viernes, 25 de marzo de 2011

Viene la noche. Sitios reales. (2)

El bar La Pampa existe. El bar donde Benjamín se reúne con sus amigos es un local de muchos años, situado en una esquina muy concurrida, entre la calle Francos Rodríguez y la de Villaamil. Pasé por allí el domingo para asegurarme de que no lo habían derribado, pues en esta zona de Madrid los establecimientos comerciales y de hostelería cambian con excesiva frecuencia, como si se quedaran obsoletos en pocos meses. Pero aquí estaba, con su cartel de siempre, añejo y un tanto descolorido. Para que otros lectores de Esquivias conozcan el lugar, para que se ambienten, hice esta foto que dejo aquí.


Siguiendo la ruta que hace Benjamín cuando pasea de noche con su hijo Jaime,  tomé alguna foto de la calle Bravo Murillo, en dirección a Cuatro Caminos. 

Esta es la calle a la altura de la estación de Estrecho, que es a la que utiliza Benjamín cuando viene de su casa.


Y esta es una imagen de la calle a la altura del metro de Alvarado. A la izquierda, se entreve la fachada de la iglesia de San Antonio, a dónde Benjamín asiste con Teresa a misa. 
 

Y, por último, una imagen rápida de la Biblioteca Pública en la que Benjamín toma libros prestados. La imagen está escorada porque tuve la mala suerte de ir a hacer la foto una mañana en que la calle estaba cortada por los bomberos porque una caldera estaba echando demasiado humo. 
No se ven con claridad las escaleras donde se congregan los poetas que han hecho amistad con Benjamín. Lo que sí se ve es que hay tres pisos: el del mostrador de préstamo de libros es el primero.


Me pregunto si es enriquecedor o es un lastre para una novela empeñarse en retratar de manera tan fiel un barrio, unas calles, unos bares, unas formas de vida, prodigando detalles, como hace Esquivias. 
A mí me ha ayudado a mirar con otros ojos, más receptivos quizás, un barrio del que conozco algunas historias y por el que he paseado unas cuantas veces. 

domingo, 20 de marzo de 2011

Viene la noche. Tetuán, el barrio. (1)

Me apeo en la estación de Estrecho y miro a la gente que transita por el andén. Busco a Benjamín, el padre de Jaime, el marido de Teresa, el suegro de Sara. No veo a nadie de su edad a mi alrededor. Subo dos tramos de escaleras y salgo a la calle Bravo Murillo, a la altura de Francos Rodríguez. Sigo buscando a Benjamín. 
Ahora sí veo hombres mayores en las aceras. Ancianos que se mezclan con mujeres apresuradas, que cargan bolsas y tiran de la mano de criaturas jaleosas, y con docenas de chicos y chicas que han salido a divertirse y se agolpan ahora en los cruces de las calles y ante los escaparates de los comercios. Los rasgos de los jóvenes indican su condición de inmigrantes o, acaso, de hijos de inmigrantes venidos del norte de África o de un país del continente americano. Los viejos, en cambio, tienen cara de ser de aquí, de Madrid, o de Toledo, o de Almería, o de Burgos, como es el caso de Benjamín. A él, acostumbrado a sus vecinas dominicanas, le sigue, no obstante, sorprendiendo el aspecto de Bravo Murillo: desde hace unos años las aceras son un mosaico de ojos, pieles y cabellos diferentes, un conglomerado de razas y culturas, una especie de “naciones unidas” en miniatura.

¿Conocerá Benjamín la historia de esta calle, que dista alrededor de 500 metros de la de Wad Ras, en la que él habita?

Bravo Murillo debe su nombre al ministro de Isabel II que emprendió la tarea de traer agua potable a la ciudad desde un río que discurre por el norte de la provincia. A principios del siglo XIX esta vía era la carretera de Francia. Por ella  circulaban los viajeros que iban hacia el norte de la península y hacia los países europeos. O hacia los pueblos de Fuencarral o de Colmenar Viejo.

En 1860 las tropas del general O´Donnell, que venían de Marruecos, donde habían obtenido una victoria sonada sobre los nativos sublevados en Tetuán, levantaron sus tiendas junto a la carretera, en terrenos que pertenecían al consistorio de Chamartín de la Rosa. Al asentamiento se le dio entonces el pomposo nombre de Tetuán de Las Victorias. En años sucesivos el entorno se llenó de merenderos, tenderetes, casitas humildes, talleres de reparación, chatarrerías…. Hasta una plaza de toros se construyó en las inmediaciones.

En los márgenes de la carretera se  abrieron callejas, donde se avecindaron familias trabajadoras de pocos recursos. En 1929 recibieron con alborozo el metro, cuando la línea 1, Cuatro Caminos-Sol, se extendió hasta Tetuán. Sobre todo los que trabajaban en el centro de la capital. En 1948 la barriada se escindió del municipio de Chamartín de la Rosa y fue anexionada al de Madrid, lo que multiplicó su población, sus inmuebles y sus negocios.

En el margen occidental de Bravo Murillo quedan todavía caserones antiguos, de traza modesta y calidad dudosa, aunque también se han levantado cientos de edificios modernos cuyos precios no son ya tan asequibles para los bolsillos menos pudientes. En la vertiente oriental, las viviendas menos ostentosas conviven con los inmuebles de lujo y las torres de oficinas de alto nivel, ubicadas la mayoría en la zona conocida como AZCA.

Quizás Benjamín ya no transite por estas calles. Al fin y al cabo, los hechos que narra el libro que leemos, Viene la noche, de Oscar Esquivias, se remontan a las navidades del año 2006. Además, todavía ando por la página 200 de la novela, cuando la amante de Benjamín, Clarita, se ha ido a vivir a la costa con su hija. Igual Benjamín también se ha mudado de barrio. Igual ha sufrido un síncope a causa de su mal talante. Igual Teresa se ha cansado de hacerle las cenas y le ha puesto de patitas en la calle. Todo puede ser.
Bravo Murillo, dirección Tetuán. En la orilla derecha se ve la torre de la iglesia de San Antonio, a la que acude Benjamín con Teresa.
Leo este libro gracias a Pedro Ojeda Escudero y su propuesta de lectura colectiva, un experimento interesante. Sobre todo porque me ha permitido descubrir al autor y una novela como ésta.