jueves, 30 de octubre de 2008

Masticando letras

En otras ocasiones, cuando me siento especialmente proscrito y estrambótico, estoy convencido de que el culpable es el quijote. Oigan esto." En resolución, él se enfrascó tanto en su lectua, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio... (...)

El que recita este párrafo de la obra de Cervantes es un animalillo del que unos huirían, como si fuera un monstruo carnívoro, y al que otros perseguirían armados con una escoba recia para destruirlo. Se llama Firmin. Es una rata que ha nacido en el sótano de una primorosa librería de Boston, regentada por un hombre que ama los libros tanto como los ama el bicho que cuenta su historia. Firmin descubre al poco de nacer que le gustan los libros a rabiar: empieza comiéndoselos, masticándolos y destrozándolos. Pero después, cuando aprende a descifrar las palabras que sustenta el papel que mastica, se apasiona por las historias que narran.

Firmin es una auténtica rata de biblioteca. Un devorador de literatura. Un tipo feo, cabezón y, como él mismo indica, un especimen raro y enloquecido.
"Contemple usted al Caballero de la Triste Figura: vanidoso, testarudo, apayasado, ingenuo hasta la ceguera, idealista hasta incurrir en los grotesco... Locual viene a ser como describirme a mí en pocas palabras. La verdad es que nunca he estado bien de la cabeza. Lo que pasa es que yo no ataco molinos de ivento. Hago algo peor: sueño con atacar molinos de viento, estoy deseando atacar molinos de viento y a veces imagino que he atacado molinos de viento".

Por lo que dice la prensa, Firmin se convirtió en un fenómeno editorial a los pocos meses de salir a la calle, sorprendiendo a quienes lo habían puesto en el mercado. Puede ser porque se trata de un texto original, porque no le falta ironía ni delicadeza o, simplemente, porque es una alabanza de los buenos libros que cualquier lector puede hallar en una vieja librería de barrio y, en general, a la literatura de todos los tiempos.

A mí no me molesta que Firmin "devorase" un ejemplar del Quijote, ese libro que Pedro Ojeda Escudero nos anima a devorar los jueves desde su blog para después comentarlo con quienes le seguimos.
La foto está tomada de Internet. Busqué en Boston y me salió esta librería.

viernes, 24 de octubre de 2008

Día de Bibliotecas

El 24 de octubre es el día de las Bibliotecas. No sé quién ha decidido que sea así ni en qué ámbitos se celebra, pero me parece una buena fecha para ensalzar esos lugares magníficos, donde se acumulan libros, cientos de libros, miles de libros al alcance de la mano de los lectores.

De jovencilla me apunté a una biblioteca pública porque mis ganas de leer superaban las posibilidades de lectura que tenía en mi casa y superaban, por supuesto, el dinero que disponía para comprar libros. De mayor, seguí acudiendo a otra biblioteca donde podía elegir títulos poco conocidos, descatalogados algunos, otros recientes, donde podía examinar una novela antes de llevármela conmigo e, incluso, devolverla sin compromiso si al llegar a la página 6o (o a la 30) y la trama no me encandilaba.

En esta biblioteca he tomado prestado muchos libros que he utilizado para consultar y averiguar datos que me requerían ciertos trabajos o estudios. Algunos libros me han resultado tan interesantes que, luego, he acudido a una librería a comprar un ejemplar para tenerlo en mi casa.

En la biblioteca he hallado también un montón de cuentos para mis hijos, tebeos, novelas de aventuras... Ir a la biblioteca era divertido para los niños y un gozo para su madre. La bibliotecaria les aconsejaba lecturas según lo que a ellos les apetecía en cada ocasión, les ofrecía títulos recién llegados, los conducía a las enciclopedias para que buscaran asuntos relacionados con sus deberes escolares o rebuscaba entre las hileras de comics si les veía perezosos para las letras.

Así que hoy me sumo al día de las Bibliotecas recordando a esta mujer que ayudó a mis hijos, y a tantos niños como ellos, a disfrutar del placer de la literatura y de la amistad de los libros, que les acompañará de por vida.
(Fachadas de las Bibliotecas públicas de dos pueblos de Madrid).

domingo, 19 de octubre de 2008

Diecinueve de octubre

Escuchó la noticia en uno de los pasillos del hospital. Un hombre le decía a otro que Manuel Vázquez Montalbán había muerto en el aeropuerto de Bankog a causa de un fallo cardiaco. Recordó los libros que le habían conmovido más: Galíndez, esa novela tremenda y dramática sobre el político vasco que fue torturado por los sicarios del dictador dominicano Rafael Trujillo. Y aquella otra, O César o nada, sobre la saga de los Borgia. Recordó también los muchos libros del autor desaparecido que había en las estanterías del hombre que, en una habitación cercana, aguardaba su último momento a consecuencia, también, de un infarto irreversible.
Los paralelismos del azar, pensó entonces. Era un 19 de octubre, un domingo como éste de hoy. Era un día de lluvias torrenciales, un domingo de lágrimas y despedidas.
Pero los libros que uno escribió y que otro leyó guardan su memoria todavía.

viernes, 10 de octubre de 2008

Inspector Jaritos

A Jaritos lo conocí el verano pasado. Había oído hablar de él y cuando lo encontré en la biblioteca del pueblo en el que me hallaba durante unas semanas, asentado en la estantería de la letra M, me lo llevé a casa sin dudarlo. Quería enterarme de cómo trabajaba, cuál eran sus capacidades para el oficio, cómo se comportaba ante el crimen y el enigma. A mí me resultan muy interesantes las pesquisas policiales, el deambular de los investigadores por los recovecos de sus ciudades, entrando en casas de adinerados ciudadanos o en covachas donde se cobijan los menos afortunados. De esas correrías, el lector de género negro extrae un montón de datos y curiosidades sobre la sociedad y el país donde se desarrolla la trama.

Kostas Jaristos es un policía griego de mediana edad, experimentado y socarrón a veces, susceptible y picajoso otras veces, que resuelve sus casos de homicidios en una Atenas llena de coches, de ruidos, de personajes extravagantes y presurosos. Jaristos tiene una mujer con la que discrepa en muchos temas pero con la que comparte la pasión por Katerina, su hija recién licenciada en Derecho.

Katerina es secuestrada en un barco que viaja por el Mediterráneo, rumbo a Creta, lo que conmociona a su padre que, sin embargo, no deja de trabajar en un caso que ha surgido en la capital griega: varios actores de publicidad han sido asesinados por alguien que se define como el “accionista mayoritario”, cuya intención es derribar algunos de los puntales en los que se asienta la sociedad de consumo. No digo más del argumento.

A Jaristos lo ha inventado Petros Markaris, un escritor griego nacido en Estambul en 1937. El joven Markaris estudió Economía, se especializó en cultura alemana y en traducciones de Bertolt Brecht y acabó metido de lleno en la novela policíaca. Él lo cuenta mejor en esta entrevista, realizada en Gijón durante la celebración de su Semana negra. Os transcribo un fragmento.

"Solo tengo un método para escribir: no sé nada y no quiero saber nada sobre la historia. Empiezo con una imagen, necesito tener esa imagen. Después de visionar esa imagen, me pongo a escribir sobre esa primera impresión y no sé lo que va a ocurrir. Sigo los pasos de mi personaje, intentando describir lo que le ocurre. Descubro los acontecimientos a medida que los descubre mi policía-protagonista. "

O sea, que este escritor es de los que se sientan delante del teclador del ordenador, y se pone a escribir sin planificarlo. Y las historias salen. Y son buenas, creo yo.

Si queréis conocer las novelas que están traducidas al castellano, aquí las veréis.

martes, 7 de octubre de 2008

Sin zapato de cristal

Las niñas ya no quieren ser princesas, dice Sabina en una de sus más famosas canciones. Y las princesas no quieren esperar al príncipe azul que las romperá el hechizo de su letargo indefinido o las rescatará de las garras de las madrastras perversas. Cenicienta y Blancanieves son personajes de un siglo que está superado.

Estoy de acuerdo con Sabina y con los ponentes de la Sociedad Europea de Cuentos de Hadas, que hace unos días se reunieron en un congreso en Berlín para hablar y debatir sobre el concepto de "final feliz". O sea, eso de que "fueron felices y comieron perdices", que tantas veces hemos escuchado recitar cuando nos han contado un cuento.

Mirad lo que escribía Nuria Vicedo, corresponsal de la agencia Efe en Berlín de aquella reunión. "De haber vivido en el siglo XXI, la Bella Durmiente y Blancanieves ya se habrían divorciado. Pasaron gran parte de su cuento de hadas sumidas en un sueño profundo y, tras despertar al calor del primer beso de amor, se casaron con un completo desconocido, algo que solo termina bien en la literatura". .

Tampoco los príncipes salvadores son prototipos de amor verdadero. El germanista Wilhelm Solm critica la manía de éstos de enamorarse de princesitas de las que no conocen más que sus datos genealógicos y las fronteras del reino que heredarán cuando su padre, el rey, fallezca. ¿Se puede sustentar un amor verdadero en datos tan livianos y materialistas?

Transcribo otro párrafo de la crónica enviada por Nuria Vicedo desde el congreso de cuentistas:

"La leyenda del zapato de cristal, el hada madrina y la calabaza convertida en carroza, que sigue encandilando corazones en todo el mundo, es un reflejo de los sueños de muchas niñas que anhelan ser salvadas por un príncipe para no tener que abrirse camino en la vida por sí mismas, para Solms".

Me acuerdo de una profesora de mi colegio que tachaba de amorales (no inmorales, sino exentos de moralidad) los cuentos de hadas tradicionales. El mensaje que os transmiten, nos decía, es que si sois pasivas, buenecitas y complacientes alcanzareis la felicidad. Que vuestro futuro depende de un príncipe valiente y hermoso que os hará reinas.... de su hogar, ironizaba la profe. Yo me escandalizaba entonces, pero jamás he olvidado sus palabras.
Pero las cosas van cambiando. La mayoría de las mujeres ya no esperan a un príncipe azul que les resuelva sus conflictos y les endulce la existencia, sino que son ellas, por sí mismas, las que pelean para labrarse su destino a su manera. Se han olvidado de la imagen estereotipada de la princesa bobalicona que admiraban de niñas, y no anhelan tropezarse en su camino con un galán empingorotado y soberbio, sino con un hombre con el que compartir esfuerzos, deseos y futuro.
El zapato de Cenicienta se ha quedado sin dueña.