sábado, 26 de julio de 2008

Las mujeres mineras

Josey Aimes abandona a su marido, que la golpea, y regresa con sus dos hijos, a Minnesota, al hogar de sus padres, donde es recibida con recelo. Josey tuvo a su primer hijo con 16 años y nunca confesó de quien lo había engendrado. Josey se coloca en una peluquería, y ahí la encuentra una vieja amiga, Glory, que trabaja como camionera en la mina en la que están empleados la mayoría de los hombres del pueblo. La mina ha tenido que aceptar que algunas mujeres se incorporen a su plantilla. Josey ganaría en la mina seis veces más que en la peluquería, podría comprarse una casa propia, mantener a sus dos hijos...

La experiencia es más complicada de lo que pueda soportar una mujer corajuda, como es ella. Los compañeros consideran que las mujeres ocupan puestos que no les corresponden y aprovechan cualquier situación para vejarlas y acosarlas. Josey reacciona ante esta situación, sin que ninguna de las otras mujeres la respalde, no sólo por temor a perder su empleo, sino también porque ellas mismas, atenazadas por unos principios rancios y demoledores, consideran que están donde no debieran.

La película, cuyo título original es North Country, lleva en castellano un título que me confundió. "En tierra de hombres". Según reza un letrero inicial, está basada en hechos reales, en la verdadera lucha de las mujeres estadounidenses por conseguir una equiparación de derechos laborales con los varones, la lucha por la supervivencia, el respeto social y la independencia económica.

No entiendo por qué una mujer tan guapa se mete en estos líos, por qué no buscas otra salida. le dice en una escena el abogado a Josie. ¿Un hombre que me mantenga? pregunta Josie. No aspiro a eso, agrega la mujer.

Aunque el guión es ficticio, me conmueve pensar que hubo mujeres que tuvieron que pelear de manera similar a la de las protagonistas de como las protagonistas de esta película, mujeres que padecieron discriminación, tratos vejatorios y conflictos familiares a causa de su incorporación al trabajo; que se enfrentaron a la sociedad, a los convencionalismos, a las leyes y a sus propias familias, demostrando una capacidad de aguante y un valor que ni ellas mismas sabían que poseían.

Ayer vi esta película, esperándome, a tenor del título que se le ha dado en castellano, una aventura de vaqueros a las que no soy en exceso aficionada. Y me sorprendió, me indignó y me emocionó la historia de Josie, a quien pone una cara, hermosa y cargada de sentimientos, esa actriz magnífica que es Charlize Theron.

miércoles, 23 de julio de 2008

Los superventas

Estaba llegando ya a la página 500 del libro cuando me tropecé con una entrada antigua de Anab en La puerta deshecha, reflexionando sobre los que se nos anuncian como best sellers, ese género literario que aglutina novelas abultadas, de temática variada (histórica, fantástica, trágica, misteriosa), llenas de personajes heroicos y de acontecimientos desmesurados, que se venden como rosquillas en los grandes almacenes y en las librerías, sobre todo cuando llevan la firma de uno de los autores ya reputados en esta especialidad.

Dice Anab que no hay que negarse en principio a "quemarse" las manos con un novelón de esta categoría, que, desdeñando prejuicios, hay que leerlos para forjarse una opinión propia al respecto. Y yo apoyo su tesis. No es que me proponga animar a nadie a que se engulla un mamotreto de esta índole, pero sí que voy a declarar, sin pudor ninguno, que he leído ciertos títulos famosísimos por curiosidad y por hacerme una idea de cuáles son los ingredientes que los convierten en superventas.

Los llamados Best sellers suelen ser novelas de lectura fácil, o sea, que el lector no necesita emplear muchos recursos intelectuales para asimilar el argumento, para entender el comportamiento de los personajes, para degustar el lenguaje (que suele ser simple y básico) o los giros sintácticos. Todo está muy bien explicado para no crearle al usuario dudas sobre quiénes son los buenos, quiénes son los malos y cómo piensa cada uno de ellos. Sólo hay que dejar que los ojos se deslicen por los renglones y pasar las páginas. No hay que echarle al asunto ni emotividad, ni destrezas mentales, ni demasiada imaginación.

Son libros que, como dirían los detractores del arte comprometido, de las obras espesas y complicadas, no te obligan a "pensar", no te hacen sufrir. Son novelas que te entretienen y te ayudan a evadirte de la realidad ambiental. No se precisa mucha experiencia en la lectura para engullir sus cientos de páginas, al igual que te zampas un platillo de aceitunas o una bolsa de patatas fritas.
Pero a algunos lectores no nos basta con que un libro nos ayude a matar el tiempo; también queremos que nos aporte algo: que nos sorprenda, que nos emocione, que nos enseñe, que nos revuelva los sesos, que nos obligue a coger un diccionario, que nos haga recapacitar, que nos provoque un lamento o una sonrisa, que nos soliviante, que nos cautive...

"...tildar a una obra de «superventas» sólo implica un gran nivel de ventas y difusión, y no necesariamente una calidad excelente o un rigor académico impecable", dice la Wikipedia cuando buscas la definición de bestseller. Un comentario que es válido para muchas de las novelas que se venden a millones en la actualidad, pero no lo es para el libro más vendido de la literatura española, el best seller de la lengua castellana. Ese que cuenta las andanzas del caballero Alonso de Quijano.

jueves, 17 de julio de 2008

Poemas de Rodolfo

Me resulta difícil escoger uno entre todos los poemas, para compartirlo con quienes no lo tenéis a mano. El libro se titula Al oeste hay apaches y su autor es Rodolfo Serrano, cuyo blog visitais algunos de vosotros. Rodolfo es un periodista de calibre superior pero también es narrador y es poeta. Y un gran tipo.

El martes Rodolfo presentó el libro, rodeado de amigos que se llevaron sus versos en los bolsillos. Aunque es difícil escoger, voy a transcribir un poema, Lección de historia, que a mí me suena como campanas tocando al atardecer de un día nublado de estío .


De todas las historias, y si puedo, he de elegir la nuestra.
La que nunca saldrá en los calendarios ni en los libros escritos.
La que tú y yo dejamos pintada en las paredes y en las sábanas.
Aquella que no tiene hazañas que contar más allá de nosotros.

De todas las más bellas epopeyas, prefiero la marcada
en tus labios benditos, la heroica odisea de una noche contigo.
El cansancio sin sudor de los dioses en cualquier madrugada,
la conquista sin sangre de aquella fortaleza que llamaba tu cuerpo.

De todas las historias, me quedo con tu nombre,
Aunque nadie lo sepa, aunque ya no sea mío.

jueves, 10 de julio de 2008

A favor del cuento (II)

Un poeta me dijo hace años que el cuento es una medida literaria muy adecuada para la vida moderna, que sólo te brinda espacios de tiempo breves y comedidos para dedicarte a la lectura. Mientras te desplazas en el transporte público de casa al trabajo o viceversa, cuando te sientas a desayunar en un cafetín o haces cola frente a la ventanilla del banco, mientras esperas turno en la consulta del médico o frente al mostrador de la pescadería puedes leerte las cuatro o cinco páginas que componen un relato. Desde el título hasta el desenlace.

Quien así procede en un establecimiento comercial es mirado por los demás parroquianos con curiosidad y, en algunos casos, con un pelín de envidia. "Para la próxima compra me traigo yo también un libro", me dijo una tarde una mujer de edad mediana, que había colocado su carro detrás del mío en un supermercado urbano. La mujer estaba tan aburrida como yo, porque era un día de gran ajetreo comercial y la espera se alargaba ya diez o quince minutos. La inmersión en un relato de misterio me ayudó entonces a sobreponerme a la impaciencia, a la sensación de estar perdiendo el tiempo que me hubiera soliviantado si me hubiera tenido que limitar a ver las maniobras de la cajera, mientras me tocaba a mí colocar mis alimentos en la cinta móvil de la caja.

Si lees, no te aburres, no te irritas, no te pones a pensar en lo que podías estar haciendo en otro sitio, no te mosqueas porque el litro de leche ha subido de precio o porque el niño que va con el señor de la cola de la izquierda te ha dado un codazo o un pisotón.

En el metro, en el autobús o en el tren, los cuentos son buenos compañeros de viaje. La lectura alivia la tensión del que va con prisa o el tedio de quien contempla a diario los mismos paisajes, las mismas escenas urbanas. Así lo deben haber pensado los responsables de la empresa de Transporte Urbano de Granada, que subvenciona la edición de Relatos para leer en el autobús.

También he encontrado un volumen de cuentos con un destino similar. Se titula Cuentos breves para leer en el bus, y está editado por Belacqua de Ediciones.
Si tenéis alguna sugerencia al respecto, decídmela, por favor. Y si os ha ocurrido algo divertido cuando estabais leyendo fuera de casa, me gustará saberlo.

sábado, 5 de julio de 2008

A favor del cuento (I)

Aunque entre la gente de los blogs hay adictos, partidarios y cultivadores, lo cierto es que el cuento o relato corto no es un género literario con un gran éxito editorial ni comercial. Los relatos, dicen los editores, no venden, así que contadas son las firmas que se molestan en sacar a la luz un libro de cuentos. A mí esto me parece bastante paradójico.

Desde pequeños hemos leídos cuentos, hemos oído cuentos en nuestra familia, los hemos escuchado en la radio, en la televisión, en la escuela… Hemos pedido cuentos para dormirnos y los hemos repetido años después, convertidos ya en adultos, para calmar y contentar a los niños que nos rodeaban. ¿Por qué entonces entre nosotros se estiman en tan poco los cuentos? ¿Por qué cuando vas a comprar un libro para ti o para regalárselo a otra persona eliges una novela antes que un compendio de relatos cortos?

Quizás nos hemos creído que los cuentos son exclusivamente para los críos o para los lectores ocasionales. O que los cuentos son textos menores que el autor inventa para entretenerse o romper su tensión cuando ha rematado una novela y aún no ha comenzado la siguiente.

También puede ocurrirnos que hayamos generado una cierta animadversión hacia los cuentos porque hemos leído (y no digerido) algunos de esos muchos relatos que durante los meses de verano rellenan las páginas de los periódicos y las revistas que no cierran por vacaciones. Muchos cuentos de esta época son (no me voy a cortar en decirlo) realmente infames: están mal escritos, mal concebidos y mal estructurados. Da la impresión de que el autor no ha puesto el alma en la tarea, de que ha escrito lo primero que se le ha ocurrido para salvar el compromiso y embolsarse unos euros con relativa facilidad. Aunque también puede ser que el escritor no domine el género, porque no todos los novelistas, ni todos los ensayistas, ni todos los dramaturgos, ni todos los periodistas poseen dotes para escribir un buen relato.

Si no es vuestro caso y queréis disfrutar de historias de gran calidad, o si no os gusta mucho el género pero queréis daros una segunda oportunidad, permitidme que os sugiera que busquéis a Julio Ramón Ribeyro. Es un escritor peruano, que murió en 1994, a los 65 años, dejando una bibliografía suculenta. Alfaguara publicó por esas fechas un grueso volumen con todos sus relatos, que es una verdadera joya.

martes, 1 de julio de 2008

Hablar es salud

Hablar, charlar, conversar, platicar, dialogar, departir, hacer tertulia... hay unos cuantos vocablos para referirse a los placenteros momentos que dedicamos a intercambiar noticias, ideas, comentarios, sensaciones, anécdotas, chirigotas con los amigos y los conocidos. ¡Qué bueno es tener gente con la que hablar! Citarse con alguien para charlar es una de las actividades más sanas y beneficiosas en las que podemos emplear nuestros ratos de ocio.

Sí, es una actividad sana. Lo he expresado correctamente. conversar es una actividad grata pero también es saludable. Estoy segura de que mucha gente comparte conmigo esa opinión, pero si alguien lo duda, recurro al libro del que os entresacaba hace unos días ciertas frases referidas a la salud y el buen humor. El libro es "La fuerza del optimismo", del psiquiatra Luis Rojas Marcos.

Dice así el doctor Rojas: " No me canso de resaltar los beneficios emocionales que nos aporta hablar. Gracias a los vínculos que existen entre las palabras y las emociones, hablar no sólo nos permite desahogarnos y liberarnos de las cosas que nos preocupan, sino experimentar los sentimientos placenteros que acompañan a la comunicación entre personas queridas. De hecho, evocar, ordenar y verbalizar nuestros pensamientos en un ambiente acogedor es siempre una actividad gratificante. Por eso, somos muchos, aunque no lo digamos, los hombres y las mujeres que cuando no contamos con interlocutores humanos hablamos al perro, al gato, al pajarito o a la planta que viven en casa. Y no pocos nos sentimos mejor cuando hablamos con nosotros mismos, eso sí, en alto".

Cuando exponemos nuestras penas y nuestras inquietudes a una persona a la que estimamos, soltamos lastre y aligeramos la carga que llevábamos encima. La tristeza, la angustia, la añoranza parecen más livianas cuando la moldeamos en palabras para que nos entienda quien nos escucha. Hasta puede ocurrir que, al departir, nosotros mismos descubramos la fórmula adecuada para sobreponernos al mal trance.

Por eso, en otro capítulo del libro, afirma Rojas Marcos que las desdichas son para compartirlas.

Y si no tenemos un interlocutor, una oreja amiga en la que volcarnos, nos queda la solución que el propio psiquiatra apunta: hablar en voz alta con nuestro otro yo, increparnos o halagarnos, o colocarnos delante de un espejo y decirle con claridad lo que pensamos del hombre o la mujer que nos mira con atención desde el otro lado del azogue.


(Cuadros: La tertulia del Café Pombo, presidida por Ramón Gómez de la Serna, obra de José Gutiérrez Solana y La Tertulia, de Angeles Santos. Ambos cuadros pertenecen al Museo Reina Sofía)