segunda oportunidad, no va a apolillarse en una estantería condenado a un olvido largo.
Además,
¿cuántos libros he comprado yo en este tipo de librerías y cuántos se han quedado
para siempre en mi casa? Podría decir varios títulos.
En las librerías de La Habana no hay ningún ejemplar con su nombre. Le pregunto a los anfitriones del piso en el que me alojo y me contestan que no saben quién es Leonardo Padura. En España es muy admirado y muy leído, les explico sin saber si realmente no lo conocen o si lo más cierto es que Padura pertenece al colectivo de personas de las que es más conveniente no saber nada.
Sin embargo Leonardo vive en Habana, conoce su cuidad al milímetro y escribe los nombres de sus calles y de sus rincones en las páginas de sus novelas. Leer a Padura es regresar a esa ciudad llena de contrastes y de gentes amables que sufren y ríen, que añoran y disfrutan de lo poco o mucho que poseen. Leer las historias de Mario Conde es desentrañar la esencia de los habaneros que te han saludado por la calle, te han ofrecido un paseo en descapotable o te han sugerido que comas en un restaurante recién estrenado.
Terminé hace unas semanas la lectura de “Personas decentes”, la última de sus novelas
publicada en España, con Mario Conde otra vez de protagonista. Y la recomiendo, sin duda.
Mario Conde no es Leonardo Padura, hay diferencias notables entre el personaje y el escritor. Pero Padura reconocía en la presentación de uno de sus libros anteriores que el personaje tiene mucho de él, de sus pensamientos, de sus decepciones, de sus apegos.
Imaginaba a Mario Conde, librero y expolicía, contratado
ahora como vigilante en un restaurante de moda, investigador casual para ayudar a su antiguo
subordinado en un caso de asesinato de un personaje
siniestro, lo imaginaba gastándose un anticipo de su sueldo en un banquete con su querida Tamara y su
amigo el Flaco Carlos y reflexionando, a la vez, sobre la felicidad. Y escuchaba a Padura.
Varios años atrás, su amigo, el chino Juan
Chion, le había regalado una definición del estado de la felicidad. Fue una
tarde vaporosa, mientras bebían el contundente licor de arroz que el asiático
solía fermentar, y desde ese día Conde había preservado sus palabras como un
principio de la verdad, algo firme en un mundo en donde tantas verdades se
desmoronaban. Según el anciano, ya por entonces octogenario, su compatriota Lao
Tzu, o sea, el Viejo, había desgranado su sabiduría al establecer unas
elementales condiciones: «Si estás deprimido, estás viviendo en el pasado. Si
estás ansioso, estás viviendo en el futuro. Si estás en paz, estás viviendo en
el presente». Y en ese instante, preciso y que sabe fugaz, Conde está viviendo
en el presente y el hedonismo con el cual disfruta del momento de tregua —gracias,
Epicuro, tú también sabías de esto— lo aboca a la felicidad.
Leer a Padura, enredarse en su prosa, en sus descripciones y sus relatos, en sus elucubraciones también es felicidad. Felicidad de lector.
Os dejo enlace de una entrevista en la que Padura habla de Personas Decentes.
Son tiempos de
Twitter, Whatsapp, Tik tok, periódicos digitales, canales de youtube
personales... Los blogs apenas se usan ya. No sé si son modas o es que
un blog te da más trabajo que poner un centenar de caracteres para
responder un tuit. No lo sé, pero hoy el Día del Libro me ha
traído ganas de volver a recorrer estos caminos que tanto frecuenté
durante la pandemia. Caminos por los que anduve con amigos y amigas,
con sus fotos, con las ganas de volver a estar con ellos.
Hoy
amanece el día con un hermoso libro hecho de retazos de libros, un libro
compuesto por quienes acudimos mensualmente al Club de Lectura de AJAM,
Asociación de Jubilados intrépidos, cultos, activos, viajeros, curiosos
y lectores, muy lectores.
Y he decidido compartir ese libro singular con conocidos y desconocidos.
Es
una manera de celebrar este día y repetir a quien quiera saberlo cuánto
amo/amamos los libros, cuánto nos aportan, cuánto nos ayudan, cuánto
les debemos.
¡La vacuna! chilla la mujer que espera en la cola del supermercado. ¡El
viernes tengo cita para la vacuna!
Cualquiera diría que le ha tocado un premio a la señora. Los otros clientes
la miran sorprendidos, aunque se diría que a más de uno más que sorpresa es un
pelín de envidia lo que le asoma a la cara.
¡Por fin la vacuna! ¡Por fin!
¿En qué estará pensando la buena mujer ahora? ¿En los hijos que casi no vienen a visitarla,
en la madre a la que no visita ella, en las amigas con las que no va ni al cine
ni de paseo desde hace casi un año? Tal vez se esté acordando de ese hotelito
tan chulo, cerca de la playa malagueña, a donde se suelen escaparse su marido y
ella una semana en septiembre. O en las fiestas del pueblo de sus padres, que
quizás tengan que suspenderse este verano por segunda vez.
¿Y a ti no te han citado? Saca el
móvil a ver si hay suerte, le dice a su marido, que ya está sacando la compra del
carro y situándola en la cinta de la caja.
Así están las cosas por esta comunidad. La gente que nació en la segunda
mitad de los años cincuenta vive pendiente del móvil, a la espera de un SMS que
le de hora y sitio para vacunarse. Aunque se han visto estos días en la
televisión imágenes de filas interminables y se han escuchado testimonios de
abuelos y abuelas que han soportado dos y tres horas de cola, la esperanza de
que la vacuna ayude a salir del bache (el personal y el colectivo) le imprime a
la convocatoria rasgos de buena noticia.
¡Qué lástima que vaya el proceso tan despacio! Hasta finales de abril no
estarán vacunados todos los mayores de 80 años. Pero esta semana llegarán 1.200.000
dosis de Pfizer, cuenta Mariola
Lourido en la Cadena SER, así que a ver si acaban con estos y siguen con
los españolitos de setenta años y pico. Que de salir a la calle, a relacionarse
y divertirse tiene n tantas ganas como los jovenzuelos.
¡El sábado me voy donde mi madre y le planto un beso en la mejilla! Sin la
mascarilla, dice la afortunada mujer, mientras saca el monedero para pagar la
compra.
El cajero la escucha y le sonríe, mientras el marido distribuye los comestibles
en dos bolsas de tela. Cuando le da el tique de la compra, el chico la despide
con un gracias y un enhorabuena.
¿Quién se iba a imaginar hace trece meses que nos iba a alegrar tanto ser
citados en un hospital para ponernos una vacuna recién inventada?
Si no fuera porque nos advierten de que no podemos salir de la provincia o de la comunidad en la que residimos, de que no podemos hacer planes de viajes durante la semana santa, se diría que los medios de comunicación se han olvidado de que seguimos en pandemia. No hay que generalizar, desde luego, pero las voces estridentes en asambleas regionales, en plazas públicas y en foros de comparecencias políticas suenan estos días más chirriantes y contundentes que los mensajes de quienes siguen avisándonos de que el maldito virus continúa haciendo estragos entre las gentes de nuestro país, de nuestro continente, de nuestro planeta.
Mociones de censura y anuncios de elecciones y candidaturas acaparan más titulares y espacio en los informativos de radio y televisión (no de todos, insisto) y en las portadas de la pensa de papel o digital que las noticias sobre incidencia del covid o sobre vacunaciones. No es que se omitan las noticias sobre el maldito virus, pero sí que parecen menos relevantes, parece que influyen menos en nuestra existencia cotidiana que las pullas, insultos y acusaciones (ciertas o falsas) que se cruzan los dirigentes políticos que aspiran a gobernar o a no ser descabalgados de sus sillones de mando.
Pues no, no considero que esas noticias, que a veces rayan en el cotilleo, sean más importantes que otras que se dan en segundo plano. Sobre todo esta: En Las Palmas de Gran Canaria ha fallecido una niña de menos de dos años que llegó al puerto de Arguineguín el pasado martes. La criatura fue rescatada en el mar y reanimada por enfermeros en el muelle. En esas fechas fueron rescatados unos cuantos niños, cuenta un médico de la isla. ¡Qué vergüenza! Vergüenza de un mundo que condena a los niños a morir huyendo del hambre y la persecución, vergüenza de gobiernos de cualquier continente que permiten que niños y mayores sufran miseria, guerras y matanzas; vergüenza de voceros que claman contra la inmigración en nuestro país; vergüenza de paisanos que se hacen eco de esas proclamas y se creen que los forasteros les quitan el pan y el trajabo; vergüenza de cada uno de nosotros cada vez que miramos con recelo a un hombre, mujer o joven por su aspecto físico o su acento.
Sin embargo, a esta hora, hoy lunes 22 de marzo, en twitter no es tendencia Nabody (nombre que no es el suyo, parece) sino una hija de la farándula que cuenta su triste historia en un serial de televisión y una presentadora de magacín que no para de criticar a ciertos políticos mientras su marido espera juicio por haber hecho negocios con Villarejo. ¿Por qué no digo sus nombres? Porque no quiero engrosar la lista de búsquedas con sus nombres.
Cadencia vació la nevera y revisó los estantes de los
armarios para que no quedara ningún alimento que pudiera estropearse durante el
mes que estaría fuera de casa. Como todos los años, Cadencia viajaría
con su marido al pueblo de sus antepasados para pasar en el caserón familiar
unas semanas del invierno. Quizás planeaba regresar en marzo. O en abril,
después de la Semana santa.
Cuando todas las habitaciones estuvieron revisadas, cerró la puerta de la casa, bajó
al portal y salió a la calle. Antes de cruzar la calzada miró a derecha e izquierda sin sospechar que era la última vez que contemplaba la calle en la que había vivido desde hacía algo
más de ochenta años.
Cadencia no pudo regresar en primavera. A causa del confinamiento impuesto en el país, hubo de prolongar su estancia en el pueblo de sus antepasados, donde era muy estimada por sus vecinos por su compromiso con la historia local. Cuando se levantaron las
restricciones de movilidad, decidió quedarse en el pueblo donde el verano es más apacible que en Madrid.
Y una mañana de agosto le falló el corazón.
Cuando me dieron la noticia, me puse a llorar en medio de la calle. Ha sido difícil asumir que Cadencia, esa mujer dinámica,
atrevida, locuaz, emprendedora, con quien hablaba en el portal o en la acera de sus libros, de sus clases de encuadernación, de las visitas de sus nietos, esa mujer a la que yo admiraba por su energía y su lucidez, se ha marchado para siempre.
Bajo las escaleras despacio, paso ante la puerta de su casa y detengo un instante el paso. Imagino su voz en el interior del piso, imagino su silueta,
delgada y vivaz, trajinando entre sus libros. Como si no se hubiera ido. Como si no hiciera un año, más de un año que no me paro a conversar con ella.
No se la llevó el maldito virus, pero por culpa del maldito virus se me han quedado pendientes muchos buenos ratos de conversación con ella.