A este parque se llamó y aún se sigue llamando "el parque de la Ciudadela". En 1887, cuando Onofre Bouvila puso los pies en él, se estaba levantando allí lo que había de ser el recinto de la Exposición Universal. Eso ocurrió a principios o a mediados de mayo de ese año. Para entonces las obras estaban muy avanzadas. El contingente de obreros empleado en ella había alcanzado su máxima dotación, es decir, cuatro mil quinientos hombres. Este número era exorbitante, no tenía precedente en la época. A él hay que agregar otro número indeterminado pero igualmente grande de mulas y borricos. También funcionaban allí entonces grúas, máquinas de vapor, ingenios y carromatos. El polvo lo cubría todo, el ruido era ensordecedor y la confusión, absoluta.

De la Exposición Universal de 1888 quedan algunos pabellones, una gran cascada, en cuyo diseño participó Gaudí, y un pintoresco Arco de Triunfo, que fue la entrada al recinto. Dentro del parque se encuentra el Parlament de Catalunya, que ocupa un antiguo arsenal desde la época de la Republica.
De Onofre Bouvila no queda rastro en la Ciudadela, a donde él iba a repartir pasquines anarquistas y a vender crecepelo, ni en las avenidas de esta ciudad moderna y vistosa. Cuando él llegó a Barcelona, el Ensanche estaba levantándose sobre campos en los que hasta hacía pocos lustros pastaba el ganado y crecía silvestre la vegetación. En las calles estrechas de la población ya no cabían sus pobladores, muchos de ellos recién llegados en busca de trabajo y de un futuro sin las miserias de los pueblos del interior.
La ciudad crecía y prosperaba sin quitar los ojos del mar, sin dejar de oler la humedad de aquel Mediterráneo que le daba vida. Así lo cuenta Eduardo Mendoza en "La ciudad de los prodigios", (Seix Barral, 1986).
Conocer el pasado de una ciudad a través de la literatura te ayuda a apreciar lo que ves cuando estás en ella: los edificios, los monumentos, las vías, los mercados. En los contrastes y las diferencias se pueden encontrar pistas certeras sobre su evolución y sobre la esencia de sus gentes. En el pasado de una ciudad están la mayoría de las claves de su situación actual.
Por eso, en cuanto regresé de Barcelona busqué el libro y volví a leerlo, con la ventaja de tener recientes en la memoria los nombres de los lugares por los que se mueve el personaje de Eduardo Mendoza. Bouvila corretea por una urbe en expansión, especula con los solares en los que se proyectan los nuevos barrios, se involucra en tramas mafiosas y en conspiraciones políticas, se enriquece, se labra una fama que combina el temor con el respeto y consigue sobrevivir, viejo y audaz, hasta la siguiente Exposición Universal de Barcelona, celebrada en 1929 en Montjuitch.
Un buen libro este de Mendoza para indagar en la historia de esta magnífica ciudad.