martes, 31 de marzo de 2009

El poeta enamorado

En 1928, once años antes de su exilio y su muerte, de la que se han cumplido en febrero setenta años, Antonio Machado conoció a Guiomar, la mujer a la que dedicaría sus poemas amorosos de madurez. Su nombre real era Pilar Valderrama y, por lo que cuenta Ian Gibson en “Ligero de equipaje” (Aguilar, 2006) la biografía del poeta de la que os hablaba en la entrada anterior, suscitó en el corazón del poeta una intensa pasión, impregnada de nostalgia y frustraciones.

Pilar se presentó un buen día en Segovia, donde Machado ejercía como catedrático de francés, para conocerle y contarle que también ella se dedicaba a la poesía. Don Antonio, que no había vuelto a vivir con otra mujer desde que enviudara de su joven esposa, Leonor Izquierdo, en 1912, se prendó de la visitante y aceptó mantener con ella una relación en la que no cabía el contacto físico. Pilar, que estaba casada y no albergaba intenciones de abandonar a su marido, aceptó el amor del profesor, pero no le consentía ni siquiera un beso fugaz cuando se reunía con él, de manera furtiva y esporádica, en un cafetín del barrio de Cuatro Caminos, en Madrid.

La guerra rompió la relación entre el poeta enamorado y su "musa". Pilar se fue con su familia a Portugal, en donde gobernaba el dictador Salazar, hasta que pudo afincarse en la España dominada por los franquistas, con cuya ideología comulgaba. Antonio, ferviente defensor de la causa republicana, a la que trataba de ayudar con su pluma y su presencia, permaneció en Madrid hasta 1938, cuando las autoridades le conminaron a trasladarse a Valencia, una plaza más segura para sus intelectuales. Al iniciarse el año 39, Machado huyó con los suyos a Barcelona, de donde también tendría que huir pocas fechas después, cuando la ciudad estaba a punto de ser conquistada por los militares sublevados.

Leyendo el libro de Gibson, sospecho que la tal Valderrama no correspondía a la pasión que había suscitado en Machado, que no le amaba con la intensidad que él evidencia en sus versos. Sospecho que ella se le arrimó para promocionarse a sí misma. Y lo consiguió, porque su nombre ha sobrevivido a su existencia. Pero no por los versos que ella componía sino por los que el poeta la dedicó atribuyéndola el nombre de Guiomar.

Al leer la obra de Gibson, he oído la voz enojada del autor, tan austero él en sus comentarios a lo largo del libro, a propósito de un poema de la tal Valderrama: los últimos versos dicen que cuando se muera Antonio, ella le conducirá a la presencia de dios.

¿Quién era Pilar Valderrama para sentirse con derecho a presumir que su misión en el mundo era llevar a Antonio Machado hacia el cielo católico? A la luz de este poema, no es difícil considerar a Machado víctima de sus propias fantasías, de un lamentable autoengaño. Tampoco es difícil llegar a la conclusión de que le había llovido encima la peor de las desgracias: enamorarse de la persona para él menos indicada. (…) ¿Cuándo hubo caso de amor más desventurado, más cruel para quien no lo había buscado?

Valderrama guardó las cartas que le remitía Machado cuando estaba en Segovia y, tiempo después de que él muriese, las sacó a la luz y las dio a conocer, borrando previamente del papel las frases que a ella pudieran comprometerla. En esas cartas, el poeta que tantos versos les ha dado a los amantes para cantar sus sentimientos, mostraba una enorme tristeza: la tristeza de un hombre bueno y generoso, desposeído del cálido abrazo de la mujer a la que ama.

¡Qué aciago el destino con nuestro Machado! ¡Qué injusto!

Las fotos de la casa del poeta en Segovia las he encontrado en Flickr.

sábado, 28 de marzo de 2009

Las ciudades de Machado

Soria, Baeza y Segovia son ciudades asociadas al recuerdo de Antonio Machado. En las aulas de sus institutos, nuestro gran poeta impartió sus lecciones como catedrático de francés allá por las primeras décadas del siglo XX. En todos estos lugares se recuerda al poeta con la veneración que merecen los grandes creadores, y se leen los versos que allí escribiera con el afán de descubrir en ellos los rasgos del paisaje y de su relación con el alma humana que sólo un ser dotado con la sensibilidad y la percepción de un poeta es capaz de definir en una hoja de papel.

También en Madrid habitó el poeta durante algunos años. La familia Machado, que residía en Sevilla, donde Antonio naciera en 1875, se trasladó a la capital cuando al abuelo, Antonio Machado Núñez, se le asignó una plaza de profesor de Zoografía y Fósiles en la Universidad Central. Con el abuelo Antonio y la abuela Cipriana, se vino a Madrid su hijo Antonio Machado Álvarez, que estaba casado con Ana Ruiz y ya tenía varios hijos, a los que querían educar en la Institución Libre de Enseñanza.

El escritor Ian Gibson, en su biografía de Antonio Machado, "Ligero de equipaje" (Aguilar, 2006), refiere las circunstancias que llevaron al poeta a sus diferentes destinos y el lugar donde se alojó al llegar a cada ciudad. En Soria, don Antonio tomó hospedaje en la pensión de Isabel Cuevas, madre de la joven Leonor Izquierdo, de la que el profesor se enamoró y con quien se casó en 1909.

Poco duró le duró el matrimonio al profesor. En 1912 Leonor falleció de tuberculosis. Huyendo de su recuerdo, Machado buscó plaza en el instituto de una ciudad alejada. Y se marchó a Baeza, donde permanecería hasta 1919, año en que se trasladaría a Segovia. Desde allí, a Machado le sería fácil viajar con regularidad a Madrid, donde residía su familia.

Antonio se implicaba en la vida cultural de las ciudades que habitaba, (en Segovia contribuyó a crear la Universidad Popular), visitaba sus parajes naturales y trababa amistades con las gentes del lugar. Pero Machado, hombre solitario desde que perdió a Leonor, echaba en falta el cariño de sus allegados, el calor de un hogar. Además, en Madrid recalaban muchos amigos suyos, escritores y artistas de toda la península que se reunían en torno a la Residencia de Estudiantes, en las tertulias de los cafetines, frente a los escenarios de los teatros.

En 1932, con un gobierno republicano al frente del país, Antonio Machado obtuvo el traslado definitivo a la capital: en el Instituto Calderón de la Barca, el prestigioso poeta dio sus últimas clases antes de que la guerra civil desbaratase la convivencia de los españoles, y enviara al exilio (o a la muerte) a sus creadores e intelectuales más insignes.

Me he acercado a ver el último domicilio de la familia Machado en Madrid, en la calle General Arrando, número 4 (cerca de la plaza de Chamberí). El edificio, de factura poco suntuosa, está adornado con una placa en la puerta que indica que allí vivió el poeta. La colgó la sociedad de autores de España el 15 de octubre de 1985, con ocasión de un homenaje nacional a los tres vates que murieron durante la contienda o a consecuencia de las brutalidades del bando ganador: Federico García Lorca, Miguel Hernández y Antonio Machado.

Han transcurrido más de setenta años desde que don Antonio huyera de la capital, acosada por las tropas fascistas, rumbo a Valencia, donde permanecería hasta enero de 1939. El portal por el que tantas veces saldría el profesor, la calle por la que caminaría, el barrio por el que pasearía no son los mismos de entonces. Pero estoy convencida de que el espíritu del poeta deambula algunas tardes por estos espacios y me gusta figurármelo, con el desaliño que él mismo se atribuía en su autorretrato lírico, compartiendo las aceras con quienes nos detenemos a contemplar la placa que recuerda su presencia y a mirar los balcones del edificio, tratando de adivinar cuál correspondería a su alcoba.

Otro día os cuento algo de la mujer a la que Machado dedicó sus versos de madurez.

domingo, 22 de marzo de 2009

Un bálsamo para la vitalidad

¿Ayuda la escritura a soportar las asperezas de la edad y las coacciones de la enfermedad? La decadencia del organismo, la limitación de las funciones corporales a causa del desgaste físico o de las patologías que aparecen al envejecer, ¿pueden ser un escollo para quienes han hecho de la escritura su oficio o su aficción? Yo daría una respuesta negativa a esta segunda cuestión.

Es cierto que cuanto más relajados y apaciguados están los huesos y los músculos más apetece sentarse a escribir, a inventar historias de ficción, más ágil es la imaginación y más benévola la inspiración. Por el contrario, cuando las rodillas duelen, cuando la cabeza o las vértebras crujen, cuando el estómago se contrae o las manos se anquilosan sobre el teclado, seguir escribiendo puede ser una tortura de la que procura escapar hasta el más apasionado escritor o escribiente.

Sin embargo, cuando se aprende a convivir con las molestias y las limitaciones físicas, cuando se relega el dolor a un plano secundario a fuerza de tesón, coraje y cierta dosis de analgésicos, cuando se consigue crear un ambiente adecuado para que el cuerpo se sienta cómodo y relajado, la escritura puede ser un alivio, un desahogo, un bálsamo, un acicate para vivir, incluso... La literatura es un arma contra el desánimo, contra el decaimiento psíquico, contra la desesperanza. La literatura puede potenciar y alargar la vida, darle luz, color y brillo.

Si no me creeis a mí, creed lo que dice esa gran mujer que es Ana María Matute. Una señora llena de alegría, con una vitalidad contagiosa y una sonrisa espléndida, siempre a punto de florecer en un rostro que desdice las cifras de la edad. Leed sus palabras:

"Si a mí me apasiona la literatura es porque me apasiona la vida. Porque he vivido mucho. Porque me gusta vivir. Soy muy vital. La literatura no es solamente ponerse a escribir, sino todo lo que hay que hacer para en un momento dado ponerte a escribir. Hay que vivir..."

Matute sacó a la luz su último libro, Paraíso inhabitado, con 83 años. Su vitalidad y sus ganas de vivir se contagian a cualquiera que se acerque a conversar con ella. ¿Es la literatura la pócima que ingiere a diario para sobreponerse a los achaques y seguir en activo a una edad en la que otras personas se resignan a meterse en casa y a pasarse las horas del día sentadas en una butaca frente a un televisor encendido?

Se me ocurren otros escritores de avanzada edad cuyas palabras, cuando aparecen en público, emanan una especie de júbilo: Jose Luis Sampedro, Ramiro Pinilla, Francisco Ayala, cuyo cumpleaños hace pocas fechas le puso en los 103 años. ¿Serán las letras, las novelas, el afán literario los que les han inyectado esa pasión por la vida y las fuerzas suficientes para mantenerse en activo cuando ya han sobrepasado la edad de la jubilación?

miércoles, 18 de marzo de 2009

Valencia

A pesar de la crisis parece ser que muchos paisanos afortunados, los que han cogido "puente", se han metido en el coche y se han echado a la carretera. Los madrileños, como casi siempre, han tomado rumbo hacia Levante. Unos buscan el sol del Mediterráneo, otros se han ido a ver las fallas. Esta noche se informaba del éxodo automovilístico en los informativos de todas las cadenas de televisión.

Noticia estrella era también que Valencia está que arde. Arden las tracas y los petardos que estallan en todas las calles y explanadas. Arden los políticos que se reunen en el balcón del ayuntamiento para demostrar lo contentos que están y lo mucho que se apoyan entre ellos. Arden de rabia los pobres periodistas a los que no se permite la entrada en el consistorio para que no se acerquen a las autoridades y nos les pregunten chorradas sobre trajes y correas.


Yo me quedo con unas imágenes de Valencia que tomé hacetres semanas, cuando todavía no había tanto ruido, tanto bullicio y tanto politiqueo en exhibición. La de arriba es la calle que bordea la catedral. La de abajo es una perspectiva de la Ciudad de las Artes.

Y desde aquí doy las gracias a Vicent que fue el mejor guía que un visitante podría desear cuando se traslada a una ciudad que no es la suya.