Imagino la escena en blanco y negro, como la escena de una película antigua y sin efectos especiales: los chiquillos galopan por las callejuelas embarradas del pueblo, vociferando, agitándose sus ropas avejentadas y sus cabellos mal cortados. Han venido los de la ciudad, gritan sin dejar de correr a quienes se asoman a las puertas de las casas. Están en la escuela, con el maestro. Han traído un montón de libros. Y una caja que hace música.
Imagino la conmoción en el pueblo. Hombres y mujeres encaminándose hacia la escuela, apresurados, comentando la noticia y propagándola a sus convecinos. La llegada de los misioneros tal vez les ha sido anunciada con anterioridad por el maestro o el alcalde. Pero, en cualquier caso, la visita de las gentes de la capital es siempre un acontecimiento, una ruptura de la cotidianeidad.
En el local de la escuela, los jóvenes de las Misiones pedagógicas han montado ya su biblioteca ambulante, libros para niños y para mayores que, si alguien se hace responsable de su cuidado y su préstamo, se dejarán después en el pueblo para uso de los paisanos. También han empezado a desembalar los lienzos que reproducen cuadros famosos de pintores españoles de siglos atrás. Durante una semana, las copias estarán colgadas en la escuela o en una sala del consistorio, y algún misionero se ocupará de explicar a los visitantes las características de las obras y algunos datos sobre sus autores.

También habrá sesiones de cine, recitales del Coro, sesiones musicales con el gramófono que tanto impresiona a los niños. Un grupo de actores montarán un tablado de cuatro metros por seis, para representar sobre él piezas breves de teatro, firmadas por Lope de Rueda, Cervantes, Calderón de la Barca, Juan del Encina. Alejandro Casona, asociado a las Misiones, dirigirá alguna obra adaptada por él mismo para el público rural. Para los críos se montará un tabladillo de guiñol, que, a buen seguro, también captará la atención de sus padres y sus abuelos.
Así funcionaban las Misiones Pedagógicas que puso en marcha el primer gobierno de la República tres semanas después de tomar posesión. El seis de mayo de 1931 se firmaba una orden ministerial que decretaba la creación del Patronato que gestionaría estas misiones, cuyo cometido era llevar la cultura a las áreas rurales.
En aquella época las distancias entre las ciudades y los pueblos eran inmensas: distancias físicas porque no había carreteras, ni hilo telefónico, ni luz eléctrica en algunos casos, ni comunicaciones radiofónicas. Y distancias culturales, porque el índice de analfabetismo, las desinformación, la ignorancia de cuánto sucedía en el mundo era tremenda en las poblaciones campesinas españolas.
La idea de crear misiones culturales y pedagógicas, que deambularan por los pueblos de la geografía española con su equipaje de libros, cuadros y enseñanzas, surgió en 1881. Francisco Giner de los Ríos (creador en 1876 de la Institución Libre de Enseñanza) y Manuel Bartolomé de Cossío (alumno de Giner) propusieron al gobierno de turno, presidido por Sagasta, enviar a los pueblos a maestros que ayudaran a mejorar las escuelas rurales. La propuesta fue apoyada años después por Joaquín Costa, partidario también de mejorar la enseñanza en el campo. Y hubo alguna pequeña experiencia de este tipo en las primeras décadas del siglo XX. En 1930, una misión ambulante estuvo en las Hurdes merced a las gestiones de Cossío.

Pero fue el régimen republicano quien promovió, financió y consolidó las Misiones Pedagógicas, al frente de cuyo órgano gestor colocó a Cossío. Durante cuatro o cinco años, los misioneros viajaron a lomos de caballerías hasta aldeas y caseríos recónditos, donde quizás nadie hubiera oído hablar antes de que ellos llegaran de un tal Velázquez o un tal Calderón. Unos seiscientos jóvenes, amantes de la educación y del arte, se enrolaron en estas tareas en las que derrocharon esfuerzos físicos, imaginación y tenacidad.
Hasta que la guerra estalló en la península. Como todo lo que olía a cultura, progreso y formación, las Misiones Pedagógicas fueron condenadas a la desaparición y al olvido. Los misioneros que no murieron durante la contienda, fueron encarcelados o se exiliaron.
(Estos días pasados hablábamos del aniversario de la República. Las Misiones Pedagógicas son una de las realizaciones que me hacen creer que aquel régimen pudo haber sido una palanca de progreso y bienestar para el país. Porque el incremento de la cultura y la formación de los españoles, de todos los españoles, aun de los que habitaban en los rincones más inhóspitos de la geografía hispana, habría incidido en el incremento de la calidad social, económica y política de todo el país. Desgraciadamente, la República y sus afanes intelectuales no sobrevivieron al golpe de estado y la guerra del 36).